Francisco se dirige a los participantes al encuentro de tres días
que se realizó en Roma: “tal vez no estemos de acuerdo en todo, pensamos
distinto en muchas cosas, pero coincidimos en esos puntos”
El Papa con los Movimientos populares (Foto Osservatore © Romano) |
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco recibió
hoy sábado por la tarde en el Vaticano, a los participantes del Tercer
encuentro mundial de los movimientos populares, que se ha realizado
desde el pasado miércoles 2 en Roma, en las estructuras del Colegio pontificio internacional Mater Ecclesiae.
Al inicio del encuentro se escucharon testimonios, cantos,
proyecciones de videos temáticos sobre los pequeños agricultores, sobre
el cuidado de lo creado, las familias en dificultad, y otros temas.
El cardenal Peter Turkson, presidente del Dicasterio para el
Desarrollo humano integral saludó al Santo Padre y fue presentado un
documento programático de los movimientos populares.
A continuación el papa Francisco realizó un amplio discurso en el que
reconoce que quienes se han reunido en este encuentro puedan pensar
diversamente sobre diversos temas, pero que encuentran coincidencia en
la necesidad de dar a las personas techo, tierra y trabajo, como
elementos necesarios para la dignidad de la persona humana.
El texto completo de las palabras del Santo Padre
Hermanas y hermanos, buenas tardes. En este nuestro tercer encuentro
expresamos la misma sed, la sed de justicia, el mismo clamor: tierra,
techo y trabajo para todos. Agradezco a los delegados, que han llegado
desde las periferias urbanas, rurales y laborales de los cinco
continentes, de más de 60 países, a debatir una vez más cómo defender
estos derechos que nos convocan.
Gracias a los Obispos que vinieron a acompañarlos. Gracias también a los miles de italianos y europeos que se han unido hoy al cierre de este Encuentro. Gracias a los observadores y jóvenes comprometidos con la vida pública que vinieron con humildad a escuchar y aprender. ¡Cuánta esperanza tengo en los jóvenes! Le agradezco también a Usted, Señor Cardenal Turkson, el trabajo que han hecho en el Dicasterio; y también quisiera mencionar el aporte del ex Presidente uruguayo José Mujica que está presente.
En nuestro último encuentro, en Bolivia, con mayoría de
Latinoamericanos, hablamos de la necesidad de un cambio para que la vida
sea digna, un cambio de estructuras; también de cómo ustedes, los
movimientos populares, son sembradores de ese cambio, promotores de un
proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas
encadenadas creativamente, como en una poesía; por eso quise llamarlos
“poetas sociales”; y también enumeramos algunas tareas imprescindibles
para marchar hacia una alternativa humana frente a la globalización de
la indiferencia: 1. poner la economía al servicio de los pueblos; 2.
construir la paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra.
Ese día, en la voz de una cartonera y de un campesino, se dio lectura
a las conclusiones, los diez puntos de Santa Cruz de la Sierra, donde
la palabra cambio estaba preñada de gran contenido, estaba enlazada a
cosas fundamentales que ustedes reivindican: trabajo digno para los
excluidos del mercado laboral; tierra para los campesinos y pueblos
originarios; vivienda para las familias sin techo; integración urbana
para los barrios populares; erradicación de la discriminación, de la
violencia contra la mujer y de las nuevas formas de esclavitud; el fin
de todas las guerras, del crimen organizado y de la represión; libertad
de expresión y comunicación democrática; ciencia y tecnología al
servicio de los pueblos.
Escuchamos también cómo se comprometían a abrazar un proyecto de vida
que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, el amor entre
nosotros y el respeto a la naturaleza como valores esenciales. Es la
felicidad de «vivir bien» lo que ustedes reclaman, la «vida buena», y no
ese ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y propone la
«buena vida».
