Inés vivió diez horas fuera del seno materno, para alegría de todos, y se nos fue directa al Cielo.
Embarazo - (foto pixabay) |
Porque quizás a alguien le ayude, querría contar algunos detalles del
tránsito por la tierra de nuestra nieta Inés, que, gracias a Dios, fue
tan breve como maravilloso. María, nuestra hija mayor, y Angelma, su
esposo, tienen tres hijos varones.Como estaba previsto, el domingo, 10
de mayo de 2015, María dio a luz a su cuarto-quinto hijo, la primera
niña. Cuarto-quinto porque el primer embarazo fue extrauterino: hubo que
extirpar la trompa y el bebé no fue viable. Los tres que ahora mismo
viven son Jaime (siete años cuando nació Inés), Pablo (seis, en aquel
momento) y Alejandro (cinco, también entonces).
Inés vivió diez horas fuera del seno materno, para alegría de todos, y
se nos fue directa al Cielo. Ya lo sabíamos. Desde la segunda ecografía
se advirtió que tenía una anencefalia: en estas circunstancias, el
líquido amniótico impide el desarrollo del cerebro, por lo que las
funciones vitales, una vez que deja el útero materno, mantienen al niño o
a la niña en vida minutos, horas y, en algunos casos excepcionalísimos,
días. Pero no más.
Todos éramos bien conscientes y, de nuevo gracias a Dios, estábamos ya preparados.
Los hechos
Según suele ocurrir, la realidad superó todas nuestras expectativas.
El dolor es y seguirá siendo real —lo contrario sería antinatural—,
aunque va disminuyendo con el transcurrir del tiempo, al paso que
aumenta el gozo, sobrenatural e incluso humano.
Fue una auténtica bendición que el ginecólogo, José Ignacio, sea un
estupendo creyente, con enorme prestigio en su hospital y una humanidad y
una visión sobrenatural muy fuera de lo común. Supo orientar a María y
Angelma en todo momento, cuidando hasta los menores detalles, con
infinito cariño. Y la siguió atendiendo durante los días que pasó en el
hospital y, como es lógico, también cuando lo dejó.
Ya dentro del quirófano todo era excepcional. Por desgracia, no
suelen nacer los niños aquejados por esta dolencia: bien porque los
abortan, bien porque fallecen en el seno materno. De ahí que bastantes
de los médicos, enfermeros y enfermeras de guardia ese domingo,
quisieran asistir al parto, movidos por un interés a la vez profesional y
humano.
Según lo previsto, hubo cesárea, la cuarta de María, y la pequeña
Inés fue bautizada en cuanto la sacaron del útero, en los brazos de su
padre, Angelma, al que, por excepción, permitieron asistir a la cesárea.
Angelma se echó a llorar, emocionado, en cuanto la tuvo en sus
brazos. María me comentó que es la única vez que lo ha visto llorar.
Pero también lo hicieron alguno de los médicos y el capellán de la
clínica que la bautizó. Este último, no durante el bautizo, sino al
salir del quirófano. Ante la pregunta de una enfermera, cuando empezaba a
responder, no pudo contenerse y rompió a llorar. Ella le comentó, con
cierto asombro, que ya debía estar acostumbrado a situaciones análogas, a
lo que el sacerdote asintió, pero añadiendo que nunca había visto a un
padre agarrar con tanta fuerza a su hijo, como queriendo darle su propia
vida.
Eso fue hacia las once de la mañana. A las doce, más o menos,
llevaron a María para que se repusiera de la anestesia, y la pequeña
Inés se vino con su padre, sus tres hermanos, los padres de Angelma,
Lourdes y yo.
Primeras reacciones
La impresión, en cuanto nos quedamos con Inés, fue grande, al menos
la mía. Poco más arriba de las cejas comenzaba una especie de gorrito,
que habían colocado para que no se viera la enorme herida, en el lugar
donde debería estar el cráneo. Los ojos eran un poco extraños —algo
saltones— y también parte de la nariz; pero desde ahí hasta la punta de
los pies Inesita era perfecta. La carita, que pronto comenzó a adquirir
un tono levemente azulado, por faltarle el oxígeno, producía una ternura
difícil de describir.
Sus hermanos, a quienes María y Angelma venían preparando desde
tiempo atrás, se hicieron varias fotos con ella y con su padre; también
Lourdes y yo, y lo mismo Vicentina y Valentín, sus abuelos por línea
paterna.
