Catalina Gómez Ángel / La Vanguardia 25 diciembre 2015
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Tropas kurdas junto a la capilla de un pueblo asirio, cerca de Tal Tamr, o Tel Tamer |
Pasadas las cuatro de la tarde la oscuridad se ha apoderado de la calle donde está la iglesia de Nuestra Señora de Tal Tamer.
Unas pocas lámparas que alumbran la entrada son la única fuente de luz, al igual que sucede en toda esta población, que queda en las tinieblas cuando cae la noche. Un buen número de personas se aglutina frente a la capilla, algunas mujeres cubiertas con trajes de colores tradicionales de los asirios. El baile al compás de un tambor es la mejor manera de aliviar el frío.
Un gran desorden se crea de repente. Aparece un minibús del que se bajan 10 personas. Forman parte del grupo de 250 asirios secuestrados por el Estado Islámico el pasado invierno, cuando llevaron a cabo una gran ofensiva en Tal Tamer y los pueblos cristianos vecinos. Con este nuevo grupo, más de 130 han sido liberados gracias a las gestiones que lleva a cabo la cúpula de la Iglesia asiria.
[Se trata de una iglesia cristiana de rito siríaco que no es ni católica ni ortodoxa, sino nestoriana; aún no están en Navidad, la celebran en enero. Nota de ReL]
Unas pocas lámparas que alumbran la entrada son la única fuente de luz, al igual que sucede en toda esta población, que queda en las tinieblas cuando cae la noche. Un buen número de personas se aglutina frente a la capilla, algunas mujeres cubiertas con trajes de colores tradicionales de los asirios. El baile al compás de un tambor es la mejor manera de aliviar el frío.
Un gran desorden se crea de repente. Aparece un minibús del que se bajan 10 personas. Forman parte del grupo de 250 asirios secuestrados por el Estado Islámico el pasado invierno, cuando llevaron a cabo una gran ofensiva en Tal Tamer y los pueblos cristianos vecinos. Con este nuevo grupo, más de 130 han sido liberados gracias a las gestiones que lleva a cabo la cúpula de la Iglesia asiria.
[Se trata de una iglesia cristiana de rito siríaco que no es ni católica ni ortodoxa, sino nestoriana; aún no están en Navidad, la celebran en enero. Nota de ReL]
Algunos de los 130 asirios liberados en las primeras fases de negociación; hay zonas rurales en Hasaké donde pueblos enteros son de población cristiana asiria |
Se dice que el pago por cada rehén es de 10.000 dólares, pero todo son rumores. En Tal Tamer es casi un tabú hablar con la prensa. “Es parte del acuerdo”, se
disculpa Abu Jema, que pide que no entremos en la iglesia, donde se da
la bienvenida a los recién liberados entre abrazos, flashes y aplausos.
“Cuando todos estén libres podremos contar lo que quieran”, explica este hombre vestido con uniforme militar y encargado de cuidar las llaves de la iglesia.
Cuando la guerra en Siria se intensificó, sobre todo después de la aparición del EI, los asirios crearon una fuerza especial llamada Sootoro [aquí su Facebook], que tiene un papel similar al de la inteligencia kurda, Asayish [www.asayish.com], con quienes trabajan en coordinación.
“Cada uno de los presentes tiene un familiar, cercano o lejano, en manos del EI”, explica Abu Jema. Temen por lo que les pueda pasar, aunque los que han regresado cuentan que han recibido buen trato.
Elías, de 52 años, tiene a los hermanos de su suegro capturados cuando el EI tomó la población de Tal Yazira, una de las que más sufrió durante el avance yihadista. Los habitantes quedaron atrapados entre el río y los combatientes. Muchos no lograron huir.
“Es muy difícil para nosotros todo lo ocurrido. Nos atacaron en nuestras tierras y muchos de ellos eran gente que siempre había vivido con nosotros”, dice Elías, que asegura que esta será la Navidad más triste de su vida.
