Joël Sprung, autor del blog Pneumatis
Joël Sprung, de familia atea e incluso anticlerical, estudió psicología, filosofía, ocultismo... buscando entender al ser humano... y rezando a Dios, cambió su vida |
Il Est Vivant / ReL 28 enero 2016
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Joël Sprung se convirtió al catolicismo hace diez años. Bloguero bajo el seudónimo de Pneumatis (su blog es (www.pneumatis.net), ha publicado con Natalia Trouiller "Confessions des nouveaux enfants du siècle", acerca de su viaje espiritual. En la revista francesa "Il Est Vivant" cuenta de forma abreviada su itinerario en la fe en primera persona.
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Crecí en una familia atea y más bien anticlerical. Mi padre procede de una familia judía y mi madre de una familia católica. Siguieron sus convicciones al pie de la letra y no me bautizaron.
Fui educado en el espíritu de la Ilustración, con la idea de que la religión era una invención para suplir deficiencias afectivas o intelectuales.
Cuando tenía más o menos 18 años empecé a plantearme cuestiones sobre el sentido de la vida. Sentía curiosidad por entender al hombre y sus misterios y empecé a estudiar psicología, lo que me llevó también a iniciarme en la filosofía.
Entonces empecé a darme cuenta, de manera casual, de que la existencia de Dios era una idea de la que se habían ocupado sólo los espíritus más competentes.
El amor de una mujer con fe
En esta época conocí a la mujer que se convertiría en mi esposa, católica practicante. Se dice que el amor es ciego, pero a mí me abrió los ojos. Esta joven se entristecía de no poder responder a todas las críticas que hacía a la religión, pero la fe se mantenía firme dentro de ella. Esa fe daba sentido a lo que ella era, a la manera con la que me amaba y con la que quería ser amada. No podía respetarla sin respetar de verdad lo que había en ella de más íntimo.
Intelectualmente, la psicología me decepcionó enseguida. Quería ir más lejos, entender la dimensión espiritual del hombre.
Explorando el ocultismo
Empecé a interesarme por las ciencias ocultas. Con la fe de mi esposa y mi interés por el mundo invisible, tenía la impresión de haber encontrado una forma de equilibrio, con una especie de complementariedad entre el exotismo (elemento de una doctrina oculta que puede ser dispensada a los no iniciados, enseñada públicamente) y el esoterismo.
Pero en mi plan muchas cosas no concordaban. Y la relación con un Dios transcendente seguía siendo un misterio para mí.
El gran experimento: rezar
Una noche, en lugar de meditar, decidí rezar. Para ver qué pasaba.
Me dirigí a Dios Padre.
Sucedió de manera tan rápida que ya no recuerdo que le dije. Exploté, literalmente. Fue como una eclosión, como nacer.
Recuerdo haber llorado durante horas, con grandes sollozos. Dentro de mí se mezclaba el pesar de haber estado tan ciego con el alivio inmenso de haber salido por fin de la oscuridad, de nacer de nuevo al cabo de 20 años.
Acompañado en cada paso
Es inútil decir la importancia que tuvo a partir de ese momento el acompañamiento de mi prometida y de sus padres. Tenía todo por aclarar, todo por cribar entre lo que sabía, lo que creía saber y lo que ignoraba. Seguí rezando. Acompañaba a mi prometida a misa; me conmocionaba.
Naturalmente, pedí ser bautizado. La gente cercana a mí no entendía este nuevo "antojo". Mis padres, con los que había hablado de mi proyecto de casarme al principio de mi catecumenado, me dijeron que no querían ir a la ceremonia religiosa por convicción y también para no hacernos la afrenta de actuar como hipócritas.
Lentamente la fe me fue transformando, contribuyendo a cambiar mi manera de vivir, de relacionarme con los otros, de amarles. Para decirlo con palabras llanas, me convertí en alguien más respetuoso y respetable.
