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sexta-feira, 31 de março de 2017

San Ludovico Pavoni – 1 de abril

«Conocido como el cura de los chicos pobres les ayudó espiritualmente y les propocionó una digna salida laboral con un interesante abanico de profesiones. Es el fundador de la Congregación de los Hijos de María Inmaculada»


San Ludovico Pavoni - Wikipedia
(ZENIT – Madrid).- Pío XII calificó a Ludovico como «otro Felipe Neri… precursor de san Juan Bosco… perfecto emulador de san José Cottolengo». Nació en Brescia, Italia, el 11 de septiembre de 1784. Su ilustre familia, los Poncarali, pertenecía a la nobleza. Eran dueños de grandes posesiones. Pero los utópicos ideales de la Revolución Francesa, portando aires triunfales, penetraron en la ciudad y arrasaron los derechos de muchos ciudadanos. En 1797 miembros del ejército tomaron bajo su mando el palacio Poncarali y firmaron el manifiesto «Juramos vivir libres o morir».

Sin darse ínfulas de nada, ni comprometerse con idílicos principios, únicamente con la sencillez de la verdad por bandera, Ludovico se había adentrado en el drama de los pobres. Ya conocía el asfixiante ambiente de las fábricas y lo que cuesta el aserto bíblico de ganarse el pan con el sudor de la frente. Había sido el primogénito de cinco hermanos, y todos los ojos estaban puestos en él, sin adivinar entonces lo que iba a depararle la vida. A lo largo de los años, otras personas tendrían en cuenta sus cualidades y virtudes al punto de encomendarle altas misiones eclesiásticas. En esa época abastecía su alma cada mañana en la iglesia de San Lorenzo con el más excelente manjar: la Eucaristía. Mientras tanto, los que proclamaron la libertad esclavizaron al pueblo. Les privaron de bienes gratuitos que movimientos eclesiales proporcionaban a los desamparados, suprimieron escuelas, centros benéficos e incluso el seminario.

En una de las posesiones familiares Ludovico realizaba obras de misericordia. Compartía los conocimientos que tenía con los chavales de su edad que no pudieron costearse estudios. Además, les enseñaba el catecismo. Su sensibilidad por estos jóvenes desamparados fue aumentando y, con ella, su amor al sacerdocio. En 1805 perdió a su padre, que falleció profundamente apenado por las desavenencias con uno de los hijos. Cuando Ludovico ofició su primera misa en 1807 percibió con aflicción la ausencia de este díscolo hermano, que estaba casado. La lectura de un libro hizo que Ludovico tomase el sendero que guiaría el resto de su existencia: Sobre las influencias morales escrito por Schedoni. Fue providencial. Con lucidez su autor ponía de relieve lo ya conocido: si a los chicos se les deja a su aire, no se les exige la escolarización, y se ponen a su alcance puertas abiertas a la indisciplina y a la inmoralidad, el camino hacia el delito está en marcha. Lo dice el refrán: «quien siembra vientos, cosecha tempestades». Así que Ludovico tomó la resolución de implicarse por completo en la tarea de restaurarlos. 

En noviembre de 1809 murió su madre dejándole gran pesar. Sin tiempo que perder, impulsó un centro parroquial para los muchachos del entorno. A otros los rescató de las calles conquistándolos con una simple limosna y el gozo reflejado en su semblante. Les allanó el camino disponiendo un hogar donde acogerlos, un «Oratorio». Los pilares de su capacitación en prácticos oficios (carpintería e imprenta) comenzaron en Brescia. Su iniciativa fue bendecida por el prelado Gabrio María Nava, que tenía gran debilidad por este colectivo marginal. Conocía la trayectoria del beato, que ya era popularmente denominado «el cura de los chicos pobres». En 1812 lo designó secretario suyo. Seis años más tarde le nombró canónigo confiándole la rectoría de la Basílica de San Bernabé. Además, le encargó la fundación del «Instituto privado de beneficencia». Era una «Escuela de Oficios» de carácter gratuito. En 1821 recibió el nombre de «Pío Instituto de San Bernabé». Sus destinatarios eran jóvenes sin hogar ni recursos que, desde el punto de vista profesional, saldrían de sus aulas bien preparados para entrar en el mundo laboral. Y, desde la perspectiva espiritual, listos para lidiar con un ambiente poco sano y, por tanto, no cristiano.

Otra de las obras emprendidas por Ludovico fue la «Escuela Tipográfica», una novedad en Italia al tratarse de la primera escuela gráfica que se abría, convertida después en editorial. Fue ampliada en 1841 para otro grupo de sordomudos. Y como su entusiasmo y creatividad no tenían fronteras, en diez años logró que los jóvenes pudieran elegir entre un interesante abanico de profesiones: tipografía, encuadernación de libros, papelería, etc. Los oficios a los que podrían aspirar serían igualmente extensos: plateros, cerrajeros, carpinteros, torneros, zapateros… Era un gran logro por el cual en 1844 fue condecorado por el emperador de Austria, quien le concedió el título de Caballero de la Corona de Hierro. Su destino fue un cajón; hubiera preferido ayuda para sus chicos.

Para que subsistiera esta formidable labor caritativo-social precisaba personas generosas, entregadas, con empuje. Sobre todo, que tuviesen entre sus objetivos altos ideales espirituales. Ludovico pensaba en esa opción cuando eligió entre los muchachos a los que juzgaba cumplían esos requisitos, y fundó con ellos la Congregación de los Hijos de María Inmaculada, erigida canónicamente en 1847. Comenzaban a verse los frutos de su religioso tesón: «debemos sembrar con confianza; no importa si los frutos no se ven». Ese mismo año emitió los votos perpetuos. Su incesante entrega prosiguió hasta el fin de sus días. Aunque sus chicos le sugerían que descansase alguna vez, su invariable respuesta era «descansaremos en el cielo». Ese momento le sorprendió en Saiano, lugar cercano a Brescia. A pesar de su delicado estado de salud había acudido allí para liberar a sus muchachos de los atropellos provocados por los austriacos insurrectos que integraban la revuelta «de los Diez Días». Llegó el 24 de marzo de 1849 y murió el 1 de abril diciendo: «Queridos míos… adiós». Era Domingo de Ramos. Poco antes pudo transmitirles esta consigna: «Tened fe, no os desaniméis. Dios, desde el cielo, rige y dispone el destino de los hombres. Haced siempre el bien a todos y amad a Jesús y a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada». Juan Pablo II lo beatificó el 14 de abril de 2002. El papa Francisco lo canonizó el 16 de octubre de 2016.

