Comienza el juicio por la matanza en París de 137 personas
Sus dos hijas murieron en los atentados de Bataclan: «No conocimos realmente a Dios hasta su muerte»
Este miércoles comienza en el Palacio de Justicia de París el juicio por los atentados islamistas del 13 de noviembre de 2015, conocidos como los atentados "de Bataclan" porque en dicho teatro se produjo el mayor número de víctimas: 90 de los 137 asesinados (a los que sumar 415 heridos). En realidad toda la capital francesa fue escenario de diversas matanzas en cinco enclaves distintos, con artefactos explosivos y terroristas abriendo fuego.
Junto a la terraza de un bar murieron dos jóvenes francesas, Anna y Marion Pétard, cuyos padres, Sylvie y Erick Pétard, vieron aquella noche cómo se hundía su mundo, pero al mismo tiempo se les abría de verdad la vida de fe.
Les ha entrevistado Olivia de Fournas en Famille Chrétienne:
-Ahora que, casi seis años después del atentado al Bataclan, se inicia el juicio, ¿qué esperan ustedes de la justicia?
-Sylvie y Erick: ¡La justicia debe hacer su trabajo, pero no nos devolverá a nuestras hijas! Anna y Marion tenían respectivamente 24 y 27 años. Anna habría cumplido 30 años el 25 de agosto. Para nosotros, no es el atentado del Bataclan, sino el del 13 de noviembre de 2015. Parece un detalle, pero nuestras hijas estaban en la terraza del Carillon, y no en el Bataclan, cuando fueron alcanzadas por los tiros de los kalashnikovs.
-¿Cómo fue que sus hijas se encontraron en medio de la tragedia?
-Sylvie: El miércoles 11 de noviembre, día de mi cumpleaños, hablé por teléfono con mi hija Anna. Quería darnos una sorpresa volviendo de Barcelona para mi 54 cumpleaños. Mi otra hija, Marion, me contó el secreto y me dijo que Anna se iba a París el viernes para pasar el fin de semana con nosotros en Loir-et-Cher [donde viven]. También iba a visitar a mi madre en el hospital, y estaba deseando conocer a nuestro nuevo perro. El viernes 13 de noviembre quedó con su hermana en París para cenar mientras veíamos una película en la televisión. Nos enteramos de que había habido varios tiroteos en el Estadio de Francia y en París. Ciento treinta personas habían muerto. Pensamos: "¡Oh, Dios! Pobre gente, es horrible". Luego nos enteramos de que los disparos habían tenido lugar cerca del canal Saint-Martin, por lo tanto, cerca de la casa de Marion.
-Erick: Mi esposa Sylvie estaba conmocionada, sintió algo, no podemos explicarlo. Inmediatamente llamó a las chicas y les pidió que volvieran a llamar. No pensé que mis hijas estuvieran en esa matanza. Pero a medida que pasaban las horas nos decíamos que no era normal no tener noticias de ellas. En mi angustia, me fui a trabajar a la carnicería y Sylvie vino poco después. Estábamos muy intranquilos.
-¿Quién les dio la terrible noticia?
-Sylvie: Al día siguiente, el sábado 14 de noviembre, a las 18:00 horas, estábamos en la carnicería cuando recibimos una llamada en mi móvil. Se lo pasé a Erick para que respondiera; tenía demasiado miedo de lo que iba a escuchar. Era el ministerio del Interior. Las chicas habían sido acribilladas mientras caminaban cerca del Petit Cambodge. Y entonces, qué quiere que le diga, acusamos el golpe, llegaron las lágrimas. ¡Era tan imprevisible, nos caímos desde tan alto! Es difícil de entender para quienes no han vivido algo así.
Anna y Marion Pétard, víctimas de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París. Captura de France Bleu.
Erick: Lo teníamos todo para ser felices, nuestras hijas estaban bien, sus estudios habían ido bien. Sylvie y yo teníamos la misma pasión por nuestra profesión, pero el edificio se derrumbó. Dejamos la carnicería, porque sabíamos que no volveríamos a ella pronto. Eugenie, una amiga de Anna, vino a vernos y lloramos juntos. Enseguida quisimos ir a ver a nuestras hijas, pero una segunda llamada del ministerio nos lo impidió. Nos dijeron que las chicas habían sido asesinadas en la terraza del Carillón y nos pidieron que pospusiéramos nuestra visita hasta el día siguiente.
-¿Pensaron en Dios en ese momento?
