Los Reyes existen o, más bien, siguen existiendo en ese deseo de los
padres de familia de dar la vida, regalándola a los hijos todos los días
La adoración del los Reyes Magos. Pintura de Giotto |
(ZENIT – Madrid),. Desde el punto de vista de la vida de
familia, hay pocas fiestas que sean más entrañables que las navideñas.
Aquí los regalos tienen una importancia grande. En muchos países los
regalos se depositan bajo el árbol en la Nochebuena.
Los niños aprenden a maravillarse ante el portal de Belén y
a cantar villancicos y a escuchar las maravillas del amor de Dios a los
hombres y descubren el don de la vida y su vinculación con los regalos
que reciben.
En otros muchos lugares, esa vinculación se establece en la
fiesta que se celebra el día 6 de enero y que se llama la epifanía,
porque en ella se da una manifestación universal de la gloria de Dios y
de su designio de salvación. Pero los niños no usan esa palabra. Para
ellos es el día de los Reyes Magos y, en aquellos lugares, también de
los regalos que ellos traen a lomos de los camellos.
La noche es larga y a veces les cuesta dormirse. Hay mucho
nervio e ilusiones. Luego, por la mañana, siempre hay alguno que se
levanta antes que los demás. Puede suceder que vaya directo a buscar sus
regalos y que los abra y se ponga a jugar con ellos antes de que hayan
venido los demás. Pero suele suceder también que la alegría se desborde y
vaya corriendo a despertar a sus hermanos: “Mira, mira qué te han
traído los Reyes”.
Ese “mira, mira” es maravilloso. La alegría de anunciar el
regalo que nos ha sido dado y de invitar a la contemplación. Mirar,
deleitarse y llenarse de admiración. Pienso que eso mismo le dirían
María y José al pequeño: Mira, mira, Jesús, qué te han traído los Reyes.
Porque los Reyes existen o, más bien, siguen existiendo en
ese deseo de los padres de familia de dar la vida, de continuar
regalándola a los hijos todos los días. Hoy es un día para hacernos
todos como niños y llenarnos de admiración y también de esperanza.
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