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El desafío de construir familias

Ante la disgregación de la familia como Iglesia no podemos quedarnos en lamentos y críticas, debemos ofrecer la luz del Evangelio


Logo de una familia tipo
Logo de una familia tipo (Pixabay cc0 -OpenClipartVectors)
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Los obispos de Chiapas convocamos a matrimonios de las tres diócesis a un encuentro, en Tapachula, para reflexionar sobre la realidad de las familias, meditar lo que expone el Papa Francisco en la Exhortación La alegría del amor, y hacer algunas propuestas para impulsar la pastoral familiar. En un ambiente muy fraterno, se compartieron diversas situaciones que afectan a los esposos y a los hijos, como alcoholismo, migración, marginación de la mujer, machismo, pobreza, influencia negativa de los medios de comunicación y de las tecnologías modernas, etc. Se amplió la mirada a un nivel global, a partir del capítulo II de la Exhortación del Papa. Así mismo, se sintieron muy iluminados y fortalecidos por el capítulo IV, el central del documento, en que se expone qué es amar, según la Palabra de Dios. Se analizó también el capítulo VIII, para tener caminos seguros sobre cómo abordar los casos difíciles, que cada día se multiplican más, como los divorciados vueltos a casar, los que sólo conviven sin vínculos institucionales, las nuevas formas de pareja, etc. Finalmente, se reflexionó sobre el capítulo IX, la espiritualidad matrimonial y familiar. Se concluyó con mucho ánimo y el compromiso de acompañar más a las familias, para que vivan y gocen su vocación sagrada.

Por otra parte, las noticias diarias nos hablan de fosas que se encuentran con muchos cadáveres de personas desaparecidas y desconocidas; asaltos y crímenes por todas partes; leyes que destruyen los cimientos de las familias; consumo y trasiego de drogas; terrorismos y guerras, etc. Todo ello nos indica que, o no hay familia donde se pueda vivir en paz y armonía, donde se eduque a los hijos en valores humanos y sociales, y por ello los jóvenes se afilian a grupos criminales que les dan dinero y cierta identidad; o las familias se dispersan, se deshacen y no se asegura la estabilidad emocional y económica de los hijos; o familias incompletas, con ausencia de padres que indiquen caminos educativos; o familias que deben emigrar o estar mucho tiempo fuera del hogar por cuestiones de trabajo; o familias que, por las deportaciones de los Estados Unidos, quedan incompletas, abandonadas a su suerte. En síntesis, las familias están muy expuestas a la fragilidad. Y a esto hay que agregar las telenovelas con tantas escenas eróticas, que presentan la infidelidad conyugal como lo más normal, invitando a hacer lo mismo. Ante esta realidad, como Iglesia, no podemos quedarnos en lamentos y críticas; debemos ofrecer la luz del Evangelio y alentar una más incisiva pastoral familiar.

PENSAR
El Papa Francisco ha dicho: La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan los Obispos franceses, no procede del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la profundidad del compromiso asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total” (EG 66).

La Iglesia quiere llegar a las familias con humilde comprensión, y su deseo es acompañar a cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su camino. No basta incorporar una genérica preocupación por la familia en los grandes proyectos pastorales. Para que las familias puedan ser cada vez más sujetos activos de la pastoral familiar, se requiere un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la familia, que la oriente en este sentido” (AL 200).

La pastoral familiar debe hacer experimentar que el Evangelio de la familia responde a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad. No se trata solamente de presentar una normativa, sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad que se constata hoy, incluso en los países más secularizados, de tales valores” (AL 201).

ACTUAR
Si queremos salvar nuestra patria y que las cosas cambien para bien, el desafío es ayudar a que las familias sean sólidas, que no se deshagan, que crezcan en el verdadero amor y eduquen en valores humanos y cristianos. Sin esto, el panorama será cada vez más desolador. Y si se hacen leyes contra la familia, ¡a dónde iremos a parar! ¡De la familia depende el país! No lo destruyamos más. Sin familias, ni más policías ni más ejércitos podrán frenar la delincuencia.

+ Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas

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Audiencia pontificia este sábado al Pontificio Colegio Español en Roma

Por el 125 aniversario del Pontificio Colegio Español de San José en Roma


Fachada del Colegio Español en Roma
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Con motivo del 125 aniversario del Pontificio Colegio Español de San José en Roma, el Papa Francisco recibirá este sábado 1º de abril a las 11:30, en audiencia privada, a los obispos patronos del Colegio: el cardenal Ricardo Blázquez; Mons. Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla; Mons. Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo; al equipo directivo, a los sacerdotes y empleados del Colegio y a un numeroso grupo de antiguos alumnos que se desplazarán a Roma con motivo del aniversario.

Este año se celebra el 125 aniversario de una de las instituciones que más han influido en la historia reciente de la Iglesia en España. No en vano han pasado por ella más de 3500 sacerdotes, de los cuales 128 han sido nombrados obispos.

El Pontificio Colegio Español de San José en Roma fue fundado el 1 de abril de 1892 por el beato Manuel Domingo y Sol, sacerdote de la diócesis de Tortosa (España) y también fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, una asociación de sacerdotes fundada por el mismo Beato y cuya misión es la formación, acompañamiento y sostenimiento de las vocaciones en la Iglesia y, en particular, las vocaciones sacerdotales. Es por ello que, desde su fundación, la dirección del Colegio ha estado siempre confiada a los “operarios” como se les conoce familiarmente.

