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terça-feira, 29 de agosto de 2017

Abandonó el ELN colombiano gracias a la ayuda de un sacerdote, ahora trabaja por la reconciliación

A pesar de las burlas del guerrillero, el párroco se propuso desde el primer momento ayudarle


29 agosto 2017


El sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo (1929-1966) tras estudiar Sociología en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y coherente con su proceso de adhesión a la Teología de la Liberación, cofundó en Colombia la guerrilla “Ejército de Liberación Nacional” (ELN). Aunque Camilo anhelaba un futuro noble para su patria, esa fusión entre sotana y fusil trajo muerte y dolor a millones de personas en Colombia. Situación que podría tener un próximo término, con las recientes negociaciones de paz, tal y como explica Portaluz. Proceso de reconciliación que es fruto de gracias espirituales alcanzadas por la fe y conversión de muchos.

Herney Mauricio Muñoz es un colombiano que ha vivido en carne propia la realidad perversa que impone a sus miembros la guerrilla y hasta hoy se encuentra en proceso de sanar su alma, del dolor que le significa haber dañado a muchas personas mientras era un miembro del ELN. A continuación puedes leer su testimonio, el cual fue grabado por la Arquidiócesis de Bogotá en 2015 y que ahora se difunde gracias a la web Portaluz. Se trata de un “testigo de la misericordia, del perdón y la reconciliación”.


En el desastre surge un ángel guardián
Con 16 años de edad, Herney era un joven hastiado de los conflictos y carencias familiares, limitado por la pobreza, por una educación irregular; todo ello sumado a la violencia que el narcotráfico y la guerrilla imponía en Colombia. Precisamente adherir a los rebeldes le pareció el único camino posible para su vida, máxime pues controlaban la zona donde él vivía.

Su decisión no pasó desapercibida para un sacerdote que sería un ángel de la guarda para el joven… “Él llegó de la nada, él no era de allá. Nunca en la vida me había visto y yo a él tampoco. Dios me lo puso en el camino. Se me arrimó y me preguntó qué es lo que yo hacía y le contesté que yo consumía drogas y mataba gente. Era verdad, pero se lo dije a manera un poco de burla. Él desde ese día me dijo: ‘Yo lo voy a ayudar’. Me reí, me burlé, pues no pensé que iba a ser cierto”.

Sin embargo aquél sacerdote, dice Herney, desde ese día no dejó de visitarlo regularmente, aconsejándolo, animándolo a que tomara un rumbo distinto para su vida. Advertencias que no alcanzaron a evitar que el joven y su familia fueran víctimas de la espiral de violencia en que vivían. Recuerda que “hicieron un atentado: atropellaron a mi abuelo, mi tía, mi hermanito y a mi madre. Me tocó abandonar el pueblo, me interné en el monte”. Así, como muchos otros jóvenes lo padecieron, sería absorbido por el ELN, su nueva ‘familia’. El mismo día que partía, recuerda que apareció en el pueblo el sacerdote y le contó lo arrepentido que estaba de la vida que llevaba; agregando que sentía era ya tarde para él, pues de no escapar al monte con la guerrilla lo iban a matar.

“En esa lucha incansable, un día, él estaba presidiendo una santa misa en una vereda de este pueblo. Yo estaba allí y me vio. Me dijo: ‘Yo voy a hablar con sus comandantes para que lo dejen ir, yo me voy a hacer responsable de usted’. Le dije: ‘No padre, si usted hace eso nos van a matar a los dos, no haga eso’. Insistió él preguntándome: ‘¿Quién es el que está con usted?, ¿acaso ese?’, señaló (indicando a uno que me acompañaba). ‘No, es otra persona’, respondí. Así comenzó esta lucha de Dios que no me dejaba y finalmente yo deserté de este grupo”.


La confesión
Cuando el sacerdote logró coordinar la huida de Herney, acordaron que debía irse a otra región del país. En la despedida, dice, le recordó cuánta misericordia estaba teniendo Dios con él al darle esta oportunidad y esas palabras –agrega- se anidaron en su alma. Efectivamente, nada más llegar a Cali, camino a su destino final, se dio el tiempo de ir hasta la catedral donde se confesó. Y no sería un momento grato para el ex-guerrillero: “Cuando me confesé era época de una violencia impresionante. El sacerdote me echó la bendición, asomó la cabeza del confesionario, miró para todos lados y me dijo que me fuera. Yo pues me sentí como mal, pero igual seguí en ese proceso de conversión”.

Herney hubo de continuar varios meses huyendo de un sitio a otro. A la distancia el sacerdote siempre le apoyaba. Cuando aquél período donde temía por su vida finalizó y pudo afincarse en un nuevo lugar se unió a un movimiento mariano que ha marcado benéficamente su vida según él mismo destaca: “Mi real conversión fue cuando conocí el grupo Lazos de Amor Mariano; yo pertenezco a él. Aprendí a querer a la Santísima Virgen, adoro a Dios sobre todas las cosas. Venero a la Santísima Virgen. Ella me enseñó el camino, es la intercesora mía ante Dios por todos mis pecados”.

El perdón que sana
Es su conversión la que finalmente da sentido a este testimonio en el que Herney Mauricio Muñoz pide perdón a las víctimas y a sus familias:

“Que nos perdonen por el mal que hicimos. Uno no es capaz de devolver esas víctimas… a la gente que uno asesinó e hizo daño, uno no es capaz de volverlas. Dios, Jesucristo, Él simplemente nos lo dio el perdón, nos lo regaló, se inmoló en la cruz. Entregó su vida, tuvo una muerte desastrosa y si él simplemente nos regaló ese perdón (se emociona) ¿por qué no nos lo pueden dar a nosotros? En este proceso que estamos de verdad que me arrepiento de todo corazón. Hablo desde el amor de Dios y, yo digo que he sido bendecido por él. Por todo esto tan maravilloso que me pasa, por tener la oportunidad de pedir perdón. De pedir ese perdón que de verdad que lo anhelo, lo espero… y perdonarme yo mismo”.



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