«Prontamente beatificado y canonizado, la vida de este papa polaco
es impactante. Su fortaleza y carisma, su forma de apurar el caliz
mostrando el valor cristiano del sufrimiento sigue grabada en la retina
de todos»
Canonización de san Juan Pablo II y de Juan XXIII (Foto ZENIT cc) |
(ZENIT – Madrid9.- Karol Józef Wojtyła, aclamado
pontífice Juan Pablo II, conmovió al mundo durante casi tres décadas del
siglo XX. Sus gestos de bondad, la capacidad para llegar al corazón de
creyentes y no creyentes, sus dotes de comunicador, los incesantes
viajes apostólicos en los que no cesó de transmitir el amor de Dios,
como hizo con su ingente obra, sedujeron a millones de jóvenes y
adultos. El dolor humano, con su carácter de esencial ofrenda a Cristo,
ha tenido en él uno de sus insignes valedores. Al ver los estragos del
sufrimiento en su persona, todo el planeta pudo constatar la grandeza
del mismo cuando se asume como él lo hizo. Así coronó su vida de entrega
entrado el siglo XXI, siendo faro para todos los que sufren.
Nació en Wadowice, Cracovia, el 18 de mayo de
1920. Fue el menor de tres hermanos, aunque Olga apenas sobrevivió.
Perdió a su madre a los 9 años y poco después a Edmund, el primogénito,
un médico que se contagió en el ejercicio de su profesión. Sus padres
dejaron en Karol fuertemente arraigada la semilla de la fe católica.
Brillante en sus estudios, con una mente privilegiada, cursó filosofía
en la universidad Jagellónica de Cracovia. Al mismo tiempo se vinculó a
un círculo teatral. En esa época obtuvo varios galardones como jugador
de ajedrez. En 1939, durante la invasión nazi, fue peón en una cantera y
obrero en una fábrica química. Era un líder nato, joven atractivo, de
carismática personalidad y singular magnetismo para atraer a la gente.
Gozaba del respeto y admiración de sus compañeros, católicos idealistas y
entusiastas, que conformaron el grupo Unia y que defendían a los más
débiles. En 1941, en plena ocupación alemana, falleció su padre, oficial
del ejército polaco.
La Gestapo iba tras él, y se recluyó en una
buhardilla. Un sastre le dio a conocer a san Juan de la Cruz y se
entusiasmó. En esa época se sintió llamado al sacerdocio. Tuvo que
formarse en el seminario clandestino de Cracovia hasta que el arzobispo,
cardenal Stefan Sapieha, acogió al grupo de aspirantes en su palacio.
Ordenado sacerdote en noviembre de 1946, él lo envió a Roma. Estudió en
el Angellicum doctorándose en teología con una tesis sobre su estimado
santo y reformador carmelita español. En Polonia fue vicario parroquial,
capellán universitario y profesor de teología moral y de ética en el
seminario y en las universidades Jagellónica y de Lublin; era afín al pensamiento de
Scheler, sobre el que hizo su tesis. En 1958 Pío XII lo designó obispo
auxiliar de Cracovia. En 1962 participó en el Concilio Vaticano II,
donde sus intervenciones sobre el ateísmo y la libertad religiosa no
pasaron desapercibidas. Pablo VI lo nombró cardenal en 1967. Al fallecer
Juan Pablo I, tras su fugaz asunción de la Cátedra de Pedro, fue
elegido para sucederle; tomó el nombre de este antecesor.
A partir de entonces, este polaco, primero en
ostentar la altísima misión como Vicario de Cristo en la tierra, inició
un pontificado excepcional. Enamorado de la Eucaristía y devoto de
María, supo llegar al corazón de todos con independencia de razas,
credos, edades, profesiones… Fue un atleta de Cristo, sacerdote y obispo
ejemplar, un gran Pastor. También filósofo y teólogo destacado,
defensor de la moral y de los derechos humanos, de la cultura de la
vida, amante de la paz y de la justicia, papa de los jóvenes y de las
familias, adalid de los derechos del no nacido, de los ancianos y de los
enfermos. Apóstol de la reconciliación que supo aglutinar a credos
diversos en Asís abriendo una vía ecuménica del diálogo interreligioso
de un valor incalculable. El papa viajero que recorrió el mundo una y
otra vez abrazando y bendiciendo a todos. En su pontificado se
registró la caída de la cortina de hierro y el desmoronamiento del
imperio soviético, lo que es atribuido por muchos estudiosos a la
presencia de un papa del este europeo.
El gravísimo atentado sufrido en mayo de 1981,
poco a poco fue minando su salud. Perdonó al agresor y siguió viviendo
alumbrado por Cristo y por María, que lo rescató de una muerte
prematura, pudiendo llevar a cabo de manera heroica su responsabilidad.
Afrontó magistralmente numerosos problemas y dificultades que se le
presentaron. Fue un hombre de oración que mostró siempre una imponente
fortaleza ante las adversidades. Los últimos años de su vida no ocultó
al mundo su deterioro físico; se mantuvo al frente de la Sede de Pedro
dando ejemplo de su inalterable fidelidad a Cristo y a la Iglesia.
Catorce encíclicas, once constituciones
apostólicas y 1060 audiencias públicas celebradas dan prueba del alcance
de su entrega y ardor apostólico. En uno de sus mensajes recordó: «La
vocación del cristiano es la santidad, en todo momento de la vida. En la
primavera de la juventud, en la plenitud del verano de la edad madura, y
después también en el otoño y en el invierno de la vejez, y por último,
en la hora de la muerte». Él lo cumplió con creces. Si se
pudiera hablar en términos numéricos sería uno de los pocos pontífices
que ostentó uno de los records más altos. Y no solo por los casi
veintisiete años de duración de su pontificado, el tercero más largo de
la historia. También por la muchedumbre que le siguió en directo y en
diferido multiplicando sus palabras y gestos gracias a los diversos
medios de comunicación. Ellos mostraron el dolor que produjo su muerte acaecida el 2 de abril de 2005, y el impresionante gentío que se dio cita en su duelo.
Hay que dejar atrás los detractores que tuvo y sigue teniendo, que
también han perseguido a otros integrantes de la vida santa, como se ha
recordado aquí para otras biografías; ahí está la reciente de Teresa de
Calcuta. Es inútil que traten de silenciar con absurdo griterío el eco
de las obras de los grandes hijos de Dios. Él es su valedor; no se le
puede acallar. Habla a través de los santos aunque pasen los siglos; lo
vemos en esta sección de ZENIT todos los días. La realidad es que por
sus muchas virtudes Juan Pablo II fue beatificado por
Benedicto XVI el 1 de mayo de 2011. Francisco lo canonizó junto a Juan
XXIII el 27 de abril de 2014, fiesta de la Divina Misericordia que este
gran polaco instituyó.
in
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