Además, una de las notas que viene caracterizando la historia reciente del Colegio es la relación con las Iglesias hermanas de América Latina y la colaboración mutua. Ejemplo de ello es el reciente convenio de colaboración entre los episcopados venezolano y español para acoger a los sacerdotes de Venezuela que vienen a estudiar a Roma tras el cierre temporal del Colegio de ese país.

Por último, siendo ésta la “casa” de la Conferencia episcopal española en la Ciudad Eterna, las instalaciones del Colegio suelen ser lugar de residencia habitual de los obispos que vienen a Roma por motivos diversos, así como sede de los actos más significativos de la Iglesia española en Roma.

Esta capacidad de acogida se verá incrementada notablemente con la próxima apertura de la Casa de peregrinos “San Juan de Ávila”, una estructura de acogida moderna y pensada especialmente para albergar grupos de peregrinos y familias con todos los servicios necesarios.

Para informaciones sobre el programa por los 125 años ver: www.colegioespanol.org

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Conferencia Internacional por el 50° aniversario de la Populorum Progressio

El martes 4 está prevista una audiencia con el Santo Padre



(ZENIT – Roma – 31 Mar. 2017).- Con motivo del 50 aniversario de la encíclica Populorum Progressio, el lunes 3 y el martes 4 de abril de 2017, en el Aula Nueva del Sínodo del Vaticano, tendrá lugar una conferencia internacional titulada “Perspectivas para el servicio del desarrollo humano integral: 50 años de la Populorum Progressio“.

El cardenal Secretario de Estado presidirá la celebración eucarística el lunes, 3 de abril, en San Pedro y el martes 4 a las 11.30 está prevista una audiencia con el Santo Padre.

La conferencia, organizada por el Departamento de Servicios Humanos para el Desarrollo Integral, tiene como objetivo profundizar las perspectivas teológicas, antropológicas y pastorales de la encíclica, en particular, en relación con la labor de los que actúan en favor de la promoción de la persona, y de formular directrices para la actividad del nuevo dicasterio.

Asistirán a la reunión, entre otros, los miembros de los Consejos Pontificios que han confluido en el dicasterio (Justicia y Paz,Cor Unum, Emigrantes e Itinerantes, Operadores sanitarios), los representantes de las Conferencias Episcopales y de sus comisiones sociales y “Justicia y Paz “,los representantes de las organizaciones internacionales de caridad católica y el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.

El congreso, después de la introducción del lunes 3, a cargo del cardenal Peter K. A. Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y la presentación teológica del tema antropológico por parte del cardenal  Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se articula en función de las tres tensiones fundamentales de la persona: cuerpo-alma, hombre-mujer, persona-sociedad.

Además de las intervenciones de los expertos de diferentes sectores, están previstos testimonios de cómo la Iglesia opera directamente en favor de los más débiles.  La conferencia será transmitida en streaming en el sitio www.corunum.va

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“El Papa de paz en Egipto de paz”: publican el logo del viaje de Francisco

Del 28 al 29 de abril próximo


El logo del viaje del Papa a Egipto
El logo del viaje del Papa a Egipto
(ZENIT – Roma).-  El lema que acompañará el Viaje Apostólico del santo padre Francisco en Egipto del 28 al 29 de abril próximo es: “El Papa de paz en Egipto de paz”, escrito en el logo que la Iglesia católica egipcia ha dado a conocer.

El logo de este Viaje presenta tres elementos principales: Egipto, el Papa y la paz que se encuentran también presentes en el lema de la Visita.

Egipto está representado por el río Nilo, símbolo de la vida, se ven a las pirámides y a la esfinge que simbolizan la historia de la civilización de este país. La Cruz y la Medialuna que resaltan al centro del logo, además, representan la coexistencia entre los diferentes componentes del pueblo egipcio.

En el logo está también presente la paloma símbolo de la paz, el don más alto al cual tiende todo ser humano y también el saludo de las religiones monoteístas. Finalmente, la paloma precede al Papa Francisco para anunciar su llegada como Pontífice de paz en un País de paz.

El programa a este país fundamental en los equilibrios de la región, prevé la ciudad de El Cairo, pero aún no se conocen los detalles del mismo.

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Francisco faz visita surpresa a centro para cegos em Roma

O Papa deu seguimento às ‘sextas-feiras da Misericórdia’


(Osservatorio © Romano)
(Osservatorio © Romano)
(ZENIT – Cidade do Vaticano – 31 Mar. 2017).- O Papa Francisco deu hoje seguimento às ‘sextas-feiras da Misericórdia’, visitando o Centro Regional Sant’Alessio – Margherita di Savoia de Roma, para cegos. Francisco encontrou-se com usuários e profissionais da organização, incluindo 50 crianças, que ali recebem formação especial, e 37 adultos e idosos que residem no centro.

A histórica instituição, fundada em 1868 por alguns cidadãos, mas de iniciativa de Pio IX, é também a primeira escola italiana para cegos, já que as crianças recebiam preparação musical com método Braille.

Durante a visita, que surpreendeu tanto colaboradores como hóspedes do local, Francisco conversou com pessoas com deficiência visual, cegos desde o nascimento ou com perda de visão causada por graves doenças.

O Papa encontrou também o presidente do Centro Regional, Amedeo Piva, e o diretor geral, Antonio Organtini, que perdeu a visão no decorrer da vida, além da equipe médica e voluntários que auxiliam no trabalho aos hóspedes.

Durante o Ano Jubilar, o Pontífice percorreu obras de misericórdia que atendiam pessoas em situação de exclusão física e social, como uma casa para idosos, um centro de refugiados e hospitais de atendimento infantil. Francisco deixou um presente para o instituto e assinou um pergaminho para a capela do centro, como recordação da visita.

