«Obediencia y fidelidad de un insigne franciscano, humilde y
penitente, que evangelizó África, Roma y París. Fue estimado por el papa
Nicolás IV, su amigo de infancia y compañero en la misma Orden, quien
pensó designarlo cardenal»
Beato Conrado de Ascoli - El cuerpo en una urna de vidrio en la iglesia 'San Francesco di Ascoli Piceno' |
(ZENIT – Madrid).- Nació el 18 de septiembre de 1234 en Ascoli
Piceno, Italia. Formaba parte de una reconocida familia de ilustre
abolengo: los Miliani. Uno de sus amigos de infancia era Jerónimo Masci
futuro general de la Orden franciscana y papa (Nicolás IV), descendiente
también de una relevante familia de la burguesía de Ascoli. Se cuenta
que Conrado intuía el futuro que aguardaba a su compatriota porque
siendo niños algunas veces se arrodillaba ante él. Y como ese gesto
fuera apreciado por otras personas que, como es natural, quisieron saber
qué lo impulsaba, con toda naturalidad explicó que veía en él al
sucesor de Pedro. Incluso vislumbraba en sus manos las llaves, símbolo
de la Iglesia, una apreciación que solo podía provenir de lo alto. Pues
bien, esta feliz circunstancia que conllevaba su estrecha convivencia
superó lo anecdótico ya que ambos compartieron su vocación por la vida
franciscana.
Vistieron el hábito de la Orden a la par en el convento de Ascoli, y
siguieron una formación paralela realizando su noviciado en Asís. Pero
la Providencia fue preparando a Jerónimo para encarnar misiones de
gobierno que marcaron el inicio de dos caminos divergentes entre estos
hermanos. Ahora bien, unidos siempre por el ideal de Cristo, y en una
misma vocación, no dejaron de estar el uno en el corazón del otro. Y
Jerónimo acudiría a Conrado en otras circunstancias. Antes, desde 1255 a
1273, aquél pasó por las Marcas y el Lacio, siendo lector de teología y
predicador en Dalmacia-Croacia, a instancias de san Buenaventura que
apreciaba su valía. Seguro que Conrado tuvo noticias también de su
fructífera intervención diplomática en Constantinopla, labor que fue
ensalzada porque la situación creada entre la iglesia greco-bizantina y
la católica era altamente delicada.
Mientras la vida de Jerónimo discurría por esta senda, Conrado se
había trasladado a Peruggia donde se doctoró, enseñó teología y se
dedicó a evangelizar. Ambos fueron ejemplo de humildad y obediencia.
Luego en el transcurso del capítulo general de Lyon, el 19 de mayo de
1274 Jerónimo fue designado ministro general de la Orden. El último
había sido san Buenaventura, pero el Seráfico Doctor desde 1273 asumía
la dignidad de cardenal. Murió el 17 de julio de ese año 1274. Una vez
que Jerónimo tomó posesión de su nuevo oficio autorizó la partida de
Conrado a tierras africanas, concretamente a Libia. Fue el primer
misionero de Cirenaica.
En esa época Francia quería invadir España y el papa Nicolás III
intervino para impedirlo a través de Masci, asignándole como compañero
de tan compleja misión a Conrado. Logrado este propósito, regresaron a
Roma donde Masci fue nombrado cardenal en 1278. El beato pasó dos años
en Roma, y después fue enviado a París donde impartió teología en su
universidad. Pero cuando Jerónimo fue elegido pontífice en 1288
sucediendo a Honorio IV, lo reclamó de nuevo. Tuvo en cuenta su
autorizado juicio y estaba seguro de que sería un excelente consejero.
La vida de Conrado, celoso e incansable apóstol de Cristo, había estado
marcada por la humildad y la penitencia. Se le veía revestido de un
áspero hábito, caminaba con los pies descalzos, descansaba solamente
unas pocas horas en una rígida tabla, ayunaba a pan y agua cuatro de los
siete días de la semana, y alentaba a todos a la conversión. Tenía una
gran devoción por la Santísima Trinidad y la Pasión de Cristo. Fue un
aspirante al martirio y siempre quiso unir sus sufrimientos a los del
Redentor. Fue agraciado con el don de milagros y el de profecía. Entre
la gente había cundido la idea, fraguada en lo que veían, de que se
hallaban ante un santo.
Nicolás IV sabía que era un religioso de singular valía, y pensó
designarlo cardenal. Cuando este deseo llegó a oídos de Conrado, que se
sentía llamado a encarnar el espíritu de anonadamiento, experimentó un
hondo sentimiento de desagrado. Pero se dispuso a obedecer. Es lo que
había hecho Jerónimo cuando fue elegido para desempeñar las altas
misiones que le encomendaron: asumir su contrariedad y abrazarse a la
cruz. Llegado el momento de la despedida de los fieles, las palabras que
pronunció Conrado en la predicación no eran más que el signo de lo que
anidaba en su corazón. Glosó maravillosamente las virtudes cristianas,
ensalzando de forma especial el valor de la vida oculta en Cristo.
En esos momentos su salud estaba ya muy debilitada. Por eso, un
viaje, que entonces era extenuante, le afectó sobremanera. Y yendo
camino de Roma no le quedó más remedio que detenerse en Ascoli para gozo
de todos, como él mismo pudo comprobar a través de las muestras de
afecto que le dispensaron. Le quedaba únicamente un mes de vida.
Hallándose en su ciudad natal, cayó enfermo. Sabía que se encontraba a
punto de entregar su alma a Dios porque le fue dado a conocer de
antemano el día y hora de su deceso. Pudo prepararse para ese momento
tan anhelado, y el día 19 de abril de 1289 ingresó en el cielo. La
noticia produjo una especial consternación porque ya era aclamado por su
fama de virtud. Su hermano, compañero y amigo, pontífice Nicolás IV, no
ocultó su dolor develando que, efectivamente, había pensado nombrar
cardenal a este entrañable y fiel religioso. Después, profundamente
conmovido mandó erigir un mausoleo sobre la sepultura en San Lorenzo
alle Piagge de Ascoli Piceno. El 28 de mayo de 1371 los restos de
Conrado fueron depositados en la iglesia de San Francisco en la misma
ciudad. Pío VI determinó concederle Oficio y Misa en su honor el 30 de
agosto de 1783.
in
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