La amenaza para los cristianos de esta zona de Siria situada entre la población fronteriza de Ras al Ayn y la ciudad Hasaka, comenzó en el 2012 con la llegada del Ejército Libre de Siria y luego otras facciones rebeldes. Algunos emigraron.
Pero la peor amenaza llegó en febrero del 2015 cuando el EI comenzó el ataque alrededor de estas poblaciones cercanas al rio Kabur. Respondían a la ofensiva de las fuerzas kurdas en Tal Hamis, que tenía como objetivo cortarles la comunicación con el noroeste de Iraq.
Como represalia el EI tomó 33 pueblos y llegó a las calles centrales de Tal Tamer. Las fuerzas asirias que operaba en la región sólo lograron detenerlos gracias a los refuerzos que enviaron las unidades de protección popular kurdas, conocidas como YPG y YPJ –en su versión femenina-. “Los cristianos y los kurdos han convivido siempre aquí y nuestro objetivo es protegerlos”, contaba Sesgar, un comandante del YPG.
Todos estos pueblos han sido retomados de las manos del EI. Pero el daño está hecho. Es muy difícil que los cristianos regresen y las iglesias más emblemáticas han quedado destruidas, como la de la Virgen María de Tal Nasri.
“Cuando todos estén libres podremos contar lo que quieran”, explica este hombre vestido con uniforme militar y encargado de cuidar las llaves de la iglesia.
Cuando la guerra en Siria se intensificó, sobre todo después de la aparición del EI, los asirios crearon una fuerza especial llamada Sootoro [aquí su Facebook], que tiene un papel similar al de la inteligencia kurda, Asayish [www.asayish.com], con quienes trabajan en coordinación.
“Cada uno de los presentes tiene un familiar, cercano o lejano, en manos del EI”, explica Abu Jema. Temen por lo que les pueda pasar, aunque los que han regresado cuentan que han recibido buen trato.
Elías, de 52 años, tiene a los hermanos de su suegro capturados cuando el EI tomó la población de Tal Yazira, una de las que más sufrió durante el avance yihadista. Los habitantes quedaron atrapados entre el río y los combatientes. Muchos no lograron huir.
“Es muy difícil para nosotros todo lo ocurrido. Nos atacaron en nuestras tierras y muchos de ellos eran gente que siempre había vivido con nosotros”, dice Elías, que asegura que esta será la Navidad más triste de su vida.
La amenaza para los cristianos de esta zona de Siria situada entre la población fronteriza de Ras al Ayn y la ciudad Hasaka, comenzó en el 2012 con la llegada del Ejército Libre de Siria y luego otras facciones rebeldes. Algunos emigraron.
Pero la peor amenaza llegó en febrero del 2015 cuando el EI comenzó el ataque alrededor de estas poblaciones cercanas al rio Kabur. Respondían a la ofensiva de las fuerzas kurdas en Tal Hamis, que tenía como objetivo cortarles la comunicación con el noroeste de Iraq.
Como represalia el EI tomó 33 pueblos y llegó a las calles centrales de Tal Tamer. Las fuerzas asirias que operaba en la región sólo lograron detenerlos gracias a los refuerzos que enviaron las unidades de protección popular kurdas, conocidas como YPG y YPJ –en su versión femenina-. “Los cristianos y los kurdos han convivido siempre aquí y nuestro objetivo es protegerlos”, contaba Sesgar, un comandante del YPG.
Todos estos pueblos han sido retomados de las manos del EI. Pero el daño está hecho. Es muy difícil que los cristianos regresen y las iglesias más emblemáticas han quedado destruidas, como la de la Virgen María de Tal Nasri.
Iglesia de la Virgen María en Tal Nasri |
Parte del techo abovedado se ha desfondado y la torre cayó. Sólo se mantiene la cruz de hierro, que se levanta como una insignia en medio de la destrucción.