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Via Sacra da Sexta-feira Santa no Coliseu são preparados por uma teóloga

É a Professora Anne-Marie Pelletier, francesa, biblista vencedora do Prémio Ratzinger 2014


Anne Marie Pelletier
Anne Marie Pelletier
(ZENIT – Cidade do Vaticano – 31 Mar. 2017).- Os textos das meditações das Estações da Via Sacra da Sexta-feira Santa no Coliseu serão preparados por uma mulher, a Professora Anne-Marie Pelletier, francesa, ilustre biblista e estudiosa de linguística e literatura comparada, vencedora do Prémio Ratzinger 2014, informou esta sexta-feira a Sala de Prensa da Santa sede.

Anne-Marie é a quarta mulher a preparar as meditações para a Via Sacra dos Papas no Coliseu. A última havia sido elaborada por sua mãe, Maria Rita Piccione, reitora da Fundação das Monjas Agostinianas, para a Sexta-feira Santa de 2011 com Bento XVI, indicou a Rádio Vaticano.

Já em 1993, durante o Pontificado de Wojtyla, a elaboração das meditações coube à Abadessa da Abadia beneditina “Mater Eclesiae”, Madre Ana Maria Canopi; e em 1995 pela Irmã Minke de Vries, monja da comunidade protestante de Grandchamp, Suiça.

Durante o Pontificado de Francisco, as meditações para a Via Sacra no Coliseu haviam sido escritas, em 2013, por jovens libaneses, orientados pelo Cardeal Béchara Boutros Raï; em 2014 pelo Arcebispo de Campobasso-Boiano, Dom Giancarlo Maria Bregantini; em 2015 pelo Bispo emérito de Novara, Dom Renato Corti e em 2016 pelo Cardeal Gualtiero Bassetti, Arcebispo de Perugia-Città dela Pieve.

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Audiência aos historiadores do Congresso “Lutero 500 anos depois”

Somos todos chamados a nos libertar dos preconceitos pela fé que os outros professam,


(Osservatore © Romano)
(Osservatore © Romano)
(ZENIT – Cidade do Vaticano – 31 Mar. 2017).- O Papa Francisco recebeu nesta sexta-feira em audiência no Vaticano, aos participantes do Congresso “Lutero 500 anos depois”, promovido pelo Pontifício Comité de Ciências Históricas. O Papa agradeceu os organizadores e disse que “não muito tempo atrás, um Congresso do género seria impensável.”

“Falar de Lutero, católicos e protestantes juntos, por iniciativa de um organismo da Santa Sé: realmente tocamos com as mãos os frutos da ação do Espírito Santo, que ultrapassa toda barreira e transforma os conflitos em ocasiões de crescimento na comunhão.”

O Santo Padre indicou que a comemoração dos 500 anos da Reforma deu a oportunidade de olhar o passado juntos, livre de preconceitos e polémicas ideológicas.

“Hoje, depois de 50 anos de diálogo ecuménico entre católicos e protestantes, é possível realizar uma ‘purificação da memória’, que não consiste em realizar uma impraticável correção do que aconteceu 500 anos atrás, mas em ‘narrar esta história de modo diferente’, sem vestígios daquele rancor pelas feridas sofridas, que deforma a visão que temos uns dos outros.”

Como cristãos -concluiu o Papa- somos todos chamados a nos libertar dos preconceitos pela fé que os outros professam, a oferecer mutuamente o perdão pelas culpas cometidas e a invocar de Deus o dom da reconciliação e da unidade.

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Quarta pregação de Quaresma 2017 do Pe. Raniero Cantalamessa para o Papa e a Cúria Romana

A reflexão semanal termina na próxima sexta-feira



(ZENIT – Cidade do Vaticano).- O pregador da Casa Pontifícia, Frei Raniero Cantalamessa, conduziu nesta sexta-feria a quarta pregação de Quaresma para o Papa e a Cúria Romana. 

Pe. Raniero Cantalamessa, ofmcap – Quaresma 2017, Quarta pregação

O Espírito Santo nos introduz no mistério da ressurreição de Cristo
Refletimos nas duas primeiras meditações quaresmais sobre o Espírito Santo, que nos insere, nos introduz, na plena verdade sobre a pessoa de Cristo, fazendo-nos proclamá-lo Senhor e verdadeiro Deus. Na última meditação passamos do ser para o agir de Cristo, da sua pessoa para as suas obras, e, especialmente, para o mistério da sua morte redentora. Hoje nos propomos meditar sobre o mistério da sua e da nossa ressurreição.

São Paulo atribui abertamente a ressurreição de Jesus da morte, à obra do Espírito Santo. Ele diz que Cristo “foi constituído Filho de Deus com poder, segundo o Espírito de santidade, em virtude da ressurreição dos mortos” (Rm 1,4). Em Cristo, tornou-se realidade a grande profecia de Ezequiel sobre o Espírito que entra nos ossos secos, ressuscita-os dos seus túmulos e faz de um grande número de mortos “um grande exército” de ressuscitados à vida e à esperança (cf. Ez 37, 1-14).

Mas, não gostaria de continuar a minha meditação seguindo essa linha de raciocínio. Fazer do Espírito Santo o princípio inspirador de toda a teologia (intenção da assim chamada Teologia do terceiro artigo!) não significa colocar o Espírito Santo, à força, em toda afirmação, nomeando-o a cada passo. Não estaria na natureza do Paráclito que, como aquela da luz, ilumina todas as coisas permanecendo, ele próprio, por assim dizer, na sombra, como nos bastidores. Mais que falar “do” Espírito Santo, a Teologia do terceiro artigo consiste em falar “no” Espírito Santo, com tudo o que esta simples mudança de preposição comporta.

1. A ressurreição de Cristo: abordagem histórica
Antes de mais nada, digamos algo sobre a ressurreição de Cristo como fato “histórico”. Podemos definir a ressurreição como um evento histórico, no sentido usual deste termo, que é de realmente acontecido, no sentido, isto é, onde histórico se opõe a mítico e a lendário? Para expressar-nos em termos do debate recente: Jesus ressuscitou apenas no kerygma, ou seja, no anúncio da Igreja (como alguém afirmou na linha de Rudolf Bultmann), ou, pelo contrário, ressuscitou também na realidade e na história? E mais: ele ressuscitou, a pessoa de Jesus, ou ressuscitou somente a sua causa, no sentido metafórico no qual ressuscitar significa sobreviver, ou a vitória de uma ideia, após a morte da pessoa que a propôs?

