En el Ángelus señala 3 dones que Dios dio a los Magos, y nos ayudan
La Eucaristía del Día de Epifanía en la Basílica de San Pedro se ha vivido este viernes de una forma especialmente emotiva, al ser el día posterior al funeral de Benedicto XVI. El Papa Francisco se ha centrado en las lecturas y liturgia del día para retomar temas muy propios de su predicación: salir de la comodidad y seguridad del día a día para, como los Magos, arriesgarse e ir más allá.
Pidió el Pontífice imitar a los Magos de Oriente y así buscar adorar “a Dios y no a nuestro yo” o a “los falsos ídolos” que seducen fascinando con "falsas noticias".
Como es tradición cada año, después del Evangelio, se realizó el “anuncio del día de la Pascua”. Un diácono lo cantó en italiano y recordó que “el centro de todo el año litúrgico es el Triduo del Señor crucificado, sepultado y resucitado” y destacó que en 2023 culminará el próximo “Domingo de Pascua, 9 de abril”.
En su homilía, Francisco recordó la simbología de “Jesús, como una estrella que se eleva, viene a iluminar a todos los pueblos y a alumbrar las noches de la humanidad”. “Junto con los Magos, hoy también nosotros, alzando la mirada al cielo, nos preguntamos: ¿Dónde está el que acaba de nacer? Es decir, ¿cuál es el lugar en el que podemos encontrar a nuestro Señor?”, afirmó el Papa.
En el Ángelus, los 3 regalos peculiares de los Reyes Magos
Tras la misa en la Basílica, el Papa Francisco se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para el rezo del Ángelus y para saludar a los fieles reunidos en la Plaza comentando que los Reyes Magos, aunque conocidos por llevar regalos al Niño Jesús, a su vez “reciben tres regalos que también nos conciernen a nosotros”.
Estos tres regalos son la llamada, el discernimiento y la sorpresa
La llamada la recibieron no “por haber leído las Escrituras o haber tenido una visión de ángeles, sino mientras estudiaban las estrellas. Y partieron "hacia lo que no sabían". Les fascinaba más lo que no sabían que lo que sí sabían, detalló el Papa. "Esto también es importante para nosotros: estamos llamados a no estar satisfechos, a buscar al Señor saliendo de nuestra zona de confort, caminando hacia Él con los demás, sumergiéndonos en la realidad. Porque Dios llama todos los días, aquí y hoy, en nuestro mundo".
El discernimiento se nota en que los Magos "no se dejan engañar por Herodes" y saben distinguir "entre el destino del camino y las tentaciones que encuentran en el camino". Así, hay que "saber renunciar a lo que seduce, pero conduce por mal camino, para comprender y elegir los caminos de Dios! El discernimiento es un gran don, y no hay que cansarse nunca de pedirlo en la oración".
Por último, tras su largo viaje encuentran "un niño con su madre", lo que es una "escena tierna", pero "no sorprendente". Pero ellos se dejan sorprender y responden adorándolo. "En la pequeñez reconocen el rostro de Dios. Humanamente todos estamos inclinados a buscar la grandeza, pero es un don saber encontrarla verdaderamente: Él ama mucho. Porque el Señor se encuentra así: en la humildad, en el silencio, en la adoración, en los pequeños y en los pobres".
“Hoy sería lindo recordar estos dones, que ya hemos recibido: pensar en cuando sentimos una llamada de Dios en nuestra vida; o cuando, quizás después de tanto esfuerzo, logramos discernir su voz; o también, a una inolvidable sorpresa que Él nos dio, asombrándonos”, finalizó el Pontífice.
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Texto completo de la Homilía de Epifanía de 2023 del Papa Francisco
Jesús, como una estrella que se eleva (cf. Nm 24,17), viene a iluminar a todos los pueblos y a alumbrar las noches de la humanidad. Junto con los Magos, hoy también nosotros, alzando la mirada al cielo, nos preguntamos: «¿Dónde está el […] que acaba de nacer?» (Mt 2,2). Es decir, ¿cuál es el lugar en el que podemos encontrar a nuestro Señor?
