En la JMJ de Madrid en 2011 conoció a unas monjas que cambiarían sus prioridades
Annika Fabbian juega de delantera y representa a su país. Sin embargo, no juega en un equipo como el Real Madrid, la Juventus o el Bayern Múnich sino que juega en un equipo muy especial: la selección italiana de fútbol conformada por religiosas.
Por tanto, esta jugadora encargada de marcar los goles de su equipo es monja, concretamente de las Congregación de las Hermanas Maestras de Santa Dorotea de Vicenza. Desde niña destacaba en el fútbol y estaba llamada a poder ganarse la vida con ello hasta que Dios se puso por medio y lo dejó para ser religiosa.
Sin embargo, el fútbol no la abandonó para siempre y en el patio de la parroquia quedaron patentes sus cualidades futbolísticas, aunque sus hermanas ya sabían de lo que era capa. Esto que provocó que fuera la primera religiosa seleccionada por Moreno Buccianti, seleccionador de este peculiar equipo conformado por monjas de distintas órdenes e institutos religiosos. En total hay 18 jugadoras pertenecientes a unas quince órdenes religiosas diferentes y juegan con fines caritativos y evangelizadores.
La hermana Fabbian se muestra orgullosa del regalo de Dios: “aún con el hábito de religiosa he puesto en práctica mis pasiones: el fútbol y el arte me ayudan a anunciar el Evangelio”. Y es que antes de ser monja se graduó en Bellas Artes y se especializó en restauración.
Su madre quería que fuera bailarina y por ello durante 13 años esta joven religiosa fue a clases de ballet, participando también en competiciones. Pero la pasión verdadera de Annika era el fútbol, deporte al que precisamente aprendió a jugar en su parroquia de Vicenza.
En una entrevista con La Voce dei Berici explicaba que el origen de su afición por el fútbol comenzó “en la pequeña parcela de la parroquia de Sant'Agostino de Vicenza, cerca de casa. Solía ir allí con mi hermano. Al principio no fui bienvenida, porque ‘las niñas no pueden jugar al fútbol’. Entonces me dijeron: Si mañana sabes el movimiento de Pelé, hacer túneles y paredes puedes jugar con nosotros’. Ni siquiera sabía qué era eso. Corrí hacia mi padre, me explicó todo y entrené toda la tarde. Al día siguiente hice la secuencia del primer tiro: jugada de Pelé, doble pase, túnel y gol. La providencia me echó una mano. La parroquia me ayudó mucho, nacieron hermosas amistades. A menudo iba a buscar a algunos niños a sus casas que estaban pegados frente a una pantalla. El sábado y el domingo jugaba al fútbol, entre semana bailaba”.
Danza y fútbol estuvieron mucho tiempo entrelazados en su vida. “La danza me enseñó reglas y disciplina. Entrené mucho, con sacrificios y exámenes en Montecarlo. Pero el fútbol era mi pasión. Jugué en Vicenza, después de una lesión cambié al fútbol sala y encontré mi dimensión. Necesitas técnica, precisión, táctica y un gran juego en equipo. Jugué en el Marano, ahora Thienese que juega en la Serie A”, explica la religiosa de 32 años.
Annika Fabbian explica que a los 18 años se dio cuenta de que el fútbol podría ser su camino en la vida, vivir de ello. Pero decidió dejarlo a un lado. Al final se graduó en la Academia de Bellas Artes y encontró trabajo primero en Padua y luego en Verona.
Pero al igual que en otras muchas vocaciones una JMJ, en este caso la de Madrid 2011, tocó su corazón. En esta peregrinación a España conoció a algunas religiosas doroteas, su actual congregación.
“Hasta entonces, aunque vivía en la misma ciudad, no sabía de su existencia. Lo que me llamó la atención inmediatamente de su espiritualidad es la dimensión del corazón de Jesús y el corazón de María, fuerza y ternura juntas. Me gusta dejarme habitar por estos dos corazones y tratar de vivir dentro de estos corazones. No siempre es fácil, pero ser ‘hija de los Sagrados Corazones’ es para mí una gracia inmensa”, comenta en otra entrevista con el semanario Credere.
Tras un año de discernimiento vocacional en 2012 Annika ingresó en el convento y fue en 2017 cuando profesó sus votos temporales. “Todavía estoy en camino. Estoy en el quinto año de juniorado y pronto comenzaré la preparación para los votos perpetuos. Por eso, cada año renuevo mis votos, pero mi primer ‘sí’ en mi corazón fue un ‘sí’ para siempre”.
En estos momentos es religiosa, asistente del Centro Deportivo Italiano (CSI) de Vicenza, miembro de la Comisión para el Patrimonio Cultural de la diócesis, profesora de Historia del Arte en un instituto y futbolista.
Pese a todo lo que abarca ella sólo ve una meta: “evangelizar”. En su opinión, “la vida de monja es una vida bonita, plena, incluso complicada, pero no más de lo que es ser una buena esposa y una buena madre”.
“Cuando entré al convento estaba un poco preocupada porque pensaba que ya no podría ocuparme de la historia del arte ni de jugar al fútbol. En cambio, aquí estoy. El Señor me da la oportunidad de poner a disposición mis talentos”, agrega contenta la religiosa italiana.
Su pie goza del respeto de los alumnos del liceo “Farina” de Vicenza, donde enseña desde hace tres años Historia del Arte, con un guiño a la teología. Recalca que su “obsesión es poder acercar a las personas a la verdadera belleza, la de B mayúscula, la de Dios, a través del arte. A los alumnos les gusta y, como aprendieron que puedo jugar muy bien al fútbol, se ilusionan y hacemos grandes partidos en el recreo. Para mí es una forma de acercarme a ellos”.
“Me enamoré del Señor, sentí mariposas en el estómago. Pero, cómo puede pasar cuando te enamoras de un chico, si la relación no se nutre, termina decayendo. La chispa está bien, pero luego es en la relación diaria que comprendes que el Señor realmente te está llamando, que te ha elegido”, afirma Y por eso a las chicas con las que trata les dice: “Escuchad la voz que resuena en vuestro interior. No temas si sientes el deseo de la consagración. El Señor no quita nada y lo da todo”.
Sem comentários:
Enviar um comentário