Durante los 30 años que pasó en la cárcel, Ronald Pelton solo podía salir de su celda para ir a Misa
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la URSS se alzaron como las dos superpotencias mundiales vencedoras del conflicto. Durante las siguientes cuatro décadas, la Guerra Fría (1947-1991) abriría un nuevo tablero en el que se disputaría la hegemonía por el dominio del mundo. El conflicto supuso la aparición de nuevas formas de guerra y otras que siempre existieron se elevaron a su máxima expresión.
Una de ellas fue el espionaje. A raíz del conflicto, los servicios de inteligencia de ambas superpotencias -la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) americana y el Comité para la Seguridad del Estado (KGB) soviético- libraron una guerra sin cuartel que propició ríos de tinta en el ámbito de la literatura: Casino Royale, de Ian Fleming, El espía que surgió del frío, de John le Carré o El agente secreto, de Joseph Conrad, son solo algunas de las ficciones más conocidas.
Lo cierto es que la gran mayoría de agentes no vieron sus peripecias plasmadas en los best sellers. Uno de ellos fue Ronald Pelton, nacido el 18 de noviembre 1941 en Benton Harbor (Michigan, EEUU) y recientemente fallecido el pasado 6 de septiembre en Maryland.
Criado en una familia protestante y educado en el amor por la música y el piano, conoció durante su adolescencia a la que sería su mujer, Judith. Con ella debatía con frecuencia sobre sus creencias protestantes y su novia llegaría a romper su relación con él ante la firme convicción de Ronald de que "todos los católicos iban al infierno", según relató su hija días después de su muerte.
Combatiente en Afganistán... y sin recursos
A los 19 años, en plena "guerra de las galaxias" por la conquista del espacio y dos años antes de que la crisis de los misiles entre ambos contendientes pusiese al mundo al borde de la extinción nuclear, Pelton se alistó a las fuerzas aéreas y fue enviado a Pakistán en 1960.
Tras dos años deservicio especializado en comunicaciones y donde aprendió ruso, Pelton comenzó a trabajar reparando televisiones hasta que en 1965 llamó a la Agencia de Seguridad Nacional dispuesto a ofrecer sus servicios como agente. Allí permanecería hasta 1979.
En el obituario de El Debate dedicado a Pelton tras su fallecimiento, José María Ballester recoge la crítica situación financiera del empleado de la NSA: "Al percatarse de que, pese a un sueldo más que digno para su sustento, solo tenía un puñado de dólares en efectivo y otro tanto en una cuenta bancaria, la primera decisión que tomó fue su inmediata dimisión" de la agencia.
"Es bien sabido que los espías en situación financiera precaria pueden ceder a tentaciones onerosas procedentes de servicios de inteligencia extranjeros", relata Ballester.
Tras su salida de la agencia, Pelton trató de hacer frente sin éxito a una situación financiera cada vez más crítica como vendedor de coches y barcos, asesor financiero y otras actividades.
La tentación anunciada por Ballester se hizo finalmente efectiva el 14 de enero de 1980, cuando llamó a las puertas de la embajada soviética en Washington y se ofreció como espía a cambio de dinero.
Trabajando para la URSS
En CIA: Historia de la Compañía, el analista, escritor y corresponsal en Oriente Medio Eric Frattini relata cómo un día después Pelton volvió a presentarse sin más identificación que la de trabajador del Gobierno de los Estados Unidos. Así empezó a trabajar para la Unión Soviética ofreciendo la información obtenida tras 14 años de servicios prestados a la NSA.
Por aquel entonces, Jimmy Carter apuraba su último año de una presidencia de los Estados Unidos que debilitó seriamente su posición frente a un bloque soviético que afianzaba su control en el Tercer Mundo, en una Guerra Fría que tenía en Afganistán su escenario principal.
Así se entiende que los soviéticos recibiesen a Pelton con los brazos abiertos.
Su principal cometido como espía fue relativo a la famosa operación orquestada por la CIA y la NSA Ivy Bells: a principios de 1970, el ejército estadounidense descubrió una línea de comunicación cableada que comunicaba la flota soviética del Pacífico en Kamchatka con la sede principal de la flota en Vladivostock.
Con esta información, la inteligencia norteamericana diseñó uno de los submarinos más sofisticados fabricados hasta el momento, el USS Halibut, con la misión de escuchar las líneas de comunicación y recabar información sobre los submarinos nucleares soviéticos de la base de Vilyuchinsk.
El trasbase de esta información al bloque soviético por parte de Pelton causó importantes perjuicios en las operaciones de la inteligencia estadounidense.
"El mayor error de su vida"
Pero el espía comenzó a despertar las sospechas en el FBI, que le puso bajo vigilancia a través de micrófonos en su casa, en su coche y en su despacho de la NSA. Sus peripecias como espía a sueldo del bloque soviético concluyeron cuando Vitaly Yurchenko, un oficial desertor de la KGB, reconoció la voz de Pelton en unas grabaciones archivadas.
