«Su ingreso en la vida religiosa fue el fruto de su perseverancia.
Sin ceder al desánimo insistió cuántas veces fue preciso intentando
vincularse a varios Institutos. Es fundadora de las Hermanas Salesianas
del Sagrado Corazón de Jesús»
La ciudad de Bocairente, pueblo natal de la beata Piedad de la Cruz Ortiz y Real (Wiki cominos) |
(ZENIT – Madrid).- La incertidumbre es frecuente en la vida santa.
Acompaña al aparente fracaso de un sueño que no logra materializarse.
Son momentos de prueba para un alma que se da de bruces contra las
cuerdas de la soledad y el vacío. La porción del camino que desea
recorrer, el único que ve, se le resiste y no sabe por qué. Dios, que
conoce lo que está dentro del corazón de cada cual, que tiene constancia
hasta del último de nuestros cabellos, permite circunstancias que la
razón no entiende porque la explicación de los sucesos no discurre por
esos derroteros. A quienes persisten en sus ruegos, a su debido tiempo,
cuando Él juzga oportuno les da la luz y erradica los escollos, como
hizo con esta beata.
Tomasa, que ese era su nombre de pila, nació en
Bocairente, Valencia, España, el 12 de noviembre de 1842. Era la quinta
de ocho hermanos. Sintió la llamada a la vida religiosa cuando realizó
la primera comunión: «Cuando recibí por primera vez la Sagrada Comunión,
quedé como anonadada y experimenté que Jesús me llamaba a la vida
religiosa». En esta época solía enseñarse a bordar y a recitar, y ella
mostró buenas dotes no solo para la confección y la poesía sino también
para la música, como constataron en el colegio de Loreto donde
estudiaba. Pero la formación genuina, tanto humana como espiritual, se
la proporcionaron las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos en
Valencia.
La época no era propicia para los que optaban por la consagración.
Por eso, pero sobre todo porque la Providencia la había elegido para
otra misión, las puertas del convento parecían cerradas para la beata,
pese a que intentó en varias ocasiones cumplir su anhelo una vez que su
familia dejó de oponerse a sus deseos. Pretendió ingresar con las
carmelitas descalzas de Onteniente, y la enfermedad dio al traste con su
aspiración. Fue un obstáculo que la obligó a regresar a su casa
paterna. Y otro tanto le aconteció con las carmelitas de la caridad de
Vich ya que estando junto a ellas contrajo el cólera. Entonces sus
padres habían fallecido. De hecho, no dio ningún paso hasta que los
perdió; había vivido dedicada a su cuidado mientras asistía a pobres y
enfermos.
En este proceso de búsqueda –ya había hecho voluntaria
renuncia al matrimonio–, y dado que no identificaba el camino que debía
emprender, sino muchos impedimentos a lo que se proponía, halló empleo
como obrera textil en Barcelona y sirvió en el colegio de las
mercedarias de la enseñanza. Intacto conservaba su deseo de consagración
que decidió llevar adelante aunque tuviera que hacerlo fuera de un
convento. Luego estuvo en Benicassim, en el desierto de Las Palmas
pensando que quizá podía dedicarse a una especie de consagración
eremítica. Su confesor no lo veía claro, y ella misma se dio cuenta in
situ de que tenía razón. Así que volvió a Barcelona con el peso de su
incertidumbre: «Tuya, Jesús mío, tuya quiero ser, pero dime dónde». La
respuesta llegó a través de una experiencia mística. El Sagrado Corazón
de Jesús le mostró su hombro izquierdo ensangrentado, diciéndole: «Mira
cómo me han puesto los hombres con sus ingratitudes, ¿quieres tú
ayudarme a llevar esta cruz?». Ella respondió como Samuel, sin dudar:
«Señor, si necesitas una víctima y me quieres a mí, aquí estoy, Señor».
Entonces, el Redentor le dijo: «Funda, hija mía, que de ti y de tu
Congregación siempre tendré misericordia». Aún le quedaba por saber
dónde se iniciaría la obra.
Y obedeciendo a la sugerencia del obispo Jaime Catalá,
se dirigió a su confesor determinada a cumplir sus indicaciones. La
escasez de vocaciones y las necesidades que se presentaron en su tierra,
anegada por la destructiva inundación del río Segura que arrasó la
huerta murciana en 1884 como en 1879 lo hiciera la riada de Santa
Teresa, fueron determinantes para encaminar sus pasos hacia allí. Y las
inmediaciones de Alcantarilla alumbraron el nacimiento de la primera
comunidad de terciarias de la Virgen del Carmen. Lidió con el cólera
prodigando cuidados a los enfermos y a niñas huérfanas en un pequeño
centro sanitario que denominó «La Providencia». Aumentaron las
vocaciones y se abrieron nuevas casas, una de ellas en Albacete. Pero
quería conocer si esa era realmente la voluntad de Dios, y el único
signo para dilucidarlo era la cruz: «fundar en tribulación».
Los problemas surgieron entre miembros de las casas de
Alcantarilla y Caudete cuando la Congregación no había recibido aún
aprobación diocesana. Fueron días de intensa oración y sufrimiento. El
padre Tomás Bryan y Livermore la envió junto a otra religiosa, sor
Alfonsa, la única que perseveró, al Convento de la Visitación de las
Salesas Reales, en Orihuela, para hacer ejercicios espirituales y
proyectar una nueva fundación. Y aquí se le dio a entender su verdadero
carisma: los niños pobres y abandonados, los ancianos y los enfermos, a
quienes mostraría el Corazón misericordioso de Jesús y el patrocinio de
san Francisco de Sales para esta obra que debía poner en marcha. Así
nació en 1890 la Congregación de Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón
de Jesús.
Volcada en las necesidades de todos, ofrendó su piadosa
vida abrazada a la cruz, confiada, perseverante hasta el fin. «La
limosna del amor vale más que la del dinero», hizo notar. El año de su
muerte, 1916, contrajo una grave enfermedad y el 26 de febrero murió
sentada en su sillón en la casa de Alcantarilla. En otros momentos,
mirando el crucifijo había dicho: «Aquél murió en la cruz y yo no debo
morir en la cama, sino en el suelo». Fue beatificada el 21 de marzo de
2004 por Juan Pablo II.
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