Quienes hoy estamos aquí, con orígenes, creencias e ideas diversas,
tal vez no estemos de acuerdo en todo, seguramente pensamos distinto en
muchas cosas, pero coincidimos en esos puntos. Supe también de
encuentros y talleres realizados en distintos países donde multiplicaron
los debates a la luz de la realidad de cada comunidad.
Eso es muy importante porque las soluciones reales a las
problemáticas actuales no van a salir de una, tres o mil conferencias:
tienen que ser fruto de un discernimiento colectivo que madure en los
territorios junto a los hermanos, un discernimiento que se convierte en
acción transformadora «según los lugares, tiempos y personas» como diría
san Ignacio.
Si no, corremos el riesgo de las abstracciones, de «los nominalismos
declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener
la vida de nuestras comunidades» (Carta al Presidente de la Pontificia
Comisión Para América Latina, 19 de marzo de 2016).
El colonialismo ideológico globalizante procura imponer recetas
supraculturales que no respetan la identidad de los Pueblos. Ustedes van
por otro camino que es, al mismo tiempo, local y universal. Un camino
que me recuerda cómo Jesús pidió organizar a la multitud en grupos de
cincuenta para repartir el pan (Cf. Homilía en la Solemnidad de Corpus
Christi, Buenos Aires, 12 de junio de 2004).
Recién pudimos ver el video que han presentado a modo de conclusión de este tercer Encuentro. Vimos los rostros de ustedes en los debates sobre qué hacer frente a «la inequidad que engendra violencia». Tantas propuestas, tanta creatividad, tanta esperanza en la voz de ustedes que tal vez sean los que más motivos tienen para quejarse, quedar encerrados en los conflictos, caer en la tentación de lo negativo.
Pero, sin embargo, miran hacia adelante, piensan, discuten, proponen y
actúan. Los felicito, los acompaño, les pido que sigan abriendo caminos
y luchando. Eso me da fuerza, nos da fuerza. Creo que este dialogo
nuestro, que se suma al esfuerzo de tantos millones que trabajan
cotidianamente por la justicia en todo el mundo, va echando raíces.
El terror y los muros
Sin embargo, esa germinación que es lenta, que tiene sus tiempos como toda gestación, está amenazada por la velocidad de un mecanismo destructivo que opera en el sentido contrario. Hay fuerzas poderosas que pueden neutralizar este proceso de maduración de un cambio que sea capaz de desplazar la primacía del dinero y coloque nuevamente en el centro al ser humano. Ese «hilo invisible» del que hablamos en Bolivia, esa estructura injusta que enlaza a todas las exclusiones que ustedes sufren, puede endurecerse y convertirse en un látigo, un látigo existencial que, como en el Egipto del Antiguo Testamento, esclaviza, roba la libertad, azota sin misericordia a unos y amenaza constantemente a otros, para arriar a todos como ganado hacia donde quiere el dinero divinizado.
Sin embargo, esa germinación que es lenta, que tiene sus tiempos como toda gestación, está amenazada por la velocidad de un mecanismo destructivo que opera en el sentido contrario. Hay fuerzas poderosas que pueden neutralizar este proceso de maduración de un cambio que sea capaz de desplazar la primacía del dinero y coloque nuevamente en el centro al ser humano. Ese «hilo invisible» del que hablamos en Bolivia, esa estructura injusta que enlaza a todas las exclusiones que ustedes sufren, puede endurecerse y convertirse en un látigo, un látigo existencial que, como en el Egipto del Antiguo Testamento, esclaviza, roba la libertad, azota sin misericordia a unos y amenaza constantemente a otros, para arriar a todos como ganado hacia donde quiere el dinero divinizado.
¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del
miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y
militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que
parece no acabar jamás. ¡Cuánto dolor, cuánto miedo! Hay -lo dije hace
poco-, hay un terrorismo de base que emana del control global del dinero
sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera. De ese terrorismo
básico se alimentan los terrorismos derivados como el narcoterrorismo,
el terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos llaman terrorismo
étnico o religioso. Ningún pueblo, ninguna religión es terrorista. Es
cierto, hay pequeños grupos fundamentalistas en todos lados. Pero el
terrorismo empieza cuando «has desechado la maravilla de la creación, el
hombre y la mujer, y has puesto allí el dinero» (Conferencia de prensa
en el Vuelo de Regreso del Viaje Apostólico a Polonia, 31 de julio de
2016). Ese sistema es terrorista.
