Hoy tienen 7 hijos y están más enamorados que nunca, pero costó mucho
Amy y su marido Shannon - tardaron muchos años en casarse, pero lo hicieron creciendo en la fe |
ReL 4 abril 2017
Amy Karney se crió en una familia rota, dañada por la separación y el alcohol, y conoció un chico católico que venía de una familia firme, alegre y fuerte. Después de dar muchos tumbas y buscar el amor en sitios equivocados, ella rezó: "No sé si estás ahí, Dios, pero
si estás..." Fueron necesarias muchas peripecias para forjar la familia
fuerte que hoy tiene, con siete hijos. Las ha contado en el programa de
testimonios de HM Televisión "Cambio de Agujas".
En una familia rota
Amy Karney nació en Memphis (Tennessee, EEUU) y vivió allí hasta la edad de nueve años. Sus padres se divorciaron cuando ella tenía solo dos años. “Ellos tenían problemas de alcohol y drogas. Cuando se divorciaron, al principio me quedé con mi madre, pero ella seguía metida en el mundo de las drogas y el alcohol. Mi padre estaba igual, pero él sí estaba intentando ordenar su vida. Asistía a reuniones de Alcohólicos Anónimos y rehabilitación. Y sus padres decidieron separarme de mi madre e intentar tener ellos la custodia”.
Para la pequeña Amy no era un ambiente seguro. “Me contaron que mi tía me encontró el día de mi cumpleaños, tirada en el suelo, con la tarta y las pastillas (de mi madre) esparcidas por todo el suelo. Pagaron a un detective privado y él me encontró, en alguna ocasión, fuera de casa, en pañales, a las dos o las de la mañana, al lado del cubo de la basura mientras mi madre estaba de fiesta. Pasaban coches… El mismo detective me tomó y me llevó a casa. Así que mis abuelos y mi padre ganaron la custodia. Estuve con ellos y estoy muy agradecida. Los padres de mi madre también son maravillosos, buena gente. Y todos estaban queriendo ayudarnos, incluso los padres de mi padre querían que mi madre cambiara, e intentaron ayudarla. Ella realmente tenía un buen corazón, pero tenía una fuerte lucha con la adicción".
Con fe desde niña
Amy tenía unos abuelos muy cariñosos que la educaron en el cristianismo protestante. Al principio acudían a Asambleas de Dios (pentecostales) pero poco a poco dejaron de frecuentar la iglesia.
“Yo siempre busqué a Dios. Desde niña me consideré cristiana”, recuerda Amy. En su adolescencia empezó a tratarse con jóvenes bautistas y después de un retiro con ellos casi se bautiza en su comunidad, pero su familia se mudó en esas fechas a Florida y perdió contacto con la vida cristiana.
En una familia rota
Amy Karney nació en Memphis (Tennessee, EEUU) y vivió allí hasta la edad de nueve años. Sus padres se divorciaron cuando ella tenía solo dos años. “Ellos tenían problemas de alcohol y drogas. Cuando se divorciaron, al principio me quedé con mi madre, pero ella seguía metida en el mundo de las drogas y el alcohol. Mi padre estaba igual, pero él sí estaba intentando ordenar su vida. Asistía a reuniones de Alcohólicos Anónimos y rehabilitación. Y sus padres decidieron separarme de mi madre e intentar tener ellos la custodia”.
Para la pequeña Amy no era un ambiente seguro. “Me contaron que mi tía me encontró el día de mi cumpleaños, tirada en el suelo, con la tarta y las pastillas (de mi madre) esparcidas por todo el suelo. Pagaron a un detective privado y él me encontró, en alguna ocasión, fuera de casa, en pañales, a las dos o las de la mañana, al lado del cubo de la basura mientras mi madre estaba de fiesta. Pasaban coches… El mismo detective me tomó y me llevó a casa. Así que mis abuelos y mi padre ganaron la custodia. Estuve con ellos y estoy muy agradecida. Los padres de mi madre también son maravillosos, buena gente. Y todos estaban queriendo ayudarnos, incluso los padres de mi padre querían que mi madre cambiara, e intentaron ayudarla. Ella realmente tenía un buen corazón, pero tenía una fuerte lucha con la adicción".
