«Amo a la Iglesia porque es en ella donde he sentido la gracia: es mi madre», menciona Oscar Yuill.
El converso Oscar Yuill relata los motivos que le llevaron a comprender las diferencias entre la Iglesia anglicana y la católica. Ben White / Unsplash
Oscar Yuill, exanglicano, ha relatado en el portal Mæl Dun, los motivos que le han llevado a abandonar la iglesia de Inglaterra y a abrazar posteriormente la Iglesia católica, que, considera, “tiene el mejor derecho a ser la Iglesia de Cristo”.
Yuil, antes ateo, admite que siempre tuvo la sensación de la “autenticidad” de la Iglesia católica desde que comenzó a definirse como cristiano.
Durante años, fueron muchas las ocasiones en que casi “cruza el Tíber” y pasar a formar parte de la Iglesia, pero siempre volvía sobre sus pasos.
“Sabía que si me aferraba a ella, no podría seguir siendo tibio, saltándome las oraciones, evitando la caridad, aferrándome a los falsos consuelos de la política o a las distracciones gratificantes de la guerra cultural´. Porque aquí había una iglesia, la Iglesia, que exigía nada menor que la santidad”, escribió este mes de enero.
La Iglesia anglicana, ¿continuación de la católica?
Buscando postergar su decisión, Yuill abrazó el relato de que la Iglesia de Inglaterra era “la continuación de la Iglesia católica en Inglaterra”, opinión difundida por intelectuales anglicanos como Charles Erlandson. En su Identidad Anglicana Ortodoxa, este último define la Anglicana como “la Iglesia Católica que fue implantada en Inglaterra en los primeros siglos después de Cristo; reformada decisivamente por la Reforma Inglesa y sus fórmulas que reformaron las tradiciones católicas recibidas y también por los Renacimientos Evangélicos y Católicos y otros movimientos históricos del Espíritu; y que ahora ha sido inculturada en iglesias globales independientes”.
Fue así como comenzó para Yuill un largo proceso en el que intentó conciliar los Treinta y nueve artículos, pilares de la creencia y práctica anglicana, con su creciente conocimiento sobre la Iglesia católica.
“Dios sabe que lo intenté, pero no pude. El Libro de Oración Común -una combinación anglicana de los libros litúrgicos católicos, el breviario, el misal, el ritual romano y el pontifical romano- y el santo rosario son extraños compañeros de viaje… Después de todo, durante la época de Cranmer -uno de los líderes de la reforma anglicana- el simple hecho de poseer un rosario podía llevarte a la cárcel o algo peor. Ni todo su talento literario podía excusar al propio Cranmer de su complicidad con las ejecuciones de Santo Tomás Moro o San Juan Fisher”, argumenta el converso.
Feminidad y masculinidad verdaderas
Para Yuill, el quiebre con el anglicanismo y el convencimiento de que no podía ser esa continuación de la Iglesia en Inglaterra tuvo lugar al ser consciente de “la ausencia casi total de la Santísima Virgen del Libro de Oración Común”.
“Fue la refutación más decisiva del proyecto anglicano. Honrar a María ha sido una característica indiscutible del cristianismo desde la época de los apóstoles. Los reformadores degradaron a la mujer vestida de sol, a la segunda Eva que aplastó la cabeza de la serpiente y llevó a Dios en su vientre”, lamenta.
Conforme profundizaba en esto último, Yuill tomó conciencia de que, frente a lo que decía el anglicanismo, “el catolicismo albergaba la feminidad verdadera y, por extensión, la única masculinidad verdadera”.
La cuestión mariana no fue la única. El converso profundizó en el estudio del Libro de Oración Común, mientras observaba cómo los Treinta y Nueve Artículos “rechazan de raíz más de un milenio de práctica y doctrina cristianas”, entre ellas la oración de intercesión, cinco de los siete sacramentos -solo se acepta el bautismo y una adaptación de la misa-, la autoridad magisterial o la misma Virgen María.
La fertilidad de la Iglesia, de los santos a los milagros
En este sentido, también hace referencia a las notas de la iglesia -unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad- como “obviamente ciertas en la Iglesia Católica”.
