Carisma, lealtad y repensar la economía
El Papa Francisco - cuadro en la Pontificia Academia de las Ciencias ©. |
(ZENIT – Roma).- El Papa Francisco envió un mensaje a los mil
ecónomos y ecónomas generales que participan en Roma, del 25 al 27 de
noviembre en el segundo Simposio Internacional sobre la economía de los
institutos religiosos organizado por la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. El
mismo se ha realizado en el auditorio de la Universidad Pontificia
Antonianum y el título es “Con fidelidad al carisma, repensar la
economía”.
“Queridos hermanos y hermanas
Les doy las gracias por vuestra disponibilidad para reunirse,
reflexionar y rezar juntos sobre un tema tan vital para la vida
consagrada como es la gestión económica de vuestra obras. Doy las
gracias a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica por la preparación de este segundo
simposio y, dirigiéndome a ustedes, me dejo guiar por las palabras que
forman el título de vuestra reunión: carisma, lealtad, repensar la
economía.
Carisma
Los carismas en la Iglesia no son algo estático y rígido, no son “piezas de museo”. Son más bien ríos de agua viva (cfr Jn 7, 37-39)que corren por el terreno de la historia para regarla y hacer germinar las semillas del bien. A veces, a causa de una cierta nostalgia estéril, podemos sentir la tentación de la “arqueología carismático.” ¡No suceda que cedamos a esta tentación! El carisma es siempre una realidad viva y como tal está llamada a dar sus frutos, como nos enseña la parábola de las monedas de oro que el rey entrega a sus siervos (cf. Lc 19.11 a 26), para crecer en fidelidad creativa, como nos recuerda constantemente la Iglesia (cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Vita consecrata, 37).
Los carismas en la Iglesia no son algo estático y rígido, no son “piezas de museo”. Son más bien ríos de agua viva (cfr Jn 7, 37-39)que corren por el terreno de la historia para regarla y hacer germinar las semillas del bien. A veces, a causa de una cierta nostalgia estéril, podemos sentir la tentación de la “arqueología carismático.” ¡No suceda que cedamos a esta tentación! El carisma es siempre una realidad viva y como tal está llamada a dar sus frutos, como nos enseña la parábola de las monedas de oro que el rey entrega a sus siervos (cf. Lc 19.11 a 26), para crecer en fidelidad creativa, como nos recuerda constantemente la Iglesia (cfr. Juan Pablo II, Exh. Apost. Vita consecrata, 37).
La vida consagrada, por su naturaleza, es signo y profecía del reino
de Dios. Por lo tanto, esta doble característica no puede faltar en
cualquiera de sus formas, siempre y cuando nosotros, los consagrados,
permanezcamos vigilantes y atentos para escudriñar el horizonte de
nuestras vidas y del momento actual. Esta actitud hace que los carismas,
dados por el Señor a su Iglesia a través de nuestros fundadores y
fundadoras, se mantengan vitales y puedan responder a las situaciones
concretas de los lugares y los tiempos en los que estamos llamados a
compartir y a dar testimonio de la belleza del seguimiento de Cristo.
Hablar de carisma significa hablar del don, de la gratuidad y de la
gracia; significa moverse en un área de significado iluminada de la raíz
charis . Sé que a muchos de los que trabajan en el campo económico
éstas palabras les parecen irrelevantes, como si hubiera que relegarlas
a la esfera privada y religiosa. En cambio, es de conocimiento común a
estas alturas, incluso entre los economistas, que una sociedad sin charis
no puede funcionar bien y termina deshumanizándose. La economía y su
gestión nunca son ética y antropológicamente neutras. O se combinan
para construir relaciones de justicia y solidaridad, o generan
situaciones de exclusión y rechazo.
Como personas consagradas estamos llamados a convertirnos en profecía
a partir de nuestra vida animada por la charis, por la lógica del don,
de la gratuidad; estamos llamados a crear fraternidad comunión,
solidaridad con los pobres y necesitados. Como recordaba el Papa
Benedicto XVI, si queremos ser verdaderamente humanos, debemos “dar
espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (Enc.
Caritas in veritate, 34).
Pero la lógica evangélica del don pide ser acompañada de una actitud
interior de apertura a la realidad y a la escucha de Dios que nos habla
en ella. Debemos preguntarnos si estamos dispuestos a “ensuciarnos las
manos”, trabajando en la historia de hoy; si nuestros ojos pueden
discernir los signos del Reino de Dios en los pliegues de eventos sin
duda complejos y contradictorios, pero que Dios quiere bendecir y
salvar; si realmente somos compañeros de viaje de los hombres y mujeres
de nuestro tiempo, sobre todo de tantos que yacen heridos a lo largo de
nuestros caminos, porque con ellos compartimos expectativas, temores,
esperanzas y también lo que hemos recibido, y que es de todos; si nos
dejamos vencer por la lógica diabólica de la ganancia (el diablo a
menudo entra por la billetera o por la tarjeta de crédito); si nos
defendemos de lo que no entendemos huyendo de ello, o si por el
contrario sabemos quedarnos allí gracias a la promesa del Señor, con
su mirada benévola y sus entrañas de misericordia, convirtiéndonos en
buenos samaritanos para los pobres y los excluidos.
