Música, Cursos Alpha y una parroquia acogedora y exigente
Sebastián Vivo y su mujer Igone quieren hoy compartir su fe alegre... él estuvo alejado de la fe desde los 18 años |
Pablo J. Ginés/ReL 20 julio 2016
Sebastián Vivo Palomares y su esposa Igone han acudido al Encuentro de Nueva Evangelización ENE 2016 y han contado su historia a ReL. Sebastián, de 55 años, se alejó de la fe a los 18 años, y ha vuelto a la Iglesia, con una alegría recién encontrada, este último año.
“Soy maestro, aunque llevo años de delegado sindical de Comisiones Obreras; cuando le cuento a mis compañeros, entre bromas y veras, que soy un converso, me río… si la gente me pregunta, explico el tema, cuento que esta alegría de la fe es lo más importante de mi vida actual”, dice. Creció en una familia firmemente católica “Nací en una familia muy católica. Yo era el quinto de cinco hermanos. Mis padres nos inculcaron la fe y nos llevaban a misa en Jaén. Cuando otros iban a la procesión de madrugada del Viernes Santo, nosotros visitábamos los monumentos de iglesia en iglesia. Era una fe robusta, no era solo costumbre”. “Mi hermana Adela, la tercera por edad, se hizo teresiana muy joven. Ella estudió Magisterio y a los 16 años ya colaboraba con la Institución Teresiana. La enviaron a Roma a estudiar. Yo tenía 8 años y sabía que mi hermana estudiaba en Roma. Toda nuestra familia estaba muy contenta y sentía esa ligazón con San Pedro Poveda, el fundador de la Institución Teresiana”. “Pero cuando yo tenía 16 años, mi hermana falleció en un accidente de tráfico en España, cuando acudía a una reunión pastoral. Ella tenía 29 años. Aquello fue terrible para todos. Mi madre, en especial, sufría mucho”. Sebastián había empezado a tantear una posible vocación religiosa, y de hecho a los 17 años vivía ya en el seminario de Jaén. Pero entonces llegó una fuerte crisis espiritual. La Iglesia, como un aparato ajeno al hombre “Todos los sacerdotes que conocí en mi juventud eran extraordinarios. Tengo recuerdos gratísimos de mi párroco de los 12 a los 18 años, que sigue en activo en Jaén. No tuve encontronazos con ningún clérigo. Y sin embargo, estudiando filosofía, llegué a la conclusión de que la razón no encajaba con la fe. Muchos planteamientos de doctrina me parecían absurdos. Me parecía que la Iglesia, como entidad, no era nada más que un aparato alejado de la gente, alejado del sufrimiento. Dejé el seminario a los 18 años”. “Me fui enfriando en la fe y situándome en la izquierda política, frente a mi familia, que era de derechas. No veía que mi crítica a las injusticias sociales encajaran bien en la Iglesia. Poco a poco me hice más beligerante contra ella. Cuando yo tenía entre 20 y 30 años me declaraba anticlerical. A principios de los años 80 casi me afilié al PSOE. Por razones prácticas, en cambio, me afilié a Comisiones Obreras, un sindicato que en sus orígenes había compartido algunas estructuras con ámbitos católicos obreros". La música abre al Misterio Pero pasados los 30 años, se pasó su beligerancia anticlerical. Sebastián, que toca la guitarra y tiene sensibilidad musical, siempre sintió algo en la música que lo abría al Misterio. “Yo sentía en mi corazón la presencia de mi hermana Adela, la que falleció, en las canciones que ella escribió. Yo tenía su cancionero y las cantaba, y notaba una conexión personal con ella. Empecé a entender que Dios no estaba lejos. Veía también que las enseñanzas de Cristo eran sabias”. “Yo iba alguna vez a la iglesia para acompañar a mi madre… y disfrutaba con la música. La música religiosa, tanto la moderna como la clásica, si expresa sentimientos sinceros, siempre me ha tocado el corazón. A veces incluso me traspasaba. También me gustaba la liturgia. A veces, por acompañar a mi madre y darle una satisfacción, incluso me confesaba y comulgaba”. Cuando llegan los niños... Sebastián se había casado con Igone, una vasca en Andalucía, a la que había conocido cuando estudiaban Magisterio en Jaén. “Ella no era especialmente religiosa pero sí iba a misa los domingos. Yo no iba, excepto en alguna ocasión. Mi esposa Igone y yo no hablábamos de religión entre nosotros”. A medida que nacían los hijos, y crecían, había que tomar decisiones. “Al nacer nuestro primer hijo no tuve duda de que había que bautizarlo y enseñarle las oraciones básicas en casa. Y también tenía claro que debía hacer la Primera Comunión. Incluso escribí una canción para su comunión, expresando mis sentimientos, una canción suave, que no me comprometía a nada. Lo mismo pasó con el segundo hijo. Pero el cambio llegó con la comunión de mi hija, una niña extremadamente dulce y tierna, un templo del Espíritu Santo lleno de amor, sin malicia ninguna”.
