La diócesis de Uvira, al este de la República Democrática del Congo (RDC), acogió este domingo a decenas de miles de invitados, que acudieron para participar en la beatificación de cuatro mártires javerianos. Los peregrinos procedían de la República Democrática del Congo, Burundi, Ruanda, Francia, Italia y otros países.
El Congo de 1964 era un foco de tensión política y social. Tras su independencia en 1960, el país se vio sumido en un caos de luchas de poder y rebeliones. En este contexto, los misioneros javerianos trabajaron incansablemente para llevar el mensaje de Cristo a las comunidades locales, a menudo en condiciones extremadamente peligrosas.
La muerte física no ha vencido
Su compromiso con la misión y su amor por el pueblo congoleño fueron inquebrantables, incluso frente a una creciente hostilidad y violencia. Es en este contexto donde perdieron la vida los javerianos italianos Luigi Carrara, Giovanni Didonè, Vittorio Faccin y el sacerdote diocesano Albert Joubert, asesinados en Baraka y en Fizi, al este del Congo, a orillas del Lago Tanganica.
El cardenal Fridolin Ambongo, responsable de representar al Papa en esta celebración, dio gracias y expresó su alegría por este hecho. "Esta beatificación significa que nuestras Iglesias locales, en particular de la República Democrática del Congo, Italia y Francia, pueden ahora recurrir a su intercesión y dedicarles devoción pública ", explicó el cardenal Ambongo al inicio de su homilía.
"Las lecturas propuestas para este XX Domingo del Tiempo Ordinario nos iluminan sobre el significado del martirio y el alcance de la vida bienaventurada para la Iglesia y para el mundo", indicó el arzobispo de Kinshasa.
"Nuestro Dios -subrayó el cardenal Ambongo- se preocupa ante todo de nuestro destino final, desea, para todos y cada uno de nosotros, una vida plena y feliz con Él y cerca de Él. A los que son condenados a muerte por su fe, les concede la gozosa esperanza de la resurrección. Los mártires, que lavan sus vestiduras y las blanquean con la sangre del Cordero, ahora forman parte de la inmensa multitud que nadie puede contar".
"Al declarar oficialmente bienaventurada a una persona, como ocurre hoy... la Iglesia reconoce y confiesa que la muerte física no ha vencido y que Dios no ha abandonado a sus servidores", declaró el prelado congoleño.
El obispo pidió que cesaran las guerras: "Los conflictos armados degradan al hombre y lo privan de la dignidad de hijo de Dios. Son obra del diablo y de sus acólitos que siembran desolación y muerte".
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