El milagro eucarístico de Ponferrada
Un robo sacrílego dio lugar en 1533 a uno de los más palpables milagros eucarísticos de ese siglo en España. |
C.L. / ReL 4 febrero 2014
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Juan de Benavente no
era natural de Ponferrada, pero estaba bien integrado en la actual
capital del Bierzo, donde él se dedicaba a la cría y venta de perros y
su mujer al comercio de mostaza. No hay constancia de que les fuese mal
en los negocios, así que tuvo que ser el demonio de la avaricia el que hizo concebir en la mente del hombre un robo sacrílego.
Un engaño preparado largo tiempo
En la iglesia de San Pedro, el Santísimo se guardaba en una arqueta de madera y custodia de plata que desató la codicia de Juan. Dispuesto a hacerse con ella con disimulo suficiente para no despertar sospechas, empezó durante semanas a fingir una gran devoción eucarística. Tras cada jornada de trabajo acudía al templo a rezar a última hora, a pesar de las malas caras del sacristán, ya con ganas de echar el cierre. Se ganó así su confianza hasta conseguir que le dejase las llaves, de forma que él pudiese estar en oración hasta tarde sin molestarle. Luego se las devolvía en su casa.
Tras repetir esa operación varias veces, convirtiéndola en habitual, llegó el momento del robo. Una noche, ya solo ante el tabernáculo, tomó el tesoro y huyó deprisa. El plan consistía ahora en deshacerse de la arqueta de madera, esconder la custodia, y cuando todo se hubiese olvidado, venderla en uno de sus frecuentes viajes a Castilla.
Tres impedimentos sobrenaturales
Pero todo empezó a salir mal en cuanto empezaron a intervenir factores sobrenaturales. Él mismo contaría después que cuando quiso tirar la arqueta y las Sagradas Formas al cercano río Sil, una fuerza desconocida le impidió reiteradas veces separarlas de su cuerpo. Preso de un temor reverencial que a Juan -cristiano al fin y al cabo- le había invadido desde el principio al llevar consigo el Cuerpo de Cristo, y consciente de que algo anormal e imprevisto sucedía, se llevó a casa el producto de su robo y lo escondió debajo de la cama.
Fue todavía peor, porque enseguida su mujer -ajena al delito- y él comprobaron que debajo de ellos brotaba una luz maravillosa e incomprensible. El pánico invadió al ladrón, que, sin poder conciliar el sueño por la mala conciencia y la certeza de la sobrenaturalidad de esa iluminación, no tardó en levantarse, coger la arqueta y caminar un buen trecho hasta el campo de El Arenal, donde la arrojó en un denso zarzal. Inquieto por su pecado pero aliviado ante lo que creía el fin definitivo de unos problemas con los que no había contado, volvió a su hogar y se durmió.
Cuando a la mañana siguiente el sacristán descubrió el robo, la ciudad quedó horrorizada ante el blasfemo atrevimiento del ladrón. Las autoridades iniciaron sus pesquisas, pero nadie sospechó de Juan, quien destacaba entre quienes pedían que al criminal se le cortasen las manos. En la España de 1533 nadie podía imaginar que una ofensa pública a Dios tan grave quedase impune si el responsable era atrapado. Junto a las pertinentes averiguaciones por parte de las autoridades, se sucedieron los actos de desagravio.
Mientras, él intentó infructuosamente salir de Ponferrada en varias ocasiones para vender la custodia y obtener el botín deseado. Pero también de manera inexplicable, cada vez que cogía el camino, sin saber muy bien cómo terminaba de nuevo llegando a los pies del majestuoso castillo templario de Ponferrada. Se hallaba sobrenaturalmente atrapado en los límites de la ciudad.
Un engaño preparado largo tiempo
En la iglesia de San Pedro, el Santísimo se guardaba en una arqueta de madera y custodia de plata que desató la codicia de Juan. Dispuesto a hacerse con ella con disimulo suficiente para no despertar sospechas, empezó durante semanas a fingir una gran devoción eucarística. Tras cada jornada de trabajo acudía al templo a rezar a última hora, a pesar de las malas caras del sacristán, ya con ganas de echar el cierre. Se ganó así su confianza hasta conseguir que le dejase las llaves, de forma que él pudiese estar en oración hasta tarde sin molestarle. Luego se las devolvía en su casa.
Tras repetir esa operación varias veces, convirtiéndola en habitual, llegó el momento del robo. Una noche, ya solo ante el tabernáculo, tomó el tesoro y huyó deprisa. El plan consistía ahora en deshacerse de la arqueta de madera, esconder la custodia, y cuando todo se hubiese olvidado, venderla en uno de sus frecuentes viajes a Castilla.
