La predicación estuvo a cargo del sacerdote capuchino, Raniero Cantalamessa
El Papa en el Viernes Santo, en la basílica de San Pedro, en la liturgia de 2017 |
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 14 Abr. 2017).- Pocos minutos antes de
las 17 horas de Roma, el santo padre Francisco entró en procesión en la
basílica de San Pedro. En este día de luto en el que se conmemora la
pasión y muerte del Señor, no tocaron las campanas y ni a su ingreso
cantó el coro.
En medio del silencio que reinaba en la basílica, el Papa que vestía
paramentos rojos y tiara blanca se postró sobre un tapete y almohadón
ubicado delante del altar central, el del baldaquino del Bernini, debajo
del cual está la tumba del apóstol Pedro. El Pontífice a continuación
se puso de pié y se dirigió a su asiento ubicado en el lado izquierdo de
la nave central.
Inició entonces la liturgia de la Palabra intercalada con algunos
cantos interpretados por el Coro pontificio de la Capilla Sixtina que
participó también en la lectura de la Pasión según el Evangelio de san
Juan, el único apóstol que estuvo al pie de la Cruz con María y las
santas mujeres, narración proclamada en latín por tres cantores.
La homilía la realizó el sacerdote capuchino, padre Raniero
Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia quien señaló que a pesar
de las muertes registradas todos los días por la crónica, después de dos
mil años, la de Jesús se sigue recordando porque ha cambiado el sentido
de la muerte.
Señaló que la cruz, en la sociedad líquida en la que vivimos,
representa “un punto fijo, un «No» definitivo e irreversible de Dios a
la violencia, a la injusticia, al odio, a la mentira, a todo lo que
llamamos «el mal»; y, al mismo tiempo, es el «Sí», igualmente
irreversible, al amor, a la verdad, al bien. «No» al pecado, «Sí» al
pecador. Es lo que Jesús ha practicado durante toda su vida y que ahora
consagra definitivamente con su muerte”, dijo.
Y el predicador exhortó a la esperanza porque encima «está la cruz de
Cristo», “Salve, oh cruz, esperanza única del mundo”. Porque “el
corazón de carne, prometido por Dios en los profetas –concluyó el
sacerdote capuchino– está ya presente en el mundo: es el Corazón de
Cristo traspasado en la cruz, lo que veneramos como «el Sagrado
Corazón»”. E invitó: a decir mirando la cruz desde lo profundo del
corazón, como el publicano en el templo: «¡Oh, Dios, ten piedad de mí,
pecador!», y así también nosotros, como él, volveremos a casa
«justificados»”.
Concluida la meditación, se guardaron algunos instantes de silencio y
el Papa realizó la oración universal, propia del Viernes Santo.
Le siguió la adoración de la Santa Cruz, traída desde el fondo de la
basílica, mientras un miembro de la Sixtina cantó tres veces: “Ecce lignum”. Después del Venite Adoremus, todos se arrodillaron para la adoración silenciosa.
Solamente cuando el diácono y los dos acólitos se detuvieron por
tercera vez delante de la estatua de San Pedro, el Pontífice bajó los
escalones para adorar la cruz y la presentó en silencio para que todos
los fieles la adoraran. Pasaron así, delante del crucifijo negro con un
cristo de marfil, los cardenales primero y después el resto de la
asamblea.
La ceremonia concluyó con la comunión.
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