«Este santo apóstol de las vocaciones, como lo denominó Pablo VI, amó
profundamente su vocación sacerdotal y tuteló la de los seminaristas.
Es el fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos»
Beato Manuel Domingo y Sol - Templo de la Reparación (Tortosa, Tarragona) (Wikicommons -Zarateman) |
(ZENIT – Madrid).- Hoy la Iglesia celebra la conversión de san Pablo
apóstol, y entre otros, la vida de este beato.Es impagable la labor de
tantos sacerdotes diocesanos que han nutrido con su oración ante el
sagrario (y continúan haciéndolo) la vocación que recibieron encaminada a
llevar la fe al corazón de las gentes sencillas, a veces en lugares
apartados e inhóspitos, multiplicando el tiempo para atender a varias
parroquias y estar presente en los momentos de gozo y de duelo de los
fieles. Son albaceas de hermosos sueños y han sido capaces de transitar
por las frías veredas de la desidia ajena sin dejarse atrapar por el
sentimiento de fracaso. Con su admirable tesón y sacrificio han
cosechado numerosos frutos apostólicos a lo largo de los siglos. Manuel,
considerado por Pablo VI «santo apóstol de las vocaciones», fue uno de
ellos.
Vino al mundo el 1 de abril de 1836 en Tortosa, Tarragona, España. Y
creció amando profundamente el sacerdocio en el que veía un campo
fecundo de grandes proporciones evangelizadoras. En plena adolescencia
ingresó en el seminario, y en 1862 comenzaba a dar rienda a sus anhelos
en una modesta población, La Aldea, perteneciente a la demarcación de
Tortosa, un destino en el que permaneció un año hasta que tomó posesión
de la parroquia de Santiago de esta ciudad en la que había nacido.
Combinó su misión pastoral con la atención espiritual a religiosas y la
docencia en el Instituto. Entre las obras que emprendió a lo largo de 13
años se hallan tres conventos de clausura para religiosas, un centro
juvenil y la fundación de la revista católica dirigida a este colectivo El Congregante,
pionera en España. Pero la honda impresión de que podía hacer mucho más
le acompañaba y portando este sentimiento en lo más recóndito de su
ser, afán que ponía a los pies de Cristo en su oración, un día halló la
respuesta.
¡Cuántos seminaristas han malvivido y sufrido carencias de distinto
calado para materializar su vocación! En febrero de 1873 Manuel se
encontró con un grupo de generosos jóvenes que actuaron en conformidad
con el Evangelio despojándose de todo con auténtica fruición para
obtener la perla preciosa, fieles al llamamiento de Cristo. El eslabón
de este importantísimo hallazgo, de suma trascendencia en su vida, fue
el seminarista Ramón Valero, quien informó al beato de la existencia de
otros compañeros que se hallaban en su misma situación. Impresiona la
grandeza de corazón de este colectivo aspirante al sacerdocio que
sobrevivía casi clandestinamente en Tortosa, sin lugar donde guarecerse
de forma digna, por haber sido destruido el seminario durante la guerra
de 1868, y no tenían más comida que la que obtenían de la caridad ajena o
de la que se procuraban en el basurero, ni más luz que una simple vela.
Entre tantas necesidades incluían la falta de formadores.
Manuel se puso manos a la obra y en septiembre de ese mismo año ya
contaba con un grupo de 24 seminaristas que habían vivido en precarias
condiciones y tres años más tarde se había engrosado el número llegando
casi al centenar. A este primer centro que denominó «Casa de san José»
siguió en 1878 el «Colegio de san José para vocaciones sacerdotales»,
cuya apertura tuvo lugar en 1879 y en el que se alojaron 300
seminaristas que habían conocido en carne propia la indigencia. A ellos
había que sumar otro centenar que tenía acogidos en el palacio de San
Rufo.
Pero el horizonte de un apóstol es inmenso, su fe no tiene fronteras,
y su oración insistente ante Dios para conocer su voluntad, termina por
recibir respuestas. El 29 de enero de 1883, después de oficiar la Santa
Misa, tuvo una honda impresión que pocos días más tarde emergió con
claridad y dio lugar a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos
que se centrarían en la formación de los seminaristas. Desde el primer
momento, el espíritu que animó a los sacerdotes que inicialmente se
unieron a esta labor era la Reparación al Corazón de Jesús, toda vez que
Manuel tenía gran devoción por la Eucaristía que había convertido en el
centro de su vida y quehacer apostólico. «Si descendiéramos al
fondo, al manantial de los sentimientos de nuestra espiritualidad, tal
vez encontraríamos lo que no habíamos reparado ni discurrido: que el
origen de nuestro deseo por el bien y promoción de las vocaciones
sacerdotales, de que Dios tenga muchos y buenos sacerdotes, ha sido
nuestro instintivo amor a Jesús eucarístico», solía decir.
La profunda sensibilidad del beato revertió en los seminaristas que
comenzaron a recibir una formación integral extraordinaria. Abarcaba
todas las facetas: humanas, espirituales, intelectuales, pastorales,
etc., una manera de proceder que signó la tarea de los Sacerdotes
Operarios. Manuel vio con inmensa alegría cómo brotaban las vocaciones y
llovían las demandas de prelados de distintas diócesis para contar con
la inestimable ayuda de la Hermandad.
Siempre con el sello del amor a Jesús Eucaristía recordaba: «una de las cosas que nos avergonzarían en el cielo, si pudiese haber confusión, sería el pensar que le hemos tenido en la tierra, y no nos absorbió toda la vida, todo nuestro corazón».
Y con este espíritu siguió trabajando por el reino de Dios sin
desfallecer, con la convicción de que entre sus manos tenían la
delicadísima tarea de formar sacerdotes revestidos por la auténtica y
genuina entrega evangélica: «la formación de los sacerdotes es lo que podríamos decir ‘la llave de la cosecha’ en todos los campos de la gloria de Dios. Nosotros, más que apóstoles parciales, hemos de ser moldeadores y formadores de apóstoles».
Entre sus grandes sueños alimentó la idea de erigir templos de
Reparación en todas las diócesis. Uno de los dos construídos, a
instancias suyas, fue el de Tortosa, y en él se custodian sus restos.
Murió el 25 de enero de 1909. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de marzo
de 1987.
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