Tadey creció tras la caída de la Unión Soviética, en un momento en el que la sociedad ucraniana experimentaba un renacimiento espiritual. De niños, él y sus dos hermanos mayores acompañaban a su madre y a su abuela al monasterio local de los basilianos en Drohóbych, cerca de Leópolis (Lviv), el corazón de la Iglesia greco-católica en Ucrania. Estaban tan fascinados e impresionados por lo que veían, que al regresar jugaban a celebrar la misa en la sala de su casa.
Como comunidad, la gente apreciaba a la Iglesia que había resurgido a pesar de la persecución de los soviéticos y de la integración forzada en la Iglesia ortodoxa. «En aquella época, muchos jóvenes y adolescentes ayudaban a los monjes en la reconstrucción del monasterio. Esto nos hacía sentir parte de una gran familia. Especialmente durante las vacaciones de verano, íbamos a ayudar y nos encargábamos de cuidar el jardín del monasterio. Pasábamos allá todo el día», recuerda en su conversación con la fundación ACN.
De joven dejó la fe. Una clase de Biología cambió su vida
Sin embargo, este entusiasmo por la Iglesia no sobrevivió a su adolescencia. Tadey, era un joven rebelde, no especialmente bueno en la escuela, y deseoso de ser tratado como un adulto. Cuando se dio cuenta de que la mayoría de los hombres del pueblo se quedaban fuera de la iglesia en lugar de entrar a la celebración litúrgica, decidió que estaba harto y dejó de practicar su fe.
El obstáculo familiar
En su mente, pronto empezó a tomar forma la idea de ingresar en el monasterio, pero sabía que había que superar un importante obstáculo. Su padre llevaba muchos años viviendo en el extranjero, como tantos otros ucranianos, trabajando en Portugal para mantener a su familia. Durante una de sus visitas a casa estaban en la cocina y sus padres bromeaban, cuando su padre le dijo: «Un día tendrás esposa y sabrás lo difícil que es esto». Fue entonces cuando Tadey soltó la bomba. «No, no lo haré», dijo.
Su padre se escandalizó y le exhortó a ir primero a la universidad. Durante todo el año, Tadey rezó para saber qué hacer, hasta que finalmente decidió que se matricularía directamente después de la escuela. Cuando se lo anunció a su padre, que aún estaba en el extranjero, le pidió su bendición y sintió un gran alivio cuando la recibió.
Ahora, está preparándose para ser ordenado sacerdote basiliano. Después, irá a Roma para seguir estudiando en el Instituto Bíblico y prepararse para ayudar a su país a salir del desierto en el que se encuentra actualmente.
La guerra y los desplazados
Desde el 24 de febrero Ucrania sufre la invasión de las tropas rusas. “Ahora la situación es bastante dura, este es un tiempo difícil, el tiempo de la oscuridad”, dice el seminarista. “Mucha gente se ha ido al extranjero, a otros países a buscar refugio. Pero todavía hay personas dentro del país que no tienen a dónde ir y buscan refugio”. “En nuestro monasterio”, dice Tadey, “también hay muchos refugiados, y tratamos de ayudarlos y apoyarlos”.
Tadey y los demás seminaristas necesitan toda la ayuda posible para financiar su formación y sus estudios. El padre Pantaleimon, rector del seminario basiliano, confirma que cada año es más difícil gestionar las cosas. «Desde que soy rector, tenemos los mismos ingresos, pero los precios se han duplicado. Por eso, cada año es más difícil sacar adelante el seminario. Desde que empezó la guerra, la situación económica en Ucrania se ha vuelto imprevisible».
En esta situación, la ayuda de instituciones como ACN, que lleva muchos años prestando apoyo financiero al seminario, es esencial. «Estamos agradecidos con todos los que nos ayudan, especialmente con ACN, porque así podemos servir a la gente y seguir con nuestra misión».
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