Sosa, con Antonio Spadaro |
El Papa le dijo: "Sé valiente"
"Hoy el mundo está ya en llamas, desgraciadamente en otro sentido..."
Redacción, 19 de octubre de 2016 a las 08:50
Arturo Sosa Abascal, general de los jesuitas
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El día de la elección intercambiamos pocas palabras. El clima era de
silencio y profundo recogimiento interior. Yo le había enseñado el
cuadernillo en el que estaba tomando algunas notas. En la tapa estaba
grabada una frase de san Ignacio en inglés: «Go forth and set the world
on fire», es decir, «Id y prended fuego al mundo». Su comentario había sido: «Sí, pero hoy el mundo está ya en llamas, desgraciadamente en otro sentido...».
Un día estábamos hablando del papa Francisco. Me dijo que había conocido a Jorge Mario Bergoglio durante la Congregación General 33, en 1983.
Arturo tenía apenas 35 años, era muy joven para ser un «padre
congregado». Bergoglio -que entonces tenía 47- lo veía joven y fuerte.
Por eso le puso un apodo: «potrillo». La recomendación que el papa le ha hecho cuando ha tenido noticia de su elección como general ha sido: «Sé valiente».
El día de la elección estábamos todos bien vestidos. Él iba con traje
y clergyman negro, que «destacaba» mucho sobre el bigote y el cabello
blancos. Yo me daba cuenta de que, ya llevase sus queridas camisas de
cuadros o vistiese un traje oscuro, él no cambiaba de estilo. Así lo he
conocido siempre: como alguien capaz de ser siempre él mismo y de sentirse cómodo en las situaciones más diversas.
El recuento de los votos indicaba ya que su elección era inminente. Y
él estaba tan sereno como antes del comienzo de la votación, como el día
anterior... Casi sin pensarlo, extendí el brazo como para consolarlo
por el peso que estaba cayendo sobre sus espaldas. Me di cuenta de que
lo estaba abrazando. Él, tan sereno como antes, se limitó a balbucear
algo así como: «Si hay que comerse la gallina, no queda más que poner a hervir el agua...».
Aun después de alcanzar el número de votos necesario, no se alteró.
Siguió escribiendo algo en su cuadernillo. Hasta que, terminado el
recuento, estalló un aplauso y las manos de los compañeros que lo
abrazaban y lo aplaudían lo rodearon por completo. Tuve tiempo de
susurrarle al oído: «Eres nuestro padre general», subrayando con la voz
la palabra «padre». Y aún le dije: «Sé siempre padre».
Arturo Sosa es, pues, el nuevo padre general de los jesuitas. Tiene 68 años y es venezolano.
Conocemos bien las fuertes tensiones que se viven en Venezuela,
tensiones que él ha vivido en su propia carne. Venezuela es una de las
«periferias» de las que habla Francisco.
El «papa negro» es la prueba de que precisamente las periferias en
las que hierven tensiones pueden expresar energías que poner al servicio
de la Iglesia universal en el centro. Personas como Arturo Sosa han vivido semejantes tensiones,
por lo que, al final, la energía espiritual de su personalidad fluye
tranquila, serena, sin tensiones. Madura. Las personas como él no tienen
que demostrarse nada a sí mismas. Tal vez ya lo han hecho. Se la han
jugado. Unas veces han ganado y otras han perdido. Se han dado de cabezazos contra las paredes.
Han tenido incluso pasiones ideológicas, llegando después a tocar el
fondo de su inconsistencia. La suya no es una crítica ideológica a la
ideología, sino un cuerpo a cuerpo con las razones por las que vale la
pena gastar (y a veces perder) la vida. Ahora estas personas, como Sosa, como Bergoglio, pueden soportar bien los pesos sin calcular demasiado. Pueden incluso resistir a la cautivadora burocracia del poder y seguir siendo ellos mismos.
Y Sosa, como Bergoglio, viene de América Latina. Las suyas -Venezuela
y Argentina- son ciertamente dos tierras diversas. Y, sin embargo,
juntas dan testimonio de que la Iglesia de aquel subcontinente es una
Iglesia «fuente» y no reflejo, capaz de dar frutos maduros para la
Iglesia universal. También para la europea, y sin contraposiciones,
porque tienen las raíces europeas en su sangre: Bergoglio en el Piamonte
de la abuela Rosa; Sosa en España, en el Santander del abuelo materno,
un sastre apasionado de las corridas de toros, que murió con 104 años.
