«Conocido como el cura de los chicos pobres les ayudó espiritualmente
y les propocionó una digna salida laboral con un interesante abanico de
profesiones. Es el fundador de la Congregación de los Hijos de María
Inmaculada»
San Ludovico Pavoni - Wikipedia |
(ZENIT – Madrid).- Pío XII calificó a Ludovico como «otro Felipe
Neri… precursor de san Juan Bosco… perfecto emulador de san José
Cottolengo». Nació en Brescia, Italia, el 11 de septiembre de 1784. Su
ilustre familia, los Poncarali, pertenecía a la nobleza. Eran dueños de
grandes posesiones. Pero los utópicos ideales de la Revolución Francesa,
portando aires triunfales, penetraron en la ciudad y arrasaron los
derechos de muchos ciudadanos. En 1797 miembros del ejército tomaron
bajo su mando el palacio Poncarali y firmaron el manifiesto «Juramos vivir libres o morir».
Sin darse ínfulas de nada, ni comprometerse con idílicos principios,
únicamente con la sencillez de la verdad por bandera, Ludovico se había
adentrado en el drama de los pobres. Ya conocía el asfixiante ambiente
de las fábricas y lo que cuesta el aserto bíblico de ganarse el pan con
el sudor de la frente. Había sido el primogénito de cinco hermanos, y
todos los ojos estaban puestos en él, sin adivinar entonces lo que iba a
depararle la vida. A lo largo de los años, otras personas tendrían en
cuenta sus cualidades y virtudes al punto de encomendarle altas misiones
eclesiásticas. En esa época abastecía su alma cada mañana en la iglesia
de San Lorenzo con el más excelente manjar: la Eucaristía. Mientras
tanto, los que proclamaron la libertad esclavizaron al pueblo. Les
privaron de bienes gratuitos que movimientos eclesiales proporcionaban a
los desamparados, suprimieron escuelas, centros benéficos e incluso el
seminario.
En una de las posesiones familiares Ludovico realizaba obras de
misericordia. Compartía los conocimientos que tenía con los chavales de
su edad que no pudieron costearse estudios. Además, les enseñaba el
catecismo. Su sensibilidad por estos jóvenes desamparados fue aumentando
y, con ella, su amor al sacerdocio. En 1805 perdió a su padre, que
falleció profundamente apenado por las desavenencias con uno de los
hijos. Cuando Ludovico ofició su primera misa en 1807 percibió con
aflicción la ausencia de este díscolo hermano, que estaba casado. La
lectura de un libro hizo que Ludovico tomase el sendero que guiaría el
resto de su existencia: Sobre las influencias morales escrito por Schedoni.
Fue providencial. Con lucidez su autor ponía de relieve lo ya conocido:
si a los chicos se les deja a su aire, no se les exige la
escolarización, y se ponen a su alcance puertas abiertas a la
indisciplina y a la inmoralidad, el camino hacia el delito está en
marcha. Lo dice el refrán: «quien siembra vientos, cosecha tempestades».
Así que Ludovico tomó la resolución de implicarse por completo en la
tarea de restaurarlos.
En noviembre de 1809 murió su madre dejándole gran
pesar. Sin tiempo que perder, impulsó un centro parroquial para los
muchachos del entorno. A otros los rescató de las calles conquistándolos
con una simple limosna y el gozo reflejado en su semblante. Les
allanó el camino disponiendo un hogar donde acogerlos, un «Oratorio».
Los pilares de su capacitación en prácticos oficios (carpintería e
imprenta) comenzaron en Brescia. Su iniciativa fue bendecida por el
prelado Gabrio María Nava, que tenía gran debilidad por este colectivo
marginal. Conocía la trayectoria del beato, que ya era popularmente
denominado «el cura de los chicos pobres». En 1812 lo designó secretario
suyo. Seis años más tarde le nombró canónigo confiándole la rectoría de
la Basílica de San Bernabé. Además, le encargó la fundación del
«Instituto privado de beneficencia». Era una «Escuela de Oficios» de
carácter gratuito. En 1821 recibió el nombre de «Pío Instituto de San
Bernabé». Sus destinatarios eran jóvenes sin hogar ni recursos que,
desde el punto de vista profesional, saldrían de sus aulas bien
preparados para entrar en el mundo laboral. Y, desde la perspectiva
espiritual, listos para lidiar con un ambiente poco sano y, por tanto,
no cristiano.
Otra de las obras emprendidas por Ludovico fue la «Escuela
Tipográfica», una novedad en Italia al tratarse de la primera escuela
gráfica que se abría, convertida después en editorial. Fue ampliada en
1841 para otro grupo de sordomudos. Y como su entusiasmo y creatividad
no tenían fronteras, en diez años logró que los jóvenes pudieran elegir
entre un interesante abanico de profesiones: tipografía, encuadernación
de libros, papelería, etc. Los oficios a los que podrían aspirar serían
igualmente extensos: plateros, cerrajeros, carpinteros, torneros,
zapateros… Era un gran logro por el cual en 1844 fue condecorado por el
emperador de Austria, quien le concedió el título de Caballero de la
Corona de Hierro. Su destino fue un cajón; hubiera preferido ayuda para
sus chicos.
Para que subsistiera esta formidable labor caritativo-social
precisaba personas generosas, entregadas, con empuje. Sobre todo, que
tuviesen entre sus objetivos altos ideales espirituales. Ludovico
pensaba en esa opción cuando eligió entre los muchachos a los que
juzgaba cumplían esos requisitos, y fundó con ellos la Congregación de
los Hijos de María Inmaculada, erigida canónicamente en 1847. Comenzaban
a verse los frutos de su religioso tesón: «debemos sembrar con
confianza; no importa si los frutos no se ven». Ese mismo año emitió los
votos perpetuos. Su incesante entrega prosiguió hasta el fin de sus
días. Aunque sus chicos le sugerían que descansase alguna vez, su
invariable respuesta era «descansaremos en el cielo». Ese
momento le sorprendió en Saiano, lugar cercano a Brescia. A pesar de su
delicado estado de salud había acudido allí para liberar a sus
muchachos de los atropellos provocados por los austriacos insurrectos
que integraban la revuelta «de los Diez Días». Llegó el 24 de marzo de
1849 y murió el 1 de abril diciendo: «Queridos míos… adiós». Era Domingo
de Ramos. Poco antes pudo transmitirles esta consigna: «Tened
fe, no os desaniméis. Dios, desde el cielo, rige y dispone el destino
de los hombres. Haced siempre el bien a todos y amad a Jesús y a nuestra
Madre, la Virgen Inmaculada». Juan Pablo II lo beatificó el 14 de abril de 2002. El papa Francisco lo canonizó el 16 de octubre de 2016.
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