Tres impedimentos sobrenaturales
Pero todo empezó a salir mal en cuanto empezaron a intervenir factores sobrenaturales. Él mismo contaría después que cuando quiso tirar la arqueta y las Sagradas Formas al cercano río Sil, una fuerza desconocida le impidió reiteradas veces separarlas de su cuerpo. Preso de un temor reverencial que a Juan -cristiano al fin y al cabo- le había invadido desde el principio al llevar consigo el Cuerpo de Cristo, y consciente de que algo anormal e imprevisto sucedía, se llevó a casa el producto de su robo y lo escondió debajo de la cama.
Fue todavía peor, porque enseguida su mujer -ajena al delito- y él comprobaron que debajo de ellos brotaba una luz maravillosa e incomprensible. El pánico invadió al ladrón, que, sin poder conciliar el sueño por la mala conciencia y la certeza de la sobrenaturalidad de esa iluminación, no tardó en levantarse, coger la arqueta y caminar un buen trecho hasta el campo de El Arenal, donde la arrojó en un denso zarzal. Inquieto por su pecado pero aliviado ante lo que creía el fin definitivo de unos problemas con los que no había contado, volvió a su hogar y se durmió.
Cuando a la mañana siguiente el sacristán descubrió el robo, la ciudad quedó horrorizada ante el blasfemo atrevimiento del ladrón. Las autoridades iniciaron sus pesquisas, pero nadie sospechó de Juan, quien destacaba entre quienes pedían que al criminal se le cortasen las manos. En la España de 1533 nadie podía imaginar que una ofensa pública a Dios tan grave quedase impune si el responsable era atrapado. Junto a las pertinentes averiguaciones por parte de las autoridades, se sucedieron los actos de desagravio.
Mientras, él intentó infructuosamente salir de Ponferrada en varias ocasiones para vender la custodia y obtener el botín deseado. Pero también de manera inexplicable, cada vez que cogía el camino, sin saber muy bien cómo terminaba de nuevo llegando a los pies del majestuoso castillo templario de Ponferrada. Se hallaba sobrenaturalmente atrapado en los límites de la ciudad.
Palomas y luces sobrenaturales
Ya empezaba a olvidarse el suceso, cuando los vecinos se dieron cuenta de que en el campo de El Arenal, junto a un denso zarzal, una persistente bandada de palomas blancas parecía haber hecho un insólito asiento. Tanto, que se entretenían tirando contra ellas a ballesta, sin conseguir matarlas ni espantarlas. Es más: de noche, de aquel lugar poco accesible surgía una luz.
Hasta que un molinero que vivía cerca decidió ir a escudriñar el terreno... e hizo el hallazgo de las hostias, que de aquella manera milagrosamente llamaban la atención.
La confesión del culpable
Corrió a dar la alerta, y pronto acudieron cientos de vecinos al lugar. Quedaron de rodillas custodiando el lugar hasta que el rector de la basílica de la Encina organizó una procesión solemne para recoger las Sagradas Formas. Cuando lo hizo, las palomas desaparecieron como por ensalmo y nunca volvieron. (El cuadro que representa ese momento se conserva hoy en la actual iglesia de San Pedro, inaugurada en 1962.)
Ya empezaba a olvidarse el suceso, cuando los vecinos se dieron cuenta de que en el campo de El Arenal, junto a un denso zarzal, una persistente bandada de palomas blancas parecía haber hecho un insólito asiento. Tanto, que se entretenían tirando contra ellas a ballesta, sin conseguir matarlas ni espantarlas. Es más: de noche, de aquel lugar poco accesible surgía una luz.
Hasta que un molinero que vivía cerca decidió ir a escudriñar el terreno... e hizo el hallazgo de las hostias, que de aquella manera milagrosamente llamaban la atención.
La confesión del culpable
Corrió a dar la alerta, y pronto acudieron cientos de vecinos al lugar. Quedaron de rodillas custodiando el lugar hasta que el rector de la basílica de la Encina organizó una procesión solemne para recoger las Sagradas Formas. Cuando lo hizo, las palomas desaparecieron como por ensalmo y nunca volvieron. (El cuadro que representa ese momento se conserva hoy en la actual iglesia de San Pedro, inaugurada en 1962.)
Juan de Benavente, desquiciado ya por los remordimientos, empezó a
destacarse de tal forma exigiendo justicia y los peores castigos para el
culpable, que despertó las sospechas del corregidor,
quien le hizo detener. En ese momento el hombre recobró la
serenidad: "¿Vuestra Merced préndeme por el hurto del Santísimo
Sacramento? Pues yo lo hice, señor. Y pues el cuerpo lo hizo, el cuerpo
lo pague en este mundo, dándome vuestra merced el castigo que merezco, que yo confesaré todo lo que hubo".