Hace casi cien años, Pío XI preveía el crecimiento de una dictadura
económica mundial que él llamó «imperialismo internacional del dinero»
(Carta Enc. Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, 109). El aula en la
que estamos ahora se llama “Paolo VI”, y fue Pablo VI quien denunció
hace casi cincuenta año las «nueva forma abusiva de dictadura económica
en el campo social, cultural e incluso político» (Carta Ap. Octogesima
adveniens, 14 de mayo de 1971, 44). Son palabras duras pero justas de
mis antecesores que avizoraron el futuro. La Iglesia y los profetas
dijeron, hace milenios, lo que tanto escandaliza que repita el Papa en
este tiempo cuando todo aquello alcanza expresiones inéditas. Toda la
doctrina social de la Iglesia y el magisterio de mis antecesores se
rebelan contra el ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y
aterroriza a la humanidad.
Ninguna tiranía se sostiene sin explotar nuestros miedos. De ahí que
toda tiranía sea terrorista. Y cuando ese terror, que se sembró en las
periferias con masacres, saqueos, opresión e injusticia, explota en los
centros con distintas formas de violencia, incluso con atentados odiosos
y cobardes, los ciudadanos que aún conservan algunos derechos son
tentados con la falsa seguridad de los muros físicos o sociales. Muros
que encierran a unos y destierran a otros. Ciudadanos amurallados,
aterrorizados, de un lado; excluidos, desterrados, más aterrorizados
todavía, del otro. ¿Es esa la vida que nuestro Padre Dios quiere para
sus hijos?
Al miedo se lo alimenta, se lo manipula… Porque el miedo, además de
ser un buen negocio para los mercaderes de armas y de muerte, nos
debilita, nos desequilibra, destruye nuestras defensas psicológicas y
espirituales, nos anestesia frente al sufrimiento ajeno y al final nos
hace crueles. Cuando escuchamos que se festeja la muerte de un joven que
tal vez erró el camino, cuando vemos que se prefiere la guerra a la
paz, cuando vemos que se generaliza la xenofobia, cuando constatamos que
ganan terreno las propuestas intolerantes; detrás de esa crueldad que
parece masificarse está el frío aliento del miedo. Les pido que recemos
por todos los que tienen miedo, recemos para que Dios les dé el valor y
que en este año de la misericordia podamos ablandar nuestros corazones.
La misericordia no es fácil, no es fácil… requiere coraje. Por eso Jesús
nos dice: «No tengan miedo» (Mt 14,27), pues la misericordia es el
mejor antídoto contra el miedo. Es mucho mejor que los antidepresivos y
los ansiolíticos. Mucho más eficaz que los muros, las rejas, las alarmas
y las armas. Y es gratis: es un don de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: todos los muros caen. No nos dejemos
engañar. Como han dicho ustedes: «Sigamos trabajando para construir
puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros
de la exclusión y la explotación» (Documento Conclusivo del II Encuentro
Mundial de los Movimientos Populares, 11 de julio de 2015, Cruz de la
Sierra, Bolivia). Enfrentemos el Terror con Amor.
El amor y los puentes
Un día como hoy, un sábado, Jesús hizo dos cosas que, nos dice el Evangelio, precipitaron la conspiración para matarlo. Pasaba con sus discípulos por un campo, un sembradío. Los discípulos tenían hambre y comieron las espigas. Nada se nos dice del «dueño» de aquel campo… subyacía el destino universal de los bienes. Lo cierto es que frente al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma. Cuando los doctores de la ley se quejaron con indignación hipócrita, Jesús les recordó que Dios quiere amor y no sacrificios, y les explicó que el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el sábado (cf. Mc 2,27). Enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humilde del corazón (cf. Homilía, I Congreso de Evangelización de la Cultura, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2006), que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo.
