«Esta gran benedictina es un ejemplo de fortaleza en medio de la
debilidad. Toda su vida tuvo que luchar contra su fuerte temperamento.
Vio conmovida cómo, a pesar de ello, era constantemente agraciada con
favores sobrenaturales»
Santa Gertrudis- (cuadro Miguel Cabrera, 1763 - Wikicommons) |
(ZENIT – Madrid).- En los claustros del
monasterio de Helfta se fraguó el itinerario espiritual de esta gran
santa mística benedictina nacida el 6 de enero de 1256, de la que no se
puede proporcionar fehacientemente ni lugar de nacimiento ni nombre de
sus progenitores. Ella comprendió a través de una locución que este
hecho se insertaba en un plan divino sobre su vida. Sin referente alguno
familiar, exonerada de cualquier lazo de sangre, en su horizonte solo
cupo la oración y la contemplación, alimento de sus jornadas monacales
que se iniciaron cuando tenía 5 años. En esa unión con la Santísima
Trinidad que perseguía no cabrían más afectos.
Las religiosas benedictinas le procuraron una esmerada y
vasta formación espiritual y cultural en conformidad con el espíritu
monacal, que incluía diversas disciplinas. Como le ha sucedido a muchos
seguidores de Cristo, tuvo modelos para su acontecer. Se fijó en otras
grandes místicas alemanas, Matilde y Gertrudis de Hackeborn, que era
entonces la abadesa del monasterio. Una tercera hermana, con la que
compartió amistad y vivencias de manera singular, fue la excepcional
mística, también de origen germano, Matilde de Magdeburgo, que se
incorporó a la comunidad hacia el año 1270.
A simple vista Gertrudis no mostraba rasgos
significativos espirituales que pudieran identificar en ella a una
persona que podía recibir el privilegio divino de ser agraciada con
diversos favores. Su fina sensibilidad y hondura espiritual pronto le
llevaron a reconocer en su interior debilidades y tendencias que
constituían un veto para caminar por el sendero de la perfección.
Examinaba su alma apreciando en ella zonas umbrías, alejadas de Dios. La
piedra de toque de toda vida santa es el defecto dominante que
usualmente no se circunscribe a uno solo. Malos hábitos agazapados, a
veces inconscientes, sutilmente perviven insertados en él. Se hallan
prestos a exteriorizarse a la primera de cambio, dominando al asceta, a
menos que viva una oración continua. Un temperamento impulsivo y otras
manifestaciones caracterológicas provocaban muchos sufrimientos a
Gertrudis que, como san Pablo advirtió, veía que no hacía el bien que
quería sino el mal que no deseaba. Con todo, la apreciación de rasgos no
virtuosos en ella no le indujeron al desánimo. Por el contrario,
humildemente y de manera insistente oraba por su conversión; lo hizo en
medio de la lucha que sostuvo contra sus tendencias a lo largo de su
existencia.
Pese a sus flaquezas, Dios la agraciaba con diversos favores, lo cual
era incomprensible para ojos ajenos regidos por razones humanas, esas
que no reparan en el misterio de los designios divinos. La victoria
sobre la debilidad es fuente de fortaleza. Y aunque Gertrudis se
sintiera empujada por un carácter impetuoso y poco dado a la templanza,
fue humilde, caritativa, sencilla, servicial, sensible hacia los débiles
que socorrió con ternura, una persona accesible a todos, fiel
observante de la regla y penitente.
El 27 de enero de 1281 constituyó el inicio de su despegue espiritual
e intelectual. Se produjo después de ver a un joven Jesucristo que le
invitaba a cambiar de vida asegurándole que la asistiría conduciéndola
en ese camino. Desde ese momento, huyendo de la vanidad y
desprendiéndose de sus aficiones, se centró en alcanzar la unión con
Dios, y comenzó a profundizar en la Escritura, los santos Padres y la
teología, abandonando otros intereses intelectuales. Tenía una dotes
formidables para el estudio al que estaba dedicada muy especialmente. Se
ha considerado que quizá esta atención pudo influirle de forma inicial
en su progreso espiritual, restándole recogimiento. Pero también se ha
hecho notar que debió ayudarle a neutralizar flaquezas, y preservarla de
incurrir en otros errores personales, debidos a su fuerte temperamento,
que hubieran podido conducirla por derroteros ajenos a la vida
espiritual.
Lo cierto es que a esa primera revelación siguieron
otras comunicaciones y experiencias místicas que le alentaban en su
búsqueda de lo divino, mientras se esforzaba en progresar en la virtud,
horrorizada por sus pecados y agraciada por el don de temor de Dios.
Confundida, sintiéndose cada vez más indigna de recibir tantos favores
sobrenaturales porque se veía frágil y pecadora, vivía con indecible
conmoción que Dios le otorgara tal cúmulo de dones: «…he aprovechado tan
poco tus gracias que no puedo decidirme a creer que me hayan sido
concedidas para mí sola, no pudiendo tu eterna sabiduría ser frustrada
por alguien. Haz, por tanto, oh Dador de todo bien, que me has concedido
gratuitamente dones tan inmerecidos, que, leyendo este escrito, el
corazón de al menos uno de tus amigos se conmueva por el pensamiento de
que el celo por las almas te ha inducido a dejar durante tanto tiempo
una gema de valor tan inestimable en medio del fango abominable de mi
corazón». En los cinco tomos que comprenden sus Revelaciones plasmó las
gracias que recibió; el segundo es de su autoría. Con rigor y fidelidad
transmitió la fe en sus escritos, entre los que también se cuentan
Heraldo del divino amor y sus excepcionales ejercicios espirituales.
Fue agraciada, entre otros, con el don de milagros y de
profecía. Se le otorgó reposar su cabeza en la llaga del costado de
Cristo oyendo el pálpito de su divino corazón. Pero entre todos los
favores que recayeron sobre ella, destacó dos en particular con estas
palabras: «Los estigmas de tus saludables llagas que me imprimiste, como
preciosas joyas, en el corazón, y la profunda y saludable herida de
amor con que lo marcaste…». Y «el de darme por Abogada a la santísima
Virgen María Madre Tuya, y de haberme recomendado a menudo a su afecto
como el más fiel de los esposos podría recomendar a su propia madre su
esposa querida». Gertrudis padeció muchas enfermedades. Murió el 17 de
noviembre, bien de 1301 o de 1302. El 27 de enero de 1678 fue inscrita
en el Martirologio Romano.
in
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