Con fe desde niña
Amy tenía unos abuelos muy cariñosos que la educaron en el cristianismo protestante. Al principio acudían a Asambleas de Dios (pentecostales) pero poco a poco dejaron de frecuentar la iglesia.
“Yo siempre busqué a Dios. Desde niña me consideré cristiana”, recuerda Amy. En su adolescencia empezó a tratarse con jóvenes bautistas y después de un retiro con ellos casi se bautiza en su comunidad, pero su familia se mudó en esas fechas a Florida y perdió contacto con la vida cristiana.
Amy, cuando iba al instituto |
Hasta los quince años, Amy sabía decir no al alcohol y a la droga. “Al principio, cuando me decían: «Oye, ¿quieres venir a esta fiesta? ¿Quieres fumar marihuana?», yo contestaba: «¿Sabéis por qué no tengo una familia normal? ¿Sabéis por qué no tengo padres? No, gracias, no quiero hacer eso». Crecí expuesta a personas de este tipo, viendo a mis padres consumir droga en sus fiestas. Mi madre después se casó con una persona muy conocida, el jefe de una banda de motociclistas. Y daba miedo. Yo veía lo que no debía hacer. Simplemente no quería tener parte en esos ambientes”.
Pero, una vez en Florida, sin amigos cristianos firmes, empezó a fumar y a beber. A ella le parecía que seguía siendo una “buena chica”, porque no hacía nada “grave”: “Cuando lo pienso ahora… Estaba mintiendo a mis padres sobre dónde iba los fines de semana. Y tenía a escondidas alcohol y cigarrillos. No estaba haciendo las cosas buenas que aprendí en la Biblia, pero al mismo tiempo pensaba que era una buena chica”.
Un novio de familia católica
A los dieciséis años conoció a Shannon. Pasarían muchas cosas hasta que se casaran, pero ya entonces se gustaban mucho. “Nos conocimos un verano trabajando como socorristas. Él era católico, y yo no conocía a casi ningún católico. Sabía que eran cristianos, pero no sabía mucho de su fe. Nos atraíamos mucho. Incluso, cuando salíamos, hablábamos de que cuando fuésemos mayores nos casaríamos”.
El chico había crecido en un hogar católico. Eran cinco hermanos y había sido testigo del amor y de la entrega de sus padres. Sabía que, para tener una familia hermosa necesitaba encontrar una chica que valorara el sacramento del matrimonio. Y Amy no solo no era católica sino que en esa época su estilo de vida era poco ejemplar.
Pero, una vez en Florida, sin amigos cristianos firmes, empezó a fumar y a beber. A ella le parecía que seguía siendo una “buena chica”, porque no hacía nada “grave”: “Cuando lo pienso ahora… Estaba mintiendo a mis padres sobre dónde iba los fines de semana. Y tenía a escondidas alcohol y cigarrillos. No estaba haciendo las cosas buenas que aprendí en la Biblia, pero al mismo tiempo pensaba que era una buena chica”.
Un novio de familia católica
A los dieciséis años conoció a Shannon. Pasarían muchas cosas hasta que se casaran, pero ya entonces se gustaban mucho. “Nos conocimos un verano trabajando como socorristas. Él era católico, y yo no conocía a casi ningún católico. Sabía que eran cristianos, pero no sabía mucho de su fe. Nos atraíamos mucho. Incluso, cuando salíamos, hablábamos de que cuando fuésemos mayores nos casaríamos”.
El chico había crecido en un hogar católico. Eran cinco hermanos y había sido testigo del amor y de la entrega de sus padres. Sabía que, para tener una familia hermosa necesitaba encontrar una chica que valorara el sacramento del matrimonio. Y Amy no solo no era católica sino que en esa época su estilo de vida era poco ejemplar.
