Jesús García reflexiona sobre un hecho espiritual del que fue testigo en el concierto
Jesús García, director de las películas Medjugorje, Hospitalarios y Madre no hay más que una, es un apasionado de la música de Bruce Springsteen y acudió a su concierto en Barcelona. Allí fue testigo de un hecho de significación espiritual que comparte en primera persona con los lectores de ReL.
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Un rosario para Bruce Springsteen
Dos semanas han pasado desde que Bruce Springsteen, el legendario artista de rock apodado El Jefe, haya visitado España en su gira del año 2023. Barcelona en concreto fue la ciudad elegida por los promotores para que el músico de New Jersey y su incombustible E Street Band, exhibieran talento y energía durante dos noches de lleno absoluto en el Estadio Olímpico de Montjuic. Desde entonces hasta ahora, ríos de tinta se han desparramado en torno a sendos conciertos, con las visitas incluidas de personalidades como Steven Spielberg o Barak Obama. ¿Qué más se puede contar, por tanto, que no se haya dicho ya?
Es difícil, y, al mismo tiempo, sencillo. Difícil porque todo lo gordo se ha contado ya: que El Boss sigue siendo demoledor en directo, que está a otro nivel y que el espectáculo que ofrece es de una calidad sobresaliente.
Sencillo, porque en un concierto de Bruce pasan tantas, tantísimas cosas, que a poco que te fijes en los detalles, tendrás materia para contar lo que nadie contó. Y yo encontré una gran historia en torno a un rosario.
Fue mi esposa la que, en medio del jolgorio y el estruendo, se dio cuenta del detalle. Sobre el negro pantalón de Springsteen podía verse desde lejos, más aún gracias a las pantallas gigantes, la cruz de un rosario de color marrón muy clarito, saliendo de su bolsillo y moviéndose al ritmo de la banda sonora de nuestra vida.
El detalle me impresionó. Sé de la fe de Bruce, de tradición católica irlandesa por su padre, e italiana por su madre, y enseñada por las monjas en el colegio católico de Santa Rosa de Lima de Freehold, New Jersey. Sé de su fe desarraigada pero inquebrantable: sus canciones nos hablan de la muerte y de la eternidad; sus amigos que ya no viven aquí protagonizan sus canciones desde el más allá.
También han sido varias las veces en las que ha hecho alarde de su fe. Lo reconoce abiertamente en su biografía titulada Born to run (2016) y rezó el Padrenuestro en sus 209 actuaciones en el Bacon Theater de Broadway entre 2017 y 2021.
Ese relatar y cantar su propia vida y las historia de sus canciones en un pequeño teatro ante una audiencia silenciosa, le valió ganar un Premio Tony, obteniendo así la triple corona de los grandes artistas americanos: el citado Tony de teatro, un Grammy de música, y un Oscar de cine.
En aquellas actuaciones a las que iba en coche desde su casa, daba gracias al Padre, le pedía “perdón por nuestros pecados y faltas”, se reconocía “uno más del equipo” al hablar del fe católica que había mamado desde bien niño.
Que Bruce rece el Padrenuestro es doblemente significativo, sabiendo que su relación con su propio padre de sangre, ha sido su oscuro y doloroso campo de batalla afectiva que no solo le marco la infancia y adolescencia, sino toda su vida.
No en vano, es el origen de la depresión crónica de la que viene siendo tratando desde los años 80, cuando era ya una estrella del rock, absolutamente consagrada y millonario hasta decir basta. Lo cuenta en la citada biografía con una sencillez y cercanía que te alinean con él, porque quien esté libre de una depresión, que tire la primera piedra.
Pero colocarse un rosario en pleno concierto, eso no lo había hecho nunca. Doy fe, que me veo casi todo sobre él.
Foto: Alberto Martín.