La pudimos disfrutar, en esta primera etapa, hasta algo más de las
dos de la tarde. Jaime, Pablo y Alejandro entendieron muy bien que el
niño Jesús quisiera tanto a su hermanita que deseara llevársela ya
consigo. Eso no impidió que se emocionaran, sobre todo el más pequeño de
los tres, que parece el más brutote, como sucede a menudo
entre los niños. Pero hacia las dos acusaron el cansancio de estar
encerrados tanto tiempo en un cuarto pequeño: Valentín y yo nos lo
llevamos a comer, dejando a Angelma y las dos abuelas con Inesita.
Conforme pasaban las horas de esa mañana, la primera sensación de
cierta extrañeza dejó paso a una paz muy fuera de lo común, con la
conciencia clara y palpable de que la Trinidad habitaba en esa criatura,
que pronto iría a unirse completamente con Ella. Casi podía tocar a
Dios. Algo que nunca en mi vida había sentido, al menos de ese modo.
Lourdes y Vicentina, que habían renunciado a comer para aprovechar
más las horas de vida de su nieta, la dejaron cuando María, repuesta de
la anestesia, regresó a su habitación y llevaron a Inesita con ella y
con su esposo. Estuvieron los tres solos hasta alrededor de las seis.
A esa hora se celebró una Misa, que no pudo ser la de gloria —para
agradecer a Dios que ya estuviera en el Cielo—, pues Inesita seguía aún
luchando por vivir. Al terminar, casi todos los asistentes pasaron un
momento a la habitación, para ver a la niña y a la madre, y luego nos
quedamos de nuevo solos María, Angelma, Lourdes y yo, con la niña (los
padres de Angelma tuvieron la sacrificada delicadeza de dejarnos solos,
por eso de que la madre es nuestra hija: se lo agradeceremos siempre).
La marcha al Cielo
Todo el personal sanitario, con el ginecólogo a la cabeza, se portó
de maravilla. Ya al acompañarnos a la pequeña salita donde nos
instalamos, se les veía emocionados y atentos, desviviéndose en mil
detalles. Como estaban poniendo tanto mimo, hubo un momento en que, casi
sin pensarlo, di un beso de gratitud a las dos mujeres-médico
presentes, repitiendo con énfasis: «muchísimas gracias». Ya entonces, y
varias veces más a lo largo del día, una de ellas comentó, siempre con
palabras parecidas y como explicando su actitud: «¡Con tanto cariño
alrededor…!»
Cada media hora, más o menos, los médicos volvían a la habitación
para ver cómo seguía Inesita. José Ignacio, el ginecólogo, además, para
continuar dando ánimos a María y Angelma. Nos impresionó mucho que en
una de las ocasiones, tras apenas saludar a María, se quedó alrededor de
un cuarto de hora, con los codos apoyados en la cunita, sin decir
palabra, contemplando a la niña a la que había ayudado a nacer.
Hacia las nueve de la noche nos dijeron que el corazón latía ya mucho
más débil. Lourdes y yo dejamos la habitación, para que María y Angelma
pudieran estar solos con su hija en esos últimos momentos. A las 21:50
nos dejó y se fue al Cielo. Nos permitieron tenerla un rato más con
nosotros, recostada en el regazo de María.
Hay fotos y videos repletos de ternura.
Una vida breve, pero inmensamente fecunda
A partir del día siguiente, lunes, comenzaron las visitas. Familia
más o menos cercana, amigos de María, de Angelma, etc. Todas muy
emotivas y cariñosas. La tónica general era de gratitud y admiración
contenida hacia los padres por haber querido gestar y dar a luz a una
niña, sabiendo que la iban a tener pocas horas consigo, para entregarla
inmediatamente a Dios.
Una última anécdota de estos primeros días. El martes por la mañana,
al llevarle la comunión, el capellán que había bautizado a Inesita pidió
a María hablar un momento con ella. Le preguntamos si prefería estar a
solas, pero nos dijo que no, que nos quedáramos. Al cabo de unos veinte
minutos se veía que quería llegar al terreno personal… y al fin lo hizo.
Primero agradeció a María, también para que se lo dijera a Angelma,
el que hubieran tenido la generosidad de respetar la vida de la niña. Y
varias veces, con leves modificaciones, repitió dos ideas.
a) La primera, que a él todo esto le había hecho pensar y
orar mucho, y que le había llevado a “recolocar” varias cuestiones
personales (obviamente, cada vez que lo recuerdo vuelvo a dar gracias a
Dios).
b) La segunda, que le había impresionado cómo, mientras
bautizaba a la niña, María, desde la cama donde estaba siendo operada,
forzando la vista por detrás de ella, tenía los ojos fijos en Angelma,
en esos momentos llorando emocionado, como queriendo darle ánimos,
olvidada de sí misma: algo, efectivamente, muy femenino y muy maternal.
