«Gran taumaturgo y apóstol, impulsor de la Congregación eremítica
paolana de San Francisco de Asís. Cuando la fama de sus prodigios llegó a
oídos del monarca francés Luís XI, reclamó la presencia del santo a
través del papa Sixto IV»
(ZENIT – Madrid).- Cuando nació el 27 de marzo de 1416 en Paula,
Cosenza, Italia, sus progenitores Giacomo D’Alessio y Vienna de Fuscaldo
tenían una edad respetable. Tras dieciséis años sin descendencia la
viabilidad de una paternidad prácticamente se había esfumado para ellos.
Habían rogado la mediación de san Francisco de Asís y le atribuyeron
esta nueva vida. Por eso, impusieron su nombre al recién nacido. Poco
después, ante una grave enfermedad ocular que se le presentó,
prometieron al santo que si sanaba vestiría el hábito franciscano, y al
verle curado mantuvieron su promesa.
Francisco era un adolescente cuando ingresó en el convento de San
Marco Argentano de Cosenza tal como sus padres habían previsto a través
de un voto que le comprometía durante un año. En ese tiempo con su
ejemplar conducta puso de manifiesto que la inspirada decisión tomada
por ellos de vincularlo a la vida religiosa, cuando él no tenía edad de
elegir, la compartía plenamente; no era algo impuesto. Joven orante y
entregado, acogía con edificante disposición las humildes tareas que le
encomendaron, y ya comenzaba a ser agraciado con favores celestiales.
Pasado el tiempo inicialmente acordado para su estancia en el convento,
dejó a los religiosos. Abandonar el claustro, en su caso, no significaba
dar la espalda a una consagración. Latía en el fondo de su corazón un
anhelo tal de entrega que todas las opciones que se le ofrecían es como
si se le quedaran cortas. Se sentía poderosamente alentado a conquistar
más altas cotas.
Sus padres le acompañaron en peregrinación por varios eremitorios de
distintos lugares. Roma, Loreto, Montecasino –núcleo emblemático de la
vida cenobítica– centros que entonces recorrió, así como otros grupos de
anacoretas establecidos en el enclave privilegiado de Monte Luco, a los
que también visitó, dan fe del estado de búsqueda que le animaba. Tenía
claro lo que perseguía. Por eso no tuvo reparos en exponer su malestar y
confusión al ver en una vía romana las ricas vestimentas de un
cardenal. Sin contenerse, espetó: «Nuestro Señor no iba de esta manera».
Este viaje no fue en vano. Al regresar a Paula se había decantado por
la vida monástica. Sus padres le ayudaban en el camino de
discernimiento. Y en 1435, en unos terrenos que pusieron a su
disposición a las afueras de la ciudad, inició una vía de oración,
penitencia y mortificaciones. Apenas había rebasado la adolescencia y la
severa austeridad que caracterizaba su vida comenzó a atraer el interés
de otros nuevos aspirantes que se unieron a él. Unos años más tarde,
monseñor Pirro Caracciolo, arzobispo de Cosenza, sabedor del núcleo
monástico que Francisco había impulsado, les dio su bendición y les dotó
de un oratorio. La fama de virtud del santo traspasó los confines de
Paula y se hizo notar en todo Nápoles. Enterado Pablo II de la misión
que llevaba a cabo no dudó en ayudarle directa e indirectamente,
concediendo indulgencias a los que contribuían económicamente para la
construcción de la iglesia. El 17 de mayo de 1474 la «Congregación
eremítica paolana de San Francisco de Asís» obtuvo la aprobación
pontificia. En muchos lugares anhelaban la presencia de estos religiosos
y demandaban la apertura de nuevas fundaciones. Los nacientes
eremitorios, sustentados por las limosnas, comenzaron a surgir por
doquier.
El único deseo de Francisco era cumplir la voluntad de Dios y junto a
la oración extremaba sus disciplinas. Por lo demás, no había prebendas
para nadie. Fuesen pobres o ricos, nobles o plebeyos, a todos los
trataba sin acepción, manteniendo viva la profunda religiosidad y fe de
su entorno que cautivó a numerosos peregrinos. Los pobres, en
particular, tuvieron en él a un acérrimo partidario de sus causas.
Alzando su voz les defendía frente a los poderosos. Fue un gran
taumaturgo. Se ocupó de enseñar a quienes acudían pidiendo su amparo que
la clave de todo milagro es la fe. Es el único requisito que Cristo
exige. Al respecto, se destaca el caso del joven que tenía una llaga
abierta en un brazo, herida que no se cerró pese a haber visitado a
distintos médicos. Su madre le sugirió ir en busca del santo, quien al
verle simplemente le entregó una hierba que segó al paso, y le indicó
que se la aplicase después de hervirla. El joven la conocía por tratarse
de una especie común que crecía en su entorno. Incrédulo, quiso saber
cómo era posible que tal arbusto hiciera el milagro. Francisco
respondió: «Es la fe la que hace milagros».
Tantos fueron sus prodigios y tan renombrados que su eco llegó a
Francia. Allí se encontraba postrado en su lecho de muerte el rey Luís
XI, quien rogó a Sixto IV que le enviase a Francisco. El pontífice,
seguramente constreñido por intereses diplomáticos, accedió. Pero aquél
se hizo rogar varios meses y solamente partió cuando el papa se lo
impuso. No era una situación grata. La clara vocación a la vida austera
que abrazaba desde hacía varias décadas se contraponía a la de palacio,
pero siempre antepuso el bien ajeno al suyo y se volcó en esa nueva
misión. Su presencia no deparó la curación al monarca, pero le
reconcilió con Dios y murió aceptando su voluntad. Antes le había
encomendado la dirección espiritual de su hijo y sucesor Carlos VIII.
Además, las relaciones entre el papado, Francia y los reinos de España,
Bohemia y Nápoles salieron beneficiados con el generoso gesto del santo.
Permaneció en el país galo durante veinticinco años, siendo aclamado
por todos. Le precedía su fama de hombre penitente y austero. Su estilo
de vida eremítico fue seguido por miembros de otras familias religiosas.
Benedictinos y franciscanos, entre otros, se unieron a él. Así surgió
la Orden de los Mínimos en Calabria, y luego la creación de la Tercera
Orden seglar, a la que después se unió la de las monjas. Murió a los 91
años, el 2 de abril de 1507 en la localidad francesa de
Plessis-les-Tours. León X lo beatificó el 7 de julio de 1513. Él mismo
lo canonizó el 1 de mayo de 1519.
in
Sem comentários:
Enviar um comentário