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segunda-feira, 24 de abril de 2017

«Mi mujer rezó durante 20 años por mi conversión»: un hindú brahmán se bautiza tras una larga demora

«Antes rezaba, pero no sabía a quien rezaba»

La conversión de un hindú al cristianismo, tras un largo proceso vital
ReL 23 abril 2017

Aunque todos pensaban que ya era católico, Rajesh Nayak pidió apuntarse al curso de iniciación cristiana para adultos en su parroquia de Mombai. Nayak es un hindú de la casta brahmán. Ésta es considerada la más importante de las castas indias, ligada a familias sacerdotales del hinduismo.

Este padre de familia ha contado su testimonio de conversión a Asia News. Historia de un largo camino de fe, que, apoyado por las oraciones de su esposa, le ha guiado hacia su conversión.

Una novia cristiana, unos padres contrarios: testimonio de Rajesh Nayak

Mi primer encuentro con la fe católica se remota a la tierna edad de tres años y medio. Fue cuando mi madre me estaba inscribiendo en una escuela marathi de nuestra zona.  Ese día se encontró con la señora Janet Kaunds (de religión protestante), una docente de la St. John the Evangelist High School de Marol que estaba esperando en el mismo edificio. Habló con mi madre y me inscribió en la escuela.

La casta Brahmán adquiere su nombre del dios hindú Brahama, considerado el creador
La Sra. Kaunds no tenía hijos. Yo iba con ella a la escuela y desde muy pronto empecé a ser conocido como el hijo de la maestra Kaunds. Ella fue como una segunda madre para mí, y yo empecé a pasar mucho tiempo en su compañía. Iba con ella a la escuela y también a la iglesia. Gracias a esto, comencé a celebrar las fiestas cristianas. Además, mi barrio era un vecindario poblado de católicos del este de India, por lo tanto, la mayor parte de mis amigos eran católicos.

Una chica cristiana
En el instituto, me enamoré de la mejor amiga de mi hermana. Ella era católica. Mi futura esposa quería un matrimonio cristiano, por lo cual asistimos al curso prematrimonial.  En ese curso, yo era el único no católico de entre 60 personas. El párroco me recomendó convertirme para tener un matrimonio cristiano íntegro.

Yo estaba dispuesto a hacerlo, pero cuando hablé con mis padres, ellos no se mostraron para nada contentos por esta decisión. Si bien jamás me lo dijeron abiertamente, yo podía intuirlo. Por ende, le dije a mi novia que no estaba listo para convertirme en ese momento, pero le prometí que un día seguramente lo haría.

Nos casamos en 1995. El matrimonio se celebró, con una misa especial. En 1997 nació nuestra hija. De nuevo quise convertirme, pero mis padres se opusieron. Tampoco querían que bautizara a mi hija. Yo no pude convertirme, pero al menos mi hija fue bautizada.

En el 2003, nació nuestra segunda hija y tuve que afrontar el mismo problema que había vivido anteriormente con mi primera hija. Puesto que yo era el único hijo varón, no quería disgustar a mis padres. Cuando nuestras hijas crecieron, recibieron el sacramento de la Primera Comunión. Ellas se preguntaban: “¿por qué “dada” (papá) no puede tomar la comunión durante la misa, como todos nuestros amigos?”.

En India residen aproximadamente 28 millones de católicos. Son una minoría en un país de 1.200 millones de personas
En todo ese tiempo mi esposa jamás se quejó y tampoco perdió la esperanza. En 2006 mi padre falleció y en el 2014, mi madre. Entonces decidí que había llegado el momento de la conversión. En ese momento entendí que Dios había guiado mi vida preparándome para mi conversión.

20 años para empezar la formación
Desde 1995 tenía como costumbre ir a misa con mi esposa, no entendía lo que significaba. Ambos éramos miembros activos de nuestra parroquia, la iglesia de san Vicente Pallotti de Marol. El año pasado, cuando fui a inscribirme en el curso del RCIA (Rito de iniciación cristiana para adultos en compañía de mi familia, pude ver la alegría en sus rostros. Mi mujer había esperado ese día durante 20 años, sin protestar nunca. Sólo rezaba.

Asistí junto a mi esposa al curso de iniciación cristiana para adultos una vez por semana. Creía que ya sabía lo que me estaban enseñando, pero poco a poco, a medida que las lecciones proseguían, me di cuenta de cuán equivocado estaba. Siempre tuve una Biblia en mi casa, pero jamás la abrí. En cambio, en la clase tenía mi Biblia y comencé leerla siempre que tenía tiempo, una o dos veces por semana.

Antes de eso rezaba, pero ni siquiera sabía a quién me dirigía. A medida que avanzaba en el curso, también progresaba mi fe en Jesucristo. Ahora sé que le rezo a Él, y de este modo he encontrado la paz para mí y para aquellos que me rodean.

Cuando llegó el momento del rito de la aceptación, era el único candidato de mi parroquia. Estaba muy agitado y nervioso ante el pensamiento de tener que presentarme solo frente a toda la iglesia. Sin embargo, me dije a mí mismo que si Dios es como yo, ¿quién puede estar contra mí? Inmediatamente me convencí de que podría estar solo frente a la iglesia entera.

Esta fue la primera misa en la cual me concentré sobre cada palabra y me sentí conectado con Dios. Desde ese día, mi idea de la misa cambió totalmente.


El poder de la Palabra de Dios
Luego llegó el momento del rito de la elección. Estaba todo listo para la gran ocasión de mi vida. El día anterior, llamé a mi padrino para recordarle el horario de la misa, para que llegase a tiempo, pero me contestó que no podría ir debido a problemas personales.

Estaba muy enojado. Me peleé con mi mujer y no dormí en toda la noche pensando que no iba a tener un padrino para la misa. A la mañana siguiente, me levanté y no sabía qué hacer, luego me recordé a mí mismo lo que decían nuestros catequistas del curso RCIA. Así que tomé la Biblia, fui a mi habitación y comencé a leer.

Apenas terminé la lectura del día cuando sonó mi teléfono: era mi padrino que me preguntaba a qué hora debía estar en la iglesia. En ese momento entendí que el poder de la palabra de Dios era real. Desde ese momento, la primera cosa que hago por la mañana es leer la Palabra de Dios.


Ahora que me estoy preparando para recibir el resto de sacramentos, entiendo que en todos estos años Jesús estaba ahí, a mi lado, a través de las oraciones de mi mujer y no de las mías. Hasta que no comencé el rito de iniciación en la fe cristiana, yo no sabía cómo rezar. Ahora rezo a Jesús para que permanezca en mí para siempre y haga de mí lo que quiera, de modo que yo pueda difundir su buena noticia personas menos privilegiadas que yo.

Quiero agradecer a mis catequistas desde lo profundo de mi corazón que me hayan hecho entender la verdadera Palabra de Dios. Hoy he encontrado un nuevo Padre, un amigo y protector. Ahora creo que existe un solo Dios y espero ansiosamente el día de mi bautismo que será en Pascua. En ese momento, podré recibirle en mi corazón. Amén.

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