“Pienso especialmente en la santidad. La Iglesia todavía genera santos, como el beato Carlo Acutis. También existen milagros eucarísticos. Es obvio por qué los milagros eucarísticos ocurren en una iglesia que enseña inequívocamente que el pan y el vino se convierte en cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo. Y también es obvio por qué tales milagros son pocos y espaciados en la comunión anglicana. Si diferentes pastores piensan que están `haciendo´ cosas diferentes en el altar, ¿cómo puede la práctica ser coherente? ¿Y cómo puede ayudar a alguien su desunión o `pluralismo´”, plantea.
De pronto, lo que Yuill había creído fervientemente durante parte de su vida pasó a resultarle "estéril", confirmando que la anglicana no podía ser la continuación de la Iglesia católica en Inglaterra.
Decirlo, explica, es comparable a creer que los Estados Unidos son la continuación de Inglaterra en América. La mera existencia de los Estados Unidos constituye un rechazo a la autoridad política inglesa.
El diálogo ecuménico, ¿es útil tal y como se plantea?
Convencido de ese rechazo, el converso se plantea si el diálogo ecuménico, tal y como se plantea ahora, podría ser “completamente inútil”.
“¿Por qué Roma elaboraría un plan de unificación con un organismo cuyos motivos para el cisma han pasado a la irrelevancia? No hay excusa para no volver a casa. En mi experiencia, los anglicanos `católicos´ que se niegan a aceptar a Roma lo hacen más por miedo a tener que renunciar a la comodidad, a la posición o a la vida sexual que por objeciones teológicas”, explica.
Mártires y santos: conmovido por Margarita Clitherow
Habiendo tomado la decisión de convertirse junto a su prometida, no dejaban de llegar nuevos argumentos vinculados a la misma práctica religiosa, a los orígenes del anglicanismo o a su pretendida relación con la iglesia católica. Como sucedió cuando en un servicio al que acudió el día de todos los santos en la catedral de York.
“No contento con un sermón que socavaba toda la teología de los santos, no ofreció ni una sola oración de intercesión”; lamentó.
La situación no mejoró cuando el mismo pastor anunció la próxima celebración de un espectáculo festivo en la misma nave de la catedral, un episodio más de “la continua profanación de espacios sagrados por parte de la Iglesia de Inglaterra” que, a su juicio, “es un desincentivo evidente para los jóvenes cristianos ávidos de tradición”.
En el mismo viaje a York, las señales que apuntaban hacia la Iglesia y la verdadera historia no dejaban de llegar. Como cuando visitaron el santuario de Santa Margarita Clitherow, martirizada por aplastamiento a finales del siglo XVI.
“Aquello solo fortaleció nuestra resolución. Recuerdo que me enteré, como una punzada repentina y aguda, de que estaba embarazada cuando la aplastaron hasta morir. ¿Y por qué? Por esconder sacerdotes. Por ser católica”, enfatiza.
"Donde un pecador ha sentido la gracia"
En su último día en York fue junto a su prometida a una misa católica, donde al ver a otros fieles sintió como si estuviese “viendo a otros hermanos perdidos hacía mucho tiempo”.
Hoy, el converso asume que solo mencionar a la Iglesia puede provocar una reacción de odio violento, que, si en determinados casos es “comprensible, a menudo se trata de una rabia ciega”.
El converso sabe que la Iglesia no atraviesa una edad de oro. Observa que actualmente es el blanco de numerosos ataques, se viven conflictos con una liturgia antigua que aprecia especialmente y cree que en algunos aspectos se transmiten mensajes confusos.
"Pero a pesar de estos defectos, amo a la Iglesia porque es en ella donde este pecador ha sentido abundante gracia, y porque ella es mi madre”, menciona.
Concluye afirmando que deja el redil anglicano “con buenos recuerdos y amigos y con gratitud”, pero “contento de poner las creencias en manos de los apóstoles”: “Estoy contento de haber descubierto por mí mismo la antigua fe de esta tierra. Estoy agradecido por el Catecismo. Me siento aliviado de no tener que `explicar´ a María o justificar el rosario a los demás feligreses. Estoy agradecido por el latín. Me alegra pertenecer a la misma comunión que Agustín, Santa Hildegarda, Maximiliano Kolbe y Benedicto XVI. Me alegra, por fin, volver a casa”.
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