«Esta devoción surgida tras las apariciones de la Virgen a santa
Catalina Labouré no ha cesado de otorgar bendiciones, tal como Ella
aseveró que sucedería a todo el que llevara pendida al cuello la medalla
y lo hiciera con confianza»
Medalla Milagrosa - (Rodripf - Wikimedia.org) |
(ZENIT – Madrid).- Por segunda vez esta sección de ZENIT
dedica expresamente un espacio a María. En esta ocasión para ensalzar
la Medalla Milagrosa, festividad del día, que tanta devoción suscita en
todo el mundo. Como es bien conocido, tiene su origen en las sucesivas
apariciones de la Virgen a santa Catalina Labouré, y en las indicaciones
que Ella le dio. El bien que viene reportando desde que comenzó a
difundirse es inconmensurable. Ha dado lugar a numerosas conversiones.
Los hechos extraordinarios se produjeron en la capilla de la casa
madre que poseen en París las Hijas de la Caridad –comunidad a la que
pertenecía Catalina–, sita en la rue du Bac, número 140, y en la que
había ingresado el 21 de abril de 1830. De modo que cuando ese mismo año
comenzó a recibir las gracias de María, era una feliz novicia que había
tenido la fortuna de asistir a la solemne traslación de las reliquias
de su fundador, san Vicente de Paúl; éstas se encontraban en Nôtre-Dame y
eran acogidas por los padres lazaristas en su capilla de la calle
Sèvres. Él había sido quien en un sueño, aunque ella no había visto
antes su efigie, le ayudó a dilucidar su vocación en un momento en el
que dudaba acerca de la Orden en la que debía ingresar.
Ya en los primeros meses de noviciado sus superiores apreciaron su
piedad que sobresalía en medio de una inteligencia no especialmente
brillante haciéndole pasar desapercibida. Su prudencia, la discreción
que acompañaba a tantos rasgos de virtud, fueron también sus aliados
para cumplir escrupulosamente la voluntad de la Virgen que no quiso que
la noticia de sus apariciones vieran la luz en esos momentos. Catalina
las confió únicamente a su confesor, el padre Aladel. La primera se
produjo el 18 de julio de 1830 y lo que aconteció ese día, mientras la
comunidad oraba, fue narrado por la religiosa al morir el sacerdote
muchos años más tarde. Ella tan solo le sobrevivió unos meses.
Esta inicial visión de la santa y las sucesivas son
bien conocidas por la profusa difusión que se les ha dado desde el
primer momento. Antes de que se produjeran, Catalina había sido
favorecida con distintas apariciones en las que, además de ver a su
fundador, vio a Cristo presente en el Santísimo Sacramento y como «Rey
crucificado». Pero ella deseaba vivir la gracia de la aparición de María
que había solicitado por mediación de su fundador. Así que ese día de
1830, camino de la medianoche, mientras se hallaba en su lecho escuchó
que alguien pronunciaba su nombre. Era un niño vestido de blanco, de
cuatro o cinco años, quien le avisó de que la Virgen la estaba
esperando. En pos del pequeño, que desprendía «destellos», caminó hacia
la capilla y percibió el crujir de una delicada prenda. El misterioso
niño hizo la presentación: «He aquí la Santísima Virgen», que ella
acogió turbada, de modo que aquél tuvo que repetir estas palabras.
Sin salir de su asombro, la joven corrió a postrarse de
rodillas ante la Virgen que la aguardaba sentada en un sillón junto al
altar. Tuvo la inmensa gracia de poder apoyar sus manos sobre el halda
de la Madre del cielo y de pasar junto a Ella lo que denominó el momento
más feliz de su vida: «Sería imposible decir lo que experimenté. La
Virgen me dijo cómo debía portarme con mi confesor y varias otras
cosas». María le advirtió que Dios iba a confiarle una misión que le
acarrearía tribulaciones, aunque las superaría buscando la gloria del
Altísimo. En esa primera aparición ya le encomendó fundar la cofradía de
las Hijas de María, indicación que fue materializada por el padre
Aladel en 1840.
El 27 de noviembre de ese mismo año 1830, a las 17:30
h., hallándose en oración en la capilla, nuevamente vio a la Virgen
vestida de blanco en dos escenas encadenadas. En una de ellas la
contempló sobre un globo dorado rematado con una cruz; bajo sus pies
oprimía a una serpiente. Le dijo: «Esta bola representa al mundo entero,
a Francia y a cada persona en particular». En la segunda Catalina
observó que de sus manos abiertas, cuyos dedos estaban enjoyados con
bellísimos anillos de piedras preciosas, brotaban unos rayos de
fulgurante intensidad que se extendían por doquier. La Virgen explicó:
«Estos rayos son el símbolo de las gracias que María consigue para los
hombres». A continuación, apresada esta milagrosa aparición en un
semicírculo, Catalina vio emerger la siguiente inscripción en letras de
oro: «¡Oh María sin pecado concebida!, ruega por nosotros que recurrimos
a ti». Una voz le instó: «Haz, haz acuñar una medalla según este
modelo. Las personas que la lleven con confianza recibirán grandes
gracias».
El prodigio culminó al contemplar el reverso de la
medalla conformada por la Virgen; apreció que estaba compuesta por una
cruz sobre la letra «M», inicial de María. Abajo estaba clausurada por
dos corazones, uno de ellos coronado de espinas y otro atravesado por
una espada, símbolo de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. En
diciembre de ese mismo año mientras oraba de nuevo, pero en este caso
detrás del altar, vio el cuadro de la medalla. Era la última ocasión en
la que se produjo esta aparición: «Estos rayos son el símbolo de las
gracias que la Virgen Santísima consigue para las personas que le piden…
Ya no me verás más».
Tal como vaticinó María, las pruebas llegaron enseguida. Su confesor,
padre Aladel, fue el primero que no la creyó aconsejándole que se
olvidara de ello. Pero, pasó el tiempo y el clamor interno para se
cumpliera la petición de la Virgen persistía. El arzobispo de París,
monseñor Quélen, tomó cartas en el asunto y concluyó reconociendo la
autenticidad de los hechos. El padre Aladel acuñó la medalla, aunque
faltaban algunos detalles. En la epidemia de cólera de 1832 la profusión
que se hizo de la misma obró muchos milagros y conversiones. En 1846 el
papa Gregorio XVI confirmó la veracidad de las apariciones. Catalina
murió el 31 de diciembre de 1876.
in
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