Este rosario del concierto como tema de conversación salió en la comida con nuestra amiga Gemma y su novio José María. El rosario del concierto y el vacío afectivo tan brutal que con el que creció Bruce por los desprecios y desafectos de un padre alcohólico y enfermo, que no veía en él nada más que los reflejos de su propio fracaso.
Bruce era para su padre una vergüenza, un nini que se pasaba la vida tocando la guitarra mientras los hijos de sus amigos daban la vida por su país en la guerra de Vietnam. A Bruce, su único hijo varón, el ejército le rechazó por inútil en el alistamiento forzado. La vergüenza del barrio era su vástago.
Qué curioso que precisamente estos detalles de la vida de Bruce, conmovieron a Gemma a, en pleno concierto, con los decibelios a mil y la adrenalina subiendo, a rezar por él: “Le vi tan entregado, tan auténtico, que me conmovió, y me senté y le dije a la Virgen: Por favor, dale el amor y el consuelo que le falte, se lo merece”. Y rezó un avemaría por él.
“En ese momento -explica Gemma- levanté los ojos y vi por la pantalla gigante como alguien del público le regalaba un rosario y se lo guardaba, dejando la cruz visible en el pantalón”.
En el vídeo, en el segundo 11, se ve que entregan el rosario a Bruce Springsteen, y un minuto después él regala su armónica a una niña en primera fila.
Gemma sostiene que no puede ser casualidad que su oración fuera seguida por el hecho de que un anónimo fan de entre el público le regalase ese rosario.
Yo no me di cuenta de nada. Pero la realidad es que sí. Aunque no fui consciente hasta ya muy entrada la madrugada, repasando videos que había hecho con mi móvil desde la grada, vi el momento exacto ante mis ojos. Y no puede ser todo más sorprendente y revelador de que, por encima del Boss, de quien me declaro hijo musical incondicional, existe ese otro Big Boss que es en verdad el Padre de todos nosotros, Bruce Springsteen incluido.
Resulta además que todo sucede mientras cantaba un clásico del año 1978, que formaba parte de su cuarto disco de estudio, titulado Darkness on the edge of town, o 'el Darkness' para grouppies como yo que, por entonces, no tenía ni un año de edad.
La canción que estaba ejecutando en ese momento se llama The promised land, La tierra prometida, y trata sobre un joven que trabaja duro, que vive de la manera correcta, que no quiere dejar a atrás los sueños de niño pero al que la edad adulta va poniendo poco a poco en su sitio.
Su estrofa “Señor, ya no soy un niño, ya soy un hombre, y creo en La Tierra prometida”, pone los pelos de punta al más frío de los esquimales. Pues bien, fue ahí, en ese momento, cuando en el video de mi móvil, vi la secuencia tumbado en la cama de mi hotel, y no puede ser todo más poético ni humano.
Sucedió como suceden las cosas en las letras de Bruce Springsteen: con naturalidad y dramatismo al mismo tiempo: Él le regala una púa a un fan, a continuación alguien le regala un rosario, Bruce lo besa, se lo guarda en el bolsillo, se da una carrera por el escenario a sus 73 años, y al final, con una sonrisa entrañable, le regala su harmónica a una niña de unos seis años de edad que está allí con sus padres.
Si a la secuencia le unimos a mi amiga Gemma rezando por él desde el segundo anfiteatro del estadio, te sale la letra de una canción cualquiera de entre las más de 300 que tiene firmadas El Boss. Podría ser Thunder road, podría ser Born to run, podría ser Dancing in the dark, pero creo, que si hubiera que poner título a la canción e esta secuencia, sin duda, sería la que estaba sonando: The promised land.
Para terminar me queda una reflexión y es que siendo imposible entrevistar a Bruce Springsteen y preguntarle por qué besó ese rosario o qué puede significar para él, me encantaría poder preguntarle a la persona que se lo dio, qué le movió a hacerlo. Porque si Bruce es importante en la música de esa persona, creo que ella lo es más en en el alma del propio Bruce.
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