Un día como hoy, un sábado, Jesús hizo dos cosas que, nos dice el Evangelio, precipitaron la conspiración para matarlo. Pasaba con sus discípulos por un campo, un sembradío. Los discípulos tenían hambre y comieron las espigas. Nada se nos dice del «dueño» de aquel campo… subyacía el destino universal de los bienes. Lo cierto es que frente al hambre, Jesús priorizó la dignidad de los hijos de Dios sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma. Cuando los doctores de la ley se quejaron con indignación hipócrita, Jesús les recordó que Dios quiere amor y no sacrificios, y les explicó que el sábado está hecho para el ser humano y no el ser humano para el sábado (cf. Mc 2,27). Enfrentó al pensamiento hipócrita y suficiente con la inteligencia humilde del corazón (cf. Homilía, I Congreso de Evangelización de la Cultura, Buenos Aires, 3 de noviembre de 2006), que prioriza siempre al ser humano y rechaza que determinadas lógicas obstruyan su libertad para vivir, amar y servir al prójimo.
Y después, ese mismo día, Jesús hizo algo «peor», algo que irritó aún
más a los hipócritas y soberbios que lo estaban vigilando porque
buscaban alguna excusa para atraparlo. Curó la mano atrofiada de un
hombre. La mano, ese signo tan fuerte del obrar, del trabajo. Jesús le
devolvió a ese hombre la capacidad de trabajar y con ello le devolvió la
dignidad. Cuántas manos atrofiadas, cuantas personas privadas de la
dignidad del trabajo, porque los hipócritas para defender sistemas
injustos, se oponen a que sean sanadas. A veces pienso que cuando
ustedes, los pobres organizados, se inventan su propio trabajo, creando
una cooperativa, recuperando una fábrica quebrada, reciclando el
descarte de la sociedad de consumo, enfrentando las inclemencias del
tiempo para vender en una plaza, reclamando una parcela de tierra para
cultivar y alimentar a los hambrientos, están imitando a Jesús porque
buscan sanar, aunque sea un poquito, aunque sea precariamente, esa
atrofia del sistema socioeconómico imperante que es el desempleo. No me
extraña que a ustedes también a veces los vigilen o los persigan y
tampoco me extraña que a los soberbios no les interese lo que ustedes
digan.
Jesús, ese sábado, se jugó la vida porque después de sanar esa mano,
fariseos y herodianos (cf. Mc 3,6), dos partidos enfrentados entre sí,
que temían al pueblo y también al imperio, hicieron sus cálculos y se
confabularon para matarlo. Sé que muchos de ustedes se juegan la vida.
Sé que algunos no están hoy acá porque se jugaron la vida… pero no hay
mayor amor que dar la vida. Eso nos enseña Jesús.
Las «3-T», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa
inteligencia humilde pero a la vez fuerte y sanadora. Un proyecto-puente
de los pueblos frente al proyecto-muro del dinero. Un proyecto que
apunta al desarrollo humano integral. Algunos saben que nuestro amigo el
Cardenal Turkson preside ahora el Dicasterio que lleva ese nombre:
Desarrollo Humano Integral. Lo contrario al desarrollo, podría decirse,
es la atrofia, la parálisis. Tenemos que ayudar para que el mundo se
sane de su atrofia moral. Este sistema atrofiado puede ofrecer ciertos
implantes cosméticos que no son verdadero desarrollo: crecimiento
económico, avances técnicos, mayor «eficiencia» para producir cosas que
se compran, se usan y se tiran englobándonos a todos en una vertiginosa
dinámica del descarte… pero no permite el desarrollo del ser humano en
su integralidad, el desarrollo que no se reduce al consumo, que no se
reduce al bienestar de pocos, que incluye a todos los pueblos y personas
en la plenitud de su dignidad, disfrutando fraternalmente de la
maravilla de la Creación. Ese es el desarrollo que necesitamos: humano,
integral, respetuoso de la Creación.
