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segunda-feira, 15 de outubro de 2018

Sus padres eran conversos del islam, él se enfrentó a un imán, y en una Adoración vio su vocación

Ignatius Sadewo es seminarista en Indonesia, y estudia en España


Ignatius es seminarista de la diócesis de Surabaya, en Indonesia, país de abrumadora mayoría musulmana




Ignatius Sadewo Setiabudi nació en Indonesia, el país que aglutina el mayor número de musulmanes en el mundo. Sin embargo, él es católico de nacimiento gracias a que sus padres, que eran musulmanes, se convirtieron al catolicismo. Con la fuerza del converso este joven fue educado en la fe católica hasta llegar el punto de decidir ofrecer su vida a la Iglesia como sacerdote. Y en ello está, proveniente de la diócesis de Surabaya está formándose en el Colegio Internacional de Bidasoa, en Navarra, enviado por su obispo indonesio.
En el libro Se buscan rebeldes (Rialp), tanto Ignatius como otros jóvenes españoles y de todos los rincones del mundo hablan de la historia que hay detrás de ello y que les ha llevado al seminario para en un futuro poder ser sacerdotes.
Sus padres, católicos conversos del islam
Este indonesio se remonta a la juventud de sus padres para contar su historia de vocación, porque de su elección hace décadas pudo surgir la llamada al sacerdocio en Ignatius. “Mi familia, tanto por parte de mi padre como por parte de mi madre, es de origen musulmán, cumplidores de las prácticas suníes que predicó Mahoma. Aún así, mis padres se convirtieron al catolicismo antes de que yo naciera, y me educaron en la fe cristiana”.
Desde muy niño se percató que su familia era distinta al resto. Ellos creían en Jesús e iban a misa el domingo, mientras que todos sus primos rezaban a Alá e iban a rezar los viernes.  Y entonces llegó la pregunta a su padre: ¿por qué ellos eran católicos y el resto de la familia no?
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Los católicos representan el 3% de la población total de Indonesia, país de mayoría musulmana
Los milagros en su familia
Fue entonces cuando su padre le contó su proceso de conversión. Él se había educado en una escuela católica porque los abuelos, que eran musulmanes, estaban convencidos de que era una de los mejores centros educativos de Indonesia. Ahí empezó a despertarse la semilla de la fe que llegaría años después.
El proceso de conversión se produjo en la Universidad en Yakarta. Allí conoció a un sacerdote holandés. Con él iba de excursión a la montaña y le preguntaba sobre Jesús. En ese momento se enamoró de Cristo pero faltaba el punto más complicado, anunciar a su familia que dejaría el islam por el catolicismo. Le avisaron de que sería expulsado de la familia, pero su abuela intercedió por él. Fue el primer milagro.
El segundo fue la conversión de su madre. Se conocieron siendo ella musulmana, pero tras conocer a Jesús por boca de su padre inició el catecumenado, se bautizó y a los seis meses se casaron. “Era increíble ver cómo estaba la iglesia aquel día: abarrotada de familiares de uno y otro, todos musulmanes. Fue un hermoso ejemplo de respeto entre religiones”, cuenta este joven seminarista.
Educado en la fe desde niño
El ejemplo de sus padres llevó desde niño a Ignatius a tener el deseo de ser un buen cristiano, pese a vivir en un país musulmán. Se hizo monaguillo y en vez de desanimarse por la falta de sacerdotes le exhortaba a practicar con más fe.
“Desde pequeño, veía que en Indonesia vivíamos la cara y cruz de la fe cristiana. Por un lado, había personas que dejaban su fe cristiana por una causa social, política o matrimonial. La persecución contra los cristianos no era algo extraño para nosotros, aunque hubiera libertad religiosa garantizada por ley. Por otro lado, teníamos muchas alegrías al poder predicar el Evangelio dentro de una sociedad que no tiene base cristiana, porque todo suena a la genuina novedad del Evangelio. No en vano, todos los años se bautizan muchas personas en la Iglesia Católica”, explica este joven.
Su crecimiento en la fe, no exento de problemas
A los 17 años, estudiando en una ciudad lejos de su familia, comenzó el voluntariado en obras de caridad con los padres paúles. “Íbamos a visitar a gente de pueblos pobres, tanto musulmanes como católicos, para llevarles comida y medicamentos. La situación no era siempre fácil, porque muchas veces nos acusaron de querer eliminar el islam de la sociedad, algo que, afortunadamente no tuvo consecuencias. Pero sí que tuvo consecuencias en mí la caridad de estos religiosos, que provocó en mí un enamoramiento cada vez mayor de Dios y de su Iglesia”, confiesa.
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El debate con el imán musulmán
Otro acontecimiento que fue muy importante en su camino al sacerdocio, pues reafirmó todavía más su fe católica, fue el encuentro que tuvo en un tren con un conocido imán musulmán. Éste iba acompañado por varias esposas, todas vestidas con el hijab y confesó al joven Ignatius, del que no sabía que era católico, que estaba harto de sus mujeres y que quería divorciarse de varias de ellas.
Hablaba sobre el matrimonio y sus problemas, y se preguntaba por el sentido de un matrimonio para siempre. La conversación estaba llegando lejos, cuando me preguntó qué opinaba yo sobre el matrimonio. Así que yo, por mi parte, le dije sin tapujos que para la religión católica el divorcio era algo impensable, porque es un compromiso sagrado que dura toda la vida”, explica este joven.
El imán, desconcertado, le preguntó de qué religión era. Al contestarle que era cristiano, el clérigo musulmán le cuestionó sobre por qué creía en Dios. Tampoco este joven se achantó: “eso me dio píe para contestarle que porque siempre había buscado la verdad”.
Por ello, añade Ignatius, “no tuve el mayor inconveniente en decirle que para mí la verdad estaba aquí, y estaba viva en el mundo” porque “la Verdad, así con mayúscula, no era algo, era una persona a la que se podía amar, a la que se podía tratar con cariño, a la que uno podía contarle con confianza sus cosas. La Verdad que siempre había buscado no era otra cosa que Jesucristo”.

La clara llamada al sacerdocio
Durante estos años de adolescencia había tenido algunas novias. Y con 18 años salía con una joven musulmana de buena familia.  Pero entonces se produjo otro acontecimiento clave en su vida de fe. Le invitaron a una oración de Taizé que se iba a celebrar en su ciudad. “Era de noche y la iglesia estaba iluminada por cientos de pequeñas velas, abarrotada de gente, y con el Santísimo Sacramento expuesto. Se respiraba un clima de paz y oración, que te invitaba a descansar en Dios”.
En este ambiente empezó a reflexionar sobre la vida y fue entonces –relata Ignatius- “cuando noté como si Jesús mismo que dijera: ‘sígueme’. No soy de lágrima fácil, pero en ese momento, comencé a llorar como un niño”. Esa fue la señal que necesitaba.
Sin que todavía no hubiera dicho nada a su novia, ésta le dijo que estaba dispuesta a hacerse católica por él. Esto generó todavía más dudas en él, pero se mantuvo firme en su deseo y le comunicó que quería ingresar en el seminario para ser ordenado sacerdote en el futuro.
A sus padres les pilló por sorpresa, pero aceptaron su decisión pese al miedo que tenían de tener un hijo sacerdote en un país musulmán. Y sus tíos musulmanes le apoyaron incluso más. Al final cumplió su sueño y hoy su deseo de ser sacerdote está más cerca.

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