Vemos, portanto, em que sentido se dá uma abordagem também histórica à ressurreição de Cristo. Não porque qualquer um de nós aqui tenha a necessidade de ser persuadido a respeito disso, mas, como disse Lucas no começo do seu evangelho, “para que verifiques a solidez dos ensinamentos que recebeste” (cf. Lc 1, 4) e que transmitimos aos demais.

A fé dos discípulos, salvo algumas excepções (João, as piedosas mulheres), não resiste ao teste do seu trágico fim. Com a paixão e a morte, a escuridão cobre tudo. Seu estado de espírito emerge das palavras dos dois discípulos de Emaús: “Esperávamos que fosse ele… mas já faz três dias” (Lc 24, 21). Estamos em um beco sem saída da fé. O caso Jesus é considerado encerrado.

Agora – continuando nosso trabalho de historiadores – vamos para alguns anos, ou melhor, algumas semanas, depois. O que encontramos? Um grupo de homens, o mesmo que esteve ao lado de Jesus, que vai repetindo, em voz alta, que Jesus de Nazaré é o Messias, o Senhor, o Filho de Deus; que está vivo e que virá para julgar o mundo. O caso de Jesus não só foi reaberto, mas, em pouco tempo foi levado a uma dimensão absoluta e universal. Aquele homem afeta não só o povo de Israel, mas todos os homens de todos os tempos. “A pedra que os construtores rejeitaram tornou-se a pedra angular” (1Pd 2, 4), ou seja, começo de uma nova humanidade. A partir de agora, sabendo ou não, não há nenhum outro nome debaixo do céu dado aos homens, no qual é possível salvar-se, a não ser aquele de Jesus de Nazaré (cf. At 4, 12).

O que provocou tal mudança que fez com que os mesmos homens que antes haviam negado Jesus ou tinham fugido, agora dizem em público estas coisas, fundam Igrejas e se deixam, inclusive, prender, flagelar, matar por ele? Em coro, eles nos dão esta resposta: “Ressuscitou! Nós vimos!”. O ultimo ato que pode fazer o historiador, antes de ceder a palavra à fé, é verificar aquela resposta. 

A ressurreição é um acontecimento histórico, em um sentido muito particular. Ela está no limite da história, como aquele fio que separa o mar da terra firme. Está dentro e fora ao mesmo tempo. Com ela, a história se abre ao que está além da história, à escatologia. É, portanto, em certo sentido, a ruptura da história e a sua superação, assim como a criação é o seu começo. Isto significa que a ressurreição é um evento em si mesmo não testemunhável e atingível com as nossas categorias mentais que são todas ligadas à experiência do tempo e do espaço. E, de fato, ninguém vê o momento em que Jesus ressuscita. Ninguém pode dizer que viu Jesus ressuscitar, mas só de tê-lo visto ressuscitado. 

A ressurreição, portanto, é conhecida a posteriori, em seguida. Como é a presença física do Verbo em Maria que demonstra o fato que se encarnou; assim a presença espiritual de Cristo na comunidade, evidenciada pelas aparições, demonstra que ressuscitou. Isso explica o fato de que nenhum historiador profano diga uma palavra sobre a ressurreição. Tácito, que também lembra da morte de um “um certo Cristo” nos dias de Pôncio Pilatos1, cala sobre a ressurreição. Aquele evento não tinha relevância e sentido a não ser para quem experimentava as suas consequências, no seio da comunidade. 

Em que sentido, então, falamos de uma abordagem histórica para a ressurreição? Aquilo que se apresenta para a consideração do historiador e o permite falar da ressurreição, são dois fatos: primeiro, a súbita e inexplicável fé dos discípulos, uma fé tão tenaz a ponto de resistir até mesmo à prova do martírio; segundo, a explicação de tal fé que os interessados nos deixaram. Escreveu um exegeta eminente: “No momento decisivo, quando Jesus foi capturado e executado, os discípulos não cultivavam nenhum pensamento sobre a ressurreição. Eles fugiram e deram por encerrado o caso de Jesus. Algo teve de intervir que, em um curto espaço de tempo, não só provocou a mudança radical de seu estado de espírito, mas os levou também a uma atividade totalmente diferente e à fundação da Igreja. Esse “algo” é o núcleo histórico da fé pascal2“.

Foi justamente notado que, se se nega o caráter histórico e objetivo da ressurreição, o nascimento da fé e da Igreja se tornaria um mistério ainda mais inexplicável do que a própria ressurreição: “A ideia de que o imponente edifício da história do cristianismo seja como uma enorme pirâmide pendurada sobre um fato insignificante é, certamente, menos credível do que a afirmação de que todo o evento – ou seja, o dado de fato mais o significado inerente a ele – tenha realmente ocupado um lugar na história comparável ao que lhe atribui o Novo Testamento3”.

Qual é, então, o ponto de chegada da pesquisa histórica com relação à ressurreição? Podemos apreendê-lo nas palavras dos discípulos de Emaús. Alguns discípulos, na manhã da Páscoa, foram ao túmulo de Jesus e descobriram que as coisas estavam como haviam relatado as mulheres, que foram antes deles, “mas a ele, não o viram” (cf. Lc 24, 24). Até a história vai a sepulcro de Jesus e deve constatar que as coisas estão da forma como disseram os testemunhos. Mas ele, o Ressuscitado, não o vê. Não basta constatar historicamente os fatos, é necessário “ver” o Ressuscitado, e isso a história não pode dar, mas só a fé4. Quem chega correndo da terra firme rumo a costa do mar deve parar de repente; pode ir além com o olhar, mas não com os pés.