Amy y Shannon, muy jóvenes |
“Él estaba viendo si yo era la persona adecuada o no… y entonces decidió
dejarme. Esto fue muy desalentador, porque yo sentía que él era la
persona para mí. La gente siempre me había dicho que yo era guapa, incluso trabajé como modelo, y
le daba mucha importancia a mi apariencia externa, a mi simpatía, a lo
que los demás pensasen de mí, y no tanto a lo que Dios pensaba de mí, y
a que Él me ama como soy. Así que, cuando mi novio me dijo que no era la chica para él, me destrozó. Y en lugar de acudir a Dios, busqué el cariño en otros chicos. Pensé: «Bueno, tú no me quieres, pero otros chicos sí». Aunque, realmente, no quería a los otros chicos, eran mis amigos. Les quería solo como amigos, pero no estaba enamorada”.
"Dios, no sé si sigues ahí pero..."
En la universidad, iba de fiesta en fiesta y de relación en relación... “Una noche me senté en la cama y empecé a llorar y a decir: «Dios, no sé lo que está pasando». Empecé a tener miedo de la muerte y a sentir mucha angustia, y dije: «No sé si estás todavía ahí, pero necesito que esto se acabe. Hay mucha tiniebla, todo parece muy oscuro». Sabía que había algunas cosas que no estaban bien, pero a la vez pensaba: «Es verdad que bebo y a veces… pero no me drogo ni robo. Las personas siempre dicen: sabemos que está mal robar un coche, sabemos que está mal mentir… Pero cuando pensamos en nuestra castidad decimos: «Da igual, todo está permitido». Y creo que pensaba que ese era el único punto donde pecaba, pero que cuando fuese adulta y me casase ya no tendría ese problema, y entonces sería muy santa”.
Con veintiún años, Amy volvió a acercarse a Shannon. Durante cinco años estuvieron saliendo, a intervalos, hasta que un día él volvió a decir que no estaba seguro de que ella fuera la persona con la que él debía formar una familia.
“Otra vez me derrumbé. Le decía al Señor: «Siento que él es la persona para mí, pero él sigue diciendo que no está seguro. Apártalo de mí y así lo saco de mi corazón, y envíame a la persona que sea para mí, porque ya no aguanto más esto». Como decía antes, tenía el cariño de otros chicos, pero yo no quería a ninguno, solo a él. Pero él no me quería, y yo me sentía destrozada. Él tampoco estaba haciendo las cosas bien. No estaba viviendo su fe católica. Y yo lo veía”.
Él también empezó a rezar
Shannon, que durante un tiempo se había alejado de los sacramentos, también se volvió hacia Dios buscando guía. Comenzó a rezar más, a frecuentar más los sacramentos. Rezaba y le pedía a Dios: “Quiero a Amy y sigues poniéndola en mi camino. Pero no lo entiendo, porque yo quería casarme con una buena católica”.
Sin embargo, parecía que Dios le estaba indicando a él que Amy era la mujer con la que debía casarse. “Él volvió a acercarse a mí poco tiempo después de que yo hiciese aquella oración y de que él volviese a rezar, y me pidió que nos casáramos”.
Catequesis de adultos para ambos
Shannon propuso a Amy hacer unas catequesis de adultos, para conocer la fe en la que iban a ser formados sus hijos. Amy comenzó a asistir, y el mismo Shannon iba con ella. Les ayudó mucho hacer ese camino juntos. Ella afrontaba las catequesis desde su formación como protestante y tenía mucho que aprender de la fe católica. Él conocía los contenidos, pero fue durante esas catequesis que hizo suya, propia, la fe que había visto en sus padres.
Amy recuerda: “En cuanto terminamos las catequesis me bauticé y nos casamos. Era como si en esas clases se hubiera encendido un pequeño fuego. Pero era solo el principio. Yo quería leer todo lo que podía sobre la fe católica. Queríamos integrarnos en las actividades de la Iglesia”.