Una parroquia exigente con los padres
La familia se había trasladado de Andújar a Jaén y buscaban parroquia para la comunión de la niña. En la parroquia de Santa Isabel el párroco les hizo llegar una carta peculiar. "Era una carta era absolutamente respetuosa, muy bien redactada. Decía: queremos que tus hijos sean cristianos, queremos que crezcan en la fe con vosotros. Decía también que la parroquia no es una expendedora de sacramentos ni parte de un festejo, como los payasos o la comida. Pedía a los padres de los niños ir a misa semanalmente y acudir también a una reunión mensual tras la eucaristía. Me pareció muy honesto”. Él no lo sabía, pero en Jaén, tanto en la parroquia de Santa Isabel como en la de San Pedro Poveda estaban empezando a aplicar algunas ideas de la nueva evangelización y del libro “Una renovación divina”,del padre James Mallon: acabar con los sacramentos “por cumplir”, ofrecer experiencias de Dios a los padres, invitar a los alejados. “En las misas para los niños yo me sentaba en la última fila de los bancos. Hacían una misa muy alegre, con gestos con las manos, levantaban los brazos, hacían teatrillos, para explicar las lecturas. Yo los vi y dije: ‘esta gente está como un cencerro’. Pero al segundo día noté que se sabían mi nombre, el de mi mujer, el de nuestra hija, que nos saludaban al salir, con el cura despidiéndonos en la puerta como en las películas americanas… Vi todos esos detallitos de acogida, que estaban bien”. Poder hablar con libertad sin ser reprobado “En esa reuniones mensuales para padres, tras la eucaristía, nos ponían un vídeo relacionado con las lecturas o el tema de ese domingo, y luego en grupos pequeños, comentábamos unas cinco o seis preguntas: qué significa eso en tu vida, cómo lo vives, etc… dirigido por alguno de los seglares… Y ahí hablábamos y yo veía que podía expresarme con libertad y nadie me reprobaba. Era grato”.
“Llevábamos algo para picar. La parroquia ponía la bebida. Nos
tirábamos hora y pico por allí, a las cinco de la tarde, nos daban un
café con pastelitos y un eslogan que era una cita bíblica. Luego nos invitaban, por ejemplo, a un concierto de canciones espirituales en el templo”.
“Al principio iba por cortesía, yo no me quería dejar atrapar en cosas de parroquia, que me parecía que serían ñoñas y absurdas. Pero esos encuentros luego me gustaron. Nos ponían un vídeo, a veces del Papa Francisco, o sobre “qué imagen tienes de Dios”. Y en esos encuentros nos hablaban mucho de los Cursos Alpha. Así que me apunté un curso”. El Curso Alpha: una experiencia transformadora Así Sebastián experimentó el Curso Alpha (spain.alpha.org), una exploración de la fe en 10 semanas, con comida, grupos pequeños donde se puede hablar con libertad y crear amistades, con momentos de introducción a la oración y un fin de semana con un importante elemento espiritual. “En el curso me sentía feliz. Ya en Semana Santa, y en la Misa Pascual, me sentía libre y alegre para celebrar en la liturgia, con sus canciones y sus gestos. Y decía: ‘ahora el que está como un cencerro soy yo’. Había decido que mi mente y mi corazón dejaran de pelearse. Me invitaron a cantar en un café de estos… y vi que ahí las canciones de mi hermana sí las podía cantar. Mi corazón sentía cosas que la mente no entendía. Me sentía mejor persona, hacía mejor las cosas, me portaba mejor con todos, esperaba el sábado para ir a misa. Me confesé, porque si no podía comulgar sentía desazón. Una vez que no podía comulgar me puse en la fila con los brazos sobre el pecho para pedir bendición, cosa que solo hacían los niños de pre-comunión. Era una ola que fue creciendo. Ahora puedo ir a comulgar siempre con mi esposa”.
Con los colegas sindicalistas
Sebastián habló de su experiencia de retornado o neoconverso con un amigo, compañero de estudios en la universidad. Le dijo sobre Alpha: “¡Chico, qué sé yo! Fui a un curso que es como un redescubrimiento, para que vuelvas a plantearte cosas que creías saber y quizá no recordabas, para revisitar cosas a la luz de la gente con la que te sientas en la mesa. No estás solo viendo un video o charla, sino que hay interacción con los miembros de la mesa… Eso te beneficia”. Sebastián cree que vale la pena invitar a Cursos Alpha y a explorar la fe a cualquier persona “con una chispita de inquietud”. “En los grupos hay gente de toda clase, que asisten cada semana aunque sea para discrepar… y luego oran con los demás. Es una experiencia personal intensa que te acerca a la gente y al mensaje de Cristo”. La comunión de la niña fue preciosa. “Cantamos la canción de acción de gracias que compuse para mi hijo mayor, la cantó mi mujer, yo en la guitarra y segunda voz, la iglesia en un silencio impresionante, mucha gente llorando, yo me emocioné. Nos daban las gracias. Un compañero de Comisiones Obreras, que me consta que no tiene sentimientos religiosos, me venía llorando y me abrazaba diciendo ‘gracias, gracias…’ A mis compañeros del trabajo y el sindicato, si plantean el tema, les digo que esto es lo más importante de mi vida actual, que me da mucha alegría, que disfruto mucho de esta experiencia, sin desazón ni conflicto entre fe y razón. Y si Dios llama a compartir esta experiencia, no quiero negarme a su llamada, intentaré ser dócil”.
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