«El gratis data hecho vida sintetiza la existencia de esta fundadora
que siendo hija de un filántropo aprendió junto a los suyos el alcance
de la generosidad. El oeste y sudoeste de Estados Unidos quedaron
marcados por su entrega»
(Wikipedia) |
(ZENIT – Madrid).- La importancia de la educación de los hijos nunca
será suficientemente ponderada. Lo que los padres transmiten, aunque
existen múltiples condicionantes internos y externos que influyen en la
conducta, tiene un peso capital en sus vidas. Ellos son los principales
educadores. La Gaudium et spes recuerda que «la fecundidad del amor
conyugal se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y
sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la
educación» (Cfr. GS 47-52).
Catalina tuvo la suerte de haber venido al mundo en un hogar
conformado por personas generosísimas, y la extraordinaria pedagogía que
recibió en él, no solo teórica sino práctica, con especial énfasis en
la virtud del desprendimiento, marcó su existencia. Nació en Filadelfia,
Pennsylvania, Estados Unidos, el 26 de noviembre de 1858. Era la
segunda hija de un filántropo, el conocido financiero Francis Anthony
Drexel. Perdió a su madre Hannah Jane Langstroth al mes de nacer.
Francis contrajo nuevo matrimonio con Emma Bouvier, y ambos educaron a
las niñas –dos habidas en el primer matrimonio del banquero– para que
compartiesen sus posesiones, inculcándoles la idea de que sus cuantiosos
bienes eran un simple préstamo que habían recibido.
La santa llevó a rajatabla esta enseñanza. En su casa se abrían las
puertas constantemente a los necesitados. Además, su padre ejercía un
mecenazgo sobre ellos con el cariz evangélico del anonimato: dar sin que
nadie lo sepa. En ese amplio abanico de receptores, el Sr. Drexel
incluía a los sacerdotes que ejercían su admirable labor pastoral entre
los desfavorecidos. Junto a estas acciones caritativas, oraban y
asistían a misa comunitariamente. Las tres hermanas recibieron una
espléndida formación. La gran visión de Emma propició la inclusión de
otras enseñanzas útiles y prácticas para la vida cotidiana de las
jóvenes: confección y cocina, complementarias al eficaz aprendizaje que
les proporcionaba la labor asistencial que llevaban a cabo. De este modo
se acostumbraron a apreciar el valor del esfuerzo y a ser agradecidas
por lo que tenían, entre otras virtudes que adquirieron como la
sencillez y la humildad.
Durante unos años la familia gozó de la situación ventajosa que
tenía, viajando en completa armonía por distintos países de Europa.
Abrieron los ojos de Catalina a un mundo nuevo, desconocido, lleno de
rica tradición espiritual en su cultura. Cuando tenía 21 años ese
paradisíaco hogar se quebró por la súbita enfermedad de Emma. Y durante
tres años ella se convirtió en su ángel tutelar. La cubrió de atenciones
con exquisita ternura, y constató las crudas aristas del dolor. Ningún
bien de este mundo pudo devolverle la salud y la vida a Emma. Catalina
entendió de golpe, y de manera definitiva, la futilidad de las riquezas.
En enero de 1883 Emma fallecía, y en noviembre de ese año el resto de
la familia fue a Venecia. Allí una imagen de María en la basílica de San
Marcos se hizo notar para Catalina recordándole el gratis data
evangélico. Quedaba marcado su acontecer.
Dos años más tarde moría su padre y heredaba una gran fortuna. Pero
quedó destrozada, y buscando otros aires viajó a Europa nuevamente. Poco
antes había recorrido con su familia el oeste de los Estados Unidos y
estaba impactada por las carencias que detectó. En Alemania buscó
misioneros para paliarlas, y desde allí se trasladó a Roma con la misma
idea. En la audiencia mantenida con León XIII, esta laica solicitó que
le enviara personas entregadas para las misiones que financiaba. El
pontífice hizo notar que ella misma podía ser misionera, una propuesta
que Catalina acogió con visible sorpresa ya que no había pensando en esa
opción vital. Conoció a los indios americanos y a los afro-americanos
viendo in situ las pésimas condiciones de vida. Y en 1887 estableció la
escuela St. Catherine Indian School en Santa Fe, Nuevo México. Trece
nuevos centros fundados en cuatro años dan idea de su ardor apostólico.
En su ánimo pesaba desde hacía mucho tiempo su anhelo de ser
religiosa, aunque su director espiritual, el obispo James O’Connor no lo
tenía tan claro. Pensaba más en las dificultades que le esperaban y le
sugirió orar. Como en 1888 seguía experimentando el anhelo de
consagrarse, el prelado la animó a fundar una Institución, hasta
entonces desconocida, que tuviera entre sus fines la asistencia de
indios y negros. «La responsabilidad de semejante llamada me abruma,
porque soy infinitamente pobre en las virtudes necesarias», dijo ella
humildemente. Pero el 19 de marzo, bajo el amparo de san José, dio el
paso. El obispo murió sin ver materializada la Obra que finalmente
surgió con la ayuda del arzobispo de Filadelfia que alentó a Catalina.
Emitió los votos en febrero de 1891 y fundó la Congregación de las
Hermanas del Santísimo Sacramento. Donó toda su herencia reservándose lo
imprescindible para su mantenimiento, y poco a poco puso en marcha casi
60 escuelas y misiones extendidas por el oeste y sudoeste de Estados
Unidos. Creó la institución de educación superior «Xavier University» en
Louisiana y se manifestó contra la injusticia y la discriminación
racial. El camino no fue fácil, pero en la contrariedad entrevió la
riqueza de un itinerario único que conduce a la vida eterna: «Cada
prueba que sufrimos, manifestó, es un acto de misericordia de Dios, para
que podamos desatarnos de la tierra y aproximarnos a Dios». Sufrió una
grave enfermedad que la mantuvo prácticamente inmóvil durante 18 años.
Entonces pudo dedicarse por completo a una vida de adoración y
contemplación. Encarnó lo que había expresado en otro tiempo: «La
aceptación humilde y paciente de la cruz, sea cual fuera su naturaleza,
es la obra más elevada que podamos hacer». Murió el 3 de marzo de 1955.
Juan Pablo II la beatificó el 20 de noviembre de 1980. Y él mismo la
canonizó el 1 de octubre de 2000.
in
Sem comentários:
Enviar um comentário