En un encuentro con representantes de diferentes religiones, el
Santo Padre explica que ‘el hombre tiene sed de misericordia y no hay
tecnología que pueda calmar esa sed’
El Papa y representantes de otras religiones - © Osservatore Romano |
(ZENIT – Ciudad del
Vaticano).- El misterio de la misericordia no se debe celebrar solo con
palabras, sino sobre todo con las obras, con un estilo de vida realmente
misericordioso, hecho de amor desinteresado, servicio fraterno y
compartir sincero. Así lo ha explicado el papa Francisco en un encuentro
con representantes de diferentes religiones, unos 200, comprometidos en
el campo de las obras de caridad y misericordia. El encuentro,
celebrado esta mañana en el Vaticano, se ha tenido en el contexto del
Año Jubilar.
El hombre –ha asegurado el Papa–
tiene sed de misericordia y no hay tecnología que pueda calmar esta sed:
busca una afecto que vaya más allá de los consuelos del momento, un
puerto seguro donde pueda atracar su navegar inquieto, un abrazo
infinito que perdona y reconcilia. Además,
el Santo Padre ha pedido que no suceda más que las religiones, por el
comportamiento de algunos de sus seguidores, transmitan un mensaje
desentonado, discordante con el de la misericordia.
Tal y como ha observado Francisco,
lamentablemente “no pasa un día que no se escuche hablar de violencias,
conflictos, secuestros, ataques terroristas, víctimas y destrucción”. Y
es terrible –ha indicado– que para justificar tales barbaries se evoque a
veces el nombre de una religión y del mismo Dios. Por eso ha pedido que
se condenen claramente estas actitudes inicuas, que profanan el nombre
de Dios y contaminan la búsqueda religiosa del hombre. En esta misma
línea, Francisco ha pedido favorecer “el encuentro pacífico entre los
creyentes y una libertad religiosa real”.
En esto “nuestra responsabilidad
frente a Dios, a la humanidad y al futuro” es grande y requiere “todo
esfuerzo, sin ninguna pretensión”. Así, el Pontífice ha pedido que las
religiones sean “vientres de vida” que lleven la tierna misericordiosa
de Dios a la humanidad herida y necesitada, sean “puertas de esperanza”
que ayuden a atravesar los muros alzados por el orgullo y el miedo.
La misericordia es la clave para
acceder al misterio mismo del hombre, también hoy tan necesitado de
perdón y de paz, ha recordado el Papa en su discurso. Y
este estilo de vida misericordioso, ha añadido, es el estilo al que
están llamadas las religiones para ser, particularmente en este nuestro
tiempo, mensajeros de paz y artífices de comunión. Para proclamar “que
hoy es tiempo de fraternidad”.
El tema de la misericordia –ha
señalado el Pontífice– es familiar a muchas tradiciones religiosas y
culturales , donde la compasión y la no violencia son esenciales e
indican el camino de la vida.
Arrodillarse con compasiva ternura
hacia la humanidad débil y necesitada pertenece un “estado de ánimo
realmente religioso” que rechaza la tentación de prevaricar por la
fuerza, negándose a mercantilizar la vida humana y ve en los demás
hermanos, nunca números”.
Asimismo, ha precisado que hacerse
cercano a los que viven situaciones que requieren un mayor cuidado, como
la enfermedad, la discapacidad, la pobreza, la injusticia, las
consecuencias de los conflictos y de las migraciones, “es una llamada
que viene del corazón de cada tradición auténticamente religiosa”.
Por otro lado, ha explicado que es el
drama del mal, de los abismos oscuros en los que “nuestra libertad
puede sumergirse”, tentada por el mal, que siempre está al acecho en
silencio para golpearnos y hacer que nos hundamos. Pero es precisamente
aquí, frente al enigma del mal, que nos interroga toda experiencia
religiosa, reside el aspecto más sorprendente del amor misericordioso.
“No deja al hombre a merced del mal o de sí mismo; no se olvida, sino
que se acuerda, y se inclina hacia toda miseria a revivir”, ha
observado. Del mismo modo que hace una madre, que frente al peor mal
cometido por su hijo, también reconoce, más allá del pecado, “el rostro
que ha llevado en su seno”, ha indicado el Papa.
De este modo, ha asegurado que en un
mundo agitado y con poca memoria, que va corriendo dejando muchos atrás y
sin darse cuenta de quedar sin aliento y sin meta, necesitamos, como si
fuera oxígeno, “este amor gratuito que renueva la vida”.
Además, el Santo Padre ha explicado
que el perdón es ciertamente el don más grande que podemos hacer a los
otros, porque es lo que cuesta más, pero al mismo tiempo lo que nos hace
más parecidos a Dios.
La misericordia –ha pedido– se
extienda también al mundo que nos rodea, a nuestra casa común, que
estamos llamados a cuidar y preservar del consumo desenfrenado y voraz.
Es necesario “nuestro compromiso” para educar
en la sobriedad y el respeto, en una forma de vivir más sencilla y
ordenada, donde se utilizan los recursos de la creación con sabiduría y
moderación, pensando en toda la humanidad y las generaciones futuras, no
solo en los interesados del propio grupo y en las ventajas del propio
tiempo.
in
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