«Carmelita portugués, primeramente esposo y padre. Con un remedo
de la prodigiosa Excalibur, y amparado por la Virgen, obtuvo grandes
victorias. Fue bienhechor de los pobres, artífice de conventos y
monasterios»
San Nuño de Santa María Alvares Pereira - © wikimedia commons |
(ZENIT – Madrid).- En esta festividad de Todos los Santos,
la Iglesia celebra también la vida de este portugués, aclamado
fervorosamente en su país que lo festeja el 6 de noviembre.
Nació el 24 de junio de 1360, se cree que en Cernache de Bonjardím,
Portugal. Pertenecía a la nobleza, ya que era hijo del caballero Álvaro
Gonçalves Pereira, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén,
gran prior del hospital que esta obra había establecido en el convento
de Flor da Rosa. Álvaro tuvo diez hijos. Nuño fue fruto de una unión
ilícita, pero al año de nacer lo reconoció legalmente. Ello permitió al
muchacho disfrutar de los beneficios que le proporcionaba su ilustre
ascendencia. Su infancia transcurrió entre las tropas que estaban al
mando de su padre y los libros de caballerías, que hacían furor en la
época, sin perder la inocencia de la que estaba adornado. La historia de
su vida tiene poco que envidiar a las literarias. Porque el pequeño
Nuño, imbuido por las gestas de los caballeros de la Tabla Redonda que
las obras ponían a su alcance, se enamoró de los altos ideales
impregnados de pureza que atisbaba en los personajes. Soñaba con
emularlos, proteger el santo Grial empuñando en sus manos un remedo de
la prodigiosa «Excalibur», y convertirse en otro héroe defensor de su
país. De hecho, su madre cariñosamente le llamaba «mi Galaaz», nombre de
uno de los adalides del rey Arturo.
Realmente, Nuño era valeroso y, como tal, a los 13 años fue armado
caballero y designado paje de la reina Leonor Teles. En su corazón
ansiaba la vida celibial, pero cuando tenía 16 años, su padre, con la
venia del rey, determinó que contrajese matrimonio con Leonor de Alvim,
una joven y acaudalada viuda sin descendencia. Tuvieron tres hijos; los
dos varones fallecieron en el parto, sobreviviendo la niña, Beatriz, que
sería la esposa del primer duque de Bragança, Alfonso, hijo del rey
Juan I. Leonor murió en 1388 al poco tiempo de dar a luz a esta única
hija, cuya educación fue confiada por su progenitor a la abuela de la
niña.
Históricamente, la muerte del rey Fernando I de Portugal vino
acompañada de graves conflictos. Partió de este mundo sin dejar
herederos varones y Juan, maestro de Avis –hijo, aunque fuera natural,
de Pedro I de Portugal, como lo era el legítimo Fernando–, se vio
obligado a luchar por la corona de su país contra el rey Juan I de
Castilla que pretendía el gobierno luso. La armadura con la que había
sido investido caballero Nuño era del maestro de Avis; mantenían una
estrecha cercanía. Así que éste lo designó condestable, otorgándole el
título nobiliario de conde de Ourém. Al frente de las tropas, Nuño le
apoyó en sus aspiraciones monárquicas, y obtuvo varias victorias,
algunas de las cuales por ser tan memorables han pasado a los anales de
la historia portuguesa como la batalla de los Atoleiros, y especialmente
las de Aljubarrota y Valverde. Nuño ya era un gran militar y luchaba
con una potente espada, que se conserva, en la que mandó grabar: «Excelsus super omnes gentes Dominus» (El Señor se eleva sobre todos los pueblos), y en la que inscribió, junto a la cruz y una flor de lis, el nombre de María.
El convento del Carmen fue mandado construir por él en terrenos de su
propiedad en cumplimiento de la promesa efectuada tras ganar la batalla
de Aljubarrota. Porque en medio de los conflictos bélicos, este héroe
no abandonaba las prácticas de piedad. Vivía de manera tan ejemplar que
invitaba a proceder honestamente a quien se hallaba a su lado. Adoraba
al Santísimo Sacramento, sentía una profunda devoción por la Eucaristía,
y por la Virgen María, a la que consideraba indudable protectora en el
combate y artífice de sus victorias, oraba fervientemente, socorría
caritativamente a los pobres, y no consentía gestos licenciosos a su
alrededor. Jamás tuvo reparos en mostrar a todos el signo externo de su
fe plasmando impresos los rostros de Cristo crucificado, de la Virgen
María, del apóstol Santiago y de san Jorge en el estandarte que llevaba.
Muchas iglesias y monasterios se deben a su generosidad.
Beatriz falleció en 1414. En agosto de 1422 el santo ingresó en la
Orden carmelita, justamente en el convento que él había mandado erigir
en Lisboa, aunque su deseo hubiera sido recluirse en una comunidad
alejada de Portugal. No pudo hacerlo porque don Duarte, hijo del rey, no
lo consintió. Era un hombre eminentemente mariano, y en el hecho de
elegir el Carmelo para pasar allí el resto de sus días, pesó su devoción
por la Santísima Virgen. Al dar este paso, se desprendió de todos sus
bienes y tomó el nombre de fray Nuño de Santa María. No quiso para sí
ninguna prebenda; eligió ser un simple «donado» escogiendo una apartada y
humilde celda para llevar a cabo su intensa ofrenda de amor. No solo
mantuvo intactos los pilares que hasta entonces habían jalonado su vida
espiritual, sino que acentuó su oración, ayuno y penitencias, siendo
ejemplar en la vivencia de la observancia. Los religiosos vieron en sus
virtudes un modelo a seguir. Murió con fama de santidad el 1 de abril de
1431 acompañado de su entrañable amigo, el monarca Juan I, y de grandes
personalidades del reino. Fue beatificado por Benedicto XV el 23 de
enero de 1918 y canonizado por Benedicto XVI el 26 de abril de 2009.
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