-Erick: Tengo la fe del carbonero. Seguí rezando, aunque mis oraciones no fueran muy apropiadas. Siempre he sido creyente, pero después de mi primera comunión me alejé, aunque en mi corazón siempre he tenido la certeza de que estábamos aquí por algo. No tendría sentido que estuviéramos aquí si Dios no lo quisiera.
-Sylvie: Yo también dejé de ir a misa y dejé de rezar después de mi primera comunión. Cuando conocí a Erick, él me iluminó un poco más. No íbamos a misa, pero rezábamos en el coche, de camino a la carnicería, él por fidelidad, yo por amor a él, pero sin ir más allá. Ahora me doy cuenta de que también se puede rezar cuando todo va bien, pero en aquel momento no lo sabía. Cuando esperaba la llamada de las chicas clamé a Dios, pero no lo conocí realmente hasta después de su muerte.
- ¿Qué ocurrió al día siguiente del anuncio, el 15 de noviembre?
-Erick: Recibimos una acogida no muy calurosa e incómoda de los ministros Christiane Taubira y Bernard Cazeneuve en la Escuela Militar. Esperamos hasta las cinco de la tarde para ver a nuestras hijas. Estaban en el Instituto Forense, detrás de un cristal y cubiertas con una sábana, porque sus cuerpos estaban destrozados. Ya no nos pertenecían. Nos hubiera gustado tocarlas, aunque estoy de acuerdo que era mejor no ver la atrocidad. Sentía odio dentro de mí, especialmente hacia los políticos que no pudieron evitar esta matanza. Sylvie estaba alterada, no hicimos más que llorar.
-Parece que son un matrimonio muy unido; a veces, la pérdida de un hijo suele destrozar los matrimonios...
-Erick: Siempre hemos estado unidos. El amor ha sido, durante treinta y dos años, nuestro refugio y nuestra fuerza.
-Han escrito: "Nuestra vida ha terminado". ¿Siguen pensando lo mismo?
-Erick: Tenemos familia, pero nuestras hijas ya no vienen a vernos, no tendremos nietos. Todo lo que poseemos es inútil, trabajábamos para ellas. La vida se ha desmoronado. Y sin embargo, todavía tenemos una pequeña luz: la fe.
-Sylvie: Si lo hubiera sabido, las habría llevado en esta dirección, tal vez estarían aquí.
-Erick: Los pusimos en una escuela libre, las bautizamos, hicieron la primera comunión. Habrían vuelto a la fe, especialmente Marion, pero incluso Anna. El suicidio de una amiga, que se arrojó a las vías del tren, había hecho que rechazara a Dios. Dijo: "Si Dios existiera, Sonia no se habría suicidado". A los 17 años es normal reaccionar así.
-¿Pueden poner fecha al momento en que encontraron de nuevo su fe?
-Sylvie: No exactamente. Sentí cada vez más el deseo y la necesidad de rezar. Un año después del 13 de noviembre, Erick me dijo: "Sería mejor que te dirigieras a Dios en lugar de acudir a los psiquiatras". Un día entré en la habitación de Anna y Dios me atrajo hacia su Biblia, que había recibido en su primera comunión. Poco a poco la fui leyendo. En otra ocasión estaba sentaba en el borde de la cama, rezando. Sin querer hablar de una visión, Dios estaba allí, frente a mí, nuestras hijas a su lado y María lejos, en un camino. Cada noche se acercaba más y más, y una noche se llevó a las chicas con ella. Desde entonces, estoy en paz. Conozco a mis hijas: sin María, habrían vagado por todas partes. Ahora sé que cuando llegue al cielo, estarán con María para darme la bienvenida. Ya no temen nada, estoy tranquila. No tendré suficiente tiempo en mi vida para agradecerle a Dios que esté con nosotros.
-Erick: Soy más realista que mi mujer, más sencillo. Siempre tuve la certeza de que Dios existía. No he tenido una visión, pero sé que el Buen Dios está con ellas, es natural, no puede ser de otra manera. Mi fe nunca se ha visto afectada, aunque mi vida de oración ha aumentado y la devoción de Sylvie a María me ha acercado a la Virgen. Espero que Sylvie tenga razón, pero no pienso en la muerte.
-¿Cómo han continuado por este camino que se les ofrecía?
-Erick: Volvimos a misa cada vez con más regularidad, sobre todo después de la venta de nuestra carnicería, el 13 de diciembre de 2016. En la parroquia conocimos a los sacerdotes de la comunidad de Saint-Martin que nos ayudaron y nos aconsejaron, con razón, que fuéramos al santuario de Montligeon, durante un "día del cielo". Hemos vuelto varias veces.