Leer las preguntas para responder, escuchar el llanto para consolar ,
reconocer las injusticias para compartir también nuestra economía,
discernir las inseguridades para ofrecer la paz, mirar al miedo para
tranquilizar , son diferentes caras del tesoro multifacético que es la
vida consagrada. Aceptando que no tenemos todas las respuestas y, a
veces, permanecer en silencio, tal vez también nosotros inciertos, pero
nunca, nunca sin esperanza.
Fidelidad
Ser fieles significa preguntarse lo que hoy, en esta situación, el Señor nos pide que seamos y hagamos. Ser fiel nos compromete en una tarea asidua de discernimiento para que las obras, coherentes con el carisma, sigan siendo medios eficaces para que llegue a muchos la ternura de Dios.
Ser fieles significa preguntarse lo que hoy, en esta situación, el Señor nos pide que seamos y hagamos. Ser fiel nos compromete en una tarea asidua de discernimiento para que las obras, coherentes con el carisma, sigan siendo medios eficaces para que llegue a muchos la ternura de Dios.
Las obras propias de las que se ocupa este simposio, no son sólo un
medio para asegurar la sostenibilidad del propio instituto, sino que
pertenecen a la fecundidad del carisma. Esto implica preguntarse si
nuestras obras manifiestan o no el carisma que hemos profesado, si
cumplen o no la misión que nos fue confiada por la Iglesia. El criterio
principal de valoración de las obras no es su rentabilidad, sino si se
corresponden con el carisma y la misión que el Instituto está llamado a
realizar.
Ser fieles al carisma a menudo requiere un acto de valor: no se trata
de vender todo o de ceder todas las obras, sino de discernir
seriamente, manteniendo los ojos bien fijos en Cristo, los oídos atentos
a su Palabra y a la voz de los pobres. De esta manera, nuestras obras
pueden, al mismo tiempo, ser fructíferas para la trayectoria del
instituto y expresar la predilección de Dios por los pobres.
Repensar la economía
Todo esto implica repensar la economía, a través de una lectura atenta de la Palabra de Dios y de la historia. Escuchar el susurro de Dios y el grito de los pobres, los pobres de todos los tiempos y los nuevos pobres; entender lo que el Señor pide hoy y, después de haberlo entendido, actuar, con esa confianza valiente en la providencia del Padre (cf. Mt 6,19ss) que tuvieron nuestros fundadores y fundadoras. En algunos casos, el discernimiento podrá sugerir que conviente mantener en vida una obra viva que produce pérdidas –teniendo cuidado de que no se generan por la incapacidad o la incompetencia– pero devuelve la dignidad a personas víctimas del descarte, débiles y frágiles; a los recién nacidos, los pobres, los enfermos ancianos, los discapacitados graves. Es cierto que hay problemas que se derivan de la avanzada edad de muchas personas consagradas y de la complejidad de la gestión de algunas obras, pero la disponibilidad a Dios nos hará encontrar soluciones.
Todo esto implica repensar la economía, a través de una lectura atenta de la Palabra de Dios y de la historia. Escuchar el susurro de Dios y el grito de los pobres, los pobres de todos los tiempos y los nuevos pobres; entender lo que el Señor pide hoy y, después de haberlo entendido, actuar, con esa confianza valiente en la providencia del Padre (cf. Mt 6,19ss) que tuvieron nuestros fundadores y fundadoras. En algunos casos, el discernimiento podrá sugerir que conviente mantener en vida una obra viva que produce pérdidas –teniendo cuidado de que no se generan por la incapacidad o la incompetencia– pero devuelve la dignidad a personas víctimas del descarte, débiles y frágiles; a los recién nacidos, los pobres, los enfermos ancianos, los discapacitados graves. Es cierto que hay problemas que se derivan de la avanzada edad de muchas personas consagradas y de la complejidad de la gestión de algunas obras, pero la disponibilidad a Dios nos hará encontrar soluciones.
Puede ser que el discernimiento sugiera que hay que replantearse
una obra, que tal vez se ha vuelto demasiado grande y compleja, pero se
pueden encontrar entonces formas de colaboración con otras
instituciones o tal vez transformar la misma obra de forma que
continue, aunque con otras modalidades, como obra de la Iglesia.
También por eso es importante la comunicación y la colaboración
dentro de los institutos, con los demás institutos y con la Iglesia
local. Dentro de los institutos, las diversas provincias no pueden
concebirse de forma auto-referencial, como si cada una viviera para sí
misma, ni tampoco los gobiernos generales pueden ignorar las diferentes
peculiaridades.