De la experiencia de los Magos, comprendemos que el primer “lugar” donde Él quiere ser buscado es en la inquietud de las preguntas. La fascinante aventura de estos sabios de Oriente nos enseña que la fe no nace de nuestros méritos o de razonamientos teóricos, sino que es don de Dios. Su gracia nos ayuda a despertarnos de la apatía y a hacer espacio a las preguntas importantes de la vida, preguntas que nos hacen salir de la presunción de estar bien y nos abren a aquello que nos supera. Lo que vemos en los Magos, al comienzo, es esto: la inquietud de quien se interroga. Llenos de una ardiente nostalgia de infinito, escrutan el cielo y se dejan asombrar por el fulgor de una estrella, representando así la tensión hacia lo trascendente, que anima el camino de la civilización y la búsqueda incesante de nuestro corazón. De hecho, aquella estrella deja en sus corazones precisamente una pregunta: ¿Dónde está el que acaba de nacer?
Hermanos y hermanas, el camino de la fe comienza cuando, con la gracia de Dios, damos espacio a la inquietud que nos mantiene despiertos; cuando nos dejamos interrogar, cuando no nos conformamos con la tranquilidad de nuestros hábitos, sino que nos la jugamos, nos arriesgamos en los desafíos de cada día; cuando dejamos de mantenernos en un espacio neutral y nos decidimos a vivir en los espacios incómodos de la vida, hechos de relaciones con los demás, de sorpresas, de imprevistos, de proyectos que sacar adelante, de sueños que realizar, de miedos que afrontar, de sufrimientos que hieren la carne. Es en estos momentos que surgen de nuestro corazón las preguntas irreprimibles, que nos abren a la búsqueda de Dios: ¿Dónde está la felicidad para mí? ¿Dónde está la vida plena a la que aspiro? ¿Dónde se encuentra ese amor que no pasa, que no tiene ocaso, que no se rompe ni siquiera ante la fragilidad, los fracasos o las traiciones? ¿Cuáles son las oportunidades escondidas dentro de mis crisis y mis sufrimientos?
Pero sucede que el clima que respiramos cada día ofrece “tranquilizantes del alma”, sustitutos para sedar, para sedar nuestra inquietud y apagar esas preguntas, desde los productos del consumismo a las seducciones del placer, desde los debates sensacionalistas hasta la idolatría del bienestar; todo parece decirnos: no pienses mucho, deja que pasen, disfruta la vida. Frecuentemente buscamos acomodar el corazón en la caja fuerte de la comodidad — buscamos acomodar el corazón en la caja fuerte de la comodidad—, pero si los Magos hubiesen hecho esto no habrían encontrado nunca al Señor. Este es el peligro, sedar el corazón, sedar el alma para que ya no haya inquietud. Dios, sin embargo, vive en nuestras preguntas inquietas; en ellas nosotros «lo buscamos como la noche busca a la aurora […]. Él está en el silencio que nos turba ante la muerte y al final de toda grandeza humana; está en la necesidad de justicia y de amor que llevamos dentro; es el Misterio santo del Totalmente Otro, nostalgia de justicia perfecta y consumada, de reconciliación, de paz» (C.M. Martini, El jardín interior. Un camino para creyentes y no creyentes, Santander 2017, 26). Por tanto, este es el primer lugar: la inquietud de las preguntas. No tengamos miedo de entrar en esta inquietud de las preguntas, son precisamente los caminos que nos llevan a Jesús.
El segundo lugar donde podemos encontrar al Señor es el riesgo del camino. Los interrogantes, incluso espirituales, si no nos ponemos en camino, si no dirigimos nuestro movimiento interior hacia el rostro de Dios y la belleza de su Palabra, pueden inducirnos a la frustración y a la desolación. El peregrinar de los Magos, «Su peregrinación exterior —ha dicho Benedicto XVI— era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación interior de sus corazones» (Homilía en la Epifanía del Señor, 6 enero 2013). Los Magos, en realidad, no se detuvieron a mirar el cielo o a contemplar la luz de la estrella, sino que se aventuraron en un viaje arriesgado, que no preveía caminos seguros ni mapas definidos con antelación. Querían descubrir quién era el Rey de los Judíos, dónde había nacido, dónde podían encontrarlo. Por esto preguntaron a Herodes, quien a su vez convocó a los jefes del pueblo y a los escribas que examinaban las Escrituras. Los Magos estaban en camino; la mayor parte de los verbos que describen sus acciones son verbos de movimiento.