La frase consta textualmente, con apenas variaciones, en boca de todos los testigos del bien documentado suceso, y así lo refiere el sacerdote Augusto Quintana Prieto (1917-1996), autor del librito de 1952 Un milagro del Santísimo Sacramento, un exhaustivo estudio histórico del caso.
Juan de Benavente fue ejecutado y, tal como había exigido él tantas veces, antes de eso le cortaron las manos. Pero murió "como muy buen cristiano" arrepentido de su acción y tras confesarse y ponerse en paz con el Dios cuyo Cuerpo había profanado. Su mujer le sobrevivió treinta años, soportando el estigma de ser la viuda del profanador.
La vieja ermita y los milagros posteriores
En el lugar de los hechos se erigió una ermita consagrada al Santísimo Sacramento, que fue durante cuatro siglos y medio testigo del crecimiento de la ciudad, de tal forma que su ubicación, periférica en el siglo XVI, pasó a ser central. En 1970 fue derruida para la ejecución del plan urbano que modernizó el barrio llamado de Las Huertas del Sacramento.
La frase consta textualmente, con apenas variaciones, en boca de todos los testigos del bien documentado suceso, y así lo refiere el sacerdote Augusto Quintana Prieto (1917-1996), autor del librito de 1952 Un milagro del Santísimo Sacramento, un exhaustivo estudio histórico del caso.
Juan de Benavente fue ejecutado y, tal como había exigido él tantas veces, antes de eso le cortaron las manos. Pero murió "como muy buen cristiano" arrepentido de su acción y tras confesarse y ponerse en paz con el Dios cuyo Cuerpo había profanado. Su mujer le sobrevivió treinta años, soportando el estigma de ser la viuda del profanador.
La vieja ermita y los milagros posteriores
En el lugar de los hechos se erigió una ermita consagrada al Santísimo Sacramento, que fue durante cuatro siglos y medio testigo del crecimiento de la ciudad, de tal forma que su ubicación, periférica en el siglo XVI, pasó a ser central. En 1970 fue derruida para la ejecución del plan urbano que modernizó el barrio llamado de Las Huertas del Sacramento.
Pero en muchos ponferradinos quedó su recuerdo, y se constituyó hace años una asociación por la reconstrucción de la ermita que va logrando objetivos. Han logrado la aprobación del Ayuntamiento y, en diciembre de 2012, la cesión de los terrenos para su edificación en el mismo lugar donde estuvo. Diversas empresas locales han aportado buena parte de la financiación precisa, 117.800 euros. El periodista Luis del Olmo fue uno de los primeros donantes.
"Admiración y piedad"
Aquel milagro supuso durante muchos años, cuenta Quintana Prieto, un renacer de la devoción eucarística en el Bierzo. La ermita sirvió de forma privilegiada a ese propósito como centro de adoración y destino de romerías, y se atribuyeron a aquel terreno, bendecido por el contacto con el sacramento -paradójicamente gracias a su profanación-, diversos milagros: "Muchas personas enfermas y acalenturadas, yendo primero en romería a la dicha ermita, sacaban tierra de allí, haciendo oraciones, y ponían en unos paños aquello, y milagrosamente recibían salud. Y en agradecimiento de la merced que nuestro Señor les hacía de darles salud, volvían allí los paños con la dicha tierra y los ponían en la cruz que estaba a la puerta de la misma ermita", explicó en 1616, durante una investigación al respecto, uno de los vecinos, Pedro de Lorenzana.
La reconstrucción futura constituirá pues lo que contó Don Augusto de la primera edificación del pequeño templo: una "manifestación externa de admiración y piedad por los milagros eucarísticos que en el campo de El Arenal tuvieron lugar".
"Admiración y piedad"
Aquel milagro supuso durante muchos años, cuenta Quintana Prieto, un renacer de la devoción eucarística en el Bierzo. La ermita sirvió de forma privilegiada a ese propósito como centro de adoración y destino de romerías, y se atribuyeron a aquel terreno, bendecido por el contacto con el sacramento -paradójicamente gracias a su profanación-, diversos milagros: "Muchas personas enfermas y acalenturadas, yendo primero en romería a la dicha ermita, sacaban tierra de allí, haciendo oraciones, y ponían en unos paños aquello, y milagrosamente recibían salud. Y en agradecimiento de la merced que nuestro Señor les hacía de darles salud, volvían allí los paños con la dicha tierra y los ponían en la cruz que estaba a la puerta de la misma ermita", explicó en 1616, durante una investigación al respecto, uno de los vecinos, Pedro de Lorenzana.
La reconstrucción futura constituirá pues lo que contó Don Augusto de la primera edificación del pequeño templo: una "manifestación externa de admiración y piedad por los milagros eucarísticos que en el campo de El Arenal tuvieron lugar".
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