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quinta-feira, 24 de janeiro de 2019

Un profesor de economía cuenta cómo el cáncer y un convento carmelita recentraron su vida

Carmelo Ferlito se enfrentó de golpe a la cercanía de la muerte


El cáncer de Carmelo Ferlito fue para él una gracia que le centró en Dios, en su familia y en la consideración de una realidad que tenía olvidada: la muerte




Carmelo Ferlito es un economista italiano, nacido en 1978, que vive en Malasia comoprofesor de historia del pensamiento económico y teoría microeconómica en el INTI International College, en Subang Jaya (cerca de Kuala Lumpur), y forma parte del think tank libertario IDEAS (Institute for Democracy and Economic Affairs).
En 2016 publicó Hermeneutics of capital, una aplicación de las ideas de la escuela austriaca de economía al concepto de capital y su relación con el ser humano. Poco después su vida se vería asaltada por una enfermedad que, aun rechazándola, no duda en calificar como su "amiga" porque le descubrió las cosas importantes que estaba descuidando. Él mismo detalla ese proceso en Tempi:
Mi complicada amistad con el cáncer
por Carmelo Ferlito
Queridos amigos de Tempi, me gustaría compartir con vosotros algunos pensamientos acerca del cáncer. Cuanto más se extiende la enfermedad y, paralelamente, la medicina prosigue su camino de conocimiento y de curas, más asistimos a comentarios y debates, con  tomas de posición que nos hacen discutir. Me parece que este ha sido el caso, en 2018, del libro-testimonio de una famosa presentadora de televisión, con la cual no tengo familiaridad, dado que vivo en Malasia desde hace bastante tiempo.
No es esta la sede para entrar en el mérito de esas polémicas; en el fondo, la experiencia del cáncer es tan íntima y personal que cada juicio sobre las reacciones subjetivas parece estar fuera de lugar. En este sentido creo que para nosotros, pacientes (es el momento de decirlo…) con cáncer, la enfermedad se configura como una gracia enorme porque nos obliga a hacer frente a la inevitabilidad de la muerte; una posición que, en el fondo, tendría que distinguir la humanidad de cada uno, pero que en el caso de una enfermedad grave nos recuerda el horizonte cotidiano más de cuanto nos ocurre en circunstancias "normales".
Permitidme compartir mi camino de enfermo de cáncer, que comenzó en septiembre de 2016, cuando me diagnosticaron cáncer en cuarto grado, originado en el colon, y que se extendió al hígado con forma de metástasis. Hoy, después de casi dos años y medio, oigo decir que mi primer impacto con este recorrido fue verdaderamente ingenuo, si no directamente equivocado.
En resumen, que en mi horizonte de persona muy ocupada en muchos frentes, este se convirtió simplemente en otro frente de batalla, otro asunto que tenía  que resolver; aburrido, cierto; impactante, seguro; pero, de hecho, nada más que otro asunto sobre la mesa. Volví a Italia para someterme a una primera cirugía, que reveló las metástasis que no se habían visto en la resonancia, después la quimioterapia; en febrero de 2017 otra operación (para entonces medio hígado se había ido y, con él, el placer del vino).
En la primavera de 2017 declararon que estaba "limpio" y volví a Malasia, para completar algunos ciclos de quimioterapia preventiva.
Gracias a un compañero, descubrí la existencia de un convento de carmelitas de clausura en Seremban, a unos 80 kilómetros de donde yo vivo, en Subang Jaya, y empecé a ir y a rezar con cierta regularidad. Este detalle, sin embargo, se revelará decisivo posteriormente.
Las carmelitas de Seremban, en misa conventual.
En agosto de 2017 confirmaron la ausencia de "lesiones" (nombre técnico para los tumores). Y, así, volví a mi vida ocupada, a viajar por Asia por trabajo, a mis intereses científicos. Intentaba no exagerar, por prudencia, pero en el fondo el cáncer no me había cambiado mucho; sólo me había obligado a descansar más de lo que estaba acostumbrado.
Pero, al final, fue sólo un paréntesis. Los controles médicos prosiguieron sin problemas hasta abril de 2018, cuando una nueva pequeña "lesión" en el hígado me hizo una visita. Tuve claro, entonces, que mi vida no podía continuar como antes y mi empresa decidió darme un trabajo a tiempo parcial, sin viajes, para poder ocuparme mejor de mis problemas médicos.