2. Significado apologético da ressurreição
Passando da história para a fé, muda também o modo de falar da ressurreição. O do Novo Testamento e da liturgia da Igreja é uma linguagem assertiva, apodíctica, que não se baseia em demonstrações dialéticas. “Mas agora Cristo ressuscitou dos mortos” (1 Cor 15, 20), diz Paulo. Aqui se está no nível da fé, não mais no da demonstração. É o que chamamos de kerygma. “Scimus Christum surrexisse a mortuis vere”, canta a liturgia do Domingo de Páscoa: “Nós sabemos que Cristo verdadeiramente ressuscitou”. Não só acreditamos, mas tendo acreditado, sabemos que é assim, disso temos certeza. A prova mais segura da ressurreição se tem depois, não antes, que se acreditou, porque então se experimenta que Jesus está vivo.

Mas o que é a ressurreição considerada do ponto de vista da fé? É o testemunho de Deus sobre Jesus Cristo. Deus Pai, que, em vida, já havia corroborado Jesus de Nazaré com prodígios e sinais, agora colocou um selo definitivo no seu reconhecimento, ressuscitando-o da morte. Em seu discurso de Atenas, São Paulo formula assim a coisa: “Deus o ressuscitou dos mortos dando, assim, a todos os homens uma prova certa sobre ele” (At 17, 31). A ressurreição é o poderoso “Sim” de Deus, o seu “Amém” pronunciado sobre a vida do seu Filho Jesus.

A morte de Cristo não era, em si, suficiente para dar testemunho da verdade de sua causa. Muitos homens – temos uma prova trágica disso em nossos dias – morrem por razões erradas, até mesmo por razões iníquas; A sua morte não torna verdadeira a sua causa; somente testemunha que eles acreditavam na verdade dela. A morte de Cristo não é a garantia da sua verdade, mas do seu amor, pois “ninguém tem maior amor do que aquele que dá a vida pela pessoa amada” (Jo 15, 13).

Somente a ressurreição é o selo de autenticidade divina de Cristo. É por isso que, a quem lhe pedia um sinal, Jesus respondeu: “Destruí este santuário, e em três dias eu o levantarei” (Jo 2, 18s) e em outro lugar diz: “Não vai ser dada a esta geração nenhum sinal, a não ser o sinal de Jonas” que depois de três dias no ventre do peixe viu novamente a luz (Mt 16,4). Paulo tem razão de edificar sobre a ressurreição, como seu fundamento, todo o edifício da fé: “Se Cristo não tivesse ressuscitado, vã seria nossa fé. Nós seríamos falsas testemunhas de Deus… seríamos os mais dignos de compaixão de todos os homens”(1 Cor 15, 14-15,19). É possível compreender por que Santo Agostinho pode dizer que “a fé dos cristãos é a ressurreição de Cristo”. Que Cristo tenha morrido todo mundo acredita, também os pagãos, mas que tenha ressuscitado, só os cristãos acreditam, e não é cristão quem não acredita5.

3. Significado mistérico da ressurreição
Até aqui o significado apologético da ressurreição de Cristo, que é destinado a estabelecer a autenticidade da missão de Cristo e a legitimidade da sua pretensão divina. A esse se deve acrescentar outro significado que poderemos chamar mistérico ou salvífico, em quanto que diz respeito também a nós que cremos. A ressurreição de Cristo nos diz respeito e é um mistério “para nós”, porque fundamenta a esperança da nossa própria ressurreição da morte: 

E se o Espírito daquele que ressuscitou Jesus dentre os mortos dará vida também a vossos corpos mortais, mediante o seu Espírito que habita em vós” (Rm 8, 11).

A fé em uma vida após a morte aparece, de forma clara e explícita, apenas no final do Antigo Testamento. O segundo livro dos Macabeus é o testemunho mais avançado: “Depois de morrermos – exclama um dos sete irmãos mortos por Antíoco – (Deus) nos ressuscitará à vida nova e eternal” (cf. 2 Mac 7,1-14). Mas essa fé não nasce de repente, do nada; está enraizada vitalmente em toda a precedente revelação bíblica, da qual representa a conclusão esperada e, por assim dizer, o fruto mais maduro.

Especialmente duas certezas levaram a esta conclusão: a certeza da onipotência de Deus e a certeza da insuficiência e da injustiça da retribuição terrena. Aparecia sempre mais evidente – especialmente depois da experiência do exílio – que a sorte dos bons neste mundo é tal que, sem a esperança de uma retribuição diferente dos justos após a morte, seria impossível não cair no desespero. Nesta vida, de fato, tudo acontece da mesma forma ao justo e ao ímpio, tanto na felicidade quanto na desgraça. O livro do Coélet representa a expressão mais lúcida desta amarga conclusão (cf. Ecl 7, 15).

O pensamento de Jesus sobre o assunto é expresso na discussão com os Saduceus sobre o caso da mulher que teve sete maridos (Lc 20, 27-38). De acordo com a revelação bíblica mais antiga, a mosaica, eles não aceitaram a doutrina da ressurreição dos mortos que consideravam uma novidade. Referindo-se à lei do levirato (Dt 25: a mulher que ficou viúva, sem filhos homens, deve casar-se com o cunhado), eles especulam o caso limite de uma mulher que, dessa forma, passou por sete maridos. No final, com a certeza de ter demonstrado o absurdo da ressurreição, perguntam: “Esta mulher, na ressurreição, de quem será esposa”?

Sem se afastar do terreno escolhido pelos seus adversários, com poucas palavras, Jesus primeiro revela onde está o erro dos saduceus e o corrige, depois, dá à fé na ressurreição a sua fundamentação mais profunda e mais convincente. Jesus se pronuncia sobre duas coisas: sobre o modo e sobre o fato da ressurreição. Quanto ao fato de que haverá uma ressurreição dos mortos, Jesus recorda o episódio da sarça ardente, onde Deus se proclama “Deus de Abraão, Deus de Isaac e Deus de Jacó”. Se Deus se proclama “Deus de Abraão, de Isaac e de Jacó, quando Abraão, Isaac e Jacó morreram há gerações, e se, por outro lado, “Deus é Deus dos vivos e não dos mortos”, então quer dizer que Abraão, Isaac e Jacó estão vivos em algum lugar!

