Carta a los miembros de la Asociación Internacional de Caridades (AIC), con motivo de los 400 años de su fundación
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(ZENIT- Ciudad del Vaticano, 15 Mar. 2017).- El santo padre Francisco
ha enviado una carta a los miembros de la Asociación Internacional de
Caridades (AIC), con motivo de los 400 años de fundación de ese
organismo, por san Vicente de Paul en la ciudad francesa de Chatillón.
En el documento difundido este miércoles, el Papa les anima a
proseguir en su labor, recordando que “no se trata solamente de
encontrar a Cristo entre los pobres, pero que los pobres perciban a
Cristo en ustedes y en vuestro actuar”.
La AIC forma parte de la Familia Vicentina,
una comunidad de más de 2 millones de personas que reúne las tres
asociaciones fundadas por san Vicente de Paúl y otras numerosas
asociaciones que están inspiradas en su proyecto.
A continuación el mensaje:
“En este año, 2017, se celebran los 400 años de las primeras
Cofradías de la Caridad, fundadas por San Vicente de Paul en Châtillon.
Con alegría me uno espiritualmente a ustedes para celebrar este
aniversario y les expreso mis mejores deseos para que esta buena obra
continúe con su misión de llevar un auténtico testimonio de la
misericordia de Dios a los más pobres.
¡Que este aniversario sea para vosotros una oportunidad para dar
gracias a Dios por sus dones y para abrirse a sus sorpresas, para
discernir, bajo el soplo del Espíritu Santo, nuevos caminos para que el
servicio de la caridad sea siempre más fecundo!
Las Caridades nacen de la ternura y de la compasión del corazón de
san Vicente por los más pobres, a menudo marginados o abandonados en los
campos y en las ciudades. Su trabajo, con ellos y por ellos, quería
reflejar la bondad de Dios con sus criaturas. Veía a los pobres como
representantes de Jesucristo, como miembros de su cuerpo sufriente; era
consciente de que los pobres, también ellos, estaban llamados a
construir la Iglesia y, a su vez, a convertirnos.
Siguiendo a Vicente de Paul, que había confiado el cuidado de los
pobres a los laicos, especialmente a las mujeres, vuestra Asociación
quiere promover el desarrollo de los menos favorecidos y aliviar la
pobreza y los sufrimientos materiales, físicos, morales y espirituales.
Y en la Providencia de Dios, se asienta el fundamento de este
compromiso. ¿Qué es la Providencia si no el amor de Dios, que actúa en
el mundo y solicita nuestra cooperación?
También hoy en día deseo animarlos a acompañar a la persona en su
integridad, prestando especial atención a las precarias condiciones de
vida de muchas mujeres y niños. La vida de fe, la vida unida a Cristo,
nos permite percibir la realidad de la persona, su dignidad
incomparable, no como una realidad limitada a los bienes materiales, a
los problemas sociales, económicos y políticos, sino verla como un ser
creado a imagen y semejanza de Dios, como un hermano o una hermana, como
nuestro prójimo del que somos responsables.
Para “ver” estas pobrezas y acercarse a ellas, no basta seguir
grandes ideas sino vivir el misterio de la Encarnación, ese misterio tan
amado por San Vicente de Paul, misterio de ese Dios que se abajó
haciéndose hombre, que vivió entre nosotros y murió “para levantar al
hombre y salvarlo”.
No son solo hermosas palabras ya que “se trata propio del ser y de la
acción de Dios”. Este es el realismo que estamos llamados a vivir como
Iglesia. Este es el motivo por el cual no existen una promoción humana
ni una liberación auténtica del hombre sin el anuncio del Evangelio
“porque el aspecto más sublime de la dignidad humana se encuentra en
esta vocación del ser humano a la comunión con Dios”.
En la bula de convocación para la apertura del año jubilar,
manifestaba el deseo de que “los años por venir estén impregnados de
misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la
bondad y la ternura de Dios! (n. 5)”.
Les invito a seguir este camino. La credibilidad de la Iglesia pasa
por el camino del amor misericordioso y de la compasión abiertas a la
esperanza. Esta credibilidad también depende de vuestro testimonio
personal: no se trata solamente de reencontrar a Cristo en los pobres,
sino de que los pobres perciban a Cristo en vosotros y en vuestro
actuar. Si están enraizados en la experiencia personal de Cristo podrán
contribuir también a una “cultura de la misericordia”, que renueva
profundamente los corazones y abre a una nueva realidad.
Por último, les invito a contemplar el carisma de santa Luisa de
Marillach, a quien san Vicente confió la organización y la coordinación
de las Caridades, y a encontrar en él esa finura y esa delicadeza de la
misericordia que nunca hiere ni humilla. sino que levanta y vuelve a dar
valor y esperanza.
Les confío a la intercesión de la Virgen María, a la protección de
San Vicente de Paul y de Santa Luisa de Marillac, y les envío mi
bendición apostólica y pido que recen por mí. Vaticano 22 de febrero
de 2017″.
in
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