«Dominico, recibió el hábito de manos de su fundador. Gran
pacificador y creador de la Milicia de Jesucristo. Mando erigir la
iglesia de la Santa Corona en Vicenza, donde se venera la espina de la
corona de Cristo»
(ZENIT – Madrid)-. Nació hacia el año 1200 en
la ciudad italiana de Vicenza. Integrante de la familia de los condes
de Bragança, fue formado en consonancia con su alcurnia. Estudió en
Padua y tuvo la fortuna de conocer en plena juventud a santo Domingo de
Guzmán, quien acababa de fundar en Vicenza. Tenía alrededor de 20 años
cuando él le impuso personalmente el hábito dominico. Después de haber
sido ordenado sacerdote, a Bartolomé le encomendaron sucesivas e
importantes misiones. Una de sus cualidades destacadas era la
predicación. Hábil y certero en sus argumentos, salía victorioso en su
lucha contra los herejes. Por eso, aunque inicialmente había impartido
Sagradas Escrituras, conociendo su inteligencia y virtud fue enviado a
diversos lugares.
Celoso defensor de la paz y artífice de
reconciliación, que ya había instaurado en zonas habitadas por la
discordia, como las regiones italianas de Lombardía y Emilia, aún dio un
paso más. Y en 1233, mientras predicaba junto al padre Juan de Vicenza
en Bolonia, fundó la Milicia de Jesucristo (conocida también como
«fratres gaudentes») con el objetivo de restaurar la paz y defender la
fe y libertad eclesiales. Inspirada en ella, hacia mediados de siglo un
grupo de laicos pertenecientes a la aristocracia, que procedían de las
ciudades de Parma, Bolonia, Reggio Emilia y Modena, ante la urgente
necesidad detectada de contrarrestar el empuje de movimientos como la
Congregación de los Devotos (flagelantes), revitalizaron la Milicia
retomándola con el nombre de Orden de los Caballeros de Santa María
Gloriosa. Fue confirmada por Urbano IV en 1261 a través de una bula, y
suprimida por Sixto V en 1559. En ella se integraron los miembros de la
Milicia. Es decir que Bartolomé fue artífice indirecto de esta Orden. Él
fue quien redactó los estatutos de esta fundación que fue aprobada por
Gregorio IX en 1234 y se escindió en torno a 1260. El beato fue maestro regente de teología y consejero de este pontífice.
En 1235, dos años después
de haber fundado la Milicia, el capítulo general de la Orden efectuado
en Bolonia lo designó Maestro del Sacro Palacio como sucesor de Domingo
de Guzmán. Fue prior en distintos conventos que dirigió con sabiduría y
prudencia. Al igual
que había hecho Gregorio IX, el papa Inocencio IV también contó con él,
eligiéndole para acompañarle como teólogo al Concilio de Lyon en 1245. En
1248, siendo en esos momentos confesor del rey san Luís IX de Francia,
este Santo Padre lo nombró obispo de Nicosia, Chipre, juzgando esencial
su presencia de hombre virtuoso allí, dado el conflicto existente en los
Santos Lugares. Precisamente en esa época, el monarca francés
encabezaba una expedición para combatir a los opositores de la fe en
defensa de Tierra Santa, y Bartolomé le visitó en Palestina. Regresó con
la invitación del rey para volver a verse en Francia.
En 1254 el pontífice Alejandro IV lo designó
prelado de Vicenza. Pero a causa de la persecución antirreligiosa
impulsada por el violento Ezzelino III da Romano –que lideraba el
movimiento gibelino pro imperial del norte de Italia, contrario al
papa–, no pudo asumir la misión plenamente ya que, por defender a los
aterrados ciudadanos frente a este sanguinario dictador, tuvo que dejar
la ciudad. A finales de ese año viajó a Inglaterra como legado
pontificio. Reinaba entonces Enrique III que tenía la sede en Aquitania,
y Bartolomé le acompañó a él y a la reina, en su viaje a París;
entonces visitaron al rey Luís. En el transcurso de este encuentro, el
santo monarca obsequió al beato con una preciadísima reliquia: una
espina de la corona del Salvador. En 1256 Alejandro IV volvió a
encomendarle la sede de Vicenza. Pero Ezzelino continuaba su particular
cruzada en contra de la Iglesia, y aunque Bartolomé se incorporó a la
diócesis, el jefe de los gibelinos le obligó a abandonarla. A finales de
1259 murió Ezzelino, y unos meses más tarde, entrado ya el año 1260,
pudo regresar a su sede.
Con redoblados bríos ejerció su misión
pastoral. Restituyó la paz en la región del Véneto, levantó las iglesias
que habían sido destruidas y confirmó a todos en la fe. En ese tiempo
mandó erigir la conocida iglesia de la Santa Corona, donde se venera la
espina de la corona de Cristo que le regaló el monarca francés. En medio
de tanto quehacer, Bartolomé escribió varios textos entre los cuales se
conservan Expositio Cantici Canticorum y De venatione divini amoris, que tiene como trasfondo el pensamiento del Pseudo-Dionisio. Tuvo
la gracia de participar en la segunda traslación de los restos de santo
Domingo, que se produjo en 1267, dedicándole un panegírico. Y unos
cuatro años más tarde de la misma, a finales de 1270 o a mediados de
1271, falleció en Vicenza con fama de santidad. Pío VI confirmó su culto
el 11 de septiembre de 1793.
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