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Homilía del Papa en la parroquia romana San Crispín de Viterbo
(ZENIT – 4 marzo 2019).- El Papa visitó ayer, domingo, 3 de marzo de 2019, VIII domingo del tiempo ordinario, la parroquia romana de San Crispín de Viterbo en Labaro, en el sector norte de la diócesis de Roma.
Al final, el Santo Padre encontró a los enfermos y discapacitados, saludó a los sacerdotes de la comunidad y administró el Sacramento de la Reconciliación a 5 feligreses de diferentes edades.
A las 17:20 horas el Papa presidió la celebración de la santa misa en la iglesia parroquial. Después de la proclamación del Evangelio pronunció una homilía improvisada.
Terminada la celebración eucarística, antes de la bendición final, el párroco don Luciano Cacciamani se despidió brevemente del Papa, expresando su agradecimiento por la visita y dándole una foto del artista Meo Carbone, dedicada al tema de la inmigración.
Antes de dejar la parroquia y regresar al Vaticano, el Santo Padre dirigió unas palabras de saludo a los muchos fieles que lo esperaban fuera de la iglesia.
Publicamos a continuación la transcripción de la homilía y las palabras del Papa durante los diferentes encuentros de su visita a la parroquia de San Crispín de Viterbo.
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Homilía del Papa Francisco
Hemos escuchado en el Evangelio cómo Jesús explica a las personas la sabiduría cristiana, con parábolas. Por ejemplo, un ciego no puede guiar a otro ciego; después, el discípulo no es más grande que el Maestro; luego, no hay un buen árbol que produzca un mal fruto. Y así, con estas parábolas, enseña a la gente.
Me gustaría centrarme en una, que no he repetido. Ahora la digo [lee]: “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la vida que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano”. Y con esto, el Señor quiere enseñarnos a no ir criticando a los demás, a no mirar los defectos de los demás: Mira primero los tuyos, tus defectos. “Pero, padre, ¡no tengo ninguno!” – ¡Ah, felicidades! ¡Te aseguro que si no te das cuenta de que los tienes aquí, los encontrarás en el Purgatorio! Mejor verlos aquí.
Todos tenemos defectos, todos. Pero estamos acostumbrados, en parte por inercia, en parte por la fuerza de la gravedad del egoísmo, a mirar los defectos de los demás: Somos especialistas, todos, en esto. Enseguida encontramos los defectos de los demás. Y hablamos de ello. Porque hablar mal de los demás parece dulce, nos gusta. No, en esta parroquia tal vez no ocurra [risas], pero en otras partes es muy común. Siempre sucede así: “Ah, ¿cómo estás?” – “Bien, bien, con este tiempo, estoy bien..” “¿Pero has visto a ese…?”. E inmediatamente [caemos en ello].
No sé si vosotros habéis escuchado estas cosas, pero es algo malo. Y no es nuevo: Ya se hacía en la época de Jesús. Es algo que, con el pecado original que tenemos, nos lleva a condenar a los demás, a condenar. E inmediatamente somos especialistas en encontrar las cosas malas de los demás, sin ver las nuestras. Y Jesús dice: “Tú condenas a ese por una cosa tan pequeña, y tienes cosas mucho más grandes, pero no las ves”. Y es cierto: nuestra maldad no es tanta, porque estamos acostumbrados a no ver nuestros límites, no a ver nuestras faltas, pero somos especialistas en ver las faltas de otros.
Y Jesús nos dice una palabra muy fea, muy fea: “Si vais por este camino, sois unos hipócritas”. Es feo decir hipócrita: Jesús se lo decía a los fariseos, a los doctores de la Ley, que decían una cosa y hacían otra. Hipócrita. Hipócrita significa uno que tiene un doble pensamiento, un doble juicio: Uno lo dice abiertamente y otro a escondidas, con el que condena a los demás. Es tener una doble manera de pensar, una doble manera de dejarse ver. Se muestran como personas buenas y perfectas, y por debajo condenan. Por eso Jesús se escapa de esta hipocresía y nos aconseja: “Es mejor que mires tus defectos y dejes vivir en paz a los demás. No te metas en la vida de los demás: Mira la tuya”.