Mais do que sobre a resposta de Jesus aos Saduceus, a fé na ressurreição se fundamenta no fato da sua ressurreição da morte. “Se se prega que Cristo ressuscitou dos mortos, exclama Paulo, como podem dizer alguns de vocês que não existe ressurreição dos mortos? Se não existe ressurreição dos mortos, nem sequer Cristo ressuscitou!” (1 Cor 15,12-13). É absurdo pensar em um corpo, cuja cabeça reina gloriosa no céu e cujo corpo se decompõe eternamente na terra ou acabe no nada.

A fé cristã na ressurreição dos mortos responde, além disso, ao desejo mais instintivo do coração humano. Nós – diz Paulo – não queremos ser despojados do nosso corpo, mas revestidos, ou seja, não queremos sobreviver com uma parte somente do nosso ser – a alma – , mas com todo o nosso eu, alma e corpo; por isso, não desejamos que o nosso corpo mortal seja destruído, mas que “seja absorvido pela vida” e se vista, ele próprio, de imortalidade (cf. 2 Cor 5, 1-5; 1 Cor 15, 51-53).

Da vida eterna, nós não só temos nesta vida uma promessa: nós também temos “as primícias” e o “sinal” (ou arras, ndt). Jamais se deveria traduzir o termo grego arrabôn usado por São Paulo a respeito do Espírito (2 Cor 1, 22; 5,5; Ef 1, 14) com “penhor” (pignus), mas só com sinal. Santo Agostinho explicou muito bem a diferença. O penhor, diz, não é o começo do pagamento, mas algo que se dá enquanto se espera o pagamento; assim que o pagamento é feito, o penhor é devolvido. Não acontece isso com o sinal. Ele não é devolvido no momento do pagamento, mas completado. Já faz parte do pagamento. “Se Deus, por meio do seu Espírito, nos deu como sinal o amor, quando nos for dada toda a realidade, nos será tirado o sinal? Certamente que não, mas o que já foi dado será completado6“.

Como “as primícias” anunciam a safra cheia e são parte dela, assim o sinal é parte da posse plena do Espírito. É o “Espírito que habita em nós” (Rm 8,11), mais que a imortalidade da alma, que garante, como se vê, a continuidade entre a nossa vida presente e aquela futura.

Sobre o modo da ressurreição, naquela mesma ocasião Jesus afirma a condição espiritual dos ressuscitados: “Aqueles que são considerados dignos do outro mundo e da ressurreição dos mortos, não tomam mulher nem marido; e nem podem mais morrer, porque são iguais aos anjos e, sendo filhos da ressurreição, são filhos de Deus”.

Foi feita uma tentativa de ilustrar a transição da condição terrestre para aquela de ressuscitados com exemplos tirados da natureza: a semente da qual brota a árvore, a natureza morta no inverno que ressurge na primavera, a lagarta que se transforma em uma borboleta. Paulo simplesmente diz: “semeado corruptível, o corpo ressuscita incorruptível; semeado desprezível, ressuscita reluzente de glória; semeado na fraqueza, ressuscita cheio de força; semeado corpo psíquico ressuscita corpo espiritual”(1 Cor 15, 42- 44).

A verdade é que tudo o que diz respeito à nossa condição no pós-vida permanece um mistério impenetrável; não porque Deus quis mantê-lo escondido, mas porque, como somos forçados a pensar em tudo nas categorias de tempo e espaço, não temos as ferramentas para representá-lo. A eternidade não é uma entidade que existe a parte e que pode ser definida em si mesma, como se fosse um tempo esticado infinitamente. É o modo de ser de Deus. A eternidade é Deus! Entrar na vida eterna significa simplesmente ser admitidos, por graça, a compartilhar o modo de ser de Deus.

Tudo isso não teria sido possível se a eternidade não tivesse antes entrado no tempo. É em Cristo ressuscitado e graças a ele que nós podemos revestir o modo de ser de Deus. São Paulo se representa aquilo que o espera depois da morte como um “ir para estar com Cristo” (Fl 1,23). A mesma coisa pode ser deduzida a partir da palavra de Jesus ao bom ladrão: “Hoje estarás comigo no paraíso” (Lc 23, 43). O paraíso é um ser “com Cristo”, como seus “herdeiros”. A vida eterna é um reunir-se dos membros com a cabeça, um “apinhar-se” com ele na glória, depois de ter estado unido com ele no sofrimento (Rm 8,17).

Uma boa história contada por um escritor alemão moderno nos ajuda a nos dar um sentido de vida eterna mais do que todas as tentativas racionais de explicação. Em um mosteiro medieval moravam dois monges ligados entre si por profunda amizade espiritual. Um se chamava Rufus e o outro Rufinus. Em todo o seu tempo livre a única coisa que faziam era tentar imaginar e descrever como seria a vida eterna na Jerusalém celeste. Rufus que era um mestre-de-obras imaginava-a como uma cidade com portas de ouro, cravejada de pedras preciosas; Rufinus que era organista, como toda ressoante de celestes melodias.

No final, fizeram um pacto: qualquer um deles que tivesse morrido primeiro deveria voltar na noite seguinte, para garantir ao amigo que as coisas eram assim como eles haviam imaginado. Teria sido suficiente uma palavra. Se fosse como eles tinham pensado, se deveria dizer simplesmente: taliter!, ou seja, isso mesmo;! se – mas era completamente impossível – fosse de outra forma, deveria dizer: aliter, diferente!

Uma noite, enquanto estava no órgão, o coração de Rufino parou. O amigo velou ansiosamente toda a noite, mas nada; esperou em vigílias e jejuns por semanas e meses, e nada. Finalmente, no aniversário da sua morte, eis que, à noite, em um halo de luz, entra na sua cela o amigo. Vendo que silencia, é ele que lhe pergunta, confiante na resposta afirmativa: taliter? É tão verdade? Mas o amigo balança a cabeça em sinal negativo. Em desespero, grita: aliter? É diferente? Mais uma vez um sinal negativo da cabeça. E, finalmente, dos lábios fechados do amigo, em um instante, duas palavras: totaliter aliter: Totalmente diferente! Rufus entende em um flash que o céu é infinitamente mais do que eles tinham imaginado, que não pode ser descrito, e logo depois morre também ele, pelo desejo de alcançá-lo7.

