«Este campeón de la fe, carpintero y albañil de profesión, fue un
jesuíta obediente y valeroso. Utilizó su creatividad e ingenio para
salvar de la muerte a muchos hermanos. Fue cruelmente torturado en la
Torre de Londres»
(ZENIT – Madrid).- Nació en Oxford, Inglaterra, a mediados del siglo
XVI. Su padre, que era carpintero, tuvo un papel predominante en su
educación religiosa y en la de sus hermanos. Les infundió fortaleza en
la defensa de la fe en un periodo histórico agitado, difícil y peligroso
para los creyentes, tras la Reforma impulsada por Enrique VIII. Muchos
de ellos fueron mártires. Entre otros, santo Tomás Moro y los Cartujos,
hechos dramáticos que Nicolás conoció de cerca. No se trataba de una
persona ajena a la Iglesia. Desde muy joven estaba vinculado a los
jesuitas. Además, su hermano mayor, que era impresor, editaba y
distribuía libros católicos desafiando al peligro que constantemente
acechaba a su vida. Se enfrentaba al riesgo de perderla con heroica
determinación por amor a Cristo. Otros dos hermanos fueron ordenados
sacerdotes. Cuando pudo, Nicolás les ayudó económicamente.
Era un hombre valeroso y audaz. Un carpintero y albañil sumamente
hábil, cualidad heredada de su padre, que iba a serle de gran utilidad
desde el punto de vista apostólico. En 1580 entró en contacto con los
jesuitas Roberto Persons y san Edmundo Campion. Persons, que era el
superior y acababa de cruzar el canal de la Mancha, aceptó a Nicolás en
un momento en el que no sabía si podía admitirlo dadas las
circunstancias que atravesaban. Le encomendó que guardase el hecho en
secreto, y éste cumplió la petición a rajatabla. Ni siquiera los que
eran jesuitas entonces y los que se incorporaron después pudieron
imaginar la existencia de tan afortunado vínculo. Fue compañero y
discípulo de Campion, detrás del que cabalgaba amparado en un disfraz,
como hacía él, y así aprendió a orar mientras le seguía en su caballo,
yendo a evangelizar.
El primogénito de la familia Owen fue editor de la obra de Campion,
que fue detenido y murió martirizado el 1 de diciembre de 1581. Pero en
el infausto momento de ser apresado, Nicolás se hallaba ausente. Después
le asistió, ayudó e hizo por él cuanto estuvo en su mano. Y, desde
luego, lloró amargamente su muerte. Ante este imenso dolor, el consejo
de actuar con prudencia que le dio su superior se congeló en sus labios.
Testimonió a favor de Campion y de los martirizados junto a él. Por
ello, fue detenido y torturado. No contento con los castigos que le
aplicaron, añadió nuevos tormentos, gozoso de dar su vida por Cristo. No
delató a nadie. No lograron arrancarle ni una palabra, y muy
astutamente simuló ser una persona insignificante; un simplón. Poco
después, recuperó la libertad ya que alguien había pagado un rescate.
Aunque en Inglaterra no habían quedado jesuitas, era un hombre
avispado que poseía numerosos recursos y no tuvo problemas para su
sostenimiento. Sus oficios le permitieron ganarse la vida. Por supuesto,
continuaba manteneniendo enhiesta su fe. Es fácil imaginar su alegría
cuando en medio de ese desierto impuesto por los enemigos, descubrió a
otro jesuita, y también se comprende su sentimiento de pesar al tener
que separarse de él obligado por la difícil situación que gravitaba
sobre los paladines de la fe. Cuando llegaron nuevos religiosos en 1586
se unió a ellos y quedó bajo el amparo del superior padre Garnet.
Dieciocho años, los que le quedaban de vida, permaneció junto a sus
hermanos siendo patente su fe, audacia, fortaleza y ardor apostólico.
Había sido muy generoso con la comunidad, incluso antes de establecer
con ella un compromiso vivencial. El padre Garnet lo había atestiguado
por carta: «Nosotros tenemos como bienhechores a un buen número de
laicos, todos muy bien conocidos. Uno de ellos es un carpintero. Quiera
Dios que un día pueda ingresar en nuestra Compañía. Él tiene una
extraordinaria habilidad y maestría, digna de toda confianza, para
construir gratuitamente en todo el país escondites que permiten a los
sacerdotes católicos estar seguros del furor protestante. Cualquier
dinero que es forzado a recibir por sus trabajos, él lo da a sus dos
hermanos presos, uno sacerdote y el otro un laico». Y no se equivocó. La
labor que realizó Owen no tuvo precio. En perfecta comunión con Garnet,
utilizó sus conocimientos y los dosificó con astucia sabiendo burlar a
los infiltrados; así pudo seguir difundiendo el mensaje de Cristo. Su
profesión le permitió desarrollar su creatividad e ingenio. Salvó a
muchos que se ocultaron en los sorprendentes escondites secretos que
proyectó y materializó.
El proceso que le condujo al fin se dilató en el tiempo permitiéndole
corroborar la autenticidad de su fe, de la que dio pruebas fehacientes
aún en circunstancias de extrema dureza. El 23 de abril de 1594 fue
detenido por segunda vez, torturado y, después, liberado. Reinaba Jacobo
I y sus esbirros le habían aplicado terribles tormentos, pero nunca
pudieron arrancarle nombres ni lugares donde se refugiaban. Supo que un
sirviente les había delatado a él y a otros jesuitas. Al salir –alguien
pagó una fianza– trató de rescatar a sus compañeros de Orden. Difícil y
peligrosa empresa. El padre Gerard fue trasladado a la tenebrosa Torre
de Londres siendo sometido a crueles suplicios. Nicolás organizó un plan
para ponerlo a salvo. Más tarde, emitió los votos. Hasta ese momento su
admisión había permanecido en secreto. Se convirtió en compañero
inseparable del padre Gerard, y poco después sufrió un accidente con un
caballo. Aunque fue operado, quedó cojo.
En 1605 Owen y otros jesuitas fueron apresados después de haber
logrado burlar a sus perseguidores durante un tiempo en diversos
refugios construidos por él. Lo recluyeron en Marshalsea y más adelante
fue conducido a la Torre de Londres, donde estaba confinado el padre
Garnet. Allí fue brutalmente torturado en 1606. Tal como había hecho en
anteriores ocasiones, no confesó, ni traicionó a nadie. Y, por supuesto,
no develó ningún escondite. El 22 de marzo de ese año la violencia de
los tormentos tuvo un efecto devastador en su cuerpo ya martirizado y
terminó con su vida. Fue canonizado el 25 de octubre de 1970 por Pablo
VI, siendo aclamado como un campeón de la fe en Inglaterra.
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