Y se interroga si en esta guerra mundial en trozos que estamos viviendo no vamos hacia una gran guerra mundial por el agua
El Papa en la Pontificia academia de las Ciencias (Fto. Osservatore © Romano) |
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El acceso al agua potable es un
derecho humano básico y es prioritario educar a las próximas
generaciones sobre esto, cuando cada día mil niños mueren a causa de
enfermedades relacionadas con el agua y millones de personas consumen
agua contaminada.
Lo indicó el papa Francisco este viernes 24 de febrero en el
Vaticano, al participar a la clausura del encuentro de dos días que
reunió a un centenar de personalidades y científicos en la Casina Pio
IV.
Así el Santo Padre al clausurar el congreso que llevó por título: “El
derecho humano al agua: aportes y perspectivas interdisciplinarias
sobre la centralidad de las políticas públicas en la gestión del agua y
el saneamiento” señaló que “Dios Creador no nos abandona en este trabajo
para dar a todos y a cada uno acceso al agua potable y segura”.
E improvisando durante el discurso escrito se interrogó: “Me pregunto
si en esta guerra mundial en trozos que estamos viviendo no estamos
yendo hacia una gran guerra mundial por el agua”.
A continuación el texto completo del mensaje:
“Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes. Saludo a todos los
presentes y les agradezco su participación en este Encuentro que aborda
la problemática del derecho humano al agua y la exigencia de políticas
públicas que puedan afrontar esta realidad. Es significativo que ustedes
se unan para aportar su saber y sus medios con el fin de dar una
respuesta a esta necesidad y a esta problemática que vive el hombre de
hoy.
Como leemos en el libro del Génesis, el agua está en el comienzo de
todas las cosas (cf. Gn 1,2); es «criatura útil, casta y humilde»,
fuente de la vida y de la fecundidad (cf. San Francisco de Asís, Cántico
de las Criaturas). Por eso, la cuestión que ustedes tratan no es
marginal, sino fundamental y muy urgente.
Fundamental, porque donde hay agua hay vida, y entonces puede surgir y
avanzar la sociedad. Y es urgente porque nuestra casa común necesita
protección y, además, asumir que no toda agua es vida: sólo el agua
segura y de calidad – siguiendo con la figura de san Francisco: el agua
“que sirve con humildad”, el agua “casta”, no contaminada.
Toda persona tiene derecho al acceso al agua potable y segura; este
es un derecho humano básico, y una de las cuestiones nodales en el mundo
actual (cf. Enc. Laudato si’, 30; Enc. Caritas in veritate, 27). Es
doloroso cuando en la legislación de un país o de un grupo de países no
se considera al agua como un derecho humano. Más doloroso aún cuando se
quita lo que estaba escrito y se niega este derecho humano.
Es un problema que afecta a todos y hace que nuestra casa común sufra
tanta miseria y clame por soluciones efectivas, realmente capaces de
superar los egoísmos que impiden la realización de este derecho vital
para todos les seres humanos.
Es necesario otorgar al agua la centralidad que merece en el marco de
las políticas públicas. Nuestro derecho al agua es también un deber con
el agua. Del derecho que tenemos a ella se desprende una obligación que
va unida y no puede separarse.3
Es ineludible anunciar este derecho humano esencial y defenderlo,
como se hace pero también actuar de forma concreta, asegurando un
compromiso político y jurídico con el agua. En este sentido, cada Estado
está llamado a concretar, también con instrumentos jurídicos, cuanto
indicado por las Resoluciones aprobadas por la Asamblea General de las
Naciones Unidas desde 2010 sobre el derecho humano al agua potable y el
saneamiento.
Por otra parte, cada actor no estatal tiene que cumplir sus
responsabilidades hacia este derecho. El derecho al agua es determinante
para la sobrevivencia de las personas (cf. ibíd, 30) y decide el futuro
de la humanidad. Es prioritario también educar a las próximas
generaciones sobre la gravedad de esta realidad.
La formación de la conciencia es una tarea ardua; precisa convicción y
entrega. Y yo me pregunto si en medio de esta “tercera guerra mundial a
pedacitos” que estamos viviendo, no estamos en camino hacia la gran
guerra mundial por el agua. Las cifras que las Naciones Unidas revelan
son desgarradoras y no nos pueden dejar indiferentes: cada día mil niños
mueren a causa de enfermedades relacionadas con el agua; millones de
personas consumen agua contaminada. Estos datos son muy graves; se debe
frenar e invertir esta situación.
No es tarde, pero es urgente tomar conciencia de la necesidad del
agua y de su valor esencial para el bien de la humanidad. El respeto del
agua es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos (cf.
ibíd., 30). Si acatamos este derecho como fundamental, estaremos
poniendo las bases para proteger los demás derechos.
Pero si nos saltamos este derecho básico, cómo vamos a ser capaces de
velar y luchar por los demás. En este compromiso de dar al agua el
puesto que le corresponde, hace falta una cultura del cuidado (cfr
ibid., 231) – parece una cosa poética y, bueno, la Creación es una
“poiesis”, esta cultura del cuidado que es creativa – y además fomentar
una cultura del encuentro, en la que se unan en una causa común todas
las fuerzas necesarias de científicos y empresarios, gobernantes y
políticos.
Es preciso unir todas nuestras voces en una misma causa; ya no serán
voces individuales o aisladas, sino el grito del hermano que clama a
través nuestro, es el grito de la tierra que pide el respecto y el
compartir responsablemente de un bien, que es de todos. En esta cultura
del encuentro, es imprescindible la acción de cada Estado como garante
del acceso universal al agua segura y de calidad.
Dios Creador no nos abandona en este trabajo para dar a todos y a
cada uno acceso al agua potable y segura. Pero el trabajo es nuestro, la
responsabilidad es nuestra. Deseo que este Seminario sea una ocasión
propicia para que sus convicciones se vean fortalecidas, y salgan de
aquí con la certeza de que su trabajo es necesario y prioritario para
que otras personas puedan vivir.
Es un ideal por el que merece la pena luchar y trabajar. Con nuestro
«poco» estaremos contribuyendo a que nuestra casa común sea más
habitable y más solidaria, más cuidada, donde nadie sea descartado ni
excluido, sino que todos gocemos de los bienes necesarios para vivir y
crecer en dignidad. Y no olvidemos los datos, las cifras, de las
Naciones Unidas. No olvidemos que cada día mil niños, cada día, mueren
por enfermedades en relación con el agua. Muchas gracias”.
in
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