Lo mismo sucede con nuestra fe, sin un camino continuo y un diálogo constante con el Señor, sin la escucha de la Palabra, sin la perseverancia, no se puede crecer. Una mera noción de Dios y alguna oración que calma la conciencia no son suficientes; es necesario hacerse discípulos que siguen a Jesús y su Evangelio, hablarlo todo con Él en la oración, buscarlo en las situaciones cotidianas y en el rostro de los hermanos. Desde Abrahán —que se puso en camino hacia una tierra desconocida— hasta los Magos —que siguieron una estrella—, la fe es un camino, la fe es una peregrinación, la fe es una historia en la que hay que comenzar siempre de nuevo. No lo olvidemos nunca, la fe es un camino, una peregrinación, una historia de comenzar y recomenzar siempre. Recordemos esto: la fe, si permanece estática, no crece; no podemos reducirla a una mera devoción personal o confinarla entre los muros de los templos, sino que es necesario manifestarla, vivirla marchando de forma constante hacia Dios y hacia los hermanos. Preguntémonos hoy: ¿Estoy en camino hacia el Señor de la vida, para que sea el Señor de mi vida? ¿Jesús, quién eres para mí? ¿Dónde quieres que vaya, qué es lo que me pides? ¿Cuáles son las decisiones que me estás invitando a tomar en favor de los demás?
Finalmente, después de la inquietud de las preguntas y el riesgo del camino, el tercer lugar donde hallamos al Señor es el asombro de la adoración. Al final de un largo viaje y de una fatigosa búsqueda, los Magos entraron en la casa, «encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron» (Mt 2,11). Este es el punto decisivo. Nuestras inquietudes, nuestras preguntas, los caminos espirituales y las prácticas de la fe deben converger en la adoración del Señor. Allí encuentran la fuente esencial de la que todo nace, porque es el Señor quien suscita en nosotros el sentir, el actuar y el obrar. Todo nace y todo culmina allí, porque el final de cada cosa no es alcanzar una meta personal y recibir gloria para nosotros mismos, sino encontrar a Dios y dejarnos abrazar por su amor, que es lo que da fundamento a nuestra esperanza, nos libra del mal, nos abre al amor a los demás y nos hace personas capaces de construir un mundo más justo y más fraterno. De nada sirve activarnos pastoralmente si no ponemos a Jesús en el centro y lo adoramos. El asombro de la adoración. Allí aprendemos a estar delante de Dios no tanto para pedir o para hacer algo, sino sólo para permanecer en silencio y abandonarnos a su amor, para dejarnos aferrar y regenerar por su misericordia. Nosotros muchas veces rezamos, pedimos cosas, reflexionamos, pero por lo general nos falta la oración de adoración. Hemos perdido el sentido de adorar, porque hemos perdido la inquietud de las preguntas y el valor de ir adelante en los riesgos del camino. Hoy el Señor nos invita a hacer como los Magos, como los Magos, postrémonos, rindámonos ante Dios en el asombro de la adoración. Adoremos a Dios y no a nuestro yo; adoremos a Dios y no a los falsos ídolos que nos seducen con la fascinación del prestigio y del poder, con la fascinación de las falsas noticias; adoremos a Dios para no inclinarnos ante las cosas que pasan ni ante las lógicas seductoras y vacías del mal.
Hermanos, hermanas, ¡abramos el corazón a la inquietud, pidamos el valor para avanzar en el camino y finalicemos en la adoración! No tenemos miedo, es el recorrido de los Magos, es el recorrido de todos los santos de la historia, recibir las inquietudes, ponerse en camino y adorar. Hermanos y hermanas, no dejemos que se apague en nosotros la inquietud de las preguntas, no detengamos nuestro caminar cediendo a la apatía o a la comodidad; y rindámonos, encontrándonos con el Señor, al asombro de la adoración. Entonces descubriremos que una luz ilumina también las noches más oscuras, es Jesús, la estrella radiante de la mañana, el sol de justicia, el fulgor misericordioso de Dios, que ama a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra.
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