«Lo ideal es morir en tierra de misión», dice quien tanto ha denunciado al régimen
El padre Bernardo Cervellera, misionero del PIME (Pontificio Instituto para las Misiones Exteriores) dirigió Asia News durante 18 años, convirtiendo la agencia en una referencia mundial de información sobre la Iglesia en Asia. En particular, sobre la situación real de China, dando voz a los católicos fieles perseguidos antes y, sobre todo, después de la firma del acuerdo secreto firmado en 2018 entre Pekín y la Santa Sede.
Su nuevo destino es Hong Kong, una ciudad que, tras ser entregada por Margaret Thatcher al régimen comunista en 1984 y pasar bajo su control en 1997, ve cumplirse en los últimos años la amenaza de dejar de ser una ciudad libre.
El propio Cervellera ha explicado cómo afronta esta nueva etapa de su vida en un artículo publicado en Tempi:
Cervellera: por qué voy de misionero a Hong Kong
A principios de agosto iré de misión a Hong Kong. Tras un breve intervalo para recuperar la lengua, empezaré a trabajar, una vez más, en el territorio donde viví en los años 90. Volver a la misión directa con 70 años -la edad de jubilación, cuando ya se cuelgan los guantes- puede parecer extraño. Pero para muchos misioneros -a no ser que tengan enfermedades difíciles de curar- lo ideal es morir en tierra de misión y estar con la que algunos de nosotros definimos "nuestra esposa": las comunidades, las personas, la cultura de un pueblo que se han convertido en familia nuestra y de la iglesia.
Llego a Hong Kong y a China en un momento muy difícil, no solo por el covid y las cuarentenas. Desde hace más de un año, en el territorio de la ex colonia británica está vigente una ley sobre seguridad nacional que previene y castiga acciones y actividades que ponen en peligro al país. Los habitantes de Hong Kong pueden ser arrestados por subversión, secesión, terrorismo y colaboración con fuerzas extranjeras que interfieran en los asuntos de la ciudad.
Un país, dos sistemas
Pero la definición de estos delitos es tan vaga -según han dicho muchos juristas-, que los hongkoneses son arrestados por proclamar eslóganes como Liberar Hong Kong, revolución de nuestro tiempo o por haber respaldado las sanciones de Estados Unidos o de la Unión Europea contra personajes del gobierno chino y del territorio, por la represión contra el movimiento democrático. Como dicen muchos residentes, en Hong Kong se condena el delito de opinión y la libertad de expresión queda reducida a la nada.
El arresto de 52 miembros del movimiento democrático -por haber organizado elecciones primarias con la intención, según el gobierno, de tomar el poder y socavar el orden constituido -, junto al cierre del periódico Apple Daily, el arresto de su director y de otros cinco periodistas -acusados de colaboración con fuerzas extranjeras a través de sus escritos-, demuestra que el Hong Kong de hoy es muy distinto al de hace treinta años, y para nada diferente al resto de China. Entre todas las víctimas están sobre todo los jóvenes, que en 2019 llenaron las calles con manifestaciones instando a la democracia y a la "diferencia" con China. Estos jóvenes se encontraron con el muro del gobierno, que nunca les ha escuchado, y con la jaula de la ley sobre seguridad nacional.
Resultado: más de diez mil personas encarceladas, de las cuales varios miles tienen menos de 30 años, e incluso hay adolescentes. Es probable que entre ellos haya personas que participaron en actos vandálicos, conclusión nocturna de no pocas manifestaciones de 2019. Pero la amplitud de la ley equipara el vandalismo con el terrorismo y la reivindicación de la especificidad de Hong Kong (Un país, dos sistemas) con el intento de secesión de la madre patria.
Gigante chino, pequeño Hong Kong
Los jóvenes de Hong Kong están en un situación cercana a la desesperación. Al menos el 15% de ellos sufre depresión. Además de los problemas económicos -el paro y la pobreza afectan, sobre todo, a las personas entre los 25 y los 29 años-, ahora está el problema del futuro: falta de perspectiva, de democracia, represión. Estos jóvenes se sienten abandonados en las manos del gigante chino y la comunidad internacional o es impotente o es cómplice; incluso la Iglesia, una buena parte al menos, decide no dar su opinión.
Quiero volver a Hong Kong para encontrar un camino que le devuelva la esperanza a los jóvenes. Una esperanza verdadera puede nacer solo de la fe en el único Salvador, que no desprecia los errores, sino más bien todo lo contrario, los ha hecho más fecundos con su muerte y resurrección. Desde este punto de vista, mi vuelta a Hong Kong es muy parecida a mi primera misión: también entonces me dominaba el deseo de volver a dar esperanza a los jóvenes que habían sufrido la masacre de Tiananmén. Las muertes de entonces originaron una gran decepción entre los jóvenes hacia el Partido y las ideologías, y les impulsaron a buscar caminos verdaderos en las religiones y el cristianismo.
Ahora es el turno de la Iglesia
Una encuesta de hace algunos años en las universidades de Pekín y Shanghai mostró que más del 60% de los jóvenes está interesado en el cristianismo. Esto explica por qué -violando la misma constitución china- el Partido prohíbe a los jóvenes menores de 18 años recibir educación religiosa a la vez que difunde el ateísmo en las escuelas. En Hong Kong aún hay plena libertad religiosa, pero muchos temen que, tras la persecución de los demócratas y los periodistas, se empiece a perseguir a la Iglesia. Todo esto vuelve más apasionante la misión en Hong Kong y en China: es difícil destruir las semillas del Evangelio, y la pequeña semilla de mostaza crea plantas tan grandes que los pájaros del cielo pueden descansar entre sus ramas.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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