Al principio estaba muy enfadado, pensaba que esa solución habría desestabilizado la solidez financiera de mi familia, quería buscar otro empleo, precisamente en el periodo en el que me sometieron, en poco más de un mes, a tres intervenciones, dos ablaciones por catéter y una pequeña cirugía, para después iniciar de nuevo el recorrido de la quimioterapia. 
Mi padre decidió venir a estar conmigo en Malasia durante un tiempo, para acompañarse durante los primeros meses de terapia. Así, el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, le pedí que me acompañara al convento de Seremban para la misa especial.
Me quedé muy impresionado al ver que en la misa había unas 200 personas, en un país islámico, en una ciudad que ciertamente no es de las más grandes de Malasia, en un día normal de trabajo. Un sacerdote vino expresamente desde Kupang, en el Timor indonesio, para celebrar la misa. No me gustaría parecer espiritual, os aseguro que no va con mi carácter serlo, pero ese sacramento, de una manera misteriosa, marcó en mí el encuentro que ha cambiado mi relación con el cáncer, transformándolo en una "amistad"; una amistad "atribulada", hecha también de confrontaciones, pero una amistad con la cual, como con todas, una parte de mí tiene que lidiar, inevitablemente, todos los días. Desde luego, no es otro asunto que tengo que resolver.
El primer cambio fue darme cuenta de los milagros que mi enfermedad estaba generandoy, sobre todo, el verdadero ejército de personas que rezaba, incluso no creyentes o creyentes de otros credos.
Personas con las que había tenido relaciones de trabajo revelaron ser verdaderos amigos.
Recibí una conmovedora visita desde Pakistán y un amigo vino a propósito desde Indonesia para rezar juntos.
Sin embargo, el cambio más hermoso y verdadero fue, para mí, darme cuenta de que la enfermedad tiene un sentido. No sólo porque despierta la relación, necesaria, con el Destino último, sino también, y sobre todo, porque empecé a darme cuenta de cómo los cambios en mi vida, que la enfermedad seguía exigiéndome, eran en realidad gracias maravillosas.
Hoy estoy encantado de trabajar sólo part-time: gano menos, pero tengo la posibilidad de vivir de verdad con mi familia, después de haber pasado años en los aeropuertos de Asia. Y, concretamente, puedo dedicarme, por fin, a mi gran pasión, la investigación científica. A lo largo de los años, en mis oraciones, le he pedido al Señor con insistencia que me diera la ocasión de tener más tiempo para estudiar y, de manera absolutamente inesperada, esta ocasión ha llegado.
Cuanto más insistía en visitar el Carmelo de Seremban, más cambiaba el horizonte de las cosas. Mi situación concreta no, desde un cierto punto de vista. Superado el obstáculo pasado, no puedo excluir que la enfermedad vuelva, más pronto o más tarde. Obviamente, mi deseo es que no vuelva, pero quiero, sobre todo, que permanezca el sentido de "paz con el Destino" que ha prevalecido en los últimos meses: no el cáncer como un desafío, como un asunto que hay que resolver, como mala suerte, sino como un acontecimiento que puede alterar, de manera positiva, la relación con el Destino.
He empezado a trabajar con mayor paz, a vivir la familia como una parte de mí y no como un apéndice del esfuerzo de cada día.
Sobre todo ha prevalecido un sentimiento de paz que me ha llevado a sanar también conflictos que estaban abiertos desde hacía años.
Me gustaría que quedara claro que este cambio en las relaciones y en el modo de  hacer las cosas no ha sido una especie de decisión que parte de unas consecuencias. Como si hubiera dicho: me queda poco tiempo, por lo tanto mejor que viva bien.
No se ha tratado de una sabiduría sacada de las mejores frases de Osho. Ha sido un hecho milagroso que ha sucedido gracias a la frecuentación asidua del Carmelo de Seremban.
¿Se han resuelto mis problemas? No. Pero ahora tienen un significado. Si miro a los grandes cambios que el cáncer ha traído a mi vida -relacionados, sobre todo, con el modo de vivir las cosas y, en especial, las relaciones con la familia y en el trabajo, pero también la posibilidad concreta, gracias a la enfermedad, de poder dedicarme a mis estudios-, entonces de verdad no dudo en juzgar el cáncer como una Gracia, un abrazo misericordioso que acoge mi dignidad y le da un sentido.
Traducción del italiano de Elena Faccia Serrano


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