Bancarrota y salvataje
Queridos hermanos, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre otros dos temas que, junto a las «3-T» y la ecología integral, fueron centrales en sus debates de los últimos días y son centrales en este tiempo histórico.
Queridos hermanos, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre otros dos temas que, junto a las «3-T» y la ecología integral, fueron centrales en sus debates de los últimos días y son centrales en este tiempo histórico.
Sé que dedicaron una jornada al drama de los emigrantes, refugiados y
desplazados. ¿Qué hacer frente a esta tragedia? En el Dicasterio que
tiene a su cargo el Cardenal Turkson hay un departamento para la
atención de estas situaciones. Decidí que, al menos por un tiempo, ese
departamento dependa directamente del Pontífice, porque aquí hay una
situación oprobiosa, que sólo puedo describir con una palabra que me
salió espontáneamente en Lampedusa: vergüenza.
Allí, como también en Lesbos, pude sentir de cerca el sufrimiento de
tantas familias expulsadas de su tierra por razones económicas o
violencias de todo tipo, multitudes desterradas –lo he dicho frente a
las autoridades de todo el mundo– como consecuencia de un sistema
socioeconómico injusto y de conflictos bélicos que no buscaron, que no
crearon quienes hoy padecen el doloroso desarraigo de su suelo patrio
sino más bien muchos de aquellos que se niegan a recibirlos.
Hago mías las palabras de mi hermano el Arzobispo Jerónimo de Grecia:
«Quien ve los ojos de los niños que encontramos en los campos de
refugiados es capaz de reconocer de inmediato, en su totalidad, la
“bancarrota” de la humanidad» (Discurso en el Campo de refugiados de
Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016) ¿Qué le pasa al mundo de hoy que,
cuando se produce la bancarrota de un banco de inmediato aparecen sumas
escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la
humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos
que sufren tanto? Y así el Mediterráneo se ha convertido en un
cementerio, y no sólo el Mediterráneo… tantos cementerios junto a los
muros, muros manchados de sangre inocente.
El miedo endurece el corazón y se transforma en crueldad ciega que se
niega a ver la sangre, el dolor, el rostro del otro. Lo dijo mi hermano
el Patriarca Bartolomé: «Quien tiene miedo de vosotros no os ha mirado a
los ojos. Quien tiene miedo de vosotros no ha visto vuestros rostros.
Quien tiene miedo no ve a vuestros hijos. Olvida que la dignidad y la
libertad trascienden el miedo y la división. Olvida que la migración no
es un problema de Oriente Medio y del norte de África, de Europa y de
Grecia. Es un problema del mundo» (Discurso en el Campo de refugiados de
Moria, Lesbos, 16 de abril de 2016).
Es, en verdad, un problema del mundo. Nadie debería verse obligado a
huir de su Patria. Pero el mal es doble cuando, frente a esas
circunstancias terribles, el emigrante se ve arrojado a las garras de
los traficantes de personas para cruzar las fronteras y es triple si al
llegar a la tierra donde creyó que iba a encontrar un futuro mejor, se
lo desprecia, se lo explota e incluso se lo esclaviza. Esto se puede ver
en cualquier rincón de cientos de ciudades.
Les pido a ustedes que hagan todo lo que puedan y nunca se olviden
que Jesús, María y José experimentaron también la condición dramática de
los refugiados. Les pido que ejerciten esa solidaridad tan especial que
existe entre los que han sufrido. Ustedes saben recuperar fábricas de
las bancarrotas, reciclar lo que otros tiran, crear puestos de trabajo,
labrar la tierra, construir viviendas, integrar barrios segregados y
reclamar sin descanso como esa viuda del Evangelio que pide justicia
insistentemente (cf. Lc 18,1-8). Tal vez con su ejemplo y su
insistencia, algunos Estados y Organismos internacionales abran los ojos
y adopten las medidas adecuadas para acoger e integrar plenamente a
todos los que, por una u otra circunstancia, buscan refugio lejos de su
hogar. Y también para enfrentar las causas profundas por las que miles
de hombres, mujeres y niños son expulsados cada día de su tierra natal.
