«Conocido como el hombre de la caridad, fue el impulsor de la primera
escuela popular femenina. También se ocupó de la asistencia a enfermos y
ancianos recluidos en hospitales, asilos y en sus propios domicilios»
San Giovanni Antonio Farina (Wiki commons) |
(ZENIT – Madrid).- La mente de un apóstol nunca es localista; es
universal, abarcadora. Este era el espíritu de Giovanni: «Abridme,
Señor, las puertas del mundo… y el mundo entero traeré convertido a
vuestros pies». Como Cristo concede el exacto cumplimiento de los sueños
apostólicos según la medida que cada uno les dé, y los suyos eran
ilimitados, obtuvo la bendición divina.
Nació en Gambellara, Vicenza, Italia el 11 de enero de 1803. Un
hermano de su padre era sacerdote y en él recayó la responsabilidad de
su formación académica y espiritual, paliando el vacío existente en los
pueblos pequeños faltos de escuelas, deficiencia que no le afectó porque
tuvo la fortuna de hallar en su tío a un hombre de Dios que, además,
estaba bien preparado. Ingresó en el seminario de Vicenza con 15 años y
se convirtió en profesor del mismo cuando tenía 21 y aún era alumno de
teología. Fue ordenado sacerdote en 1827 y prosiguió ejerciendo la
docencia en el seminario, misión que ocupó dieciocho años de su vida.
Durante una década fue capellán de la parroquia de san Pedro en Vicenza
de la que se hizo cargo al ser ordenado. En esa época ya estaba en
marcha la Pía obra de santa Dorotea dedicada a proporcionar educación y
formación espiritual cristiana a las niñas de la localidad, cuya
dirección le ofrecieron en 1827. Tres años más tarde fue invitado a
implicarse también en la gerencia de la Escuela de Caridad, cuya
existencia se debía a la generosidad del conde milanés Baldassare Porta,
quien pensaba en las niñas que mendigaban por las calles y sufrían
abandono.
En 1831 Giovanni fusionó estas dos obras. A su competencia como
profesional de la enseñanza, añadía prudencia, audacia y visión. Estaba
al tanto de las últimas corrientes pedagógicas, simpatizando
especialmente con las tesis de Lambruschini, de Pestalozzi y de Girard.
Todo ello enriquecido por el influjo de Felipe Neri, Calasanz y La Salle
dio como resultado una labor de indiscutible riqueza humana y
espiritual. Efectuó un proyecto ambicioso y, a la par, sencillo,
factible. Puso en marcha una escuela gratuita que tenía como objeto la
educación de la mujer equiparando su formación a la que recibían los
varones. La consideraba igualmente digna de recibir una enseñanza
integral, y además, subrayaba su importante papel en el tejido familiar y
social. El proyecto fue aprobado por las autoridades. Así nacía la
primera escuela popular femenina.
En 1836 se percató de que las educadoras no podían quedarse ancladas
en el compromiso de una acción laboral remunerada, sino que debían ir
más lejos. Y buscó «maestras de auténtica vocación, consagradas al Señor
y dedicadas totalmente a la educación de las niñas pobres». En
noviembre de ese año puso en marcha el Instituto de las «Hermanas
Maestras de S. Dorotea, Hijas de los Sagrados Corazones» con tres
maestras (religiosas) y con la directora y cofundadora, Redenta
Olivieri. La tarea de las religiosas, que comenzó con las niñas
necesitadas, se extendió después a las de clases pudientes, a ciegas y a
sordomudas. Él quería que inculcaran «la formación de la mente y del
corazón de las jóvenes, sembrando en ellas los primeros gérmenes del
temor de Dios, y de las virtudes sociales».
Fue para todas como un padre excepcional y entrañable amigo. A esta
misión que compaginaba con su participación en distintas instituciones
espirituales y culturales realizadas en la ciudad, añadiría luego la
asistencia a enfermos y ancianos recluidos en hospitales, asilos y en
sus propios domicilios, junto a la dirección de la Escuela Pública
primaria y superior. En 1839 recibió el decreto de alabanza de Gregorio
XVI. La primera «Casa Asilo» de Vicenza y el «Instituto de los
Expuestos» en manos de las religiosas se convirtieron en centros de
emblemática asistencia a los necesitados. Giovanni fue designado obispo
de Treviso en 1851 desarrollando una acción pastoral en la que los
pobres y enfermos recibían de forma preeminente su atención. Por ella se
le denominó «el obispo de los pobres». Se dedicó a formar a los fieles,
al clero y a los jóvenes.
Tuvo que sortear muchos obstáculos incluidos los creados por miembros
del cabildo catedralicio que vetaron incluso la celebración del Sínodo
diocesano. La oposición conllevaba la paralización de muchos proyectos
apostólicos que un espíritu como el suyo no cesaba de forjar. Sabía que
«las obras de Dios están sujetas a contradicciones». Diez años de
sufrimientos en esta misión no pudieron doblegar el noble corazón de un
hombre que vivía completamente volcado en los demás. Hacía notar: «la
verdadera ciencia consiste en la educación del corazón, es decir, en el
práctico temor de Dios»; una sencilla y efectiva lección. El santo temor
al que aludía era en su vida un instrumento activo de una fuerza y
fecundidad apostólica imparables.
En 1861 fue destinado a la sede episcopal de Vicenza, y en ella pudo
desarrollar su amplio programa espiritual y educativo. Se trasladaba a
pie o a lomos de una mula. Así recorría kilómetros para llevar el
mensaje de la fe, el consuelo y aliento a todos, con especial dilección
por los pobres y ancianos sacerdotes. Era un hombre de oración, gran
devoto del Sagrado Corazón de Jesús, de la Eucaristía y de la Virgen
María, y ese amor especialísimo lo infundía por doquier. Fue un prelado
aclamado, pero también vituperado. A las muestras de gratitud por su
fértil misión se unían voces acusadoras sin fundamento alguno que le
ocasionaron grandes sufrimientos. Su respuesta, como la de todo fiel
seguidor de Cristo, fue el perdón. Todo lo acogió en silencio llevado
por su ardiente caridad, la que hizo que fuera conocido como «el hombre
de la caridad». Sufrió una grave enfermedad en 1886 que le dejó
extremadamente debilitado. Dos años más tarde, el 4 de marzo de 1888,
murió de un ataque de apoplejía. En 1905 Pío X, que en su momento había
sido ordenado sacerdote por Giovanni, aprobó el Instituto fundado por
éste. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de noviembre de 2001. Fue
canonizado por el papa Francisco el 23 de noviembre de 2014.
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