Los "días" o "peregrinaciones" del Cielo se organizan en fechas establecidas en el santuario de Notre-Dame de Montligeon para rezar por los propios difuntos. En este vídeo que los presenta, en el minuto 0:28 se recogen unas palabras de Sylvie.
-Sylvie: Desde hace unos cuatro años tenemos una vida de oración constante. Por la mañana, rezamos juntos, empezando por la Palabra y la oración diaria. Desayunamos y luego leo el Magnificat. A continuación rezamos por separado durante unos cuarenta y cinco minutos, Erick en la mesa o en el porche, yo en un rincón de oración que hemos creado en nuestra habitación. Por la noche, antes de la cena, vuelvo a rezar y después "escribo" a las niñas y leo la Biblia. He leído los Evangelios varias veces, y en este momento estoy leyendo al profeta Daniel. También me gusta la compañía de los santos: Filomena, Juana de Chantal, Teresa de Ávila... Y todos los días leo Dios al hilo de los días [del padre Wilfrid Stinissen, OCD].
Erick: Me gustaría dedicar más tiempo a la lectura de la Biblia, pero soy vago. He trabajado durante cuarenta y ocho años en un trabajo duro, treinta y siete de ellos como autónomo, y ahora me cuesta motivarme. Pero rezo el Ángelus todos los días. También rezo a la Santísima Trinidad, tres oraciones para obtener poder, sabiduría y misericordia. También nos consuelan las peregrinaciones y las estancias en las abadías: Ars, Montligeon, Ligugé, así como la compañía de sacerdotes cuya vida de entrega a Dios admiro.
-Desde que Dios ha vuelto a su vida, ¿su sufrimiento es diferente?
-Sylvie: No ha disminuido, pero lo vivo mejor, porque he encontrado de nuevo a Marion y a Anna desde que sé que están con la Santísima Virgen.
-¿Cómo es su vida hoy?
-Sylvie: Tenemos una vida de silencio y meditación. Intentamos no quedarnos aislados, necesitamos ver el mundo. Me ocupo de las flores de la iglesia los sábados por la mañana, leo, rezo, sigo escribiendo un libro de testimonios, Mi pequeño libro azul, del que nació el libro que hoy publicamos. Lo edité yo misma y se lo di a una veintena de personas de mi entorno. Solo cinco de ellas me han hablado de él, pero no importa, la gente no se atreve. Tenemos un grupo de feligreses con los que hablamos, pero la mayoría de la gente que nos rodea no tiene fe.
-Erick: Nos gustaría transmitir nuestra fe, pero no sabemos cómo hablar de ella. No tardo en quedarme sin palabras ante un refractario.
La esperanza que nos mantiene vivos es el libro que han escrito Sylvie y Erick Pétard contando el impacto en su vida de la experiencia de haber perdido a sus dos hijas en los atentados de Bataclan.
-¿Es posible el perdón para ustedes?
-Erick: Dios tal vez pueda perdonar a los criminales, pero para mí es imposible. Merecen morir por matar a gente inocente. Son pobres, pero ¿de dónde sacan las armas? Intento no estar cerca de personas resentidas, para que no me influyan.
-Sylvie: He seguido adelante. Es inhumano pedirnos que perdonemos, pero Dios lo hace. Solo puedo pedirle a Dios que los perdone. Y que nos perdone por no perdonarlos.
-¿Por qué han querido explicarlo todo en un libro?
-Sylvie: Desde 2016 escribo casi todos los días, sobre todo para no olvidarme de nada si un día me falla la memoria, que es lo que más temo. Nos gustaría que nuestras hijas no cayeran en el olvido, escribimos este libro para prolongar sus vidas. Y también para que los que tienen desgracias traten de acudir a Dios, para que no se queden en el vacío, diciéndose que no hay nada que hacer. Espero que nuestro testimonio ayude a los padres que lo lean.
-Erick: Cuando leí el testimonio de Sylvie, lloré.
-¿Hablan de sus hijas entre ustedes?
-Sylvie y Erick: Nuestras hijas están en las paredes de la casa, vivimos con ellas, las sentimos, nos comunicamos a través de la oración, pero casi nunca hablamos de ellas entre nosotros. Si lo hiciéramos, todo se desmoronaría. Sabemos que no habrá más recuerdos. Evitamos las cosas que nos hacen llorar.
-¿Qué es lo que les consuela?
-Sylvie y Erick: Estar juntos, nuestra fe y saber que un día nos reuniremos con ellas. Esa es nuestra única esperanza.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
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