«Fundador los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de
María. Hombre de la caridad, apóstol de la Palabra y de la confesión.
Entre otras obras, erigió una iglesia en su localidad natal dedicada a
la Virgen Dolorosa»
San Gaetano Errico (Wiki commons) |
(ZENIT – Madrid).- Nació en Secondigliano, Italia, el 19 de
octubre de 1791. Fue el tercero de los nueve hijos de Pasquale, un
modesto industrial de pastas alimenticias, y de la tejedora María
Marseglia. Ambos lo educaron en la fe, pero María, mujer de gran
caridad, se dedicó a ello de forma singular. La asistencia a misa, las
oraciones y piedad por Jesús y María formaban parte de su catequesis. Y
surtió efecto. El pequeño Gaetano oraba con devoción ante el Santísimo;
le agradaba colaborar en la parroquia. Un día contempló asombrado el
brío de aquél virtuoso redentorista que impartía la misión en el pueblo,
el padre Rispoli. María lo había conducido ante su presencia para que
lo bendijese, como hacían otras madres con sus hijos. El religioso,
fijando sus ojos en él, vaticinó: «Este niño será sacerdote, un gran
predicador, se distinguirá por su santidad y realizará una obra en
Secondigliano». Ahí quedó la profecía que se cumpliría de forma cabal.
Cuando el muchacho tenía 14 años, aspirando a la
consagración, probó suerte con los capuchinos, pero no le acogieron. En
el pueblo era conocido y estimado por su diligencia, generosidad, la
aplicación que mostraba como estudiante y su capacidad de sacrificio.
Tenía 16 años cuando, siguiendo el consejo de su confesor, padre Michelangelo
Vitagliano, que nunca dejó de dirigirle espiritualmente, ingresó en el
seminario diocesano. Pero no se había olvidado de los redentoristas, y
unos meses más tarde, cuando volvieron para realizar otra misión,
intentó vincularse a ellos, aunque tampoco lo logró. Dios
tenía para él otros planes. Así que siguió adelante, formándose. Tuvo
que hacer un esfuerzo ímprobo para cursar estudios, ya que su familia no
tenía recursos para costearlos en régimen de internado. Debía caminar 8
km. diarios, que muchas veces a causa de las inclemencias
meteorológicas revestían especial dureza. Esa proeza no pasaba
desapercibida para los vecinos que veían admirados el ejemplar tesón del
muchacho.
Junto a su interés por aprender, afán que saldó con
formidable provecho, era solícito en las labores domésticas, solía
asistir a misa y recibir la comunión. Además, visitaba a los enfermos
del hospital de Incurables de Nápoles llevándoles obsequios que adquiría
con sus pequeños ahorros. Ya entonces iba por las calles de la ciudad,
crucifijo en mano, animando a los niños a participar en la catequesis.
Fue ordenado sacerdote en 1815 en la catedral de Nápoles por el cardenal
Ruffo Stilla. Enseguida le encomendaron la misión de maestro comunal
que desempeñó en su localidad natal (en la que siempre permaneció)
durante casi veinte años de su vida. La simultaneó con el ejercicio
pastoral en la parroquia de San Cosme y San Damián donde había sido
bautizado, confesando, predicando y asistiendo material y
espiritualmente a los enfermos. Era un hombre de intensa oración.
Cumplía la máxima de «consumir las rodillas en la oración y… también en
el suelo». Hasta se han señalado en el pavimento de su habitación dos
huellas –«pocitos»– generados por sus rodillas. Severo en sus
penitencias, incluía ayunos, cilicios y disciplinas varias;
frecuentemente solía dormir en el suelo. Las gentes le veían desvivirse
por ellas, y al verle pasar le aclamaban como santo.
Uno de los lugares que frecuentaba a menudo era la casa
de los redentoristas, en Pagani (Salerno). Cada año reservaba unos días
para hacer ejercicios allí. Y en 1818, rezando en el coro del convento,
se le apareció san Alfonso comunicándole en nombre de Dios que debía
fundar una Congregación religiosa. La prueba sería la construcción de
una iglesia en su pueblo, dedicada a la Virgen Dolorosa. La noticia tuvo
repercusiones opuestas en Secondigliano. Aunque fue acogida con agrado
por la mayoría de la población, hubo también ciudadanos que mostraron su
intransigencia. Gaetano zanjaba la controversia, diciendo: «La Iglesia
se hará, porque es Dios quien la quiere». Y efectivamente, después de
haber sufrido por las férreas oposiciones que recibió, y superadas
virtuosamente las pruebas que tuvo que afrontar para convencer a las
autoridades eclesiásticas de la autenticidad de la misión que le había
sido encomendada, el templo fue bendecido el 9 de diciembre de 1830. La
talla de madera de la Virgen Dolorosa, obra del escultor napolitano
Francesco Verzella, a quien el padre Errico se la encargó, finalmente y
después de mucho trabajo (diez u once intentos previos) reflejó el
rostro de María que el santo había contemplado en una visión: «¡Así era,
Ella es, Ella es!», exclamó al verla.
En otro momento de oración ante el Santísimo, también en Pagani, se
le manifestó que la Congregación que había de fundar sería «en honor de
los Sagrados Corazones de Jesús y de María». El primer postulante fue el
beato Nunzio Sulprizio, que, como se recordó en esta
sección de ZENIT al narrar su desgraciada vida, llegó a la Orden con el
sueño de consagrarse, aspiración que una muerte prematura le vetó. El
santo lo acogió diciendo que no le importaba que estuviese tan enfermo;
solamente quería que el primero en entrar en la fundación fuese un
santo, como así sucedió. Gaetano fue unánimemente elegido superior general de su obra.
Creó la «Pía Unión de los Santísimos Corazones» y el
«Culto Perpetuo al Santísimo Corazón». Defendió la fe luchando contra el
jansenismo y las sectas, aunque por ello fue agredido, y amenazado de
prisión y de muerte. Siempre atendiendo a los más débiles, se desgastó
por Cristo como insigne apóstol de los que nada poseen: ni techo, ni
cultura, ni consuelo. Trabajadores, presos, enfermos, etc., fueron el
objeto de su misericordia y piedad; a todos condujo al amor del Padre.
Fue un predicador excepcional. A lo largo de su vida recibió numerosos
dones, entre otros: bilocación, éxtasis y escrutinio del corazón. Murió
el 29 de octubre de 1860, dejando este legado: «Ámense mutuamente y sean
observantísimos de las Reglas». Juan Pablo II lo beatificó el 14 de
abril de 2002. Benedicto XVI lo canonizó el 12 de octubre de 2008.
in
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