Dar el ejemplo y reclamar es una forma de meterse en política y eso
me lleva al segundo eje que debatieron en su Encuentro: la relación
entre pueblo y democracia. Una relación que debería ser natural y fluida
pero que corre el peligro de desdibujarse hasta ser irreconocible. La
brecha entre los pueblos y nuestras formas actuales de democracia se
agranda cada vez más como consecuencia del enorme poder de los grupos
económicos y mediáticos que parecieran dominarlas. Los movimientos
populares, lo sé, no son partidos políticos y déjenme decirles que, en
gran medida, en eso radica su riqueza, porque expresan una forma
distinta, dinámica y vital de participación social en la vida pública.
Pero no tengan miedo de meterse en las grandes discusiones, en Política
con mayúscula y cito de nuevo a Pablo VI: «La política ofrece un camino
serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber grave que
cristianos y cristianas tienen de servir a los demás» (Lett. Ap.
Octogesima adveniens, 14 de mayo 1971, 46).
Quisiera señalar dos riesgos que giran en torno a la relación entre
los movimientos populares y la política: el riesgo de dejarse encorsetar
y el riesgo de dejarse corromper.
Primero, no dejarse encorsetar, porque algunos dicen: la cooperativa,
el comedor, la huerta agroecológica, el microemprendimiento, el diseño
de los planes asistenciales… hasta ahí está bien. Mientras se mantengan
en el corsé de las «políticas sociales», mientras no cuestionen la
política económica o la política con mayúscula, se los tolera. Esa idea
de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres
pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en
un proyecto que reunifique a los pueblos a veces me parece una especie
de volquete maquillado para contener el descarte del sistema. Cuando
ustedes, desde su arraigo a lo cercano, desde su realidad cotidiana,
desde el barrio, desde el paraje, desde la organización del trabajo
comunitario, desde las relaciones persona a persona, se atreven a
cuestionar las «macrorelaciones», cuando chillan, cuando gritan, cuando
pretenden señalarle al poder un planteo más integral, ahí ya no se los
tolera tanto porque se están saliendo del corsé, se están metiendo en el
terreno de las grandes decisiones que algunos pretenden monopolizar en
pequeñas castas. Así la democracia se atrofia, se convierte en un
nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va
desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la
dignidad, en la construcción de su destino.
Ustedes, las organizaciones de los excluidos y tantas organizaciones
de otros sectores de la sociedad, están llamados a revitalizar, a
refundar las democracias que pasan por una verdadera crisis. No caigan
en la tentación del corsé que los reduce a actores secundarios, o peor
aún, a meros administradores de la miseria existente. En estos tiempos
de parálisis, de desorientación y propuestas destructivas, la
participación protagónica de los pueblos que buscan el bien común puede
vencer, con la ayuda de Dios, a los falsos profetas que explotan el
miedo y la desesperanza, que venden fórmulas mágicas de odio y crueldad o
de un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria.
Sabemos que «mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de
los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la
especulación financiera y atacando las causas estructurales de la
inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva
ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales» (Exhort.
ap. postsin. Evangelii gaudium, 202). Por eso, lo dije y lo repito: «El
futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes
dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en
manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus
manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio»
(Discurso en el Segundo Encuentro mundial de los Movimientos Populares,
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 9 de julio de 2015). La Iglesia
también puede y debe, sin pretender el monopolio de la verdad,
pronunciarse y actuar especialmente frente a «situaciones donde se tocan
las llagas y el sufrimiento dramático, y en las cuales están implicados
los valores, la ética, las ciencias sociales y la fe» (Discurso a la
Cumbre de Jueces y Magistrados contra el Tráfico de Personas y el Crimen
Organizado, Vaticano, 3 de junio de 2016).