O fato, é claro, é uma lenda, mas o seu conteúdo é bastante bíblico. “O que os olhos não viram, os ouvidos não ouviram e o corçaão do homem não percebeu, tudo o que Deus preparou para os que o amam” (1 Cor 2, 9). São Simeão, o Novo Teólogo, um dos santos mais amados na Igreja Ortodoxa, teve uma visão um dia; estava certo de ter contemplado Deus em pessoa e, com a certeza de que não poderia haver nada maior e mais radioso do que tinha visto, disse: “Se o céu é isso, me basta!” O Senhor lhe respondeu: “Es realmente bem mesquinho, se te contentas com estes bens, porque, com relação aos bens futuros, esses são como um céu pintado no papel, em comparação ao céu real8”.

Quando se quer atravessar um braço de mar, dizia Santo Agostinho, a coisa mais importante não é sentar-se na costa e aguçar a visão para ver o que está do outro lado, mas é subir no barco que leva àquela margem. E também para nós a coisa mais importante não é especular sobre como será a nossa vida eterna, mas fazer as coisas que sabemos que nos levam a ela9. Que o nosso dia de hoje seja um pequeno passo em direção a ela.
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Traduçao de Thácio Siqueira

1 Tacito, Anais 25.
2 Martin Dibelius, Iesus, Berlim 1966, p. 117.
3 Charles H. Dodd, History and the Gospel, London 1964, p.76 (ed. Italiana Storia ed Evangelo, Brescia 1976, p. 87).
4 Cf. Søren Kierkegaard, Diario, X, 4, A, 523.
5 Cf. S. Agostinho, Enarr. in Psalmos, 120, 6 (CCL, 40, p 1791).
6 S. Agostinho, Discursos, 23, 9 (CC 41, p. 314).
7 H. Franck, Der Regenbogen. Siebenmalsieben Geschichten, Leipzig 1927.
8 S. Simeão Novo Teólogo, Segunda oração de agradecimento (SCh 113, p. 350).
9 Agostinho, A Trindade IV,15,30; Confissões, VII, 21.
in



Mortificação

No ano em que celebramos o primeiro centenário das aparições de Nossa Senhora em Fátima, o Papa Francisco falou do uso do cilício. Disse que o usara na sua juventude, como era costume dos jesuítas, e que só lhe fizera bem. Encorajava os sacerdotes a voltar generosamente ao seu uso.
 
É necessário coragem para falar de mortificação no séc. XXI; e coragem não falta ao Papa. Também não faltou coragem a Nossa Senhora que veio pedir a três crianças para rezarem e se mortificarem para consolarem Nosso Senhor e converterem os pecadores. Sim! Estamos a falar de mistérios: o sofrimento das crianças, o poder da oração e dos sacrifícios... Estamos a falar, sobretudo, de amor e vontade. Logo na primeira aparição, a 13 de Maio de 1917, a Virgem Maria pergunta aos pequenitos “Quereis oferecer-vos a Deus para suportar os sofrimentos que Ele quiser enviar-vos, em ato de reparação pelos pecados com que Ele é ofendido e de súplica pela conversão dos pecadores?”1 Eles responderam que sim, por palavras e obras. Imediatamente começaram a descobrir mortificações e a revelá-las uns aos outros: as urtigas que picavam; o prescindir da merenda que começaram por distribuir pelas ovelhas e a dar a uns pedintes, depois; a corda que encontraram no chão, dividiram pelos três e usaram como cilício até fazer sangue; suportar as perguntas intermináveis das visitas curiosas; sofrer a desconfiança e as incriminações dos familiares que os culpavam de ser a causa da ruína das suas propriedades, agora espezinhadas pelos peregrinos... Mais tarde, já o Francisco e a Jacinta estavam doentes, Nossa Senhora voltou a visitá-los. As palavras são da Jacinta: ”Nossa Senhora veio-nos ver e diz que vem buscar o Francisco, muito breve, para o Céu. E a mim perguntou-me se queria ainda converter mais pecadores. Disse-lhe que sim. Disse-me que ia para um hospital, que lá sofreria muito; que sofresse pela conversão dos pecadores, em reparação dos pecados contra o Imaculado Coração de Maria e por amor de Jesus.”2

No começo da Quaresma, é oportuno recordar estas verdades: Jesus salvou-nos sofrendo por nós. O sofrimento torna-nos semelhantes ao Salvador, ao próprio Deus, porque manifesta o nosso amor e nos capacita para amar cada vez mais, a Deus e ao próximo. É difícil? Sim! E é muito gratificante, dá paz e alegria a quem quer sofrer por amor. Deus não pede a todos o mesmo. S. Josemaria Escrivá, que pregou o chamamento de todos à santidade, convidava os fiéis comuns a fazer pequenas mortificações. A sua preferida era “sorrir”. Dizia que o sorriso pode ser heróico, escondendo preocupações, dores, sono, ressentimentos, humilhações...Mas há muitas mais: deitar-se e levantar-se a horas; deixar as coisas arrumadas: a mesa de trabalho, a cozinha, o quarto de banho (lavatório limpo), a roupa, os brinquedos, os sapatos, as luzes apagadas; terminar todos os trabalhos; colaborar na limpeza da casa; guardar silêncio; visitar doentes moribundos, ajudando-os a viver esses momentos com a dignidade própria de pessoas, rezando com eles jaculatórias como “Jesus, confio em vós”, “Jesus, misericórdia” que são apropriadas para a hora da morte.

Afinal, a mortificação é uma manifestação própria do amor.


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[1] “Pastorinhos de Fátima”, M. Fernando Silva, Paulinas
[2] “Memórias da Irmã Lúcia” I, III, nº2, pg. 43, citado em “Pastorinhos de Fátima”, pg. 321
 



Isabel Vasco Costa