Figura histórica del cine francés, le deslumbró el misterio del Verbo-Dios
El reencuentro de Salvatore (Jacques Perrin) y Elena (Brigitte Fossey), una escena que solo está en las versiones extendidas de «Cinema Paradiso». |
El próximo 17 de noviembre se cumplen treinta años del estreno en Italia de Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, con una inmortal banda sonora de Ennio Morricone. Acumuló en pocos meses todos los premios imaginables: Oscar a la mejor película extranjera, Globo de Oro, Bafta, Premio Especial de Cannes… todos ellos indiscutidos. Es un clásico solo lastrado por la coexistencia de tres versiones: la original italiana; la de difusión internacional, más breve; y el montaje del director, la más larga de las tres.
Una sugerencia: puedes leer este artículo con fondo de la banda sonora de Cinema Paradiso.
Los expertos consideran la segunda como la mejor. Es la que la mayor parte de los espectadores han visto. Por eso, salvo devotos del film, cinéfilos y profesionales del séptimo arte, muchos no han contemplado la escena del reencuentro en un coche, ya adultos, de Salvatore y Elena. Una escena denostada por muchos críticos, no en sí misma -está bien rodada y bien interpretada-, sino porque altera la significación de la película en su versión más común. Es, sin embargo, en ese nostálgico diálogo con Jacques Perrindonde se incorpora a Cinema Paradiso, con sus ojos claros y su expresividad dramática, toda una estrella del cine francés como Brigitte Fossey.
Su despertar al cine fue extraordinariamente precoz. En 1952, con solo cinco años, protagonizó Juegos prohibidos, de René Clément, un retrato maestro del despertar a la vida de una niña que ve morir a sus padres en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial y es acogida por una familia campesina, cuyo hijo pequeño le regala su amistad.
En los años inmediatamente posteriores participó en dos películas más, pero sus padres no quisieron que fuese devorada, como otros niños-prodigio, por un éxito prematuro, así que dejó de frecuentar los platós para centrarse en sus estudios como cualquier otra niña. Tras estudiar Filosofía e interpretación, regresó, ya veinteañera, en 1967. Conoció entonces al realizador Jean-François Adam, con quien tuvo su única hija, la también actriz Marie Adam. Su carrera alcanzó su cénit en los años 70 y primeros 80, cuando trabajó con los principales cineastas galos y extranjeros.
Junto a Gérard Depardieu en Los rompepelotas
[Les valseuses] (1974) de Bertrand Blier
Se divorció de Adam (quien se suicidó en 1980) y contrajo matrimonio en 1988 con un dentista, Yves Samama, a cuyo lado ha permanecido hasta hoy. Brigitte Fossey obtuvo también grandes éxitos en series de televisión francesa, y mantiene una intensa actividad social a favor de los pobres y excluidos.
Brigitte es una mujer imbuida por la fe. Su último testimonio al respecto se encuentra en un reciente libro del escritor belga Gabriel Ringlet, un profesor de la Universidad Católica de Lovaina no precisamente ortodoxo: se opuso a Juan Pablo II por excluir en 1994, con todo el peso de su autoridad pontificia, la ordenación sacerdotal de mujeres. En La Grâce des jours uniques, Ringlet recoge su experiencia de invitar a numerosas personalidades públicas y celebridades a compartir alguna fiesta litúrgica.
Con Brigitte fue un Jueves Santo, y así evoca el autor la conversación con la actriz: "Me confió que, desde muy pequeña, cuando iba a misa encontraba extraordinario el Evangelio. En particular el de San Juan". Así se lo contaba ella: "Cuando escuchaba 'En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios', sentía que había algo importante en aquellas palabras. Yo era muy pequeña. No lo entendía todo. Muchas veces pedía explicaciones. Y a mi padre, que amaba la teología, le gustaba responderme. Me transmitió un auténtico amor por los misterios".
Al finalizar la misa, tras el Ite, Missa est y la bendición, el sacerdote reza el Último Evangelio (el inicio del Evangelio de San Juan, minuto 1:30), justo antes de las oraciones prescritas en 1884 por León XIII para concluir la celebración, destinadas a proteger a la Iglesia de los ataques del demonio. Entre ellas, la Oración a San Miguel Arcángel que el Papa Francisco ha vuelto a popularizar al pedir que se rece durante este mes de octubre tras el Rosario.
No es la primera vez que Brigitte confiesa el impacto que tuvieron en su infancia las misas infantiles y la solemnidad, social y litúrgica, de la celebración dominical en la Francia de los años 50: "Mi madre no era coqueta. Sin embargo, los domingos por la mañana se vestía lo mejor posible, se maquillaba, se arreglaba el pelo. Yo la contemplaba un poco como Jean Cocteau miraba a la suya cuando se preparaba para ir al teatro. Pero, en el caso de mi madre, ¡era para ir a misa! Mi padre se ponía ese día un traje muy bonito", contaba la actriz a La Croix en 2012, con ocasión de publicarse su eclético y personal libro Mi abecedario espiritual.
La alegría de la misa dominical
Cuando era niña, sus abuelos, muy creyentes, la imbuyeron del amor a la Virgen María participando en sus procesiones, y de una devoción a Santa Teresita del Niño Jesús que aún perdura.