Cuando se marchó el sacerdote y María terminó su acción de gracias,
de nuevo llorando de emoción, me dijo: «¡Papá, pero si yo no he hecho
nada!»
Comentamos que así es Dios: que resultaba grandioso que Dios pudiera
darle las gracias a ella por hacer lo que debía y permitir de ese modo a
su hija recibir el bautismo, por lo que Inesita sería inmensamente
feliz en el Cielo… y Dios se alegraría con la felicidad de esa criatura.
Bastantes veces, sobre todo cuando se trata de un grupo cercano, encuadro
mis conferencias en la idea de que nuestro paso por este mundo es, más
que la prueba, la gran oportunidad que Dios nos da para ir aprendiendo a
amar más y mejor, de modo que vayamos siendo ya más felices aquí y, al
término, habiendo dilatado las fronteras de nuestro corazón, nos quepa más Dios en el alma y seamos más felices por toda la eternidad.
Siempre me rondaba por la cabeza, junto a otros mil interrogantes y
consciente de la pequeñez de mis “explicaciones”, qué sucedía con los
recién nacidos que mueren. En esta ocasión vi muy claro que el
engrandecimiento del corazón de Inesita era al menos proporcional al que
había provocado en nosotros —sus padres, abuelos, hermanos y mucha
gente más— ayudándonos a querer un poco más y mejor.
¡Qué fecundidad la de esas diez horas! La querría yo para mí.
Favores
Muy pronto, al menos los más allegados, comenzamos a encomendarnos a
su intercesión. A Angelma le contaron que, en una situación análoga, san
Josemaría había dicho al padre de un niño —muerto también a muy
temprana edad— que no olvidara que, en el Cielo, seguía siendo hijo suyo
y, por lo tanto, que le debía obediencia, y que lo “aprovechara”.
Angelma lo hace constantemente e Inesita, de ordinario, le “obedece”,
dando lugar a múltiples anécdotas. Resumo una de las más simpáticas.
Angelma cursó la carrera de farmacia y, después de un largo período en
Dublín, se ha ido haciendo cargo de la farmacia que fue de su madre. Los
sábados suele estar solo en la farmacia y hay poquísimos clientes. El
que siguió al fallecimiento de Inés, apelando a su autoridad como padre,
le pidió que esa tarde sí que hubiera ventas y, según nos comentó
después, fue uno de los días en que más productos se vendieron: hasta
una especie de crecepelos para varones de mi estilo —es decir, calvos,
pelones—, muy caro y de muy difícil salida.
La última que recojo es bastante impresionante. Estando toda la
familia de acampada, una de las hijas, de dos años de edad, desapareció
una tarde. Estuvieron buscándola lo que quedaba de día, sin éxito. A la
mañana siguiente, la madre, ya resignada a no hallarla viva, pidió por
intercesión de Inesita —sus hijos van al mismo colegio que nuestros
nietos— que, al menos, la encontraran, aunque fuera muerta.
Como es lógico, habían avisado a la policía y esta a los vecinos de
la zona. Esa misma mañana llamó el dueño de una finca, porque había oído
llorar no hacía mucho, se acercó y se topó con la niña: estaba viva,
con rasguños y síntomas de deshidratación; pero se repuso rápidamente.
Para María y Angelma, Inesita ha pasado a ser un miembro más —muy
especial, sin duda— de la familia. Se refieren a ella con toda
naturalidad, le siguen pidiendo favores y fomentan en sus hermanos el
cariño hacia la que ya tienen en el Cielo.
Para concluir…
Termino con un nuevo “favor” de Inesita. En uno de mis correos a un
grupo de matrimonios mexicanos a los que me había dirigido durante un
curso, les conté la historia de Inesita y les animé a encomendarse a
ella, si les parecía, como ahora hago con quienes me lean. Me
respondieron muchos, pero este que recojo es un testimonio muy
particular.
El 2015-10-26, uno de los alumnos me escribe:
«Gracias a Dios, 31 años de casados. De los retos familiares, lo más
destacable es que D. y nuestra hija G., la mayor, no han podido encargar
su bebé, llevan cinco años de casados, los encomendamos a Inés para que
Dios les dé el milagro de la vida. Un abrazo»
El 2015-10-30 recibo este otro mensaje, del mismo matrimonio:
«Tomás y Lourdes, con gran alegría les avisamos que Inesita ya
intercedió para que Dios nos hiciera ese gran milagro y nuestra hija G. y
D. ya están esperando su bebé, hoy recibimos esa gran noticia y se las
compartimos con una gran gusto, ¡muy agradecidos por sus oraciones!»
Tomás Melendo
in
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