Les expresa gratitud, les pide discernimiento y espíritu renovado bajo el lema Todo a Jesús por María
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 20 Abr. 2017).- El Santo Padre
Francisco ha enviado el 10 de abril pasado, una carta al
Superior General de los Hermanos Maristas, Emili Turú Rofes, con motivo
del bicentenario de la fundación de la Congregación, la cual ha sido
difundida hoy por el Vaticano.
La gratitud es el primer sentimiento que brota del corazón para valorar las obras grandes que Dios ha hecho a través de ustedes con ese espíritu de hermandad a
lo largo y ancho de los cinco continentes formando a los jóvenes como
buenos cristianos, les indica el Papa. Les pide también realizar un discernimiento del momento presente y caminar con espíritu renovado no en una ruta diferente, sino vivificada en el Espíritu siguiendo el lema «Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús».
A continuación el texto completo.
Mensaje del Santo Padre
Al hermano Emili Turú Rofes
Superior General de los Hermanos Maristas
Superior General de los Hermanos Maristas
Querido hermano:
Me es grato saludarlo y a través suyo a toda la familia Marista, con
motivo del bicentenario de la fundación de su Congregación, durante el
cual celebrarán el XXII Capítulo general que tendrá lugar en Colombia.
Han deseado preparar esta efeméride bajo el lema «un nuevo comienzo», en
el que está sintetizado todo un programa de renovación que supone mirar
con agradecimiento el pasado, discernir el presente y abrirse con
esperanza al futuro.
La gratitud es el primer sentimiento que brota del corazón. Se
necesita esta actitud de reconocimiento para valorar las obras grandes
que Dios ha hecho a través de ustedes. Así mismo, dar gracias nos hace
bien; nos ayuda a reconocernos pequeños ante los ojos del Señor y
deudores de una tradición que nos ha sido dada sin haber hecho nada por
nuestra parte. Ustedes pertenecen a una gran familia rica de testigos
que han sabido donar sus vidas por amor a Dios y al prójimo con ese espíritu de hermandad que caracteriza a la Congregación y que convierte al otro en «hermano muy querido para mí» (Flm
16). Estos dos siglos de existencia se han transformado a su vez en una
gran historia de entrega en favor de niños y jóvenes, que han acogido a
lo largo y ancho de los cinco continentes y los han formado para que
fueran buenos ciudadanos y, sobre todo, buenos cristianos. Estas obras
de bien son expresión de la bondad y misericordia de Dios que, a pesar
de nuestras limitaciones y torpezas, jamás se olvida de sus hijos.
Sin embargo no basta contemplar el pasado, sino que es necesario realizar un discernimiento
del momento presente. Es justo que se examinen y es bueno que lo hagan a
la luz del Espíritu. Discernir es reconocer con objetividad y caridad
el estado actual, confrontándolo con el espíritu fundacional. San
Marcelino Champagnat fue un innovador para su tiempo en el ámbito
educativo y de la formación. Él mismo experimentó la necesidad del amor
para poder sacar a relucir las potencialidades que cada chico lleva
escondidas dentro de sí. Su santo Fundador decía: «La educación es para
el niño lo que el cultivo es para el campo. Por muy bueno que este sea,
si se deja de arar, no produce más que zarzas y malas hierbas». La tarea
del educador es de entrega constante y tiene una carga de sacrificio;
sin embargo la educación es cosa del corazón, esto la hace
diferente y sublime. Estar llamados a cultivar exige antes que nada
cultivarse ustedes mismos. El religioso-educador tiene que cuidar su
campo interior, sus reservas humanas y espirituales, para poder salir a
sembrar y cuidar el terreno que le han confiado. Deben ser conscientes
que el terreno que trabajan y moldean es «sagrado», viendo en él el amor
y la impronta de Dios. Con esta dedicación y esfuerzo, fieles a la
misión recibida, contribuirán a la obra de Dios, que los llama a ser
sencillos instrumentos en sus manos.
Finalmente, los animo a que se abran con esperanza al futuro, caminando con espíritu renovado;
no es una ruta diferente, sino vivificada en el Espíritu. La sociedad
de hoy necesita personas sólidas en sus principios que puedan construir
un mundo mejor para todos y dar testimonio de lo que creen. El lema de
su Instituto religioso es ya todo un proyecto de vida: «Todo a Jesús por
María, todo a María para Jesús». Es confiar en María y dejarse guiar
por ella en su humildad y servicio, en su prontitud y entrega
silenciosa; son actitudes que el buen religioso y educador tienen que
transmitir con su ejemplo. Los jóvenes reconocerán en su modo de ser y
actuar que hay algo de extraordinario y comprenderán que merece la pena
no sólo aprender estos valores, sino sobre todo interiorizarlos e
imitarlos. María los acompañará en este propósito y, junto a ella,
ratificarán su vocación, contribuyendo a crear una nueva humanidad,
donde el vulnerable y el descartado sean valorados y amados. Este futuro
que desean y por el que sueñan no es una ilusión, sino que se construye
desde hoy, diciendo «sí» a la voluntad de Dios en la certeza que él,
como Padre bueno, no defraudará nuestra esperanza.
Agradezco al Señor y a María, Nuestra Buena Madre —como a san
Marcelino le gustaba llamarla—, la presencia en la Iglesia de su
vocación y servicio, y pido para ustedes el don del Espíritu Santo para
que, movidos por él, lleven a los niños y jóvenes, como también a todos
los necesitados, la cercanía y la ternura de Dios.
Vaticano, 10 de abril de 2017
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