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domingo, 25 de dezembro de 2016

"Silencio": Una historia de persecución, traición y redención

"Silence", la última película de Scorsese
Martin Scorsese dirige un filme sobre el martirio jesuita en el Japón del siglo XVII

¿Se puede ser santo y no ser un héroe? ¿Cómo asumir la culpabilidad de estar vivo y otros no?
Cameron Doody, 21 de diciembre de 2016 a las 19:52

(Cameron Doody).- "Un estímulo para pensar sobre la vida y cómo se vive, sobre la gracia y cómo se recibe, y cómo al final pueden ser lo mismo". Así habla Martin Scorsese de su nueva película, Silence (Silencio), que se estrenará el próximo 6 de enero en cines. Toda una odisea ambientada en la persecución de cristianos en el Japón del siglo XVII, y dirigida al corazón humano, el único receptáculo -¿o puede ser la fuente?- de la salvación.

Llegó así por fin la hora de apreciar estas palabras que el cineasta pronunció en su entrevista con Antonio Spadaro publicada en La Civilità Cattolica el 9 de diciembre, si bien es cierto que para entenderlas en su verdadera profundidad haría falta más tiempo que la ya generosa duración del filme (161 minutos).

De entrada, el argumento de la película no parece guardar muchos misterios. Llegan noticias a Roma de que un sacerdote de misión en Japón, el padre Ferreira, ha apostatado. Dos curas jóvenes, los padres Rodrigues y Garrpe -que habían tenido a Ferreira como mentor- no creen los rumores de su supuesta renuncia, y se ofrecen a ir al país nipón para buscarlo.

De paso por China, los dos sacerdotes se encuentran con Kichijiro, un japonés que, aunque afirma no ser creyente, les confiesa que había huido de la persecución a los cristianos. Pese a ello, accede a ser el guía de los religiosos una vez llegados a territorio japonés.

Los tres se embarcan a Japón en lo más profundo de la noche. Una metáfora más que apropiada, dado que su llegada dará lugar a un peligroso juego de intriga para todos.

Los sacerdotes intentarán pastorear a los fieles del pueblo lo mejor que puedan, pese a las duras condiciones en las que todos viven, no menos por la amenaza constante de persecución que siempre les pesa encima. Los cristianos intentarán hacer todo lo posible para ganarse el "paraíso" del que les han hablado otros misioneros que han estado entre ellos. Hasta que el aviso de Kichijiro a un pueblo vecino de la llegada de los sacerdotes acabe levantando las sospechas de las autoridades, y éstas decidan tomar medidas para cortar lo que consideran la "infestación" de raíz.


Persecución, traición, redención. Para no revelar demasiados detalles, digamos que el resto de la trama se desarrolla en torno a estos tres ejes. Y que lo hace mediante un descubrimiento gradual de detalles y matices morales que se asemejan a un discernimiento de la vida misma, a un examen (propio o ajeno) de la conciencia.

¿Qué supone vivir como "cristiano", o de acuerdo con las convicciones personales que uno tenga, sean cuales sean? ¿Creer en algo -estar convencido de algo- significa estar dispuesto a ir siempre a los extremos para defenderlo? ¿Puede que sea tan difícil renegar del don de la vida -de la belleza de cada día -como de la gracia de la revelación, o del convencimiento? Son algunas de las dudas que la película plantea, pero he ahí su complicación: en vez de ofrecer respuestas, el filme continúa lanzando preguntas. Como la vida misma. Porque después del martirio que unos sufren, la vida continúa. ¿Puede que la muerte física no sea el peor destino con que uno se encuentra? ¿Cómo asumir la culpabilidad de estar vivo y otros no? ¿Se puede ser santo y no ser un héroe?

En la medida en que sea posible separarlas, más allá de estas reflexiones "personales" a las que la película invita, también provoca a una meditación acerca de la naturaleza de la Iglesia. El argumento de Silencio sugiere que la "evangelización de la cultura" con la que se tiende a definir la misión cristiana -con toda su retórica imperialista, triunfalista y generalista (o generalizadora)- no sea nada más que una quimera. No solo puede que sea una cultura "hostil" a nuestras creencias la que nos evangeliza a los cristianos, sino que el suelo más reacio a que se implanten las semillas del Evangelio sea nosotros mismos.


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