«Gloria de la Iglesia católica, uno de sus grandes santos y doctores
que plasmó su vasto saber en la gran obra Etimologías. Cuatro de sus
hermanos, tres de los cuales fueron obispos como él, son santos. Es el
patrón de Internet»
San Isidoro de Sevilla (Murillo) |
(ZENIT – Madrid).- En su casa se respiraban aires de santidad. Tres
de sus hermanos fueron obispos canonizados: Leandro, Fulgencio e
Isidoro. Y también su hermana Florentina fue religiosa y santa. Isidoro
probablemente nació en Cartagena, España, el año 560. Como perdió a sus
padres siendo niño, su hermano Leandro asumió las funciones de educador y
tutor suyo. Y a fe que consiguió que el pequeño recibiese tan esmerada
educación que el acervo espiritual y cultural que se ocupó de
proporcionarle le convertiría en uno de los grandes y santos doctores de
la Iglesia. Y eso, que según la tradición, a Leandro costó entrarle en
vereda, porque Isidoro no era un alumno ejemplar; faltaba o se escapaba
de la escuela alguna vez. Lo que da idea de que cuando se cree en una
persona, aunque sea díscola, y se mantiene un pulso inalterable en su
educación, los frutos no se hacen esperar. Además, sobre Isidoro ya
pendía claramente la voluntad divina que iba a encaminar sus pasos en la
buena dirección para que se cumplieran en él sus designios. Y aunque se
escabullía huyendo de su responsabilidad, un día cambiaron radicalmente
las tornas. Sucedió todo de forma sencilla ante una circunstancia que
nada tiene de particular, pero que fue de sumo provecho para él.
Mientras vagabundeaba se acercó a un pozo para sacar agua y observó que
el roce de las cuerdas había provocado hendiduras en la rígida piedra.
Así comprendió el valor de la constancia y de la voluntad del hombre que
quiebran cualquier contratiempo que se presente en la vida por complejo
que parezca. Esta simple constatación de carácter pedagógico le llevó
por nuevos derroteros. Con espíritu renovado se afanó en el estudio
desde ese instante hasta el fin de sus días.
Es el último de los padres latinos. Se formó con las lecturas de
textos de Marcial, san Agustín, Cicerón y san Gregorio Magno, con el que
mantuvo gran amistad. Su obra cumbre, las Etimologías, es una summa que
se convirtió por derecho propio en texto ineludible para los estudiosos
hasta mediados del siglo XVI; en ella se aprendía todo lo concerniente a
la ciencia antigua. No era fácil que un proyecto tan ambicioso le
permitiera compartir la riqueza de su formación, como deseó, y quizá
podría haber logrado acotando los temas. Es una carencia que se aprecia
en este trabajo que, pese a todo, trasluce el rigor y fidelidad a la
genuina tradición católica. En todo caso, su enciclopédica formación (es
autor de innumerables tratados en los que se compendian temas que
abarcan todo el saber humano) no ensombrecía su humildad y sencillez.
Fue reconocido por su caridad con los pobres, a los que nunca faltaron
sus limosnas. A nivel espiritual experimentó una gran lucha interior que
le llevaba a negarse a sí mismo. Fue la tónica existencial que marcó
prácticamente todo su acontecer. Seguramente ayudó a su hermano Leandro
en la diócesis de Sevilla, de la que era prelado. Cuando murió, le
sucedió en el cargo.
Sin descuidar la labor intelectual –continuó escribiendo obras
filosóficas, lingüísticas e históricas– desempeñó su misión pastoral de
manera intensa y fecunda. Era perfectamente consciente del alcance que
tienen tanto la vida contemplativa como la activa. Al respecto hizo
notar: «El siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la
contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra manera
no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con la
contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Es
imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es posible
amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra». Mostró
especial preocupación por la formación espiritual e intelectual de los
sacerdotes. Por eso fundó un colegio eclesiástico instruyéndoles
personalmente.
Presidió dos concilios, el segundo de Sevilla en 619, y el cuarto de
Toledo en 633. Muchos de los decretos se debieron a él, en particular el
que indicaba que se estableciese un seminario en todas las diócesis.
Sus treinta y siete años de episcopado fueron dedicados en gran medida a
seguir los pasos de su hermano, intentando convertir a los visigodos
del arrianismo al catolicismo. También emuló a Leandro en lo
concerniente a la disciplina eclesiástica en los sínodos. Su
organización recayó sobre ambos.
Se conoce el alcance de su oratoria gracias a san Ildefonso, que fue
discípulo suyo: «la facilidad de palabra era tan admirable en san
Isidoro, que las multitudes acudían de todas partes a escucharle y todos
quedaban maravillados de su sabiduría y del gran bien que se obtenía al
oír sus enseñanzas». Éstas superaron con creces a la mayoría de
estudiosos y prolíficos autores de la historia. Escribió un diccionario
de sinónimos, un tratado de astronomía y geografía, un resumen de la
historia desde la creación, biografías de hombres ilustres, un libro
sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento, un código de
reglas monacales, varios tratados teológicos y eclesiásticos y la
historia de los visigodos, de excepcional valor por ser la única fuente
de información sobre los godos. También pertenece a su autoría una
historia de los vándalos y de los suevos. Incluso completó el misal y
breviario mozárabes que su hermano Leandro comenzó a adaptar de la
antigua liturgia española.
Tuvo la magnífica visión de no dejar a España sepultada en la
barbarie. Mientras el resto de Europa se desintegraba, la convirtió en
un envidiado centro de cultura. Viéndose a punto de morir, pidió perdón
por sus faltas, sentimiento que había hecho extensible a todos sus
enemigos, y rogó que oraran por él. Dio todo lo que tenía a los pobres y
el 4 de abril del año 636 entregó su alma a Dios. El concilio de Toledo
lo denominó «gloria de la Iglesia católica». En 1063 sus restos fueron
trasladados a León y allí reciben culto. Fue canonizado por Clemente
VIII en 1598. El 25 de abril de 1722 Inocencio XIII lo proclamó doctor
de la Iglesia. Añadir como anécdota que en 2001 fue elegido patrón de
internet.
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