Cuanda iba a recibir la nada desdeñable cantidad de 70.000 dólares por sus servicios, Pelton fue detenido por los agentes del FBI, ante los que admitió que pasaba ocho horas al día y tres o cuatro días por semana enviando información de la NSA a la inteligencia soviética.
Detenido, el veredicto de culpabilidad por los cargos de espionaje y violación del acta de seguridad le sentenció a tres cadenas perpetuas consecutivas, que se materializaron en tres décadas en prisión, desde 1986 hasta 2015. Su abogado, Fred Warren Bennett, calificó su delito como “el mayor error de su vida”.
La condena de Pelton no fue fácil y en ella entraron en colisión su pasado protestante y las represalias por su espionaje y no tenía permitido salir de su celda más que por asuntos médicos o para ir a la iglesia. Pero en la penitenciaría federal de Allenwood (Pensilvania) donde cumplía condena solo tenía la posibilidad de asistir a la Santa Misa católica.
Ronald Pelton traicionó a la Agencia de Seguridad Nacional y filtró secretos a la embajada de la Unión Soviética en Washington: tras ser traicionado por un exsoviético, fue condenado a 30 años de prisión, donde permaneció hasta los 74 años y descubrió la fe.
Su único ámigo y confidente: un sacerdote
Su hija Paula recogió la primera vivencia del recluso en una iglesia católica: "No sabía nada de los católicos o lo que creían, pero escuché. Una vez entré antes de que nadie llegase y el sacerdote estaba ahí, vestido, hablando con un tipo que quería saber más sobre la Iglesia católica".
Pelton se sentó a escuchar las palabras del sacerdote sobre la fe y su propia vocación antes de que comenzase a confesar a los reclusos.
Nervioso, pensó que "no estaba preparado para eso" y que debía marcharse, pero las visitas a la capilla se repitieron en "más de una ocasión".
En una ocasión, tras preguntar al sacerdote por qué se involucraba tanto con los presos, hablaron de la confesión.
"No sabía si podía confiar en él, porque si yo me confesaba y el gobierno le obligaba, [el sacerdote] tendría que decírselo y no quería arriesgarme a eso", pensaba Pelton.
Y el sacerdote le respondió: "Mira, por la religión católica no estoy autorizado a revelar nada de lo que se diga en una confesión. En una ocasión el gobierno me obligó a confesar un delito muy grave y me negué a hacerlo. Me llevaron a la Corte para tratar de forzarme pero finalmente gané el caso. Así funcionan las cosas conmigo: yo no revelo [nada de lo que se confiesa]", le tranquilizó.
Desde entonces, el músico, recluso y exespía comenzó a entablar una profunda amistad con el sacerdote que acabaría situándole como una pieza fundamental de la capilla y la Misa en prisión.
Dedicado en cuerpo y alma a la Misa desde prisión
"Tengo que hacer algo… estoy bloqueado. Casi no puedo hablar con nadie, no puedo salir de la celda y la única vez que puedo salir es cuando vengo aquí. Lo único que se me da bien es la música pero ya tienes a una persona que toca el piano en Misa", le dijo al sacerdote.
La siguiente vez que se encontraron, Pelton recibió buenas noticias al saber que le autorizaban a ser el encargado de la música litúrgica en la capilla de prisión.
"Papá se tomó muy en serio su conversión y [en prisión] recibió un rosario bendecido por el Papa. Desde entonces, nunca faltó a un solo servicio en prisión ni después de su puesta en libertad. Cuando le recogí, lo primero que dijo fue: `¡No le digas a tu madre que soy católico!", relata su hija.
Hoy, días después de su muerte, el amor por la fe de Pelton al final de su vida se ha trasladado a parte de su familia.
La fe "lo era todo" para él
"Quiero rezar el rosario por papá. No todo, porque soy nueva en esto, pero lo suficiente para contemplar los misterios de la Biblia. Lo significaban todo para él. Creo que estaría orgulloso", afirma Paula en el obituario dedicado a su padre.
"Hoy, el rosario de papá está colgado en el coche. Simboliza su dedicación a la fe y lo toco antes de cada viaje diciéndole que no lo olvide. Me gusta verlo moverse cuando conduzco, me recuerda a su faceta espiritual que abrazó por entero", relata.
Los recuerdos de la hija de Pelton concluyen remarcando la importancia que la fe y la familia tuvieron en la vida del converso así como algunas de sus últimas palabras: "Esto te sonará extraño, pero siempre podrás recordar que la familia es importante para mí. Lo era desde que tengo recuerdos, lo era cuando crecía y es importante hoy, y quiero que lo siga siendo después de que todo haya terminado".
"Espero que hoy llore de felicidad desde el cielo al verme rezar su rosario"; concluye su hija.
Pelton murió en Frederick, Maryland, el 6 de septiembre de 2022, a la edad de 80 años.
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