Al cabo de tres años de catecumenado, mis padres entraron en una iglesia por segunda vez en un año para nuestro matrimonio; la primera vez fue para asistir, emocionados, a mi bautismo.
(Publicado en Il Est Vivant, traducción del francés por Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)
Joël Sprung y Natalia Trouiller en un vídeo en Youtube de 2013 explicando su libro-testimonio de fe (en francés)
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Crecí en una familia atea y más bien anticlerical. Mi padre procede de una familia judía y mi madre de una familia católica. Siguieron sus convicciones al pie de la letra y no me bautizaron.
Fui educado en el espíritu de la Ilustración, con la idea de que la religión era una invención para suplir deficiencias afectivas o intelectuales.
Cuando tenía más o menos 18 años empecé a plantearme cuestiones sobre el sentido de la vida. Sentía curiosidad por entender al hombre y sus misterios y empecé a estudiar psicología, lo que me llevó también a iniciarme en la filosofía.
Entonces empecé a darme cuenta, de manera casual, de que la existencia de Dios era una idea de la que se habían ocupado sólo los espíritus más competentes.
El amor de una mujer con fe
En esta época conocí a la mujer que se convertiría en mi esposa, católica practicante. Se dice que el amor es ciego, pero a mí me abrió los ojos. Esta joven se entristecía de no poder responder a todas las críticas que hacía a la religión, pero la fe se mantenía firme dentro de ella. Esa fe daba sentido a lo que ella era, a la manera con la que me amaba y con la que quería ser amada. No podía respetarla sin respetar de verdad lo que había en ella de más íntimo.
Intelectualmente, la psicología me decepcionó enseguida. Quería ir más lejos, entender la dimensión espiritual del hombre.
Explorando el ocultismo
Empecé a interesarme por las ciencias ocultas. Con la fe de mi esposa y mi interés por el mundo invisible, tenía la impresión de haber encontrado una forma de equilibrio, con una especie de complementariedad entre el exotismo (elemento de una doctrina oculta que puede ser dispensada a los no iniciados, enseñada públicamente) y el esoterismo.
Pero en mi plan muchas cosas no concordaban. Y la relación con un Dios transcendente seguía siendo un misterio para mí.
El gran experimento: rezar
Una noche, en lugar de meditar, decidí rezar. Para ver qué pasaba.
Me dirigí a Dios Padre.
Sucedió de manera tan rápida que ya no recuerdo que le dije. Exploté, literalmente. Fue como una eclosión, como nacer.
Recuerdo haber llorado durante horas, con grandes sollozos. Dentro de mí se mezclaba el pesar de haber estado tan ciego con el alivio inmenso de haber salido por fin de la oscuridad, de nacer de nuevo al cabo de 20 años.
Acompañado en cada paso
Es inútil decir la importancia que tuvo a partir de ese momento el acompañamiento de mi prometida y de sus padres. Tenía todo por aclarar, todo por cribar entre lo que sabía, lo que creía saber y lo que ignoraba. Seguí rezando. Acompañaba a mi prometida a misa; me conmocionaba.
Naturalmente, pedí ser bautizado. La gente cercana a mí no entendía este nuevo "antojo". Mis padres, con los que había hablado de mi proyecto de casarme al principio de mi catecumenado, me dijeron que no querían ir a la ceremonia religiosa por convicción y también para no hacernos la afrenta de actuar como hipócritas.
Lentamente la fe me fue transformando, contribuyendo a cambiar mi manera de vivir, de relacionarme con los otros, de amarles. Para decirlo con palabras llanas, me convertí en alguien más respetuoso y respetable.
Al cabo de tres años de catecumenado, mis padres entraron en una iglesia por segunda vez en un año para nuestro matrimonio; la primera vez fue para asistir, emocionados, a mi bautismo.
(Publicado en Il Est Vivant, traducción del francés por Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares)
Joël Sprung y Natalia Trouiller en un vídeo en Youtube de 2013 explicando su libro-testimonio de fe (en francés)
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