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terça-feira, 17 de janeiro de 2017

Sin bautizar y sin formación católica, ella iba a misa y lloraba porque sentía que Dios le hablaba

Tres maridos y un secreto en la familia

En la oración callada ante el Santísimo encontró Christine el consuelo espiritual y la felicidad en la vida.

P.J. Ginés/ReL  16 enero 2017

Cuando Christine Mason tenía unos cinco años, en Montreal (Canadá), dejó de ir a la iglesia al grupo de niños dominical donde le enseñaron algunas historias de la Biblia.

“Nunca tuve ninguna otra formación en la fe que esas pocas historias”, recuerda. Y sin embargo, “siempre supe que Dios existía”. Su padre era agnóstico. Su madre, pensaba ella, debía ser cristiana de algún tipo, poco o nada ferviente. De hecho, Christine estaba sin bautizar.

Un esposo ateo: fe prohibida en casa
Al crecer, Christine se casó con un ateo militante, que no permitía ninguna expresión de fe en casa. Se divorciarían doce años después, cuando él admitió que era además homosexual. “No fue una relación sana, mi fe era algo muy privado, él no quería nada religioso en casa”. Él moriría en un accidente de coche pasados unos años.

Un esposo católico: lo acompañaba a misa
Christine Mason conoció a otro hombre, Paul, que era católico, y se casó con él. A veces lo acompañaba a misa. Se dio cuenta que ella tenía sed de Dios. No entendía mucho de la liturgia, pero a menudo se emocionaba en ella.

“La mayor parte de las veces acababa llorando en misa porque sabía que Dios me hablaba para darme fuerza, sobre todo en la lectura del día, la que fuese, para darme esperanza y seguir adelante”, recuerda.

Este matrimonio atravesó diferentes dificultades. Por un lado, Paul tenía hijos de una unión anterior y llevaba litigios en tribunales para que se le permitiera verlos. Por otro lado, el cáncer lo golpeó.

Christine, aún sin bautizar, rezaba en casa por su marido enfermo, especialmente en los últimos días, tras dos años de enfermedad. Él ya no podía ni subir las escaleras de casa al dormitorio, y ella dormía a su lado, en un sofá. “Allí me quedaba dormida rezando el Avemaría y el Padrenuestro y diciéndole a Dios: ‘Confío en Ti, confío en Ti’. Esa fue mi introducción a la oración de una forma más regular”.

Un sacerdote traía la comunión a casa para Paul, y Christine le hacía preguntas sobre la fe, y conversaban en profundidad.

Hambre de Dios
Cuando Paul murió, ella entendió que añoraba esas conversaciones y que quería saber más y más de Dios. “No habíamos ido a misa de forma regular, pero nuestra fe era fuerte. Ahora yo tenía hambre de saber más de Jesús y de conocer la Biblia y conocer sus enseñanzas y aprender apologética”.

Se mudó a Williams Lake, en la Columbia Británica (Canadá) y se apuntó al Rito de Iniciación Católica para adultos y a sus clases. Mientras tanto, conoció a Gary, y se casó con él por lo civil. Pero ella quería bautizarse y casarse por la Iglesia. “Ya era católica en su corazón”, declara su párroco, Derrick Cameron, de la Parroquia del Sagrado Corazón, al The BC Catholic Paper. “Ella era como una esponja, se empapaba”.

Christine y Gary el día de su boda, en presencia de Derrick Cameron, su párroco.
Fue bautizada en la Pascua de 2014 y su matrimonio pasó a ser un matrimonio católico sacramental. Desde entonces se implicó en la Liga de Mujeres Católicas local y en el comité de apoyo a refugiados de su parroquia. En su dirección de e-mail puso: “Emocionada por ser católica”.

Va a misa casi cada día –para lo que conduce 40 minutos de ida y otros tantos de vuelta- y escucha constantemente casetes y videos y seminarios-web para saber más de la fe.

Un secreto sorprendente que le une más a Jesús
Tras su bautizo descubrió algo asombroso: su madre era judía, por lo que ella también lo es. Su madre había huido de niña de Egipto a Canadá. En aquellos días de tensión especialmente fuerte entre el recién creado Estado de Israel y los países árabes, en Egipto hubo mucha violencia contra la población judía y muchos, como su familia, huyeron. Su madre, ya veinteañera en Canadá, pensó que no valía la pena mantener las costumbres judías y por eso la llevó un par de años a la escuela dominical, quizá por integrarse en el ambiente local.

Christine, como todo el pueblo de Israel, es literalmente hija de una israelita huida de Egipto. Entiende su herencia hebrea como una riqueza que la une aún más a Cristo. Ha aprendido el padrenuestro en lengua aramea –como debió pronunciarlo Jesús- y sabe recitar la antigua oración del shemá: “Escucha, Israel, el Señor es tu Dios, el Señor es Uno, amarás al Señor con todas tus fuerzas, con toda tu mente, con todo tu corazón.”

Me encanta ser judía, me encanta ser católica, me encanta poder encontrar a Jesús cada día, cada vez que voy a misa”, explica hoy Christine.

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