El segundo riesgo, les decía, es dejarse corromper. Así como la
política no es un asunto de los «políticos», la corrupción no es un
vicio exclusivo de la política. Hay corrupción en la política, hay
corrupción en las empresas, hay corrupción en los medios de
comunicación, hay corrupción en las iglesias y también hay corrupción en
las organizaciones sociales y los movimientos populares. Es justo decir
que hay una corrupción naturalizada en algunos ámbitos de la vida
económica, en particular la actividad financiera, y que tiene menos
prensa que la corrupción directamente ligada al ámbito político y
social. Es justo decir que muchas veces se manipulan los casos de
corrupción con malas intenciones. Pero también es justo aclarar que
quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación
adicional que se suma a la honestidad con la que cualquier persona debe
actuar en la vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación de
servir con un fuerte sentido de austeridad y humildad. Esto vale para
los políticos pero también vale para los dirigentes sociales y para
nosotros, los pastores.
A cualquier persona que tenga demasiado apego por las cosas
materiales o por el espejo, a quien le gusta el dinero, los banquetes
exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados, los autos de
lujo, le aconsejaría que se fije qué está pasando en su corazón y rece
para que Dios lo libere de estas ataduras. Pero, parafraseando al ex
presidente latinoamericano que está por acá, el que tenga afición por
todas esas cosas, por favor, que no se meta en política, que no se meta
en una organización social o en un movimiento popular, porque va a hacer
mucho daño a sí mismo y al prójimo y va a manchar la noble causa que
enarbola.
Frente a la tentación de la corrupción, no hay mejor antídoto que la
austeridad; y practicar la austeridad es, además, predicar con el
ejemplo. Les pido que no subestimen el valor del ejemplo porque tiene
más fuerza que mil palabras, que mil volantes, que mil likes, que mil
retweets, que mil videos de youtube. El ejemplo de una vida austera al
servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común y el
proyecto-puente de las 3-T. Les pido a los dirigentes que no se cansen
de practicar la austeridad y les pido a todos que exijan a los
dirigentes esa austeridad, la cual –por otra parte– los hará muy
felices. Queridos hermanas y hermanos.
la corrupción, la soberbia, el exhibicionismo de los dirigentes
aumenta el descreimiento colectivo, la sensación de desamparo y
retroalimenta el mecanismo del miedo que sostiene este sistema inicuo.
Quisiera, para finalizar, pedirles que sigan enfrentando el miedo con
una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y
en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces,
todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más temprano
que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el
mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura. Algunos saben que
después del Sínodo de la familia escribí Amoris Laetitia, un documento
sobre el amor en la familia de cada uno, pero también en esa otra
familia que es el barrio, la comunidad, el pueblo, la humanidad. Uno de
ustedes me pidió distribuir un cuadernillo que contiene un fragmento del
capítulo cuarto de ese documento. Creo que se los van a entregar a la
salida. Va entonces con mi bendición. Allí hay algunos «consejos útiles»
para practicar el más importante de los mandamientos de Jesús.
En Amoris Laetitia cito a un fallecido dirigente afroamericano,
Martin Luther King, el cual volvía a optar por el amor fraterno aun en
medio de las peores persecuciones y humillaciones. Quiero recordarlo hoy
con ustedes: «Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y
poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las
personas atrapadas en ese sistema, las amas, pero tratas de derrotar ese
sistema […] Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del
mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el
golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se
llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En algún lugar,
alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La
persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la
cadena del mal». Esto Luther King lo dijo en 1957.
Les agradezco nuevamente su presencia. Les agradezco su trabajo.
Quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que
los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente
esa fuerza que nos mantiene en pie y nos da coraje para romper la
cadena del odio: esa fuerza es la esperanza.
Les pido por favor que recen por mí y los que no pueden rezar, ya saben, piénsenme bien y mándenme buena onda. Gracias.
in
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