La lógica del individualismo también puede afectar a nuestras
comunidades. La tensión entre la realidad local y general que existe a
nivel de inculturación del carisma, también existe en el ámbito
económico , pero no debe dar miedo, hay que vivirla y enfrentarla. Es
necesario aumentar la comunión entre los diferentes institutos ; y
también conocer bien los instrumentos legislativos, judiciales y
económicos que permiten hoy hacerse red, encontrar nuevas respuestas,
aunar los esfuerzos, la profesionalidad y las capacidades de los
institutos al servicio del Reino y de la humanidad. También es muy
importante hablar con la Iglesia local, de modo que, siempre que sea
posible, los bienes eclesiásticos sigan siendo bienes de la Iglesia.
Repensar la economía quiere expresar el discernimiento que, en este
contexto, apunta a la dirección, los propósitos, el significado y las
implicaciones sociales y eclesiales de las opciones económicas de los
institutos de vida consagrada. Discernimiento que comienza a partir de
la evaluación de las posibilidades económicas derivadas de los recursos
financieros y personales; que hace uso del trabajo de especialistas para
el uso de herramientas que permiten una gestión sensata y un control
de la gestión sin improvisaciones; que opera respetando las leyes y
está al servicio de la ecología integral.
Un discernimiento que, por encima de todo, se define a
contracorriente porque se sirve del dinero y no está al servicio del
dinero por ningún motivo, incluso el más justo y santo. En este caso,
sería el estiércol del diablo, como decían los Santos Padres.
Repensar la economía requiere de habilidades y capacidades
específicas, pero es una dinámica que afecta la vida de todos y cada
uno. No es una tarea que se pueda delegar a otro, sino que atañe a la
plena responsabilidad de cada persona. También en este caso nos
encontramos ante un desafío educativo, que no puede dejar de lado el
consagrado.
Un desafío que, efectivamente, toca en primer lugar a los ecónomos y a
los que están involucrados personalmente en las decisiones de la
institución. A ellos se les pide tener la capacidad de ser prudentes
como serpientes y sencillos como palomas (cf. Mt 10:16). Y la astucia
cristiana permite distinguir entre un lobo y una oveja, por que hay
muchos lobos disfrazados de ovejas, especialmente cuando hay dinero en
juego.
No debe ser silenciado que los mismos institutos de vida consagrada
no están exentos de algunos riesgos que se indican en la encíclica
Laudato si’:” El principio de maximización de la ganancia, que tiende a
aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la
economía”.( n. 195).
¿Cuántos consagrados piensan todavía que las leyes de la economía
son independientes de cualquier consideración ética? ¿Cuántas veces la
evaluación de la transformación de una obra o la venta de un inmueble
se ve solamente sobre la base de un análisis de coste-beneficio y valor
de mercado? Dios nos libre del espíritu de funcionalismo y de caer en
la trampa de la codicia.
Además, debemos educarnos a una austeridad responsable. No es
suficiente haber hecho la profesión religiosa de ser pobres. No basta
atrincherse detrás de la afirmación de que no tengo nada nada porque
soy religioso, si mi instituto me permite gestionar o disfrutar de todos
los bienes que quiero, y de controlar las fundaciones civiles erigidos
para sostener las propias obras, evitando así los controles de la
Iglesia. La hipocresía de las personas consagradas que viven como ricos
hiere a la conciencia de los fieles y daña a la Iglesia.
Tenemos que empezar desde las pequeñas decisiones diarias. Todo el
mundo está llamado a hacer su parte, a utilizar los bienes para tomar
decisiones solidarias, a tener cuidado de la creación, a medirse con la
pobreza de las familias que viven al lado. Se trata de adquirir un
habitus, un estilo en el signo de la justicia y de la compartición,
haciendo el esfuerzo – porque a menudo sería más cómodo lo contrario –
de tomar decisiones de honestidad, sabiendo que es sencillamente lo que
teníamos que hacer (cf. Lc 17,10).
Hermanos y hermanas, me vienen en mente dos textos bíblicos sobre
los que me gustaría que reflexionaseis. Juan escribe en su primera
carta: “Si alguno que posee bienes de la tierra ve a su hermano padecer
necesidad y le cierra su corazón ¿cómo puede permanecer en él el amor de
Dios?Hijitos míos, no hablemos de palabra ni de boca, sino con obras y
según la verdad “(3.17- 18). El otro texto es bien conocida. Me refiero
a Mateo 25,31-46: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos, más
pequeños a mí me lo hicistéis. […] Cuanto dejásteis de hacer con uno de
estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo. ” En la
fidelidad al carisma repensad vuestra economía.
Les doy las gracias. No se olviden de rezar por mí. Que el Señor les bendiga y la Virgen Santa les cuide.
in
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