Greg sabía dónde estaba la felicidad, pero vivía entre borracheras y matones
Greg viene de una familia de músicos, y con 24 años montó su primer negocio, un salón de baile.
A la desesperada
“El fin de semana de la apertura funcionó muy bien, un auténtico éxito”, cuenta a Découvrir Dieu: “Pero, por desgracia, poco tiempo después empezó una avalancha de problemas: es largo de explicar, pero los hubo políticos, administrativos, financieros que daban lugar a problemas judiciales… En pocos meses me encontraba en una situación que consideraba desesperada. En la adversidad, comprendí que no había solución humana. Así que me dirigí a Dios”.
Greg no tenía práctica religiosa. Le habían bautizado y había hecho la Primera Comunión, pero en la adolescencia se había alejado de la Iglesia: “No me interesaba, no iba conmigo. Pese a todo, yo me hacía preguntas”. Y en aquella situación desesperada que exigía una solución que no encontraba, se acordó de un tío-abuelo suyo, sacerdote obrero, quien difundía “una paz maravillosa, radiante, y era feliz”: “Me dije que si era sacerdote, es porque ‘algo había’, pues uno no puede consagrar su vida a una mentira”.
Con todas estas reflexiones en la cabeza, Greg entró en una capilla y pidió un milagro.
La disyuntiva
No fue eso exactamente lo que sucedió, al menos no de primeras, porque fue lo que le llevó a introducirse “en el mundo de la noche”.
“Un día, mi contable me dijo: ‘Tienes dos soluciones, o declararte en quiebra o convertir el establecimiento en una discoteca. Tu problema no es de gestión, es de ingresos, hay que disparar la cifra de negocio’. Por aquel entonces”, continúa, “no tenía ni una moneda en el bolsillo, apenas podía llegar a fin de mes, incluso perdí mi alojamiento y casi me vi en la calle. Era una catástrofe”.
Reconoce que, aferrado a la idea de “milagro” y por ser demasiado orgulloso, no estaba dispuesto a declararse en quiebra y cerrar, así que transformó su negocio: “Le pedí a un amigo que me prestase los equipos, trabajé mucho. Y abrí mi local nocturno en condiciones lamentables: amenazado de muerte, porque había un contexto mafioso invisible pero que estaba muy presente”.
Greg era consciente de los riesgos: “Me decía: ‘No sé en qué me estoy metiendo, pero… ¡vamos adelante!’ No había elección, porque mis padres me habían avalado y yo había invertido en mi negocio, ¡tenía que salir bien! ¡No tenía opción!”
Descenso a los infiernos
Las primeras noches fue “patético”: no más de doscientas personas. Así era imposible rentabilizar lo invertido: “Mi descenso a los infiernos continuaba. ¿Dónde estaba Dios? ¡En realidad, Dios me estaba mostrando precisamente lo que no tenía que haber hecho! El primer choque fue auténticamente traumático”.
Aún tenía que llegar otro golpe. Un sábado por la noche, uno de los responsables de seguridad vino a verle, alarmado, porque al parecer una chica se había metido en uno de los servicios y no abría la puerta. Tuvieron que desmontarla, y se encontraron a una joven inconsciente entre sus propios vómitos.
“Pero, ¿por qué llegan a estos extremos? ¿Qué es lo que buscan?, pensé. Había tomado coca, o heroína, o a saber qué”, lamenta Greg, en lo que había sido una primera manifestación de lo que empezaba a ser su vida.
“Eran placeres superficiales que desaparecían tan rápidamente como llegaban. ¡Y yo quería una felicidad duradera!”, exclama: “Yo sabía que en una capilla podía encontrarla, pero estaba tan traumatizado que empecé un camino de fe en solitario (lejos de la Iglesia, porque yo no iba jamás a la iglesia ni a misa) para experimentar ese sentimiento de que podía ser feliz. Vivía en un universo ultraviolento y aquello era un poco mi tabla de salvación, a la espera de un milagro que me sacase de tantos vericuetos. Pero pensaba que estaba en el lugar correcto y le decía a Dios: ‘¡Toma el volante de mi vida! ¡Tú sabrás arreglarlo! Te lo ruego, ¡tú sabrás arreglarlo!’”.
El éxito, solo aparente
Y la asistencia al local explotó. Pasó de 200 clientes por noche a 1000. ¿Era la señal esperada?
