El cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, preside la Comisión Teológica Internacional.
El 20 de mayo se conmemora el 1700º aniversario de la apertura del Concilio de Nicea. Es el primero de los considerados ecuménicos, es decir, universales, si se excluye el llamado Concilio de Jerusalén, celebrado en torno al año 50 y que relata el capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles.
En el Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino y por el Papa Silvestre I, se condenó la herejía arriana, que negaba la divinidad de Jesucristo, definiendo la consustancialidad entre el Padre y el Hijo, y se formuló el denominado Credo Niceno, que completado en el Concilio de Constantinopla dio lugar al Credo Niceno-Constantinopolitano, que es el que hoy sintetiza la fe de la Iglesia.
Con motivo de este importante aniversario, la Comisión Teológica Internacional que preside el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ha dado a conocer un extenso documento titulado Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. 1700° aniversario del Concilio Ecuménico de Nicea (325-2025), el cual, según explica la Santa Sede en el comunicado de presentación, "no pretende ser un simple texto de teología académica, sino que se propone como una valiosa y oportuna síntesis que puede acompañar provechosamente la profundización de la fe y su testimonio en la vida de la comunidad cristiana: no sólo enriqueciendo la participación en la vida litúrgica y la formación del Pueblo de Dios en la comprensión y vivencia de la fe con nueva conciencia, sino también estimulando y orientando el compromiso cultural y social de los cristianos en este desafiante punto de inflexión epocal".
En efecto, la intención del documento está referida al "momento histórico" en el que vivimos, "marcado por la tragedia de la guerra y por innumerables angustias e incertidumbres". En ese contexto, "lo esencial para los cristianos, lo más bello, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario, es precisamente la fe en Jesucristo proclamada en Nicea".
El documento no trata solo de recordar el tenor y la significación del Concilio, sino también de "sacar a la luz los extraordinarios recursos que el Credo, profesado desde entonces, conserva y relanza en la perspectiva de la nueva etapa de evangelización que la Iglesia está llamada a vivir".
"La fe profesada en Nicea nos abre los ojos a la novedad disruptiva y permanente que se produjo con la venida entre nosotros del Hijo de Dios. Y nos impulsa a ensanchar el corazón y la mente para acoger y negociar con el don de esta mirada decisiva sobre el sentido y el destino de la historia", afirma el VAticano. Pues Dios nos hace "partícipes" de su propia vida "por su encarnación... derramando generosamente y sin exclusión el soplo de la liberación del egoísmo, de la relación en apertura recíproca y de la comunión del Espíritu Santo, más allá de toda barrera".
Se trata de recordarle al mundo que el hecho de que Dios sea "amor" y sea "Trinidad", y de que "en el Hijo se hace uno de nosotros por amor" (que es "la fe que testimonia y transmite el Concilio de Nicea"), es "el principio auténtico de la fraternidad entre las personas y los pueblos, y de la transformación de la historia a la luz de la oración que Jesús dirigió al Padre en la inminencia del don supremo de su vida por nosotros: «Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno» (Jn 17, 22)".
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