Dejar la anticoncepción: abrirse a la vida
“La primera vez que fuimos a la catequesis y escuchamos que hay que estar abiertos a la vida, y nos dijeron que la anticoncepción no era buena, realmente no entendíamos mucho, y decíamos: Pues vale. Por entonces, yo estaba metiéndome en la mentalidad GO GREEN, de ecología. Sabía que la anticoncepción no era buena para la salud, provoca ataques de corazón, cáncer de pecho… Pero no entendía la parte moral hasta que fuimos a estas catequesis que nos abrió los ojos. ¡Wow! Cuando oyes la verdad, lo sabes, lo reconoces. Y era tan bonito”.
"Dios, no sé si sigues ahí pero..."
En la universidad, iba de fiesta en fiesta y de relación en relación... “Una noche me senté en la cama y empecé a llorar y a decir: «Dios, no sé lo que está pasando». Empecé a tener miedo de la muerte y a sentir mucha angustia, y dije: «No sé si estás todavía ahí, pero necesito que esto se acabe. Hay mucha tiniebla, todo parece muy oscuro». Sabía que había algunas cosas que no estaban bien, pero a la vez pensaba: «Es verdad que bebo y a veces… pero no me drogo ni robo. Las personas siempre dicen: sabemos que está mal robar un coche, sabemos que está mal mentir… Pero cuando pensamos en nuestra castidad decimos: «Da igual, todo está permitido». Y creo que pensaba que ese era el único punto donde pecaba, pero que cuando fuese adulta y me casase ya no tendría ese problema, y entonces sería muy santa”.
Con veintiún años, Amy volvió a acercarse a Shannon. Durante cinco años estuvieron saliendo, a intervalos, hasta que un día él volvió a decir que no estaba seguro de que ella fuera la persona con la que él debía formar una familia.
“Otra vez me derrumbé. Le decía al Señor: «Siento que él es la persona para mí, pero él sigue diciendo que no está seguro. Apártalo de mí y así lo saco de mi corazón, y envíame a la persona que sea para mí, porque ya no aguanto más esto». Como decía antes, tenía el cariño de otros chicos, pero yo no quería a ninguno, solo a él. Pero él no me quería, y yo me sentía destrozada. Él tampoco estaba haciendo las cosas bien. No estaba viviendo su fe católica. Y yo lo veía”.
Él también empezó a rezar
Shannon, que durante un tiempo se había alejado de los sacramentos, también se volvió hacia Dios buscando guía. Comenzó a rezar más, a frecuentar más los sacramentos. Rezaba y le pedía a Dios: “Quiero a Amy y sigues poniéndola en mi camino. Pero no lo entiendo, porque yo quería casarme con una buena católica”.
Sin embargo, parecía que Dios le estaba indicando a él que Amy era la mujer con la que debía casarse. “Él volvió a acercarse a mí poco tiempo después de que yo hiciese aquella oración y de que él volviese a rezar, y me pidió que nos casáramos”.
Catequesis de adultos para ambos
Shannon propuso a Amy hacer unas catequesis de adultos, para conocer la fe en la que iban a ser formados sus hijos. Amy comenzó a asistir, y el mismo Shannon iba con ella. Les ayudó mucho hacer ese camino juntos. Ella afrontaba las catequesis desde su formación como protestante y tenía mucho que aprender de la fe católica. Él conocía los contenidos, pero fue durante esas catequesis que hizo suya, propia, la fe que había visto en sus padres.
Amy recuerda: “En cuanto terminamos las catequesis me bauticé y nos casamos. Era como si en esas clases se hubiera encendido un pequeño fuego. Pero era solo el principio. Yo quería leer todo lo que podía sobre la fe católica. Queríamos integrarnos en las actividades de la Iglesia”.