Y esto no termina aquí: el chismorreo no termina con el chismorreo; el chismorreo va más allá, siembra discordia, siembra enemistad, siembra mal. Escuchadme, no exagero: Por la lengua comienzan las guerras. Tú, chismorreando de los demás, empiezas una guerra. Un paso hacia la guerra, una destrucción. Porque es lo mismo destruir al otro con la lengua que con una bomba atómica, es lo mismo. Tú destruyes Y la lengua tiene el poder de destruir como una bomba atómica. Es muy potente. Y no lo digo yo: Lo dice el apóstol Santiago en su carta. Tomad la Biblia y miradlo. ¡Es muy poderosa! Es capaz de destruir. Y con los insultos, con el hablar mal de los demás, comienzan tantas guerras: guerras domésticas, -se empieza a gritar- guerras en el vecindario, en el lugar de trabajo, en la escuela, en la parroquia… Por eso Jesús dice: “Antes de hablar de los demás, toma un espejo y mírate a ti mismo;
mira tus faltas y avergüénzate de tenerlas. Y así te volverás mudo sobre los defectos de los demás “. “No, padre, es que tantas veces hay gente mala, que tiene tantos defectos…”. Pues, vale, sé valiente, sé valiente y díselo a la cara: “Eres malo, eres mala, porque estás haciendo esto y esto”. Díselo a la cara, no a la espalda, no por detrás. Díselo a la cara. “Pero no quiere escucharme”. Entonces díselo a quien pueda remediarlo, a quien pueda corregir, pero no lo digas como chismorreo, porque el chismorreo no resuelve nada, al contrario. Empeora las cosas y te lleva a la guerra.
[Dentro de poco] comenzaremos la Cuaresma: Sería muy bonito que cada uno de nosotros, en esta Cuaresma, reflexionase sobre esto. ¿Cómo me porto con la gente? ¿Cómo está mi corazón frente a la gente? ¿Soy un hipócrita, sonrío y luego critico y destruyo con mi lengua? Y si al final de la Cuaresma hubiéramos podido corregir esto un poco, y no ir siempre criticando a los demás por la espalda, os aseguro que la resurrección de Jesús se vería más hermosa, más grande entre nosotros… “Eh, padre, es muy difícil, porque me sale criticar a los demás”; lo puede decir cualquiera de nosotros, porque es un hábito que el diablo pone en nosotros. Es verdad, no es fácil. Pero hay dos medicamentos que ayudan
mucho. En primer lugar, la oración. Si a ti te sale lo de “despellejar” a otro, lo de criticar a otro, reza por él, reza por ella y pide al Señor que resuelva ese problema y, a ti que te cierre la boca. Primer remedio: la oración. Sin oración no podemos hacer nada. Y en segundo lugar, hay otra medicina, que también es práctica como la oración: cuando sientas el deseo de hablar de alguien, te muerdes la lengua. ¡Fuerte! Porque así se te hinchará la lengua y no podrás hablar. [ríen] Es una medicina práctica, es muy práctica.
Pensad seriamente en lo que Jesús dice: “¿Por qué miras los defectos de los demás y no miras los tuyos, que son más grandes?”. Pensadlo bien. Pensad que este hábito tan feo es el comienzo de tantas desuniones, de tantas guerras domésticas, guerras en el vecindario, guerras en el lugar de trabajo, tantas enemistades. ¡Pensadlo! Y rezad al Señor, rezad para que nos dé la gracia de no hablar mal de los demás. ¡Y todos los días tened la dentadura lista para aplicar el segundo medicamento!
¡El Señor os bendiga!
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