En la homilía del comienzo de su mandato, Arturo Sosa ha dicho de los
jesuitas una cosa que puede hacer reflexionar a todos. Ha dicho que debemos dejar atrás los miedos que experimentamos
y que debemos ser creativos y audaces. Hay que coger el toro por los
cuernos. Ha comprendido que el problema es sencillo: nos equivocamos
porque actuamos movidos por el miedo.
Y entonces Sosa ha tenido el valor de decir en su primera homilía
como general: «Queremos también nosotros contribuir a lo que hoy parece
imposible: una humanidad reconciliada en la justicia, que viva en paz en
una casa común bien cuidada, donde haya sitio para todos porque nos
reconocemos como hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo y único
Padre».
Ha hablado de la «audacia de lo imposible» que brota de la fe.
Solo un hombre que ha atravesado las ideologías sabe que no hay que
tener miedo a las utopías si estas son capaces de proporcionar la
gasolina para seguir avanzando en la construcción de un mundo mejor.
En un tiempo en que se vive de miedos y desilusiones, en un tiempo en
que se cuenta solo con las cosas seguras, con pocas certezas
disponibles, Arturo Sosa nos invita a no perder esa sana utopía
que nos permite creer que el mundo no está destinado a la perdición y
que es posible trabajar para hacer de él lo que el Señor quiere que sea.
Por eso, en el fondo, Sosa ha sido un intelectual -profesor de Teoría
política y rector de una universidad-. Porque quería comprender cómo va
el mundo, cómo funciona, qué es lo que lo hace girar en sentido
contrario dentro de las órbitas establecidas por el proyecto de Dios. Lo ha dicho en su primera homilía en la iglesia del Gesù,
vestido con los mismos ornamentos litúrgicos que se puso Francisco para
su primera misa con los jesuitas: «Pensar para comprender en
profundidad el momento de la historia humana que vivimos y contribuir a
la búsqueda de alternativas para superar la pobreza, la desigualdad y la
opresión. Pensar para no dejar de plantear las preguntas pertinentes a
la teología y de profundizar en la comprensión de la fe, que pedimos al
Señor que aumente en nosotros».
En 2008 había escrito: «La Compañía de Jesús no esconde la
complejidad de los problemas que afligen a los seres humanos y la
multiplicidad de los puentes que es necesario tender para superar las
barreras entre clases sociales, entre etnias, las diferencias religiosas
o de género, y muchas otras que impiden u obstaculizan la
reconciliación entre los seres humanos. Cobra así una importancia
especial uno de los rasgos característicos de la Compañía de Jesús desde
su fundación: el esfuerzo del apostolado intelectual, por medio del
cual se puede contribuir eficazmente a comprender a fondo los mecanismos
y las conexiones de los problemas actuales, una condición sin la que no
es posible construir los puentes necesarios para facilitar la
reconciliación con los otros».
Pero Arturo Sosa no ha sido solamente un intelectual. Ha sido y es también hombre de gobierno. Ha participado en cuatro congregaciones generales, ha sido provincial de Venezuela, ha formado parte del consejo del padre general Adolfo Nicolás, y por último ha sido responsable de las casas internacionales de Roma.
Entre compromiso local e internacional, el término clave para él ha
sido «frontera». Ha escrito: «La frontera en la vida de las personas y
de los pueblos es un signo exigente. Representa los límites de la
realidad misma o los límites del otro. Representa, al mismo tiempo, la
posibilidad de ir más allá de los límites iniciales, de moverse hacia
zonas menos conocidas y de ideales. Representa el desafío de trascender lo que somos, de acercarse a lo que deberíamos ser y, finalmente, de abrirse al totalmente otro, a Dios».
Los discursos de Sosa terminan siempre hablando de Dios. Se
comprende fácilmente: este hombre de gobierno, este intelectual, este
hombre de tensiones encendidas y resueltas, es un hombre de Dios. Ante
todo es un hombre espiritual, que recuerda a los compañeros que lo han
elegido que deben tener «el corazón entero en sintonía con el Padre
misericordioso». Y, sobre todo, que cada uno «procure, mientras viva,
poner delante de sus ojos ante todo a Dios».
¿Qué es la Compañía de Jesús para Arturo Sosa? Lo comprenderemos
mejor en el futuro próximo. Por ahora bástenos citar una fulgurante
definición dada por él hace ocho años: «Un grupo mínimo para la magnitud de lo que se propone».
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