Lo mismo sus progenitores: "Mis padres me llevaban a la iglesia de San Cristóbal, en Tourcoing, donde vivíamos. También para mí el domingo era un día alegre. Vivía la misa como un espectáculo: mi padre cantaba muy algo, forma en la que exteriorizaba su alegría. Yo sentía que mis padre rezaban auténticamente, que tenían fe, aunque al mismo tiempo un lado un poco teatral. Muy pronto me interesó también el Evangelio, los textos, los misterios... Tuve la suerte de que me introdujesen en la Biblia las religiosas del Sagrado Corazón de María que no solamente nos insuflaban la fe, también el gusto por la filosofía religiosa... Durante mi adolescencia seguí viviendo esta alegría dominical. Mis padres se divorciaron, pero eso no impidió que siguiese acudiendo a escuchar los textos a la misa, porque seguía teniendo sed de palabras auténticas".
Como propio de su formación filosófica, Brigitte expresa con mucha propiedad por qué ir a misa aporta algo más que escuchar o leer unos textos sagrados: "El alma está en un cuerpo, así que si voy a la iglesia, éste se ve implicado a la fuerza, lo cual me parece indispensable. Eso es lo que está en juego el domingo".
También por el descanso dominical: "Considero muy importante que exista un día a la semana en el que se pueda no hacer nada sin sentirse culpable. Estar disponible para recibir a la familia para desayunar, descansar por la tarde viendo una película, quedarse en casa sin estar obligado a ver a nadie... Así que lo único que tengo que hacer el domingo es ir a misa por la mañana, satisfacer mis ganas de ver a la familia, y actuar, cuando estoy en temporada de teatro, en la sesión de la tarde".
La fe que perdura
En 2013, Brigitte expresaba en La Vie sus críticas al laicismo, su preocupación por los cristianos perseguidos en Oriente Medio y el aprecio que le inspiraban Juan Pablo II, Benedicto XVI y el recién elegido Francisco: "Para mí la fe es un recuerdo de la infancia pero también una cultura. El Antiguo y el Nuevo Testamento son las raíces cristianas de nuestra civilización. Aunque uno no sea creyente, hay algo que meditar en esa obra. Creo que ser cristiano hoy día es extremadamente difícil, porque se caricaturiza mucho el cristianismo. Entre quienes tienen fe hay muchísimas personas muy abiertas, bastante más ecuménicas que algunos militantes laicistas. Creo que lo que caracteriza al cristianismo es el respeto y la humildad. A veces, demasiada humildad. En este momento, muchos cristianos son masacrados en Oriente Medio. Hay una autocensura de los periodistas, como si los cristianos dudasen de hablar de su problema... A [Francisco] le encuentro muy espontáneo. Es él mismo. Hemos tenido suerte con los tres últimos Papas. Tienen una fe ardiente, brillante, y el Papa Francisco es muy cercano a los pobres".
Pero ¿tiene ella fe real y personalmente, más allá de este inequívoco aprecio al cristianismo? "¿Qué es Dios para mí? No lo sé... Creo que es la fuerza del amor que nos anima, nos une y hace que sigamos siendo más allá de la muerte. Admiro las palabras de Cristo. Quiero creer en la Resurrección y en los milagros".
Cuando participó en 2013 en el centenario de la diócesis de Lille, no dudó en calificar la conjunción entre la música sagrada y el entorno catedralicio como "momentos intensos de una alegría excepcional, pequeños instantes de eternidad".
En octubre pasado, con motivo de su participación en el Festival de Teatro Bíblico de Clermont, Laurent Sciauvau le hizo una pregunta (minuto 4:30) "personal e indiscreta": "¿Es usted creyente?". La respuesta a la pregunta directa no fue concluyente, aludiendo a una intimidad de la que siempre ha sido muy celosa: "Eso es mi jardín secreto. No soy proselitista, pero llevo una vida conforme a mis orígenes, mis orígenes son cristianos, me gusta que las estaciones se rijan por los Evangelios (la Navidad, la Pascua), creo que es la religión más hermosa, la más misteriosa, la más entregada".
Brigitte Fossey, junto a Michael Lonsdale (De dioses y hombres, la película sobre los mártires trapenses de Argelia), durante una lectura de la Pasión en la parroquia de San Nazario en Sanary-sur-Mer, en la Costa Azul.
¿Una fe, pues, solamente cultural y estética? ¿O una fe que prefiere no hablar de sí misma y mostrarse con hechos? Los hechos son, precisamente, su respuesta: en los últimos años, Brigitte no deja de recorrer diócesis tras diócesis, parroquia tras parroquia, para lecturas públicas cristianas, ya sea el Via Crucis de Paul Claudel, la Pasión del Verbo junto a Michael Lonsdale o un concierto en el que ella es la voz a la Virgen María.
En cierta ocasión, en aquellas infantiles mañanas de domingo, Brigitte Fossey le preguntó a su padre, intrigada por el Último Evangelio de la misa: "¿Quién es el Verbo que es Dios?". No cabe duda de que la respuesta que recibió fue convincente.
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