Fuad Joshaba, uno de los pocos habitantes que quedan, cuenta que el Estado Islámico hizo explotar la iglesia el domingo de Pascua para castigar a los cristianos. Otras iglesias sufrieron el mismo destino y las que quedaron intactas no tienen fieles.
Los cristianos de esta parte de Siria viven la misma desgracia que los que huyeron de las planicies de Nínive, en Iraq, cuando el EI las invadió en agosto del 2014.
“Cuando tuvieron que huir de sus tierras algunos vivieron aquí. Y aunque teníamos mucho miedo creíamos que a nosotros no nos pasaría. Hoy la gran mayoría de cristianos se ha ido. No tienen otra opción”, cuenta Elías en medio de la calle, donde el frío hace temblar a sus tres hijas. Todas llevan el pelo recogido en una trenza y se cubren con un par de chaquetas color rosa.
Según las cifras de Sootoro, 30.000 cristianos habitaban estos pueblos hasta la aparición del EI. Se calcula que no quedan más de 2.000. Unos han emigrado a Iraq, otros a Líbano pero la mayoría a Europa, Canadá, EE.UU. o Australia, a donde viajará Elías en los próximos días. Su hermano le ha enviado la carta de invitación.
“Es difícil dejar lo que nos pertenece pero no tenemos otra opción. No hay electricidad, no hay paz y será difícil que nuestras hijas puedan tener una vida normal”, dice. Las a amenazas son constantes.
Pocos días después del encuentro, tres coches bomba explotaron en el centro del pueblo dejando más de 20 muertos y cien heridos. Pasaron los controles de seguridad diciendo que iban cargados de azúcar y patatas.
“Sé que es difícil, pero nunca me iré”, repite Abu Jema. Lo mismo dice la pareja dueña de la tienda vecina de la iglesia. Los pocos que han decido quedarse lo hacen porque saben que si todos se van perderán estas tierras para siempre. “Esto no puede pasar”, concluye Abu Jema.
Fuad Joshaba, uno de los pocos habitantes que quedan, cuenta que el Estado Islámico hizo explotar la iglesia el domingo de Pascua para castigar a los cristianos. Otras iglesias sufrieron el mismo destino y las que quedaron intactas no tienen fieles.
Los cristianos de esta parte de Siria viven la misma desgracia que los que huyeron de las planicies de Nínive, en Iraq, cuando el EI las invadió en agosto del 2014.
“Cuando tuvieron que huir de sus tierras algunos vivieron aquí. Y aunque teníamos mucho miedo creíamos que a nosotros no nos pasaría. Hoy la gran mayoría de cristianos se ha ido. No tienen otra opción”, cuenta Elías en medio de la calle, donde el frío hace temblar a sus tres hijas. Todas llevan el pelo recogido en una trenza y se cubren con un par de chaquetas color rosa.
Según las cifras de Sootoro, 30.000 cristianos habitaban estos pueblos hasta la aparición del EI. Se calcula que no quedan más de 2.000. Unos han emigrado a Iraq, otros a Líbano pero la mayoría a Europa, Canadá, EE.UU. o Australia, a donde viajará Elías en los próximos días. Su hermano le ha enviado la carta de invitación.
“Es difícil dejar lo que nos pertenece pero no tenemos otra opción. No hay electricidad, no hay paz y será difícil que nuestras hijas puedan tener una vida normal”, dice. Las a amenazas son constantes.
Pocos días después del encuentro, tres coches bomba explotaron en el centro del pueblo dejando más de 20 muertos y cien heridos. Pasaron los controles de seguridad diciendo que iban cargados de azúcar y patatas.
“Sé que es difícil, pero nunca me iré”, repite Abu Jema. Lo mismo dice la pareja dueña de la tienda vecina de la iglesia. Los pocos que han decido quedarse lo hacen porque saben que si todos se van perderán estas tierras para siempre. “Esto no puede pasar”, concluye Abu Jema.
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