No precisamente, porque “los problemas también se multiplicaron”: “Empecé a vivir situaciones de todo tipo. Un rodeo en el aparcamiento de la discoteca, la gente huyendo despavorida de los coches, gritos como si hubiese habido un atentado, amigos tan borrachos que acaban pegándose entre sí, una pareja teniendo sexo en una de las salidas de emergencia… Me decía: ‘Pero, Greg, ¿qué estás haciendo aquí?’ Aquello me hacía sentir fatal, completamente mal”.
Además, de la experiencia de la noche extrajo una lección: que el acrónimo de Sexo-Alcohol-Drogas, “sad”, significa “tristeza” en inglés. “Me encontraba en un entorno donde las personas estaban masivamente tristes. Y yo sentía que podía ser feliz en una vida de fe, con las cosas sencillas de la vida”.
Pero antes tenía que abandonar ese mundo “ultraviolento” donde llegó a sufrir algunas persecuciones, y no está seguro de que fuesen solo para robarle: “Pensé que no podría salir vivo de aquello. Cada sábado por la noche me llovían encima los billetes y las chicas se me disputaban, y yo le decía a Dios que aquello no tenía sentido, que quería salir vivo del mundo de la noche, que me ayudase…”
Ibiza
En esas consideraciones estaba, cuando una noche un colega le propuso hacer proyectos juntos, y él le respondió ofreciéndole que comprase la discoteca. Los ojos de su amigo brillaron y no ocultó su sonrisa, porque en aquel momento el negocio iba viento en popa. Llegaron a un acuerdo para hacer la venta unas semanas después.
Era el mes de septiembre, y poco antes de desprenderse del negocio, le invitaron a un evento profesional en Ibiza. La noche le seguía tentando, y él cedió, a modo de despedida de ese mundo.
Al salir de una discoteca de la isla, le atacó un cocainómano: “Él iba tan colocado, que me llegué a plantear si se trataba de una broma con cámara oculta”. Mientras lo empujaba para apartarlo de sí, se dio cuenta de que en la zona había varias ambulancias ‘de guardia’, simplemente esperando rutinariamente para atender a los que les iban llevando: drogas, comas etílicos, indisposiciones…
“¡Era realmente una escena apocalíptica!”, recuerda: “Y entonces, me llegó al alma algo así como esto: ‘¡Greg, se acabó! Sal del mundo de la noche. Te he enviado muchos avisos. ¡Se acabó!”
Donde la felicidad está
Esta vez sí siguió esa inspiración. De regreso en Francia, vendió la discoteca y se apartó para siempre de ese mundo… “¡que es cualquier cosa menos el camino de la felicidad!”
“Cada vez que tuve problemas graves”, continúa, “estoy seguro de que el mundo invisible me los mandó para que me volviese hacia el bien, para que me volviese hacia Dios. Es lo que yo quería realmente, si era sincero conmigo mismo. Y con humildad y obediencia le pedía: ‘Señor, por favor, ¡sácame de aquí!’ Pero, en cuanto salía, volvía a entrar. Hasta que un día, sin duda por la edad y la experiencia, me dije que había que parar y tomar el buen camino”.
“Es lo que pasó”, concluye: “Tras recibir la enésima gracia, me dije: ‘He estado demasiado tiempo lejos de la Iglesia, lejos de los sacerdotes, lejos de los sacramentos. Pues bien, voy a volver al redil con mi pequeña historia’. Porque Dios es como una red de seguridad. Te caes continuamente, pero siempre hay solución. Eso es lo que es maravilloso: que puedes haber hecho todas las idioteces que se puedan hacer, pero si te vuelves a Dios, Él te perdona, es misericordioso. Y nos levanta. La felicidad duradera no está en lo superficial: el alcohol, el sexo, las drogas… Eso no aporta nada a la felicidad, al contrario, la aleja”.
Greg la ha encontrado en una vida sencilla. Trabaja en el ámbito rural, con un salario bajo pero con unas condiciones de vida que no son tan terribles: “Soy feliz. Trabajo mientras cantan los pájaros… Admiro la magnificiencia de la Creación. Y me doy cuenta de que soy afortunado, porque he encontrado lo que muchos buscan. Pero, si yo lo he logrado, cualquiera puede lograrlo. Es el pequeño mensaje que me gustaría dejar: si te sientes confuso, o tienes problemas de dinero, o de trabajo, o de salud, o de familia… ¡reza! Gracias a esa evolución interior, en un momento dado encontré a mi esposa, creamos un hogar y hoy tenemos hijos. ¡Ahora sí soy realmente feliz!”
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