Dejar la anticoncepción: abrirse a la vida
“La primera vez que fuimos a la catequesis y escuchamos que hay que estar abiertos a la vida, y nos dijeron que la anticoncepción no era buena, realmente no entendíamos mucho, y decíamos: Pues vale. Por entonces, yo estaba metiéndome en la mentalidad GO GREEN, de ecología. Sabía que la anticoncepción no era buena para la salud, provoca ataques de corazón, cáncer de pecho… Pero no entendía la parte moral hasta que fuimos a estas catequesis que nos abrió los ojos. ¡Wow! Cuando oyes la verdad, lo sabes, lo reconoces. Y era tan bonito”.
Amy y Shannon y su familia numerosa hoy; ellos dicen que los sacramentos han hecho crecer su amor año tras año |
“Empezamos a investigar más lo que dice la Iglesia, sobre cómo separar la apertura a la vida de la relación conyugal puede dañar el matrimonio. Estábamos viendo que muchos de nuestros amigos estaban ya divorciados. Sin embargo, nosotros estábamos cada vez más unidos. Ahora llevamos casados dieciséis años. Y miramos atrás y decimos: cada año va mejor. Le quiero más ahora que el día de mi boda, y él siente lo mismo, y cada año mejora. Y pensamos que es por los sacramentos, por asistir a Misa juntos, la Eucaristía, la confesión…
Y estar abiertos a la vida tiene mucho que ver con todo esto, porque
estamos permitiendo a Dios entrar. Queremos tenerle en toda nuestra
vida, así que tenemos que dejarle entrar en ese aspecto también. Nos une
más como esposo y esposa”.
Con su experiencia, tiene un mensaje para los jóvenes: “No debes seguir a la multitud sino a Dios. Tanto si estás pensando que a lo mejor tu vocación es al matrimonio, como si estás llamado a la vida consagrada: guarda el corazón para tu esposo o para Cristo en la vida religiosa. Guardar, sí. Guárdalo eso para ellos".
Los novios castos se conocen más y mejor
“Como monitora de planificación natural, veo a muchas parejas que se me acercan y que están viviendo en castidad, y que tienen una relación muy buena. El mundo dice que esas personas no se conocen, pero, ¿por qué no van a conocerse? Las parejas que viven castamente se conocen mejor. Y esto lo digo después de ser monitora durante más de catorce años y después de formar a muchas parejas. Se conocen mejor que los que no son castos. ¡Y qué bonita noche de bodas van a tener!"
Hablando por propia experiencia afirma: "Si llevas contigo al matrimonio todo el peso de no haber vivido en castidad, vas a tardar años en sanar. Dios es bueno y da la gracia. Pero es una cosas maravillosa si puedes esperar, para no tenerte que recuperar después de haber vivido una vida de 'fiestas'. Camina siempre hacia Dios, camina hacia la luz. Vas estar más feliz si lo haces así”.
Con su experiencia, tiene un mensaje para los jóvenes: “No debes seguir a la multitud sino a Dios. Tanto si estás pensando que a lo mejor tu vocación es al matrimonio, como si estás llamado a la vida consagrada: guarda el corazón para tu esposo o para Cristo en la vida religiosa. Guardar, sí. Guárdalo eso para ellos".
Los novios castos se conocen más y mejor
“Como monitora de planificación natural, veo a muchas parejas que se me acercan y que están viviendo en castidad, y que tienen una relación muy buena. El mundo dice que esas personas no se conocen, pero, ¿por qué no van a conocerse? Las parejas que viven castamente se conocen mejor. Y esto lo digo después de ser monitora durante más de catorce años y después de formar a muchas parejas. Se conocen mejor que los que no son castos. ¡Y qué bonita noche de bodas van a tener!"
Hablando por propia experiencia afirma: "Si llevas contigo al matrimonio todo el peso de no haber vivido en castidad, vas a tardar años en sanar. Dios es bueno y da la gracia. Pero es una cosas maravillosa si puedes esperar, para no tenerte que recuperar después de haber vivido una vida de 'fiestas'. Camina siempre hacia Dios, camina hacia la luz. Vas estar más feliz si lo haces así”.
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